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Recordemos que en agosto de 1980, el sindicato independiente Solidarność, liderado por Lech Wałesa, luego Premio Nobel de Paz, sacudió al mundo y condujo a la caída del comunismo.
La solidaridad que Polonia manifiesta a Ucrania, no es solamente un acto espontáneo, sino toda una filosofía de la convivencia y de la fraternidad. Los polacos a veces, hasta perjudicándose, viven y promueven los ideales según su gran tradición por los valores más nobles.
El sacerdote y filósofo polaco Jósef Tischner acompañó al movimiento sindical de solidaridad y formuló la famosa definición de esta virtud como la hermandad para los oprimidos, que se desarrolla bajo el principio de que uno tiene que llevar la carga de otro.
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Esta concepción revivió ahora, cuatro décadas después, en toda su plenitud. Polonia le abrió las puertas por lo ancho a sus vecinos ucranianos.
En la historia, no se conocía un caso en el que, en dos semanas, un país acogiera a 2 millones de refugiados. Este gesto del pueblo polaco demuestra que es mucho más importante la vida de las personas que los cálculos económicos de engaños y argucias políticas. Una enseñanza para el mundo entero.
Tischner no era idealista y subrayaba la necesidad de promover la filosofía que diera respuestas a la realidad y a las experiencias acumuladas a través de los decenios.
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En su ensayo Homo sovieticus desplegó su interpretación acerca del drama que viven los comunistas y los socialistas, obligados a afrontar el dilema entre la política y la ética. La historia demostró que el concepto comunista de trabajo es enfermo y es una enfermedad que deriva de la naturaleza del sistema.
Una amiga polaca, Dorota Kobierowska, ex-diplomática como Consejera de la Embajada de Polonia en Colombia me compartió una información que me parece importante divulgar:
Hasta hoy, como ya se ha difundido, más de 2 millones y medio de ucranianos entraron a Polonia. Sin embargo, hay que destacar que la movilización y solidaridad polaca nunca antes se había sido visto en tal magnitud.
El pueblo polaco refugia en sus casas a miles de familias ucranianas. Sin saber cuanto tiempo durará la guerra, pero se quedarán allí hasta que sea necesario.
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Además, los refugiados NO tienen estatus de refugiados porque, en caso contrario, no podrían trabajar en Polonia. Las autoridades locales les asignan número de identidad personal y con eso tienen seguro médico, pueden trabajar y enviar a sus hijos a los colegios.
Dorota me dijo que no conoce persona polaca que no esté ayudando y dice: “Nosotros mismos cocinamos sopas calientes y las llevamos a las estaciones de trenes, para darles alimento a la gente que llega de Ucrania después de 30 horas de viaje o a veces más”.
Su testimonio me corroboró que, no habiendo guerra en Polonia, el ambiente que se respira es apagado y triste. Todos se sienten afligidos por la gente en Ucrania y además sienten miedo de que la situación ucraniana pueda extenderse a Polonia y toda Europa, cosa que ya Putin puso en la mesa entre una y otra conferencia. Los hechos anteriores dan veracidad a su estilo propio de calidad humana y reafirma su reserva cultural originaria de su Patria.
La libertad no es un fetiche y la humanidad no puede depender de la demagogia formada por algunos dirigentes políticos contemporáneos. El mundo no debe estar bajo el servicio de las nuevas las expresiones comunistas y tampoco de los matices fascistas como modelos totalitarios, que permean la actualidad, calando a las culturas y a las sociedades.
La idolatría exclusiva del hombre por el hombre solo promueve becerros de oro y banaliza los principios éticos y morales. Además, los desarrollos tecnológicos y avances científicos están para el servicio de la dignidad y no para su esclavitud y represión.
La solidaridad que nuevamente manifiesta Polonia al mundo evidencia el camino para reafirmar el valor de la persona humana y de la apropiada convivencia en la sociedad.