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La sociedad de los poetas expulsados

Esparta era un enorme cuartel sin poetas. Esa carencia, que no le importaba a Licurgo, el gran legislador, la suplían contratándolos en el exterior para que compusieran himnos patrióticos que debían ser cantados colectivamente.

Alberto Medina López
10 de noviembre de 2020 - 02:00 a. m.
Cuenta el filólogo español Luis Gil en su libro "Censura en el mundo antiguo" que  Arquíloco de Paros fue el primer caso de censura oficial en Grecia.
Cuenta el filólogo español Luis Gil en su libro "Censura en el mundo antiguo" que Arquíloco de Paros fue el primer caso de censura oficial en Grecia.
Foto: Archivo Particular

Dedicados a formar hombres para la guerra, la ciudad no produjo pensadores ni poetas porque la escritura y la lectura eran materias de poca importancia.

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Era tan radical esa postura, que a sus habitantes les estaba prohibido salir para evitar el contacto con costumbres ajenas. Los extranjeros tampoco podían entrar a la ciudad, y menos si eran poetas o filósofos.

A Arquíloco de Paros, un poeta que compartió siglo con Licurgo, le cerraron la puerta en la cara. Cuenta el filólogo español Luis Gil en su libro Censura en el mundo antiguo que el poeta fue el primer caso de censura oficial en Grecia. Intentó entrar a Esparta, pero fue expulsado junto con sus textos porque cuestionaba los valores belicistas de la época y negaba los códigos del heroísmo.

“No me gusta el general corpulento o que a zancadas camina / o que presume de rizos o cuida su afeitado. / El mío ha de ser menudo, que en sus canillas se aprecie que es zambo, / plantado firmemente sobre sus pies, lleno de valor”.

Estas líneas chocaban con el ideal del militar espartano, en una sociedad que ponía en práctica una especie de “selección natural” para criar niños para la guerra.

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El método lo explica Indro Montanelli en su magistral Historia de los griegos: “Una comisión gubernamental examinaba a los recién nacidos y mandaba arrojar a los cortos de talla desde un pico del Taigeto, haciendo dormir a los demás al raso, aun en invierno, de modo que solo los más robustos sobreviviesen”.

Arquíloco, que también fue soldado y sabía de la importancia del escudo para el guerrero, chocaba de frente con esos códigos en sus virulentos versos.

“Algún Sayo se envanece con mi escudo; aquel que, junto a un arbusto, / arma intachable, abandoné mal de mi grado. / Más yo me salvé. ¿Qué me importa aquel escudo? ¡Que se pudra! De nuevo lograré otro no peor.”

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Las madres de los guerreros les decían a sus hijos cuando les entregaban el escudo: “¡Venid con él o sobre él!”. Eso significaba que eran esperados de regreso en calidad de vencedores o muertos, y no de derrotados. El espartano que arrojaba el pesado escudo para huir del enemigo no merecía otra cosa que el desprecio.

En los pocos versos de Arquíloco, que sobrevivieron a los siglos, quedó consignada la historia de un hombre que terminó en la pobreza por cultivar enemigos haciendo públicos sus pensamientos.

Por Alberto Medina López

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