La sonrisa del animal en la poesía de Rómulo Bustos Aguirre
Son sonidos embarazados de imágenes. Son sonidos que cuando suenan, cuando rebotan, cuando tropiezan, dan luz a escenas que si no fueran por el lenguaje serían imposibles. Es poesía para escuchar y para ver. Es poesía para entrar y para huir. Es poesía de lo incógnito y de lo común. Son los poemas de Rómulo Bustos Aguirre, un poeta que más que un lector, solicita un cómplice.
Jaír Villano/ @VillanoJair
De moscas y de ángeles nos invita a la danza, a esa danza de que hablaba Valéry, a danza que desliza sus pasos por misterios, por preguntas, por animales, por amores, a una danza que se mueve en una línea invisible que se ríe como si no se estuviera riendo. La poesía de Bustos es sutil, es limpia en su escondido mensaje, es provocadora sin ser afilada: “El mal es inocente/ La fruta que cae/ y hiere el pulcro filo del cuchillo es inocente/ La mirada del voyeur es inocente/ La agonía del pez es inocente/ El hombre que tropieza e infama la piedra que tropieza es inocente”. En sus propias palabras: “La monstruosa inocencia”.
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De moscas y de ángeles nos invita a la danza, a esa danza de que hablaba Valéry, a danza que desliza sus pasos por misterios, por preguntas, por animales, por amores, a una danza que se mueve en una línea invisible que se ríe como si no se estuviera riendo. La poesía de Bustos es sutil, es limpia en su escondido mensaje, es provocadora sin ser afilada: “El mal es inocente/ La fruta que cae/ y hiere el pulcro filo del cuchillo es inocente/ La mirada del voyeur es inocente/ La agonía del pez es inocente/ El hombre que tropieza e infama la piedra que tropieza es inocente”. En sus propias palabras: “La monstruosa inocencia”.
La eternidad, la infancia, los recuerdos, lo terrenal, lo celestial, lo posible, lo imposible, lo familiar, lo ontológico, todo eso está insinuado en sus poemas. Sus imágenes hechizan: “Como un trapecista que después/ de un salto mortal/ vuelve a buscar la seguridad del trapecio/ en el mismo punto del aire donde lo dejara/ y descubre que ese lugar no está allí/ que una mano invisible/ lo ha empujado hacia otra parte/ y en ese sitio hay solo un hueco, un largo tobogán hacia la nada”. Lea también: Dos palabras acerca de Rómulo Bustos y de "Sacrificiales"
Sus imágenes remueven luz: “Un día/ Dios sembró un árbol de agua/ para que lloviera/ Y vio Dios que era buena la tierra del cielo/ para sembrar la lluvia/ Y hubo así estaciones/ Y cada cierto tiempo/ el viento que agitan las alas de mil ángeles/ estremece el árbol y sus hojas se esparcen sobre la tierra/ Entonces comienza el invierno/ Y nosotros ponemos ollas y cántaros para recoger/ la lluvia”.
Sus imágenes son secretos pregnantes: “Elegir un punto del aire/ Cubrirlo con el cuenco de ambas manos/ Arrullarlo/ Irlo puliendo en su silencio/ Piensa en Dios cuando construyó/ su primer caracol o su primer huevo/ Acerca el oído para oír como late/ Agítalo para ver si responde/ Si no puedes con la curiosidad/ haz un huequito para mirar adentro/ Nada verás. Nada escucharás/ Has construido un buen vacío/ Ponlo ahora sobre tu corazón y aguarda/ confiado el paso de los años”.
A mí me pasa que leo y releo estos versos y se me hacen reales las palabas de Paúl Valéry: “el poema no muere por haber vivido: está hecho expresamente para renacer de sus cenizas y ser de nuevo indefinidamente lo que acaba de ser”.
Como goce estético es infalible: no empalaga, no cansa, no disuena. Todo lo contrario: se renueva, se vuelve y se reproduce, se reinterpreta. Lo que decía el pensador francés.
Ah, pero hay más. A fin de cuentas, es una antología de su obra. Así como se escucha ese Bustos que se divierte en sus propias explicaciones, en su propia serenidad, en su propio cáliz; hay otro que es descomunal en su potencia: “Lo eterno está siempre ocurriendo/ ante tus ojos/ Vivo y opaco como una piedra/ Y tú debes pulir esa piedra/ hasta hacerla un espejo en que poderte mirar/ mirándola/ Pero entonces el espejo ya será agua y escapará/ entre tus dedos/ Lo eterno está siempre en fuga ante tus ojos”.
Y está el poeta que en susurro advierte el sigilo de lo implacable: “SOLO ME ES TUYO TU INDESCIFRABLE/ escándalo de luz, / el lujo/ de tu enigma/ ¿Cómo no temerte?”.
Aunque fiel en su tono, en su acento, en su manera de sonreír, también es heteróclito en sus temáticas. A lo sumo, la exégesis de algunas de sus composiciones exigen claves epistemológicas. Aquí me contento con decir que hay un bardo maravillosamente indescifrable: “Los ojos, siguiendo la tradicional iconografía/ reposan sobre un plato, como dos peces muertos/ Ojos grandes y soñadores/ Me digo imaginando las cuencas vacías/ Tan grandes que por ellos debió caber el mundo, toda la carne/ y sus demonios/ me sopla al oído mi fiel demonio de cabecera/ Yo lo espanto y él se va con el rabo entre las piernas/ al fondo de la habitación que compartimos”.
La ironía, no lo he resaltado, es una de sus recurrentes: “Es probable que Dios no exista/ Esto en realidad carece de importancia/ Más interesante es saber/ que existe el hemisferio derecho del cerebro/ cuya función es soñarlo”.
Esa sonrisa fina es infatigable: “El silencio no quiere ser dicho/ El silencio de ninguna manera puede ser dicho/ Pero acaso el silencio quisiera ser dicho/ Pero acaso el silencio pudiera ser dicho/ Acaso lo dicho es ya silencio/ O el silencio calla disfrazado en el bullicio/ Acaso el poema: todas las anteriores”.
Tomemos prestadas sus palabras: desde algún lugar del misterio, “de todos modos sangrará el poema”.
Una opinión aislada: la poesía revitaliza el lenguaje, merced de ella este reafirma su condición de vastedad, de exuberancia, de inconmensurabilidad. No obstante, la poesía no exige solemnidad, abundancia, ampulosidad. No. En un buen poema, el encantamiento del lenguaje es fiesta de formas, de elasticidades, de reflejos. “Es un lenguaje dentro de un lenguaje”, para volver a citar al autor de El cementerio marino.
La poesía de Bustos no se ufana de profundidad, no se extravía en malabarismos; es diáfana en el secreto que busca develar o presentar: “Y sobre todo una aguja con la que intentar urdir una forma/ en el informe cañamazo del mundo”.
Es un poeta de fijas obsesiones: los ángeles, los animales -las mosca, el paco-paco, el cangrejo, la araña-, la sonrisa. Es un poeta que hace de su entonación un exquisito misterio.
La poesía no se hace con ideas, se hace con palabras, decía Mallarmé. En las mejores lecturas de la dama de cabellos ardientes se siente vivencia, experiencia, intensidad de la palabra, pero el poeta nacido en Santa Catalina de Alejandría parece no contemplarlo así: “Espero haber desilusionado suficiente con este poema”.
No, poeta. Acaso su poesía no pueda ser dicha. Acaso no pueda ser del todo descifrada. Acaso en ello estriba su dicha. “Acaso el poema: todas las anteriores”.