Andrés Castañeda y las cosas que se quedan por decir
“Epitafio” contiene siete cuentos en los que personajes miran de frente a la muerte. La poesía y la música son relevantes para la escritura del autor.
Andrés Osorio Guillott
Tal vez la siguiente respuesta le dé mucho sentido a la pregunta de por qué Andrés Castañeda decidió escribir: “Siempre he sentido fascinación por las cosas que se quedan por decir. Cuando tenía 18 años se murió mi papá y siento que quedaron muchas palabras pendientes. Cuando tenía once años se murió mi abuelo y me lamenté por no haber tenido el tiempo de crecer y madurar para tener muchas conversaciones con mi abuelo sobre bastantes temas. Esa imposibilidad de tener charlas que se quedaron ahí, que se mueren y nunca van a ser siempre me fascinó”.
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Tal vez la siguiente respuesta le dé mucho sentido a la pregunta de por qué Andrés Castañeda decidió escribir: “Siempre he sentido fascinación por las cosas que se quedan por decir. Cuando tenía 18 años se murió mi papá y siento que quedaron muchas palabras pendientes. Cuando tenía once años se murió mi abuelo y me lamenté por no haber tenido el tiempo de crecer y madurar para tener muchas conversaciones con mi abuelo sobre bastantes temas. Esa imposibilidad de tener charlas que se quedaron ahí, que se mueren y nunca van a ser siempre me fascinó”.
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A Castañeda le había interesado el periodismo, pero se dio cuenta de que podía y quería escribir para otros espacios, que podía leer y escribir a un ritmo menos frenético, más acoplado a sus preguntas y obsesiones, y no al afán de la coyuntura y la primicia. Y decidió escribir, quizá, porque justamente siempre se queda algo por decir, porque una especie de necesidad, tal vez también la nostalgia, lo empujan a expresar aquello que falta, haciendo de las inquietudes y de algunos vacíos los motores para no abandonar las hojas en blanco que esperan hasta que siente que la historia sobrevivió al tiempo, a la memoria y a las vueltas que le dio para poder definir si merecían o no ser escritas.
Epitafio, libro de cuentos, es el reflejo de la importancia que tiene la escritura para él. Fue ese oficio el que prácticamente lo salvó y lo sacudió. Siete historias que rondan la muerte y la miran de frente, siete historias que vienen de tiempo atrás, que no son de ahora, y que son también los testimonios de pensamientos, recuerdos y referentes de épocas en las que la vida se hizo más pesada.
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¿Por qué tocar el tema del suicidio?
Siempre escribí como ejercicio, pero cuando construí esos cuentos estaba saliendo de una etapa muy difícil en la que consideré seriamente la posibilidad de suicidarme. Eso fue hace ya diez años. En ese tiempo no existía esa consciencia alrededor de la salud mental y el suicidio. Eran temas que no podía hablar con alguien porque si lo hacía me tildaban de loco o emo. Entonces escribir fue la vía que encontré para sacar esas ideas. En los primeros ensayos que hice, que no sabía si serían cuentos o no, había personajes que se morían. Y uno de esos primeros textos fue precisamente Epitafio, en el cual el personaje decide quitarse la vida porque no quiere llegar a un punto donde no pueda valerse por sí mismo. Fue una forma de sacar esos pensamientos que me estaban acechando. Y también fue algo fortuito. Unos cuentos salieron, otros no, a otros les di muchas vueltas y en el tercer o cuarto texto me di cuenta de que todos iban por la misma onda y dejé que salieran. No es que haya pensado en escribir un libro de cuentos sobre gente que se enfrentara a la muerte.
¿Cómo se termina de construir o consolidar la relación con la escritura?
La escritura depende mucho del momento y de cada persona. Lo que le sirve a alguien para escribir no le sirve a todo el mundo. A mí lo que me sirve es pensar en las historias que se me vienen a la mente, dejarlas como quietas, sin tocarlas, sin escribirlas y ver si me empiezan a hablar. Si empiezo a pensar constantemente en ellas, a plantear situaciones y a tirar el hilo para saber por dónde va la historia, sé que me puede funcionar y me siento y trato de escribirlo, porque escribir es un tema de tratar, de un ensayo y error, de saber que uno puede equivocarse constantemente o de crear narraciones que nunca va a terminar o que se contarán en otro momento de la vida y se quedarán en remojo. Mi relación con la escritura tiene que ver con que antes era apenas un ejercicio de sacar a flote cosas que pensaba.
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En el cuento “Epitafio” uno de los personajes dice que “el amor es la muerte”. ¿Qué puede decir de esa frase?
Nosotros como occidentales tenemos una visión de la muerte bastante trágica, y claramente el dejar de existir supone una tragedia, pero muy posiblemente es una tragedia para los deudos, para las personas que se quedan, los amigos, la familia, pero no sabemos en realidad qué significa para quien fallece o trasciende, eso depende de la creencia religiosa o espiritual, que ha sido un tema complicado en mi vida. Ese tipo de frases tan oscuras responden al momento de la vida en el que la escribí. En ese momento entendía el amor desde el dolor, que el amor tenía que sentirse como una puñalada en el pecho. Ya es otro momento, estoy en una relación en la cual el amor es un montón de cosas más, donde ya no siento que debo apuñalarme para saber si estoy amando o no de verdad. Ese cuento particularmente responde a esa época donde creía que amar era morirse un poco, que no hay nada más intenso, no importa si es bueno o malo, que sentir amor.
