Arango, Mutis y García Márquez: amistades y ¿enemistades? de Fernando Botero
Del mundo de la literatura quedaron amistades ¿y enemistades? de Fernando Botero. Así fue su relación con algunos escritores colombianos.
Andrés Osorio Guillott
“La literatura no puede influir a la pintura, ni la pintura en la literatura. Porque la pintura es intrínseca, especial”, dijo Fernando Botero en una entrevista para la BBC. La obra del artista colombiano, que falleció hoy a sus 91 años, no está atravesada por la literatura, pero de ese campo quedaron algunos amigos (¿y un enemigo?) que hicieron parte de su vida y trasegar por el mundo y su tiempo.
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“La literatura no puede influir a la pintura, ni la pintura en la literatura. Porque la pintura es intrínseca, especial”, dijo Fernando Botero en una entrevista para la BBC. La obra del artista colombiano, que falleció hoy a sus 91 años, no está atravesada por la literatura, pero de ese campo quedaron algunos amigos (¿y un enemigo?) que hicieron parte de su vida y trasegar por el mundo y su tiempo.
Margarita Vidal, una de las amigas del maestro Botero, aseguró en la revista Diners que: “Fernando no es hombre de muchos amigos, pero es buen amigo de los que tiene”. Por dedicarse a su obra y mantenerse enfocado en las obligaciones y en las circunstancias que forjó para su cotidianidad, el escultor y pintor antioqueño hizo también de sí mismo una persona con un círculo muy cerrado de amigos, con poco tiempo y espacio para socializar, pues siempre la prioridad fue la realización de su obra.
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Entre esos pocos amigos, hay dos que como él dedicaron su vida a dejar una obra, a invertir horas y horas de pensamiento, trabajo e inspiración para dejar un legado al mundo. Uno de ellos y de los primeros fue Gonzalo Arango, poeta nadaísta. El otro fue Álvaro Mutis, poeta y novelista, autor de las historias de Maqroll El Gaviero, y quien fue recordado masivamente hace un mes con la celebración del centenario de su natalicio.
Compartieron el origen antioqueño. Y en los registros se evidencia la cercanía por los textos que Gonzalo Arango le dedicó a Botero, aunque el pintor también le otorgaría en una ocasión una pintura que llamó “Gonzalo y su ángel de la guarda” y en otra un retrato del nadaísta.
Sobre el dibujo de “Gonzalo y su ángel de la guarda”, Arango escribió: “Mi querido Fernando Botero: Recuerdo que una vez ilustraste un articulo mío, iracundo y tierno, titulado “Medellín, a solas contigo”. Dibujaste la gran Villa de la Candelaria erizada de usinas, coronada con su Pan de Azúcar al fondo, y en primer plano Gonzalo con mirada de halcón desafiando a la Andi, nuestros queridos pobres mercaderes del templo de la vida. A mí me coronaba un ángel protector, que vino a ser con el tiempo mi compañera de destino: Angelita. Titulaste ese dibujo Gonzalo y su ángel de la guarda. Visión profética la tuya, realizada. Si hoy lo tuviera en mi poder, seria poderoso. Pero yo pagaba el amor con tesoros, y hoy luce enriqueciendo los recuerdos de un pasado cargado de desesperaciones. ¡Sea, bendito sea!”.
“Admiro ahora en él, además del pintor, al hombre que ha indagado en los secretos más hondos de este arte para llegar al secreto misterio, a la última luz del descubrimiento de sí mismo por medio de la pintura, a su independencia artística, a su independencia espiritual y que me hace pensar en la gran verdad hegeliana del hombre que reivindica en la pintura su independencia frente a la naturaleza y a los hombres”, se lee al final de un reportaje que Arango le hizo a Botero, en un texto llamado “Fernando Botero expondrá en Bogotá”, publicado originalmente en El Colombiano, en 1955, y que ahora está alojado en el portal dedicado a la vida y obra del nadaísta.
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Vidal aseguró que uno de los amigos de Botero era “Álvaro Mutis, a quien escondió en su casa de México antes de que lo metieran a la prisión de Lecumberry, donde escribió el hermoso cuento La muerte del estratega y otros”. Fue precisamente el pintor quien recibió al poeta que iba a terminar cerca de 15 meses preso. Fue ese uno de los primeros amigos de Mutis en México, donde también lograría amistades con Luis Buñuel y Octavio Paz.
“Digamos que a Botero lo que le interesa vivamente es el triunfo, la permanencia, el reconocimiento (en el sentido de re-conocer, o sea conocer de nuevo y para siempre) de su pintura, del mundo por él creado, de lo que ese mundo entraña como visión implacable que perpetúa en el lienzo la infame mezquindad satisfecha de una cierta especie humana, o los conmovedores devaneos del resto de los hombres por entre el opulento universo de la carne y de los frutos tropicales”, afirmó Mutis sobre su amigo Fernando Botero.
