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Andrei Gómez Suárez: ‘Mi compromiso no es por un salario, sino por el mundo’

En esta nueva entrega de la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos una entrevista con el investigador en Estudios de Paz, Andrei Gómez Suárez, creador de la red Rodeemos el diálogo.

Isabel López Giraldo
05 de octubre de 2021 - 06:13 p. m.
Andrei Gómez Suárez es autor de "El triunfo del NO" (2016).
Andrei Gómez Suárez es autor de "El triunfo del NO" (2016).
Foto: Archivo Particular
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Soy un vegano al que le encanta correr, hijo de una mamá santandereana y un papá pastuso, un autoexiliado, una persona apasionada, curiosa para entender cómo se puede vivir plenamente cada día.

Orígenes - Rama paterna

Samuel Gómez

Mi abuelo, Samuel Gómez, nació en Pasto y murió cuando yo tenía tres años, por lo tanto, no tengo recuerdos de él. Mi papá, que comparte su nombre, cuenta que era católico, godo, seguidor de Laureano Gómez, que leía El Siglo sin falta todos los domingos, y muy buen lector.

Le dio muchas sorpresas porque cuanto más creía que se iría en contra de sus decisiones, lo apoyó permitiéndole viajar becado a la Unión Soviética, porque mi papá pensó que le escucharía decir que allá mataban niños y se los comían vivos, pero lo que le dijo fue: “Hoy tenemos hasta Embajada, así que vaya, mijo, vaya”.

Mi papá dice que la lectura le dio una mentalidad abierta, siendo un campesino de origen humilde que logró sacar adelante a sus hermanos y tener varios terrenos que se bebió, porque era malísimo para los negocios, perdió la mayor parte de su plata. Quiso que sus hijos siguieran cultivando el campo, pero mi papá se opuso porque quería estudiar, aunque siempre tuvieron una buena relación.

A mi abuelo lo mató un cirujano. Llegó un día con dolor de cabeza, lo llevaron al hospital de Pasto donde era famoso un cirujano que operaba borracho, y al tipo se le ocurrió que había que abrirle la cabeza y lo mató. Al cirujano le entablaron una denuncia, pero no paso nada.

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Mélida Bastidas

A mi abuela, Mélida Bastidas, tampoco la conocí pues murió de cáncer cuando mi papá había regresado de la Unión Soviética siendo aún soltero. Mi papá dice que era: más buena que un pan, muy generosa pues en su casa había comida para quien llegara, y cuidó de sus hijos de una manera muy consagrada. A ella le debe su buen carácter.

Samuel Gómez

Mi papá es mi héroe, el ser más impresionante que uno se pueda imaginar, un sensei, generoso, de buen genio, de un calor humano que hace que nadie le diga Samuel, sino Samuelito. Es un ejemplo de vida que le cambió la historia a su pueblo.

Siendo uno de los hijos de la mitad y teniendo que seguir las ideas de mi abuelo, desde muy niño se dio cuenta de que quería estudiar, se metía debajo de la cama con una vela para leer en las noches. Mi abuelo le dijo: “Yo no he educado a ninguno de mis hijos, tampoco lo voy a educar a usted”. Entonces mi papá contestó: “Pues me voy de la casa”.

Llegó caminando donde el tío Manuel, hermano de mi abuela, que vivía en otra vereda del Departamento de Nariño. Mi papá nació en La Florida y de diez años caminó hasta Capulí, lejos, muy lejos. Si bien estaba acostumbrado a caminar porque en el campo todo el tiempo están llevando caballos y vacas, arreando reces desde los cuatro años, igual el recorrido fue muy exigente.

Saludó al tío y le dijo: “Tío, vine a vivir con usted porque mi papá no me quiso mandar a estudiar y usted sí es muy buena gente”. Mi papá cuenta que el tío Manuel era como la mamá, súper especial con las personas, pero también con los animales, entonces se tejieron lazos de afecto muy profundos con él.

Tío Manuel vivía como un ermitaño, era soltero, entonces mi papá tuvo que dormir sobre pedazos de madera durante buena parte del año, con una cobija encima, esto porque no había camas. La finca quedaba en una zona dividida en dos partes, una privada, donde tenía su casita, y otra llamada el común, donde todos los campesinos trabajaban la tierra colectivamente, algo comunitario.

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Pasó un año muy feliz viviendo con Tío Manuel, con los animales y con la naturaleza, idea de comunismo original, cuando de repente llegó uno de sus hermanos mayores quien lo estaba buscando: “Cómo es eso de que usted se fue de la casa y no dice dónde está. Nos dieron razón de que aquí lo podíamos encontrar”. Mi papá le contestó: “Es que a mí me habían ofrecido estudiar en el Seminario católico, pero mi papá no me apoyo”. Mi tío contestó: “Vamos, que yo lo apoyo”.

Entonces mi papá se fue para Pasto, ingresó al Seminario donde se quedó viviendo por un tiempo importante. Esto tiene mucho que ver con su personalidad, mi papá tiene aura, parece un sacerdote, pero no lo es. Estuvo cuatro años durante los cuales aprendió latín, y durante los que fue un estudiante brillante. En algún momento dijeron: “Para poder continuar, deben hacer los votos de castidad”. Mi papá pensó: “No, tengo mis dudas de que este Dios exista así como ustedes dicen. Además, no quiero perderme la oportunidad de tener una novia”. Prefirió interrumpir sus estudios que privarse de experimentar la vida, entonces se retiró.

Mi tío Augusto, su hermano policía que con mucho esfuerzo pagaba sus cuentas, le dijo: “Yo lo ayudo para que termine su bachillerato en un colegio público”. Así pudo terminar en el Colegio Ciudad de Pasto, se graduó y quiso continuar una carrera. Cuando las universidades hicieron la feria, mi tío le preguntó: “Samuel, ¿usted qué quiere estudiar para ir a matricularlo?”. Contestó: “Quiero estudiar Ingeniería de Petróleos”. Pero solo la ofrecía la UIS en Santander. Le dijo: “Usted pide más que deme”. Y mi tío lo apoyó para que viajara.