En el libro varias veces se habla de la redención. ¿Cree que el humano ve este tema como una necesidad?
También tiene que ver con el conflicto de la espiritualidad que mencionaba hace un rato. Siempre estuve muy alejado de los preceptos religiosos de mi familia. Pero siempre me ha parecido fascinante la idea de redimirse. Es una constante de la humanidad y es un concepto que trasciende lo religioso. Hablar de la redención en los personajes es darle cabida a ese conflicto con la religión y qué pasa si soy ateo toda la vida y preguntarme por lo que está después de la muerte.
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En el cuento “Antonella y el mar” uno de los personajes dice que a veces los poemas son premoniciones. ¿Usted qué piensa de eso?
En ese cuento en particular lo que yo escribo tiene referencias de lo que he escuchado y he visto. Ese texto es un homenaje a Alfonsina Storni, pero también a Violeta Parra y Mercedes Sosa (el personaje se llama Mercedes Parra), que son dos personas que me gustan muchísimo por canciones como Alfonsina y el mar y Gracias a la vida. Lo que dice el personaje tiene mucho que ver con que las obras tienen tantas interpretaciones como personas que las escuchan y las leen, pero quienes las escriben tienen intenciones y lo hicieron en un momento de su vida en lo que eso significó algo. Uno escucha Gracias a la vida y dice qué canción tan bonita, pero Violeta Parra lo escribió con un dolor inmenso que ella ya no soportaba, la excedió y un año después la llevó a suicidarse. ¿Quién iba a imaginar que esa canción es la premonición de un suicidio? Quería que esa opinión fuera de ella, pero también algo mío.
¿Por qué ese elemento de lo místico o paranormal tan presente en sus cuentos?
A mí siempre me ha gustado mucho el terror, lo paranormal. Es una de las cosas que me ha conflictuado. Cuando tenía veinte años era punk, anarquista y ateo. Y decía: bueno, soy ateo, pero a la vez me fascina el tema de los fantasmas y eso supone aceptar que existe un mundo espiritual, y había mucho conflicto. En “Epitafio” hay una escena donde la muerte le habla al personaje y la ve proyectada en la pared. Eso tiene que ver con algo que me pasó de niño: no sé si eso sucedió, pero cuando tenía como cuatro o cinco años y vivía con mi familia en Chía, veía una imagen en la pared que me hablaba y me decía cosas y me asustaba. Era muy probable que yo me lo hubiera soñado varias veces. Incluso recuerdo que una vez llegó mi mamá y todavía lo veía y me decía que me iba a morir y me iba a quedar solo. Entonces, cuando estaba escribiendo ese cuento pensé que podía ejemplificar cómo el personaje estaba atormentado interiormente.
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Hablemos de sus referentes. Ya ha mencionado algunos, pero en el libro por ahí se menciona a Edgar Allan Poe. ¿Qué otros hay?
Hay un poema de Pessoa que dice que hay un país en el que ser feliz consiste simplemente en ser feliz. Ese tipo de frases me llegan un montón. A veces uno se enreda mucho la vida con cosas que no necesita. Borges es un escritor al que uno tiene que volver cada tanto como para saber que cabe el mundo en un libro. Era brillante. Uno se quiere ir a vivir a los cuentos de Borges. “El Sur” es un cuento muy bonito, y leí que era uno de sus favoritos. Saramago también me gusta mucho. Es profundamente humano y doloroso. Describe el alma humana en cosas cotidianas y logra construir escenas que lo tocan a uno. Pero también hay que decir que muchas de mis referencias están en la música. Si no fuera porque en 2005 un día prendí el televisor y vi un video de Los Ramones no estaría aquí, porque escuchaba heavy metal y es un género que tiene una estructura melódica muy elaborada. Los fraseos, punteos, la voz; uno siente que debe practicar como dos años y medio para tocar una canción. Y Los Ramones me llevó a los Sex Pistols, a Misfits, y esas me llevaron al punk en español, al punk colombiano y mucho de lo que hago en el día a día tiene que ver con la música, con esas bandas que te hablan.
Es una pregunta recurrente porque creo que a todos nos ha obsesionado en su momento esa dualidad, y en el libro está presente: ¿qué decir entonces del recuerdo y el olvido?
El olvido es algo inevitable. En 200 años no sabrán quienes fuimos nosotros. En 500 años habrá libros que serán irrelevantes. Los artistas en general, aunque le apuesten todo a vivir por fuera del sistema, a ser insurgentes, siempre serán presas del ego porque siempre quieren ser recordados. Y una de las primeras cosas que debemos entender como seres humanos es que la muerte física y el olvido son dos cosas que sucederán. La única manera de combatir un poco ese olvido es dejando una obra.