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La poesía hace su magia y en cada persona el efecto cala según como su corazón lo dicte. En el caso de Adriana Hoyos, la poesía se manifestó a modo de plegaria, haciendo que cada verso se proclamara como se proclaman un rezo. Desde su adolescencia ve el mundo con lupa, con ese aumento que precisamente la poesía permite al afilar los sentidos y no subestimar los detalles.
La poesía la ha acompañado en sus estudios de cine y en toda una carrera artística y cultural que desde hace más de 20 años ha construido en España, primero en Barcelona y luego en Madrid. A Colombia no venía hace un buen tiempo. Estuvo en la pasada Feria Internacional del Libro de Bogotá presentando “Esa que canta hacia adentro”, publicación realizada por la editorial Sílaba y que cuenta con varios poemas que nos dan pistas de las obsesiones y pasiones de la escritora colombiana.
La música, el lenguaje, los pájaros, el tiempo. Parece que no hubiera relación entre ellos, pero bien lo dice Gabriel Saad en el prólogo del libro: “para entender esta multiplicidad de temas, que para nada alteran la coherencia de la obra, es necesario detenerse en un verso aparentemente anodino: ‘Las hilanderas tejen la vida’. (…) Así es como Adriana logra reunir los numerosos hilos de su pensamiento y los teje en un texto que constituye un maravilloso pacto poético”.
“Mis versos, escritos tan temprano / que no sabía aún que era poeta”. Los versos que llegaron como susurros de las obras de Anna Ajmátova, de Alejandra Pizarnik o Marina Tsvetáieva, autoras que aparecen en un mismo poema y que son espejos de Hoyos de tiempo atrás y no han perdido su brillo a pesar del paso de los años. También fueron referentes Federico García Lorca y Charles Baudelaire con Las flores del mal.
El tiempo la obsesiona. En su poesía asegura que “El tiempo me está matando / Es hora de anular el tiempo / Es hora de matar el tiempo”. Su poesía, dice también, la deja suspendida en “un tiempo sin tiempo” en el que se mezcla su realidad, pero también lo metafísico, en el que dialoga con los poetas por los que se volvió poeta y con los de ahora, con los que son testigos del ahora así como ella.
“El mundo es esta calle de fuego”, dice también en uno de sus poemas. Ve belleza y la busca a pesar de las tragedias, también de las preocupaciones, esas que ahora se asoman con la presencia de la inteligencia artificial, que la obligan a preguntarse cómo serán los poemas o la escritura hecha por robots: “Desde mi espacio breve e insignificante / me lanzo a la calle con la esperanza / De encontrar algo extraordinario / Que alivie mi obsesión metafísica”.
Parecía inevitable llegar a la poesía, pues la música llego a ella a temprana edad para quedarse, para crecer con ella, pues de niña tocaba el violín por influencia de Luis Hoyos, su padre, que fue integrante de la Orquesta Sinfónica y Filarmónica de Bogotá. Las palabras que tejen la música y las sílabas que dieron nombre a las notas. De esto habla también en el poema “Respiro el olor de la rosa en el jardín”.
El amor, “el tema más humano”, que es “también el más divino / Por su falta / Por su carencia / Por su resistencia”. El amor basta, dice Adriana Hoyos, “Esa que canta hacia adentro” para no abandonar la musicalidad que hay en su poética, pero también para rendirle un homenaje a la pausa y al silencio, dos aliados de su oficio como escritora.
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