Mientras la mayoría de los hermanos de mi papá se tuvieron que ir de la casa al Valle del Cauca para trabajar en cultivos de café y caña de azúcar, y después de cinco años volvieron a casa del abuelo a trabajar la tierra, mi papá se fue para Santander y comenzó su carrera.

Cursaba el primer semestre cuando se presentó un paro que implicaba un sacrificio muy grande para su familia. En ese momento un amigo le dijo que aplicaría por una beca para irse a la Unión Soviética, mi papá no sabía de lo que le estaban hablando, aún así le ayudó a prepararse para que aplicara y decidió hacerlo también y se ganó la beca con todo pago para estudiar Ingeniería Química.

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De inmediato les escribió un telegrama a su papá y a su hermano contándoles, mi abuelo le respondió: “Permiso concedido”. De inmediato armó viaje a Moscú para estudiar en la Patricio Lumumba. Pasaron siete años durante los cuales ocurrieron dos cambios fundamentales: se volvió ateo y comunista.

Regresó al país y su mamá murió dos meses después. No consiguió trabajo porque llevaba el sello de comunista, entonces pensó en regresar a la Unión Soviética, donde había dejado a su novia, para hacer un doctorado.

Algunas universidades se habían convertido en bastiones que los veían con buenos ojos, una de ellas, la Universidad de Nariño. Comenzó su vida de académico y a montar el partido comunista. Se iba con sus cinco amigos en un carro en el que hacían las reuniones del comité central. A los tres años de militancia le pusieron una tarea, la de recibir a una profesora que llegaba a la Universidad y que sería muy importante para tener mayorías, por lo tanto, era necesario invitarla a que se uniera. Esa profesora es mi mamá.

Rama materna

Ruperto Vargas

Esta es la ficción de lo que me contaron alguna vez. Ruperto Vargas, papá de mi abuela, fue el gamonal del pueblo. Cuando Pacífico decidió que se quería casar con su hija más joven, le dijo que tenía cómo mantenerla como a una reina. Ruperto no estaba muy contento de dejar a su hija en sus manos, pero el matrimonio se dio.

Pacífico Suárez

Pacífico Suárez, mi abuelo, a quien no conocí, tuvo un nombre muy relacionado con su personalidad, porque era todo un pacífico, pero como el Océano, incontrolable, poderoso, alcalde de su pueblo en Santander, una especie de patrón muy rico. Fue autoritario, exigente con sus hijos, pero cumplió la promesa de mantener a mi abuela como a una reina. Murió cuando mi abuela tenía treinta años y la dejó con nueve hijos, el mayor apenas tenía diecisiete años y así tuvo que asumir las riendas de la casa.

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Alicia Vargas

Alicia, mi abuela, de Concepción, Santander, pueblo liberal, con ese referente tan fuerte de gente arrecha, tuvo que enfrentar una viudez joven y con hijos menores donde los dos más grandes buscaron cómo ayudar a seguir adelante.

Mis dos tíos mayores decidieron que el futuro estaba en Bogotá, entonces se trasladaron, montaron negocios y luego se llevaron a toda la familia incluida mi abuela. Es una familia que se desarraiga para construir un proceso de reasentamiento.

Mi abuelita vivió hasta los setenta y tres años, murió de cáncer en el estómago en el año noventa, y mi mamá la cuidó. Mis memorias con ella son del nieto que viajaba a visitarla una vez al año, de Pasto a Bogotá.

Alix Suárez

Alix, mi mamá, fue el amor de mi vida. Se rebeló ante sus hermanos, por lo mismo, tuvo que pagar el precio de hacerlo. Hizo lo mismo que mi papá, pese a que le dijeron que se pusiera a trabajar, decidió estudiar.

Había llegado a los diez años a Bogotá donde terminó su bachillerato y quiso estudiar Química en la Nacional. Fue la primera de su familia en ser profesional. Se enfocó en estudiar, se graduó con tesis laureada; la política le pasó por encima, no se involucró, no participó ni siquiera del movimiento estudiantil.

Salió a trabajar en el sector privado, en una empresa llamada  Espumlátex, fábrica de asientos para Sofasa- Renault, pero su trabajo afectó su salud, lo que la llevó a renunciar y a buscar otra perspectiva para su vida. La opción más clara fue dictar clase.

Comenzó su búsqueda, aplicó, surgió una posibilidad en la Universidad de Nariño y viajó contra la voluntad de sus hermanos, porque ella era de las que ponían los puntos sobre las íes. Así fue la primera profesora mujer del Departamento de Química.

Matrimonio de sus padres

Mi papá la involucró en temas políticos y  la invitó a salir diciéndole: “Sé muy bien que eso de estar por fuera de la casa es muy duro, pues estuve siete años en la Unión Soviética”. Y la invitó a un tinto que ella aceptó.

Tenía como objetivo decirle: “Compañera, únase al partido”. En ese proceso comenzaron a compartir con frecuencia y mi papá la convenció, se volvió atea y a los pocos meses se casaron.

Se trató de la unión de dos feministas, porque mi papá es el típico hombre que respalda, que apoya, y le cedió los pantalones de la casa. Fue así como mi mamá manejó su casa, pero también las finanzas y fue quien tuvo la última palabra en todo.

Enfrentaron retos inmensos, pues mi papá fue consecuente con sus creencias llevando una vida proletaria, argumentando que no creía en la propiedad privada, y aportando al partido para lograr la transformación del país. Seguramente leyeron a Friedrich Engels en el tema del origen de la propiedad privada, la familia y el Estado, para decidir que se iban a casar.

