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Andrés Nanclares: “La novelística colombiana está corroída por lo kitsch”

Entrevista con Andrés Nanclares, autor de “El Minervista”, libro que nos regresa a la época del Bogotazo.

Andrés Osorio Guillott
02 de febrero de 2022 - 02:00 a. m.
Andrés Nanclares reconoce que autores como Herman Hesse influyeron en  su escritura.
Andrés Nanclares reconoce que autores como Herman Hesse influyeron en su escritura.
Foto: Juliana Echeverri
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“Sin ánimo de molestar a nadie en particular, creo que la novelística colombiana, con una o dos excepciones, está corroída por lo que Milán Kundera denomina lo kitsch. Las grandes editoriales, a través de su cerrada red de preferencias, están posibilitando la expansión de esta ola. Lo que allí se publica determina el gusto literario liviano que se detecta en la gran mayoría de los lectores. Y por eso lo kitsch se está volviendo un tic, algo que sirve de rasero para apreciar, como “buena”, una obtusa obra literaria”, dice Andrés Nanclares, autor de la novela El minervista, una obra en la que el oficio de Boris Nicot, personaje principal, su lucha con las voces que cuestionan su moral y su particular costumbre de recoger y coleccionar colillas de cigarrillos se convierten en elementos que enriquecen una historia llena de metáforas y polisemias.

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¿Por qué escoger el oficio de minervista para el personaje principal?

No supo Joyce por qué Leopoldo Bloom, el de Ulises, tuvo que ser un agente publicitario. Y Kafka tampoco se dio cuenta del momento en que vino a su máquina de escribir Gregorio Samsa, el viajante de comercio que un día despertó convertido en un escarabajo. En cambio, Cortázar sí eligió, porque quería hacerle un homenaje al jazzista Parker, que Johnny Carter, el protagonista de “El perseguidor”, fuera un saxofonista.

Yo también creo saber por qué le asigné a Boris Nicot el ya extinguido oficio de operario de una vieja minerva de pedal. Pero tampoco estoy tan seguro, como sí lo estaba Cortázar en su caso. Puede ser que esa imagen me haya venido del inconsciente, atada a una imborrable reminiscencia.

La verdad es que Boris Nicot se hizo minervista por azar y por acaso llegó a las páginas de El minervista. Fue el destino el que lo puso a hacer esa tarea dentro de este libro. Este aparato, en otros tiempos, se utilizó para imprimir tarjetas de presentación personal e invitaciones a matrimonios. Mediante la fuerza derivada de un pedal, el operario conseguía, después de acomodar en el sitio preciso la hoja en blanco, que el tímpano y la platina presionaran un cliché de plomo entintado y que, a su vez, este molde estampara el texto sobre la hoja en blanco.

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Si se acude a una metáfora para tratar de descifrar un aspecto de la existencia de Boris Nicot, podría pensarse que el protagonista de la novela, en el lapso de sus días de esperanza y sus horas de desesperanza, sintió y temió que iba a ser sometido paulatinamente, como la hoja en blanco entre los herrajes de la minerva, al drama del aplastamiento de sus sueños y sus talentos. Y quizás por eso, me aventuro a decirlo, quiso dejar a un lado el oficio del que sospechó que a la larga le haría daño. La minerva es una alegoría de esa suerte de ocupaciones que se ha inventado la sociedad para humillar a la gente a través de sus esclavistas.

¿Por qué alternar la historia del personaje con el contexto histórico previo al Bogotazo y posterior a la dictadura de Franco en España?

Mi interés por estas dos secuencias de la historia, como el ciudadano que no soy, es de una intensidad equivalente a la de quien padeció o se enteró a posteriori de esos acontecimientos.

Pero mucha mayor atención despierta en mí, como autor, la clase de ser humano que esos dos períodos “crearon” en ambos países. Para dar cuenta de una de estas “creaciones”, he escrito El minervista. La obra se sale de las estructuras narrativas convencionales y por eso creo que su pregunta tiene relación con la arquitectura de la novela.

