“La soledad” en las obras de Haruki Murakami
Los libros que escribe Murakami suelen ser tildados de surrealistas, pero hay otro componente que los caracteriza: personajes con una profunda sensación de soledad.
Danelys Vega Cardozo
Un mundo surrealista, lleno de personajes con sueños ocultos. Sucesos que parecen irreales. De otro mundo. Lugares repletos de significados. Protagonistas tan humanos que “asustan”. Una música que se repite en cada historia. El jazz, el “acompañante ideal”. Dilemas tan comunes, pero que pocos se atreven a mencionar. El cansancio. La fatiga. El hastío de la vida…Del mundo…De la gente. La muerte. El llanto silencioso, ese que no se expresa, que no se llora, pero que se siente en el “alma”. El mundo interior. El escape de la realidad. El sentimiento de no pertenencia… De no encajar. Los secretos. Lo que se elige callar. Las mentiras. Las máscaras. Y por supuesto… La soledad. Parece un “checklist”, pero no lo es. Son algunos de los componentes presentes en las obras de Haruki Murakami.
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Un mundo surrealista, lleno de personajes con sueños ocultos. Sucesos que parecen irreales. De otro mundo. Lugares repletos de significados. Protagonistas tan humanos que “asustan”. Una música que se repite en cada historia. El jazz, el “acompañante ideal”. Dilemas tan comunes, pero que pocos se atreven a mencionar. El cansancio. La fatiga. El hastío de la vida…Del mundo…De la gente. La muerte. El llanto silencioso, ese que no se expresa, que no se llora, pero que se siente en el “alma”. El mundo interior. El escape de la realidad. El sentimiento de no pertenencia… De no encajar. Los secretos. Lo que se elige callar. Las mentiras. Las máscaras. Y por supuesto… La soledad. Parece un “checklist”, pero no lo es. Son algunos de los componentes presentes en las obras de Haruki Murakami.
Si hay un patrón que se repite sin cesar en los libros de Murakami es la soledad, a veces ni siquiera por la ausencia de compañía física, sino por algo que va mucho más allá: la dificultad para expresarse… Para comunicarse con el otro. Eso mismo sucede en “Tokio Blues”, una de las obras de este escritor. Por un lado, tenemos a Toru Watanabe, el protagonista de la historia, quien carece de amistades. Quizá, su único amigo es “Nagasawa”, un chico de su universidad. Aunque ni siquiera con él es capaz de expresarse y de mostrarse tal cual como es. Por eso, Watanabe crea “el personaje” que más se ajuste a la situación. Las conversaciones con “Nagasawa” son superfluas y las reuniones se centran en lo que sabe que este le puede ofrecer. De esta manera se termina creando una relación de “cambio”, pero que jamás alcanza a “elevarse” a una amistad verdadera.
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Entonces aparece Midori en la vida de Watanabe. Con ella las cosas resultan más naturales, menos fingidas. Sin embargo, la relación que se construye entre los dos nace de una necesidad que ambos comparten: un lugar donde descansar de sus vidas. Porque Midori no puede ser ella misma con su novio, ni con su padre, y siempre, según ella, se ha sentido “reprimida”. En una de las conversaciones sobre los padres de Midori, esta le confiesa a Watanabe “(...) Si ellos me hubiesen querido un poco más, yo, por mi parte, ahora me sentiría de otra forma. Siempre estuve hambrienta”. Por su parte, Midori es para Watanabe quien lo ancla al mundo real, a ese en el que no termina de encajar, sobre todo luego de sus visitas al “centro psiquiátrico” donde se encuentra Naoko, la mujer de la que se encuentra enamorado. Cada vez que él regresa de ese lugar le cuesta, aún más, relacionarse con los demás. Ver gente e ir a la universidad se convierte en todo un suplicio, pero con Midori las cosas son a otro precio.