Alguna vez la pregunté a mi papá que si se casaron por amor y me dijo: “Esas vainas no se preguntaban en ese tiempo, son ustedes los que complican las cosas, era lo que había que hacer, uno se casaba para tener hijos pues era el siguiente paso de la vida”. Se casaron por lo civil, en el año 76, rompiendo otra de las estructuras. La familia de mi mamá no quiso venir al matrimonio, solo mi abuelita. Asistieron a un juzgado de un pueblo, quizás Puerres, en el que el juez era amigo y los casó. Llegaron borrachos, incluido el juez y mi abuela, por lo mismo no recuerdan haber firmado, poco después se quemó el juzgado, entonces no hubo cómo validar la unión formal.

Hablando de propiedad privada, lo curioso es que mi papá, con el ahorro de los primeros salarios, había comprado un lote a las afueras de Pasto, casi rural. Primero vivieron en un apartamento encima de un burdel, en ocasiones la gente se equivocaba, timbraba en la puerta de ellos y preguntaban: “¿Hay servicio?” / “No, no. Es el otro timbre, deje dormir”. Yo nací mientras vivían ahí.

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Infancia

Luego comenzó la etapa de: “Compañero, la vida proletaria es dura, busquemos un sitio un poquito menos complicado”. En especial si esperaban visita de la mamá. Entonces se movieron a otra zona, Tamasagra.

Decidieron ahorrar y construir casa propia en el lote que habían comprado, restringieron el aporte al Partido al 10% de los ingresos de cada uno, pero no la dedicación de tiempo, porque, en mi imaginario, le dedicaron más que a la misma Universidad. Es más, aún más que al Partido, su dedicación era a la gente.

Un año y medio más tarde cuando nació Carolina, mi hermanita, estrenamos casa en el barrio Morasurco. Por casualidades de la vida, en el transcurso de los años se convirtió en el barrio en el que la gente de plata empezó a construir sus casas, valorizándolo.

Crecí en una zona donde las familias conservadores del Departamento tenían sus mansiones y nosotros fuimos sus vecinos comunistas eramos los raros. Pero llegó la familia numerosa de un abogado de tendencia liberal y Gabriel, uno de sus hijos, se convirtió en mi mejor amigo,  luego vinieron los otros amigos de barrio donde los grandes cuidaban de los chiquitos.

Pilares de familia

Crecimos bajo el precepto de que la plata no lo es todo en la vida, no trae felicidad, las cosas no se hacen por plata. Mi papá era un asceta. También nos enseñaron a hacer bien las cosas, sin importar de qué se tratara: “Si lo va a hacer, hágalo bien”. Lo que se conecta con algo que admiro profundamente de mis padres, porque mi mamá decía: “quiero educar hombres libres” y “los hijos son prestados”. Esto permitió que mis papás me dieran libertad total para tomar mis decisiones, para crearme un criterio propio, así nunca me sugirieron hacer parte de la Juventud Comunista. Me dijeron: “lo importante es ser alguien en la vida”.

Cuando manifesté querer aprender a tocar guitarra, me llevaron a clases, cuando no volví, no me dijeron nada distinto a: “Pues es su vida”. Igual ocurrió con el Taekwondo, mi papá me llevó a clases, pero un día, terminada la clase a las seis de la tarde, esperé contando los minutos, las horas, pero mi papá se olvidó por completo al encontrarse en una reunión del Partido, entonces afloró mi santandereano, la sangre materna pues mi mamá era de decisiones muy radicales que cuando decía una cosa, no era nada distinto. Mi papá me dijo: “Mijo, se me olvidó”. Le contesté: “Nunca más vuelvo a Taekwondo”. Moría de ganas por volver, pero me quedé en mi punto y como esta perdí cualquier cantidad de oportunidades.

Crecí en la familia más dialógica que conozco, desde que tengo uso de razón lo que decía se tenía en cuenta, nos consultaban el destino de las vacaciones, no como retórica, sino para considerarlo.

No fue fácil ser hijo de mis padres al ser ellos tan fuera de lo común, cuando uno se está formando como niño basa una identidad sobre una estabilidad con la que uno se siente cómodo, pero viví en medio de la ambigüedad de una familia que tiene dos dimensiones en la que los estereotipos regionales pesan. No me sentía tan pastuso ni mis amigos me veían como tal por mi mezcla santandereana, en Bogotá ocurría lo mismo.

Un niño no sabe cómo navegar en eso, tampoco en la ideología política. Las discusiones al interior de la familia materna, próspera, con tíos muy emprendedores, resultaban en que algunas veces los señalaban, los criticaban, los confrontaban, cada uno con una teoría extrema de cómo cambiar el país: mi papá ayudó a construir barrios para gente pobre en Pasto, mi mamá montó las madres comunitarias, nosotros sus hijos ayudábamos a cargar tejas y a cuidar niños, mientras tanto mis tíos generaban empleos en sus negocios.

Cuando tenía siete años mi casa fue allanada por militares a las tres de la mañana. Rompieron nuestras puertas despertando a los vecinos, abrieron los armarios y tiraron la ropa al piso. Le gritaron a mi papá preguntando por armas, lo calificaron de guerrillero vestido de civil y se lo llevaron. Mi papá tenía una biblioteca impresionante, la más linda del barrio, con cualquier cantidad de libros en ruso, eran de Química, y el coronel dijo: “¿Aquí están las pruebas, este es el material panfletario, el manifiesto comunista de Marx, vean: El Capital!” Y lo detuvieron, así ocurrió repetidas veces.

En Pasto se dio una situación muy particular. Como el Partido Comunista estaba en la Universidad de Nariño, tenía un relacionamiento de muy alto nivel con las élites políticas de la región, entonces mi papá era amigo de senadores, alcaldes, y los apreciaban a nivel humano, eran los mismos profesores de la Universidad y éramos vecinos de barrio. Cuando mi papá no llegaba, empezábamos a llamar a los políticos, se prendían las alarmas y a punta de presión política lo soltaban, pero lo alcanzaron a torturar cuando no tenía nada que ver con grupos armados ilegales.

