La salsa de Johnny “El Bravo” López
El artista puertorriqueño, que saltó del béisbol a la salsa y lleva más de medio siglo cultivando el género, será el invitado estelar durante la jornada de clausura del X Carnaval Internacional de las Artes de Barranquilla, evento que comienza el jueves 21 de enero.
Juan Carlos Piedrahíta B.
Cuando Johnny El Bravo López no tenía puesto su guante de béisbol y estaba firme en segunda base, era porque el pupitre lo llamaba para ser, una vez más, su conga. Los tiempos de escuela en Puerto Rico los invirtió bien afianzándose en el deporte, tanto que sus compañeros lo llamaban Canenita, en homenaje a Luis Canena Márquez, uno de los beisbolistas de mayor reconocimiento en su país.
Nadie tenía dudas sobre el futuro de Juan Enrique López Llanos (nombre de pila de Johnny El Bravo López). Su inclinación hacia la pelota caliente era tan fuerte como la presencia de la clave en la música de las Antillas. En una oportunidad fue convocado a mostrar sus cualidades en un deporte similar al béisbol, el sóftbol, pero su hombro se reveló y lo sacó de circulación de por vida, inscribiéndolo de inmediato en la percusión.
Lo que siempre fue para el Bravo un momento de descanso y el instante para ventilar la muñeca al despojarse de su guante, se transformó en una posibilidad de vida cercana a la música. De los pupitres saltó a las congas reales en una orquesta estudiantil de discretísimo nivel, aunque con las jornadas de ensayo, y ya bajo el comando del expelotero, la situación fue afinándose, por fortuna.
“En la escuela formaron un grupo juvenil y yo ahí tocaba congas y percusión, pero eso no fructificó mucho. En ese entonces todavía me decían Canenita, que era mi nombre de pelotero, y me propusieron quedarme con la orquesta sin haber adquirido ningún conocimiento musical. Yo no tenía ni siquiera congas propias”, cuenta el Bravo López, quien comenzó en la salsa imitando los postulados sonoros de El Gran Combo de Puerto Rico y de Cortijo y su Combo.
Lo más curioso de todo es que fueron precisamente Rafael Cortijo y Rafael Ithier quienes impulsaron al Bravo a encontrar su propio estilo en la salsa. La esencia siempre iba a ser el baile, pero era necesario despegarse de las propuestas de dos de los combos determinantes del panorama boricua, y ahí entraron a desempeñar un rol preponderante las influencias de Ismael Rivera y Tito Rodríguez, personalidades de la música que le mostraron caminos alternos.
Cuando estableció los alcances de su sonido, empezaron a aparecer en su repertorio temas como Las leyes del tránsito, La barola, Cuca Maruca, Que lo diga la gente y El velón, que ubicaron a Johnny El Bravo López en un renglón similar al de sus ídolos de antaño. Su característica de buen bailador lo guiaba por surcos contundentes, frases cortas y estribillos de fácil recordación para el público.
“Yo estaba en un punto muy alto de mi trayectoria como salsero y decidí frenar para convertirme en un representante de diferentes orquestas, muchas de ellas provenientes de Santo Domingo, como Johnny Ventura, Wilfrido Vargas, Los Vecinos y Sergio Vargas, a las que les abrí la puerta en distintos países. Después de eso formé una agrupación con los exintegrantes de El Gran Combo de Puerto Rico, en 1983, y lo bauticé como el Combo del Ayer, con Andy Montañez, Pellín Rodríguez y Roberto Roena, entre otras estrellas”, asegura.
Johnny El Bravo López, a pesar de ser salsero tradicional, optó por darle vitrina al merengue, hecho que le significó múltiples críticas. “Yo no puedo echar a quien llega a mi casa cuando en un hogar ajeno me abrieron las puertas y hasta me dieron comida. A los salseros nos tratan muy bien en todas partes, incluida República Dominicana, así que yo no podía mostrarme indiferente frente a esos artistas. Yo traía las orquestas dominicanas, pero también les daba trabajo a los artistas puertorriqueño y de esta manera disimulaba la cosa”, comenta el artista entre risas.
Después de su paso por la labor empresarial, regresó a la escena artística con proyectos como Los Hijos de la Salsa, en el que brillaron los herederos de personajes como Rafael Cortijo y Pete El Conde Rodríguez, y también estuvo al frente de Los Pleneritos de la Fe y Los Pleneros de la Fe, con los que difunde mensajes cristianos, religión que practica desde hace más de dos décadas.
“Después de 22 años de ausencia musical, mi debut será en Barranquilla, Colombia. Gracias al público de este país voy a volver a entrar a la salsa. Yo mismo me preguntaba ¿por qué razón, si han llegado tantas agrupaciones a Colombia, yo por qué no he podido estar en vivo y en directo ahí? La respuesta es que antes no era mi tiempo de estar personalmente con ustedes, pero el momento ha llegado y el pretexto será el Carnaval Internacional de las Artes”, dice el Bravo López, quien tiene en fila una lista de unas 50 canciones, aunque sabe que el tiempo le alcanzará para interpretar máximo siete.
Por referencias, el artista sabe que el primer puerto al que llegaron sus temas fue Barranquilla y después se desplazaron a Cartagena, Cali, Medellín y Bogotá. Espera que pase lo mismo con sus conciertos y que la ola crezca sin pausa, porque lleva preparando su fiesta personal con Colombia más de medio siglo. En la capital del Atlántico piensa nutrirse de sonidos autóctonos y, por qué no, ver un partido de béisbol, ahora sin pretensiones deportivas, pero con ojo clínico.
