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Todos ellos hacen parte de la Orquesta Filarmónica Emberá Chami, la primera orquesta filarmónica indígena del país suramericano que combina sonidos sinfónicos y autóctonos para poner en valor la cultura de la comunidad.
Para los emberá chami, la música se trata de un remedio para la sanación de las almas, dentro de la medicina tradicional que históricamente se ha practicado en el seno del grupo indígena.
Indígenas “actualizados”
De entre las cuatro decenas de jóvenes y niños que dan vida al grupo destaca por el movimiento de su quena, como una suerte de batuta de director de orquesta, Emmanuel Caicedo Toscón.
Sus pómulos resaltan por llevar grabados en ellos la silueta de las montañas. Su nariz y barbilla están atravesados por una línea flechada que emula la conexión de la mente con el cielo y la tierra.
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En una entrevista, poco antes de dar comienzo el concierto de la orquesta en la Cancillería de Bogotá, este músico de 18 años asegura que ellos son “indígenas muy actualizados” que gozan del reggaeton, las melodías andinas, el vallenato o la salsa como cualquier joven colombiano. Todo ello “sin dejar atrás las raíces”.
Caicedo tiene claro que quiere dedicarse profesionalmente a la música e, incluso, manifiesta con orgullo que su mayor anhelo es llegar a tocar en la Filarmónica de Medellín o en la de Bogotá.
“Hay que empeñarse por lo que uno quiere, nada es fácil”, reflexiona mientras contempla su instrumento y desvela que el truco para hacerlo sonar es “aprender a manejar la respiración para que el aire salga fino y no disperso”.
Salvaguardar los cuentos de origen
Dentro del programa a interpretar por los emberá chami en el Salón Bolívar del Ministerio destacan piezas como “Río Verde”, un tema escrito por otro hermano indígena “para toda la Nación Emberá”, explica el músico.
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En esta canción, según agrega, se reivindica la importancia de la mujer, la fuerza del río y del agua, y la relevancia que tiene para su comunidad el protegerlo y cuidarlo.
Más allá de la armonía de los sonidos, el director de la orquesta, Alejandro Vásquez, puntualiza que también se integra en el repertorio la voz de los intérpretes para entonar letras de temas en los que se hace referencia a sus cuentos de origen.
“Existe un espíritu que es el que protege a la comunidad y nos provee el agua y la lluvia”, relata el joven Caicedo, aunque este ente es “muy cascarrabias” y se enfada si no se le da en ofrenda la primera casa que uno habita.
Consciente de su condición de `kapunía´(no indígena), Vásquez reconoce que los profesores que imparten las clases, y él mismo, tienen mucho más que aprender de la comunidad que los incipientes músicos.
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“A veces la Academia nos lleva a no disfrutar la música, sino a sufrirla. Ellos lo hacen con un amor, un cariño y una sanación impresionante y hacen que uno vuelva a disfrutar la música”, concluyó.