Por supuesto iba a marchas, hacía parte de la estructura del Partido, pero sus clases de Química eran de Química. Si no me dio doctrina a mí, no creo que lo hubiera hecho con sus alumnos. A nosotros no nos llevaban a las marchas, pero sí nos involucraban en las fiestas y por eso conocí, siendo niño, a Jaime Pardo Leal, a Bernardo Jaramillo, a Manuel Cepeda. Hice una reflexión cuando a mis héroes políticos los empezaron a matar.

Fue así como crecí en medio de extremos, de discusiones ideológicas. Mis vacaciones las pasé entre Bogotá y la opulencia de mis tíos, y el campo con vacas, caballos, gallinas y la sencillez de mis otros tíos. Cómo resolver la brecha de inequidad que me era evidente, me marcó muchísimo. Pero también viajamos por fuera del país, estuvimos un tiempo en Cuba, conocimos las playas de Ecuador, fuimos a Tumaco quedándonos en los hoteles más baratos con el fin de ayudar a la familia  humilde que lo había montado. Siempre tuve la aspiración de irme y, como mi papá, pensaba que al graduarme viajaría a la Unión Soviética, pero  el muro de Berlín se cayó antes de que yo terminara.

Academia

Fui un buen estudiante hasta que cumplí diez años, después ya no por lo menos hasta los catorce y está relacionado con los asesinatos políticos: a Jaime Pardo lo mataron una semana después de haber estado jugando conmigo. Mi abuelita murió al año y medio de cáncer. A Bernardo lo mataron muy poco después de haberlo conocido. Esto tiene un impacto, no solamente en mí, sino también en mi mamá, en mi papá, generó una sensación de inseguridad muy grande, cosas que en ese momento yo no entendía.

Mi papá fue al colegio a recoger mis notas, regresó y me dijo: “Andrei, qué vergüenza. El profesor empezó a entregar las calificaciones de la nota más alta a la más baja y salí de penúltimo. No se justifica”. Yo apenas lo miraba. Continuó: “El profesor dice que usted ya perdió el año, que ya no tiene opción, porque perdió todas las materias, todas, menos biología. Diga qué es lo que quiere hacer, porque nadie lo está obligando a estudiar”.

Mi mamá dijo: “Si lo que quiere es hacer plata, lo ponemos a vender el periódico Voz, y le pagamos”. Dije: “No, tampoco”. Era el tercer año que iba mal y me comprometí a recuperar las materias. En el siguiente período me dijo mi papá: “Andrei, usted es un caso perdido, ahora las ganó todas y perdió biología”.

Fui muy malo con la autoridad, cuando se me exigía me recordaba el allanamiento en la casa, entonces me imponía haciendo lo que quería de la manera que yo decidía.

Un recuerdo chistoso del colegio y tuvo que ver con el hecho de no haber sido bautizado, mis papás nunca me hablaron de Dios, pero estudié en un colegio Católico. Cuando escuché por primera vez: “Bueno, vamos a rezar”. Giré y le pregunté a mi compañero: “¿Qué es rezar? / Le vamos a pedir a Dios. / ¿Quién es Dios? / El creador. / Quien me creó se llama Samuel y está en la casa. Yo a ese señor Dios no le rezo”.

Estudié allí por ser el mejor colegio académicamente en Nariño. Tenía como opción el Colegio Ciudad de Pasto, donde había estudiado mi papá y donde me llevó a conocer para generarme conciencia y así responder con mis notas. Tampoco quisieron quitarle un cupo a un niño cuando mi papá podía pagarme la educación. En noveno grado superé la crisis, pero no siendo brillante, me gradué porque tocaba.

Decisión de carrera

Las dos clases que me impactaron mucho hacia el final fueron filosofía con un profesor exigente y pensé en dedicarme a ella. Entonces mi papá me preguntó: “¿Usted quiere ser profesor como yo?” Me asustó, pero terminé siéndolo, sin estudiarla. La otra fue química, también física, pensé que me decidiría por ella, al final no fue así. También me gustó la poesía, y me fue mal en español porque quise escribir poemas y no me dejaban, me hacían aprender los árboles gramaticales.

Aunque quise ser piloto, me encantaba volar, mi libro favorito era Aeropuerto, del que tomé mucha información hasta aprenderme el nombre de todos los aviones.

Al cumplir quince años se me desarrolló un queratocono en el ojo izquierdo. Se trata de una deformación de la córnea que evoluciona muy rápido, así que en menos de un año perdí la visión en un 60%. Como quería ser piloto, pero no de cualquier avión, sino de un F-16, la vida me impidió presentarme a la Fuerza Aérea.

Finalmente terminé estudiando Arquitectura, nada que ver. Tengo varios primos arquitectos, mi mamá quería que fuera ingeniero, así no me lo dijera, consideré ingeniería de petróleos y en toda la confusión dije: “Quiero diseñar mi propia casa”.

Me reuní con un asesor de carrera en Bogotá que me hizo un examen de inteligencia en el que me dijeron: “Mire, usted es casi genio, es decir, puede estudiar lo que quiera. / Pero es que eso no me sirve, necesito tomar una decisión y no sé cuál”.

Así que me presenté a Arquitectura en los Andes y en la Nacional, pero comencé en la Piloto donde hice un semestre preuniversitario, suficiente para darme cuenta de que esta no era mi carrera, pero me permitió ver que me gustaban las sociales.