Resulta curioso ver cómo terminamos creyendo o apostando que los grandes referentes de la cultura llegaron a ser amigos por ser de un mismo tiempo o por precisamente sobresalir por sus obras, como si fuera natural que la genialidad se juntara por compartir ese rasgo destinado a unos pocos. Del paso de Fernando Botero por Bogotá ronda una foto en la que comparten con Gabriel García Márquez y Leopoldo Mutis, hermano de Álvaro. Los tres, elegantes y sonrientes. Muchos -incluyéndome- creímos en algún momento que dos referentes de la cultura como Botero y García Márquez podían llegar a ser grandes amigos, pero lo cierto es que muchos años después el pintor diría en una entrevista “Gabo me cae pesadísimo”.
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En un artículo publicado en el portal Reemplaz0, Fernando Salamanca dijo: “En los años ochenta los dos viven en París, cerca del Barrio Latino, junto a un grupo de artistas como Luis Ospina o Darío Morales. Después del Nobel (1982) el escritor vive a cuerpo de rey en la capital, da entrevistas y ofrece fiestas, recibe cientos de cartas y regalos por el premio, entre ellos un retrato de buen tamaño de que le hizo Morales. Plinio Mendoza le hizo un reportaje sentimentaloide y Luis Caballero le envía una sentida felicitación. Otros pasaron a saludarle. Invitarlo a una copa. Botero nunca se apareció. Nada. Se puede ser suspicaz si recordamos que a Vargas Llosa le regaló un óleo que el escritor peruano conserva —según un escrito suyo— en su estudio en Madrid. El historiador Álvaro Medina sintetiza muy bien la tensión: «Botero es un artista celoso». En algunas entrevistas en los cincuenta se deshacía en halagos hacia Alejandro Obregón, luego insistía en que nunca lo influenció. Algo similar sucedió con los grandes muralistas mexicanos”.
Y resulta también al menos interesante esa manía por buscar similitudes entre las obras. Empezamos este texto citando a Botero diciendo que no había influencia entre literatura y pintura, pero hay quienes se han dedicado a analizar posibles convergencias entre conceptos que hay en las obras del Botero, García Márquez y Álvaro Mutis.
Dijo por ejemplo Héctor Abad Faciolince en un texto publicado en la revista Diners que “Botero fue capaz de ver, en lo más local, lo más nuestro, algo que-transmutado por la gran tradición del arte- tiene un interés universal. Botero (y en esto se parece otra vez a García Márquez) fue capaz de ver y de mostrar una realidad que para los demás, propios y ajenos, era invisible. Fue un clarividente, es decir, alguien que supo plasmar las posibilidades inexploradas de un mundo (el nuestro) que sin duda tiene algo auténtico, único y extraordinario”.
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Armando Romero, en un artículo llamado “Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Fernando Botero: tres personas distintas, un objetivo verdadero personas distintas, un objetivo verdadero”, analizó convergencias y divergencias en las vidas y obras de los dos escritores y el artista. Así, por ejemplo, estudió la noción de soledad en la literatura y la pintura.
De la obra de Botero aseguró: “El pintor llama a los monstruos y estos no se hacen esperar. Su desfile nos lleva desde el apacible ciudadano que en «Escena familiar» ordena el cuadro de su cotidianidad burguesa, hasta la fiesta de moscas y colillas en el burdel, donde el mismo ciudadano, ahora en «La casa de María Duque,» carga en sus brazos no ya al infante pulcro vestido de marinero verde sino a la amarilla prostituta enorme y descuidada. Y es en estas transformaciones que vamos encontrando el hilo que traza la obra lúcida, irreverente, plena de rebelión y fantasía de Botero. Pero hay algo que se destaca en este mundo de imágenes febriles, y esto es la inconmensurable soledad a que están sometidos cada uno de los participantes en esta fiesta de las formas: soledad de lo incomunicable, soledad del poder, soledad del yo que se pasea por sus mismos espejos, soledad de lo perverso, soledad de lo inútil”.
Mientras que de García Márquez y Mutis comentó: “La poesía de Álvaro Mutis, como la prosa de García Márquez, arrastra esa queja del hombre del trópico que sabe de la inclemencia del clima, de la locura que genera un sol despiadado, de la enfermedad con que nos tropezamos a cada momento y que nos lanza directos a los aposentos de los hospitales del trópico, esos palacios de la soledad y la desesperanza”.
Más que la similitud en los conceptos, que las amistades o enemistades, semejanzas o diferencias, sin duda hay algo en común entre varios de ellos, y es que se volvieron colombianos universales que vieron en lo propio o en lo local algo que trascendía nuestros colores, climas y fronteras, y que bien podía ser digno de trascender el tiempo, el espacio y sus propias vidas.
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