Por otro lado, tenemos a Naoko, con quien la soledad está latente. Una chica que ha tenido una relación con la muerte muy cercana. El suicidio ha marcado su vida. Primero fue el de su hermana mayor, de 17 años, a la que encontró muerta. “Algo murió en mi interior”, le confiesa un día Naoko a Watanabe. Pero el sufrimiento no paró ahí. Más adelante vino el suicidio de su novio Kizuki, el mejor amigo de Watanabe. A partir de ahí, a Naoko se le imposibilita habitar el mundo que otros habitan, hasta el punto de que termina recluida, por iniciativa propia, en un “centro psiquiátrico”. El lugar ideal para huir de la realidad. Watanabe es el único contacto que termina teniendo con el mundo exterior. Y aunque lo intente, ni siquiera este chico puede salvarla de ella misma.
Entonces, uno lee otros libros como “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” y “Al sur de la frontera, al oeste del sur” y observa que el patrón se repite. La soledad vuelve a ser la protagonista. Como si Murakami retratara la realidad a través de sus personajes. Como si quisiera darles una voz a esos “marginados” de la sociedad.
En “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” aparecen personajes como Tokutaroo Mamiya, un militar que estuvo combatiendo en la guerra rusojaponesa. Un soldado que se encuentra afectado por las cicatrices que solo la guerra es capaz de dejar. Por la muerte de uno de sus compañeros. Por tener que ver con sus propios ojos cómo la vida de un ser humano se iba apagando de a poco mientras era desollado vivo. Por el oscuro pozo al que estuvo desterrado hasta que alguien vino a su rescate. Por aquel pequeño rayo de luz que era su única compañía. Y después de todo eso nada vuelve a ser igual. “Desde que volví a Japón he vivido como la muda vacía de un animal que ha cambiado la piel. Y viviendo como una muda, por más larga que sea la vida, no se puede decir que se haya vivido de verdad. Del corazón de una muda vacía y del cuerpo de una muda vacía no puede nacer más que la vida de una muda vacía”, le comenta Mamiya a Tōru Okada, el personaje principal de esta novela.
Y luego debuta Creta Kanoo, una mujer que tiene una conexión especial con Tōru Okada a través de sueños. Esta mujer, durante mucho tiempo, se siente perturbada por el dolor físico del que sufre. Un dolor diferente al que sienten los demás. Como si su cuerpo fuera un recipiente de dolor. A causa de esto, decide acabar con su vida, aunque nunca llega a hacerlo. “(...) cuando cumplí los veinte, llegué a la conclusión de que, en realidad, la vida no los valía. Había desperdiciado veinte años. Ya no podía soportarlo más”. La única persona con la que lograba comunicarse era con su hermana Malta. Creta veía el mundo a través de los ojos de Malta. Una vida en soledad era lo que tenía. “En mi familia yo me sentía completamente sola. Mi vida era solitaria. Mi adolescencia estuvo llena de angustias —más tarde le hablaré de ello— y no tenía a nadie a quien pedir consejo”, le dice Creta Kanoo a Tōru Okada, en una de las conversaciones que ambos sostienen.
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Y después uno se traslada al mundo de “Al sur de la frontera, al oeste del sur” y ahí uno se encuentra con Shimamoto, una mujer con una vida secreta. Hajime, el protagonista, nunca logra descifrar lo que esconde Shimamoto. La soledad vuelve a aparecer. En un viaje, Shimamoto desea morir, pero se da cuenta de que no es el mismo camino que Hajime quiere tomar. Luego de ese suceso, ella desaparece de la vida de Hajime, dejándolo sumido en una vida vacía. Porque, aunque se encuentra casado y con dos hijos, para él ya nada es igual. Como si Shimamoto se hubiera llevado la luz que alumbraba su vida y estuviera destinado a la penumbra, hasta llegar a la oscuridad.
Tres obras distintas, pero de un mismo autor y con un mismo componente: la soledad como protagonista. Personajes que tienen gente a su alrededor, pero que se sienten como un frasco vacío. ¿No está solo el que está “acompañado”? ¿Qué es acaso la compañía? Preguntas para hacerse en nuestra era…