En ese contexto mataron a Manuel Cepeda, eligieron a Samper y se volvió evidente el hecho de que mi vida había estado definida por toda una discusión política, de qué era lo que el país necesitaba, de cómo se transformaba, y yo conocía la historia del conflicto armado de memoria porque la había vivido en mi casa y la entendía. La respuesta llegó sola, fue muy clara para mí, supe que lo mío era la Ciencia Política.

Universidad de los Andes

Mi vida en los Andes se marca por un episodio que no tiene que ver con la Universidad, sino con mi novia. Cuando me gradué mi novia del colegio se quedó en Pasto, seguimos juntos durante un tiempo, una vez vino a Bogotá los papás decidieron que no era buena idea que se quedara porque estaba pasando mucho tiempo conmigo, entonces la subieron a un avión con destino a Londres. Este personaje, enamorado, cursando cuarto semestre y con diecinueve años, sintió que su vida no era vida. Así fui donde mi mamá a decirle: “Mamá, tenemos un problema. No me puedo graduar de los Andes si no hablo inglés y la única forma de aprenderlo bien es viviendo donde lo hablen, así que me quiero ir para Londres”. Mi mamá, una alcahueta increíble, me preguntó si estaba seguro. Mi papá me dijo: “Yo no quisiera ser el papá de su novia, porque me pego un tiro de saber que el novio la sigue. No le acolito esta decisión, pero como usted se manda solo le digo que si viaja, le daré plata para vivir el primer mes y no lo quiero ver en Colombia antes de un año”. Me dio el tiquete de ida en enero con regreso al siguiente enero y plata para un mes. Me subí al avión y llegué a Inglaterra, decisión que cambió el resto de mi vida.

Inglaterra

Cuando le conté que viajaría, mi novia me dijo: “Necesito un espacio, terminemos”. Todos me criticaron porque decidí que igual viajaría. Lo hice por mí y no la busqué. Llegué completamente solo, pero mi amigo del alma algún día recibió una llamada suya en la que le dijo: “Me enteré que Andrei está en Londres y no me ha llamado. Deme su teléfono”. Él se rehusó hasta que lo convenció. Me llamó, estuvimos un par de meses juntos, pero se devolvió cuando se le acabó el tiempo que le habían dado los papás.

Decidido a quedarme para siempre sobreviví en Londres lavando platos, después como mesero, cocinero, barman, asistente de manager. Estaba feliz porque la universidad era gratuita. Cuando había tomado la decisión de quedarme y no regresar a Colombia, en una llamada que hice a mi casa me enteré de que mi mamá estaba muy enferma lo que la llevó a una jubilación temprana, entonces mis planes cambiaron.

Maestría

Llegué con algunos ahorros y la idea de regresar a Londres. Seguí mi carrera en los Andes, me gradué de Ciencia Política en el 2000. La tesis la dirigió Sergio de Zubiría en filosofía política y fue sobre problemas de alineación en la esfera política contemporánea, que es una lectura de los manuscritos de Marx del año 48. Esto me acercó aún más a los temas de mi papá, más allá del comunismo, como filosofía, como sociología.

Terminé desencantado de la política, quería más, entonces empecé una maestría en la Universidad Nacional en filosofía política, pero no me gustó porque estaba enfocada en filosofía de la mente. En ella aprendí a leer a Espinoza y a otros pensadores, pero no era lo que buscaba, era muy difícil ahondarlo con los profesores de ese momento.

Docencia

Decidí que era el momento de comenzar a trabajar. Me dieron puesto en Popayán como profesor de planta en ciencia política de la Universidad del Cauca. Pasó un semestre y en el segundo semestre comencé a sentirme asfixiado y quise volver a Bogotá donde había dejado a mi nueva novia y donde ya vivían mis papás. Para ese momento estaban construyendo una finca en Anapoima pues el clima favorecía el estado de salud de mi mamá.

Lapingachos

En el 2003 cambié nuevamente mi modelo de vida. Empecé a aplicar, lo hice en la Defensoría del Pueblo, que no salió, pero tampoco me animaba la idea de emplearme. Como mi familia materna es de empresarios, buscando oficio decidí montar un restaurante en sociedad con mi hermana y con mi mamá en el local donde mi tío había tenido alguno.

Buscando América es un cafecito cerca de los Andes, donde el dueño, todo un intelectual, se la pasa leyendo, y quise un concepto parecido, soñaba que mientras montaba los platos avanzaba en mis lecturas, lo que realmente fue imposible de lograr.

Abrimos Lapingachos, restaurante de comida pastusa ubicado en la calle 67 con carrera séptima. Para aprender visité a las abuelitas de mis amigas en Pasto, quienes me enseñaron a cocinar: gusto que heredé de mi mamá. Así inicié como cocinero, pero acompañado por una señora que me apoyaba. Lapingachos, con los años, se convirtió en una pieza muy importante, fue el punto de partida en Rodeemos el Diálogo, en él se hicieron los desayunos de paz.

Ocho meses después se dio una crisis, así que le mostré los números a mi mamá con la idea de vender, pero ella me dijo: “Un negocio se vende cuando está bien, no cuando está quebrado. Me da mucha pena, pero si usted no es capaz de sacarlo adelante, lo haré yo”. Así que durante unos años dictaba clases en el Externado y administraba Lapingachos, hasta que los sacamos adelante.

Reino Unido

Al mismo tiempo que abrí el restaurante había iniciado una especialización en los Andes sobre teoría y resolución de conflictos armados, luego hice una maestría en estudios de guerras contemporáneas y estudios de paz, para lo que apliqué a la beca Chevening del Consejo Británico que me gané. Para llevarme a mi novia, me casé.

La tesis de la maestría fue sobre la Unión Patriótica – UP. Cuando tomé una clase sobre genocidio, mi profesor me preguntó por qué quería abordar ese tema. Había quedado en blanco escuchando a mis compañeros hablar sobre lo que había ocurrido en Sierra Leona, en Ruanda, entonces, cuando llegó a mí, le dije: “Es que mis papás son sobrevivientes de un Partido Político en el que mataron a la mayoría de sus simpatizantes. Por lo mismo, quiero saber si eso es un genocidio”. Me respondió tajante que no, según la convención de las Naciones Unidas los grupos políticos no pueden ser víctimas de un genocidio. Y se convirtió en mi director de tesis.