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Pues bien. La obra está armada sobre un juego de puntos de vista. Uno de ellos, da cuenta del telón de fondo que existía cuando Boris Nicot vivió. Ese contexto histórico –la Guerra Civil Española y la Violencia en Colombia-, está narrado desde la perspectiva del punto de vista de la tercera persona omnisciente. No hay allí, para no caer en el panfleto, como es apenas obvio, ningún juicio de valor sobre hechos, circunstancias y participantes en estas dos confrontaciones políticas.

Por otro lado, lo que se relaciona con las acciones y episodios cotidianos que Boris Nicot desarrolla y afronta en los dos últimos días de su vida, los expone el narrador, utilizando para ello el punto de vista de la visión única en tercera persona, a lo largo de diez cortos capítulos de la obra.

¿Por qué esa obsesión de Boris Nicot, el protagonista de la novela, por recoger y guardar en su alcoba tantas colillas de cigarrillo?

Ese es el acontecimiento extraño que altera la lógica de la cotidianidad del personaje. Ese dato explicitado, pero no explicado, es el motor de la narración. ¿Por qué eso? El minervista es una historia bifurcada y fragmentada. Tiene dos recorridos: uno visible y otro imaginario, o ficcional, por así decirlo. Como expresé antes, hay en él un relato visible, real, y otro escondido, secreto, que surge de la relación que el lector hace de los elementos constitutivos de ese relato real.

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La lógica con la que se lee este otro relato, el imaginario, es la de la conjetura, la de lo ambiguo. Hasta el momento del cierre de la historia la novela le propone al lector dos caminos: uno real y otro onírico. Uno visible y otro invisible. Le toca al lector definir cuál de los dos es el que lo conducirá al vasto y enriquecedor mundo de la conjetura.

Lo cierto es que El minervista se resiste a que los hechos visibles, reales, que en él se narran, puedan generar una única historia imaginaria. Confío en haberle infundido a este texto una suficiente dosis de polisemia.

Sigo con el perfil sicológico del personaje. Observo que gran parte de su obsesión proviene de la voz que le habla en su mente. ¿Por qué se da esa confrontación entre delirio y realidad en el adentro del señor Nicot?

Las respuestas de Boris Nicot, son evasivas. Unas veces se hace el sordo. Otras, malinterpreta. O no contesta. O se ríe. O hace un gesto inescrutable. Ese diálogo entre Boris y la voz oculta, tiene dos niveles de significado. Debajo del significado superficial, hay un significado real. Pero no sabemos cuál es.

Hay ahí un dato secreto. No puede saberse si esa voz hace mella en él, en su voluntad, o si, por el contrario, genera en él indiferencia. Pero, de todas maneras, sus respuestas adquieren la entidad de un elemento adicional que debe ser utilizado, por el lector, a la hora de “crear” sus conjeturas sobre el sentido de esta historia.

Juan Roa va adquiriendo protagonismo a medida que avanza la novela. ¿Por qué darle esa relevancia a este personaje? ¿Qué piensa de la importancia que se le ha dado a este personaje en la historia del Bogotazo?

El encuentro casual de Boris Nicot con Juan Roa es parte de las secuencias de la causalidad real del relato visible. Lo mismo que el hecho de haberle regalado a Roa, quien aún no había sido sindicado del asesinato de Gaitán, el libro Los dioses atómicos. Podría pensarse que Boris Nicot quería compartir con Roa su inclinación al misticismo o al ocultismo. O podrían conjeturarse muchos más motivos. En la novela, esas acciones quedan en el terreno de lo cifrado, de lo hermético.

En la obra, se menciona la poesía de John Keats y también los Himnos de la Noche de Novalis. Igualmente, se hace referencia a “Humo”, un relato de Faulkner. Pero, además, se trae a cuento Las hilanderas, uno de los más famosos cuadros de Velázquez. ¿Por qué acudir a estos referentes culturales para tejer el perfil existencial de Boris Nicot?