Cuando Johnny El Bravo López no tenía puesto su guante de béisbol y estaba firme en segunda base, era porque el pupitre lo llamaba para ser, una vez más, su conga. Los tiempos de escuela en Puerto Rico los invirtió bien afianzándose en el deporte, tanto que sus compañeros lo llamaban Canenita, en homenaje a Luis Canena Márquez, uno de los beisbolistas de mayor reconocimiento en su país.
Nadie tenía dudas sobre el futuro de Juan Enrique López Llanos (nombre de pila de Johnny El Bravo López). Su inclinación hacia la pelota caliente era tan fuerte como la presencia de la clave en la música de las Antillas. En una oportunidad fue convocado a mostrar sus cualidades en un deporte similar al béisbol, el sóftbol, pero su hombro se reveló y lo sacó de circulación de por vida, inscribiéndolo de inmediato en la percusión.
Lo que siempre fue para el Bravo un momento de descanso y el instante para ventilar la muñeca al despojarse de su guante, se transformó en una posibilidad de vida cercana a la música. De los pupitres saltó a las congas reales en una orquesta estudiantil de discretísimo nivel, aunque con las jornadas de ensayo, y ya bajo el comando del expelotero, la situación fue afinándose, por fortuna.
“En la escuela formaron un grupo juvenil y yo ahí tocaba congas y percusión, pero eso no fructificó mucho. En ese entonces todavía me decían Canenita, que era mi nombre de pelotero, y me propusieron quedarme con la orquesta sin haber adquirido ningún conocimiento musical. Yo no tenía ni siquiera congas propias”, cuenta el Bravo López, quien comenzó en la salsa imitando los postulados sonoros de El Gran Combo de Puerto Rico y de Cortijo y su Combo.
Lo más curioso de todo es que fueron precisamente Rafael Cortijo y Rafael Ithier quienes impulsaron al Bravo a encontrar su propio estilo en la salsa. La esencia siempre iba a ser el baile, pero era necesario despegarse de las propuestas de dos de los combos determinantes del panorama boricua, y ahí entraron a desempeñar un rol preponderante las influencias de Ismael Rivera y Tito Rodríguez, personalidades de la música que le mostraron caminos alternos.
Cuando estableció los alcances de su sonido, empezaron a aparecer en su repertorio temas como Las leyes del tránsito, La barola, Cuca Maruca, Que lo diga la gente y El velón, que ubicaron a Johnny El Bravo López en un renglón similar al de sus ídolos de antaño. Su característica de buen bailador lo guiaba por surcos contundentes, frases cortas y estribillos de fácil recordación para el público.
“Yo estaba en un punto muy alto de mi trayectoria como salsero y decidí frenar para convertirme en un representante de diferentes orquestas, muchas de ellas provenientes de Santo Domingo, como Johnny Ventura, Wilfrido Vargas, Los Vecinos y Sergio Vargas, a las que les abrí la puerta en distintos países. Después de eso formé una agrupación con los exintegrantes de El Gran Combo de Puerto Rico, en 1983, y lo bauticé como el Combo del Ayer, con Andy Montañez, Pellín Rodríguez y Roberto Roena, entre otras estrellas”, asegura.
Johnny El Bravo López, a pesar de ser salsero tradicional, optó por darle vitrina al merengue, hecho que le significó múltiples críticas. “Yo no puedo echar a quien llega a mi casa cuando en un hogar ajeno me abrieron las puertas y hasta me dieron comida. A los salseros nos tratan muy bien en todas partes, incluida República Dominicana, así que yo no podía mostrarme indiferente frente a esos artistas. Yo traía las orquestas dominicanas, pero también les daba trabajo a los artistas puertorriqueño y de esta manera disimulaba la cosa”, comenta el artista entre risas.
Después de su paso por la labor empresarial, regresó a la escena artística con proyectos como Los Hijos de la Salsa, en el que brillaron los herederos de personajes como Rafael Cortijo y Pete El Conde Rodríguez, y también estuvo al frente de Los Pleneritos de la Fe y Los Pleneros de la Fe, con los que difunde mensajes cristianos, religión que practica desde hace más de dos décadas.
“Después de 22 años de ausencia musical, mi debut será en Barranquilla, Colombia. Gracias al público de este país voy a volver a entrar a la salsa. Yo mismo me preguntaba ¿por qué razón, si han llegado tantas agrupaciones a Colombia, yo por qué no he podido estar en vivo y en directo ahí? La respuesta es que antes no era mi tiempo de estar personalmente con ustedes, pero el momento ha llegado y el pretexto será el Carnaval Internacional de las Artes”, dice el Bravo López, quien tiene en fila una lista de unas 50 canciones, aunque sabe que el tiempo le alcanzará para interpretar máximo siete.
Por referencias, el artista sabe que el primer puerto al que llegaron sus temas fue Barranquilla y después se desplazaron a Cartagena, Cali, Medellín y Bogotá. Espera que pase lo mismo con sus conciertos y que la ola crezca sin pausa, porque lleva preparando su fiesta personal con Colombia más de medio siglo. En la capital del Atlántico piensa nutrirse de sonidos autóctonos y, por qué no, ver un partido de béisbol, ahora sin pretensiones deportivas, pero con ojo clínico.