Comenzó mi investigación para lo que recolecté información. Al final mi profesor me dijo: “Usted ha hecho un trabajo serio, ¿quiere estudiar el doctorado?”. Tenía la expectativa de quedarme, entonces apliqué. Estudié becado en la Universidad de Sussex, en Brighton al sur de Inglaterra, la ciudad más liberal, de veganos, de gente de mente abierta. Volví a enseñar y me concentré en mi tesis cuyo tema fue la Unión Patriótica.

Pronóstico reservado

Terminé en el 2011, hecho que conecta con un momento muy difícil. Me había divorciado y mi mamá estaba padeciendo un cáncer terminal que hizo metástasis y con pronóstico de muy pocos meses de vida. La había visitado en diciembre del 2010, y le pedí un favor: “Cuando sientas que te vayas a morir, por favor avísame porque quiero abrazarte y despedirme”. Subí al avión llorando, no así mi mamá, propio de su temple, de su fuerza.

Mi mamá me llamó el ocho de marzo, cuando debía dictar una conferencia en los Estados Unidos. Me dijo: “Mijo, llegó la hora”. Colgué el teléfono y compré pasajes. Al día siguiente, cuando me disponía a subir al avión, recibí una llamada de mi papá: “Andrei, vaya a la conferencia primero, no se apresure”. Pero no quise, porque primero el uno que el dos.

Llegué a Colombia el nueve de marzo y mi mamá murió el quince, de haberme ido a la conferencia no la hubiera visto. Casi que jugué el mismo rol que jugó mi mamá con mi abuelita, de acompañarla y despedirse. Cerramos este capítulo de una manera única. El día en que mi mamá murió, terminé junto a ella mi tesis doctoral. Mientras la llevaban escribí las últimas tres frases y envié el correo a mi director con la nota: “Mi mamá acaba de morir hoy. Esta es mi tesis, no espere más de mí”.

Regresé a defender tesis en mayo y logré que no tuviera comentarios ni revisión alguna, lo que equivale a laureado en Colombia. Decidí que tenía que regresar para acompañar a mi papá, para cerrar un tema que sentía había quedado abierto.

San Vicente del Caguán

Era septiembre de 2011 cuando me instalé en la casita de mis papás en Anapoima, donde permanecí con planes de regresar al Reino Unido en el 2012. En ese momento un amigo me llamó a decirme: “Tengo una consultoría sobre articulaciones sociales en territorio, por lo que hay que ir al Caquetá y eso es bravo por allá: San Vicente del Caguán, las FARC. Pero como usted ha hecho esos temas de investigación…”.

Aprendí lo que no está escrito, estuve en Los Pozos, en San Vicente, en San Juan de Lozada, todas zonas complejas. Corría el rumor de una posible negociación, pero no era claro qué estaba pasando entonces indagué cuanto pude. Solo que los temas estaban blindados, eran súper secretos. Me filtraron una información en 2011 en Londres, pero no en Caquetá, porque ahí de eso no se hablaba. Tenía conocimiento de apenas unas pocas cosas.

Salí con la idea de regresar al Reino Unido, pero antes de montarme en el avión el presidente Juan Manuel Santos anunció el proceso de negociación con las FARC, dijo que empezarían conversaciones formales. De inmediato pensé: “¡Qué estoy haciendo!”. Pero tenía que viajar.

Reino Unido

Llegué como profesor de la clase Construcción de paz en Sussex. Hablando con algunos amigos montamos Académicos británicos por una Colombia en Paz. En paralelo otro grupo se reunía con la idea de apoyar la construcción de paz desde la sociedad civil, pero no sabíamos cómo hacerlo. Pensamos en rodear el diálogo de alguna manera, en contactar a amigos para conversar y así avanzar. Me llamaron cuando estaba organizando una conferencia para el 26 de octubre del 2012 y fue la primera conferencia que se hizo en el mundo sobre el Proceso de Paz en Colombia. Decidimos entonces lanzar la idea en ese espacio para convocar a rodear el diálogo.

Seguí haciendo investigación sobre Colombia, buscando contribuir a la política pública en construcción de paz, al tiempo en Rodeemos el Diálogo como una apuesta de la sociedad civil que desde sus propias experiencias se propuso apalancar el proceso de La Habana. Así, entre septiembre del 2012 y diciembre del 2013, trabajé en estas dos iniciativas, monté conferencias sobre el proceso abriendo espacios.

Rodeemos el diálogo

En agosto del 2013 hicimos el primer conversatorio de paz con un invitado especial quien había sido embajador del Reino Unido en Colombia para hablar de la negociación en La Habana, y Gwen  Burnyeat participó como asistente. Gwen y yo empezamos a salir (a escondidas) a los dos meses.

Comenzaron una serie de ejercicios que enviábamos a la mesa de diálogos. Pero también comenzó mi transformación, la de un académico tradicional que se convierte en actor de la construcción de paz.

A finales de 2013 padecí una duda existencial. Estaba afiliado al Centro de Criminología de la Universidad de Oxford donde hacía investigación sobre justicia transicional y estaba terminando mi primer libro, Genocidio, Geopolítica y Redes Transnacionales, cuando me empecé a cuestionar por lo que debía seguir. Sin tenerlo claro, quería aportar, sentía una deuda pendiente con mis padres, entonces decidí regresar al país.

Tomé un avión con Gwen y con mi papá, y me devolví a Colombia sin trabajo, sin tener nada, sin saber a qué llegaba. Mi familia me preguntó: “¿A qué vino? / A montar Rodeemos el Diálogo. / ¿Eso qué es? / Ya vamos a ver”.