Debe recordarse que la vida de Boris Nicot no era vacía. Él tenía “gente en el zarzo”, como se dice. Había comenzado a estudiar letras en la Universidad de Barcelona y la guerra civil lo obligó a emigrar a Colombia. Atrás tenía sus lecturas y había pensado escribir su tesis de grado en torno a la poesía de Keats. No resulta extraño, por esas circunstancias, que además de la poesía y la prosa, también apreciara la pintura. Las hilanderas de Velázquez, en la medida en que le recuerdan la imagen de sus padres muertos, tenían para él un importante significado. De ahí que, en su delirio, fuera al bar El molino, donde estaba colgada una copia en tela de esa pintura, y se quedara todos los días un buen tiempo mirándola.

Puedo estar equivocado. Pero durante la época en que se desarrolla El minervista, no se hablaba de personajes que tuvieran el conflicto interior de Boris Nicot. ¿Por qué atribuirle al personaje esa especie de delirio o esquizofrenia?

No se han novelado estos personajes. Pero sí los hubo en Colombia. En 1943, o por esos años, se publicó aquí una novela, Babel (Jaime Ardila), en la que se narra la vida de un joven de una mente indómita e inclasificable. Pero lo cierto es que, al menos en Colombia, los escritores han descuidado este filón historias que la condición humana les ofrece en su propio patio.

No sólo en Europa y Estados Unidos se dieron personajes de la estirpe de Wakefield (Hawthorne), Bartlebooth (Perec), Harry Haller (Hesse), El Ruletista (Cartarescu) o el Locus Solus (Roussel). Aquí también los tuvimos. Boris Nicot, desconocido para mucha gente, es uno de ellos. Los monomaníacos son seres universales y germinan, sobre todo, antes de las guerras, en las guerras y después de las guerras.

En algún pasaje de la obra, la voz interior le pregunta a Boris Nicot por qué no le atrae la grandeza. Quiero que hablemos de esta pregunta. ¿Qué viene siendo, en este caso, la grandeza?

En Boris Nicot habita una individualidad desarreglada. Es alguien que, si bien no se atreve a separarse de la masa estereotipada, sí logra crear su propia escala de valores. En él hay una tensión entre la homogeneidad social y lo diferente. La noción de grandeza, no está en su catecismo vital. Por eso es huidiza, y además profunda, la respuesta que le da a la voz interior que le pregunta por su interés en hacerse grande.

En Boris Nicot, su vivencia de la grandeza está a distancia, por ejemplo, de la de Antonio Roquetín, el de La náusea de Sartre, personaje éste que se autoexcluye de la sociedad y encuentra su grandeza en la lógica del hombre solo.

Su actitud tampoco es la de Jakob von Gunten, el estudiante de la obra de Robert Walser, para quien su propósito en la vida, y por tanto su idea de la grandeza, es desempeñarse siempre, a pesar de su formación, como un sirviente de alguien y vivir su vida como un cero a la izquierda, sin esperar nada de nadie en particular, ni del estado ni del conjunto de la sociedad.

Boris Nicot, en cambio, le da la espalda a la grandeza. Quizás la considere nada más que una quimera y por eso la saca de sus mandamientos existenciales.

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Julio Roberto(23169)02 de febrero de 2022 - 10:21 p. m.
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Francisco(82596)02 de febrero de 2022 - 04:22 p. m.
Todo un laberinto cultural en el que no es fácil encontrar el hilo. No estoy de acuerdo con el titular. En Colombia se escribe de todo: bueno, malo y regular. No creo que las novelas de William Ospina o de Pilar Quintana o de Santiago Gamboa tengan algo que ver con lo kitsch. Hay novelas sencillas pero de una fuerza inmensa, como "La cuadra", de Gilmer Mesa. Otras, más complejas. Pero poco kitsch.
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