Como Rodeemos en Londres era de alto nivel: conferencias con el London School of Economics, conversatorios en Canning House, pensé que en Colombia nos abrirían todas las puertas, que lograríamos cooperación internacional, pero nada ocurrió porque no contaba con contactos. Entonces nos reunimos a hacer desayunos en Lapingachos.

Con Gwen, que trabajaba con la comunidad de paz, se nos ocurrió hacer desayunos con chocolate  de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó acompañado de un tamal nariñense, para servirlos en la mesa de un bogotano. Alrededor de la comida unimos dos regiones diferentes afectadas por la violencia.

Ese fue el inicio de ciento sesenta desayunos presenciales en este pequeño restaurante en la 67 con séptima por el que pasaron Victoria Sandino, Mauricio Rodríguez, Carlos Holmes Trujillo, entre muchos otros. La clave era la moderación, la idea del diálogo en medio de muy buena energía. Lo que había aprendido en mi casa emergió como un principio, como un pilar.

Vimos claramente que lo que hacíamos estaba basado en seis principios: venimos a dar lo mejor de nosotros, a escuchar al otro con respeto, a ser honestos, a decir lo que pensamos, a ser solidarios, a ser corresponsables, a ser autocríticos.

Este es el corazón de Rodeemos el Diálogo que atrae a cualquier número de personas que se suman a la causa. Creció como un termitero porque ahora son más de veintidós equipos esparcidos con una membresía fluctuante entre ochenta y ciento veinte personas que trabajamos en la construcción de paz alrededor del mundo.

Stella Cano me invitó a que hiciéramos algo en el Club del Comercio de Pereira para involucrar a la gente, luego fui a Pasto, a Monterrey, Casanare, sitios remotos a los que no iba casi nadie. Así sumamos más de diecinueve municipios durante la campaña del Plebiscito, donde las mismas organizaciones sociales nos llamaban para que hiciéramos la pedagogía que el Gobierno no había hecho. La nuestra fue dialógica emocional, porque no adoctrinábamos, no dábamos cátedra, sino que involucrábamos al individuo invitándolo a enamorarse de la paz.

Los sindicatos hacían vaca para enviarnos los pasajes. Los concejales de Algeciras, Huila, organizaron una sesión de doscientas cincuenta personas en un salón comunal en el que preguntamos quiénes votarían por el No: respondió el 90% de la gente. Entonces comenzamos el ejercicio de explicar cada uno de los puntos, proyectamos la película de Gwen, Chocolate de Paz, recogimos sus preguntas y las respondimos una a una. Fueron noventa y nueve que Gwen clasificó por temáticas, explicamos como lo sabemos hacer los académicos, con hechos concretos, fácticos pero con el corazón. Después de dos horas repetimos la pregunta y el 80% se quedó con la mano abajo.

El día del plebiscito armamos una fiesta porque creíamos que el SÍ ganaría con el 60%, como mínimo. Cuando, como experto recibí una llamada de la BBC, me preguntaron: “¿Con cuánto gana el SÍ?”. Dije: “Para no ser muy optimistas, gana con el 60%”. Uno de los días más tristes de mi vida fue ese, lloré hasta por mi mamá, y pensé: “Menos mal mi mamá no vive para ver esto, se le hubiera roto el corazón”.

Nos quedó grande la paz. Lo que estamos viviendo ahora lo tuve claro desde ese momento, porque supe que todo se iba a descuadernar. Al día siguiente, tan pronto desperté, consulté mi celular en el que encontré un mensaje: “Profe, seguramente debe estar muriendo de tristeza, pero si en algo le podemos contribuir en alegría, sepa que en Algeciras, ganó el SÍ”. ¡Qué diferencia tan enorme hubiera hecho el contar con más recursos!

Hablé con Gwen para decirle que una vez superado este tema me iría para Londres, porque mi trabajo no lo hacía pensando en mi futuro, sino para ayudar a un propósito concreto en beneficio del país. Pero el resultado cambió el panorama y quise ayudar a la renegociación, ayudar a volcar al país para que no se devolviera a la guerra. Aporté hasta lo que estuvo a mi alcance.

Cuando se refrendó vía Congreso, terminé de escribir mi libro de cómo ganó el No, el que había iniciado en Anapoima motivado por el comentario de alguien en uno de los desayunos. El triunfo del NO fue publicado el 6 de diciembre de 2016. Si bien es un libro riguroso en la lectura de los artículos, no es tan académico, y contiene un mensaje emocional muy potente.

Mientras se daba el cambio de gobierno me quedé pensando en que la mejor defensa que se podía hacer del acuerdo era trabajar para que ojalá llegara un gobierno de transición que continuara con su implementación. Me puse un nuevo plazo, agosto de 2018, y me iría sin importar lo que ocurriera.

Mientras se daba todo esto enseñé en los Andes, trabajé en el Centro Nacional de Memoria Histórica, en Cooperación Internacional, con la OIM, es decir, participé en varios proyectos de cooperación para apalancar el proceso de paz.

En 2017 recibí una llamada de la oficina del Alto Comisionado para la Paz para invitarme a implementar la pedagogía que exponía en mi libro. Para ese momento Gwen iniciaba su tesis doctoral en la oficina del Alto Comisionado y produje la canción que llamé La Confianza, que hicimos con el Cholo Valderrama, Andrea Echeverry, Ahiman y Andres Mendiola y que me mueve el corazón cada vez que la escucho.

La política es compleja, no logramos los apoyos que requeríamos y se presentaron obstáculos de cooperación internacional. Cuando ganó Iván Duque escribí para La Silla Vacía, donde expuse la importancia de seguir defendiendo el acuerdo, dije que por más que quisieran desbaratarlo tenía unas raíces que no podrían arrancar y que tendríamos que proteger. El artículo lo publicaron el día que viajaba a Camboya a dar una conferencia sobre temas de construcción de paz.

Matrimonio

Me invitaron a quedarme para hacer el empalme con el Gobierno de Duque, pero honesto a los principios de mi mamá, agradecí, cerré y me fui de Colombia casado con mi novia Gwen.

El matrimonio se llevó a cabo en abril de 2018, un día antes del lanzamiento de mi libro en español sobre la UP en la Feria del Libro. Gwen salió del país el 25 de agosto y yo lo hice el 6 de septiembre  con profundo dolor.

En Inglaterra Rodeemos el Diálogo casi que había desaparecido porque los integrantes se habían regresado a Colombia a trabajar por la construcción de paz. Entonces me tomé unos meses de vacaciones, aunque Gwen dice que no fueron meses, sino tres días.

Instituto de las Américas

Fui invitado por la UCL a convertirme en investigador social asociado al Instituto de las Américas donde hice una conferencia de lanzamiento para inaugurarme en el cargo que se trató de las enseñanzas en Rodeemos el Diálogo para la construcción de paz. Muchos de los asistentes nos animaron a montarlo en el Reino Unido.

En diciembre hicimos una pequeña tertulia, en enero el primer evento público y empezó a tomar una fuerza muy grande en Londres que nos llevó a ser una organización transnacional que tiene jurisdicción europea con centro en Londres y un equipo desplegado en Colombia en Bogotá, Cali y Nariño.

Mi compromiso no es por un salario, sino por transformar el mundo, porque la plata para mí no es importante, tengo muy claro que la plata no es nada.

Hice una investigación sobre memoria y reconciliación en Colombia para la Universidad de Bristol, con los profesores Matthew Browny Julia Paulson. Luego hice una consultoría en Positive Negatives, una organización que trabaja en hacer novelas gráficas, comics, donde el primero fue sobre la implementación del punto 4 en el Putumayo. Ahora ayudo a producir un video, la primera animación sobre la implementación del punto 4, pero en Nariño, que hemos llamado La Paz Incumplida.

Universidad de Winchester

Tengo un trabajo estable en el Centro de Religión y Paz de la Universidad de Winchester desde donde estamos conversando. Cuando vi el cargo antes de aplicar pensé: “Centro de Religión”, y no supe cómo aplicar.

Mi papá inició en el seminario y terminó en el Partido Comunista. En mi caso soy un ateo en un centro de religión. Pero se trata de “una Universidad comprometida con nuestros principios, y estamos buscando a alguien que encarne la compasión”. Estos compaginan con los principios de Rodeemos el Diálogo. Lo que me gustó, me cautivó. Luego supe que la aproximación a la religión es más desde el budismo y el hinduismo para reflejar una perspectiva multicultural, porque de inmediato uno se imagina que hablan de la religión católica.

Cuando me presenté a entrevista lo hice con barba porque suelo dejármela en invierno, entonces pensé que podría ser razón para que no me aceptaran, pero el director del centro tenía una tres veces más larga que la mía, también quien lo acompañaba.

Se trataba de alguien que había fundado St Ethelburga’s  en Londres, un centro de reconciliación y paz con el que habíamos hecho una alianza en el 2012 y 2013, luego fueron facilitadores de espacios para aprender sobre el tema de construcción de paz. No nos conocíamos, pero teníamos toda la referencia.

El señor se iba a retirar de su cargo y buscaba quien lo reemplazara, lo que me pareció muy triste, pues quería tener la oportunidad de trabajar con él, tal como se lo manifesté. Ahora somos muy buenos amigos, él trabaja en el centro y mi responsabilidad es la reconciliación y construcción de paz con apuestas en Afganistán y en Colombia con el ELN y con jóvenes.

Proyección

No pienso mucho en el futuro. Filosóficamente me ubico en una línea entre el Taoísmo y el Zen. Creo que lo que viene en la vida es lo que la vida traiga, y que estará en función de construir un mundo mejor: consumiendo menos, reciclando más, valorando el azar más, para no aspirar a ser perfeccionistas.

No creo en la eficiencia, eso de hacer yoga para trabajar más, el afán y tantos aspectos que nos alejan de nosotros mismos, que no son sinónimos de ser mejores seres humanos, que no nos llevan a lograrlo.

Espero que lo que esté por llegar sea para construir relaciones empáticas, como este tipo de conversaciones. Espero también que la vida me sorprenda para poder dar lo mejor de mí mismo en lo que surja.

Su esposa

Durante mis últimos años, Gwen ha sido mi compañera, mi amor. Ella tiene un amor que inspira. Es una persona brillante, un pilar fundamental en mi vida. Sin ella no habría arriesgado a escribir mi próximo libro en inglés. Gracias a ella lo sigo haciendo.

Pienso que los hijos vendrán si los trae la vida. Hay un proverbio hindú que dice: “cuéntale los sueños a Dios para que él se ría en tu cara”. Creo que sobre este tipo de temas uno no puede hacer planes, lo mejor es dejar que sea lo que la vida quiera.

¿Cómo quiere ser recordado?

Realmente no sé. Como sea más sencillo. Como le surja naturalmente a quienes lo hagan. Quizás como una persona que puso el corazón en lo que hizo.

¿Qué le gusta dejar en los otros?

Una idea genuina, sin vender simulacros.

¿Cuál es su sentido de la existencia?

Fluir y rodear.

¿Cuál debería ser su epitafio?

Déjalo fluir.

Por Isabel López Giraldo

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Martha(44144)06 de octubre de 2021 - 02:07 p. m.
Que vida tan alucinante. Lo imagino como un hermoso ser humano.
  • Eduardo(52171)07 de octubre de 2021 - 02:51 a. m.
    Tienes razón, una vida a los bandazos que encuentra su cauce finalmente. Admirable!
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