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Ya había llegado la Ilustración y con ella el imperio de la razón. Fue la Modernidad la que quiso recuperar la importancia del pensamiento luego de varios siglos de inquisiciones y de un mundo occidental que se construyó sobre las bases del cristianismo.
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Ese mundo occidental que quiso equilibrar la balanza y rendirle culto a la razón en la Modernidad, empezó a encontrar en ese rasgo un infinito mundo de ideas que acercó al ser humano a su condición y lo alejó de la fe que por tanto tiempo había sido exaltada como una defensa contra el desamparo.
No solo fue la revolución industrial del siglo XIX lo que empezó a decantar un mundo muy diferente al de antes. También ese proyecto de la Modernidad y su culto a la razón llevaría a la humanidad a mirarse y reflexionarse a profundidad. Una crisis de valores y una sensación de debacle se apoderó de varias ramas del pensamiento. En su obra, Fiodor Dostoievski ya hablaba de un tiempo sin Dios, pero fue Friedrich Nietzsche quien plasmó su ocaso en su libro “Así habló Zaratustra”.
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El filósofo alemán quiso traer al mundo del siglo XIX a Zaratustra para reflexionar sobre uno de los cambios más drásticos que debía sufrir el ser humano. Atrás quedaba el “hombre” que vivía en función de pugnar para limpiar sus culpas o pecados, atrás quedaba ese modelo que había relegado su voluntad a los mandamientos de Dios.
“Si Dios ha muerto - se pregunta Nietzsche- cómo es que los hombres continúan arrastrando esa bovina tranquilidad de alma, si ya no hay pastor cómo es que no se ha disgregado el rebaño? Sin Dios la vida tendría que haberse tornado inimaginable y sin embargo... ¿Será acaso la muerte de Dios una falsa alarma? No se trata de eso exactamente: ni la muerte del viejo Dios ya agonizante desde el Renacimiento es falsa, ni los hombres -y esto no cesará Nietzsche de denunciarlo como algo lamentablemente significativo- se alarmaron demasiado por ella. Al contrario, pronto, demasiado pronto, sin que apenas se dejara sentir algún que otro estremecimiento, los librepensadores de la época ilustrada, sus sucesores dialécticos poco más tarde, aunaron sus voces para celebrar la muerte del viejo Dios como el gran acontecimiento emancipador de la humanidad”, escribió Dolores Castillo en el prólogo de “Así habló Zaratustra” en la edición de la Biblioteca Edaf.
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Aún después de casi siglo y medio, hablar de la muerte de Dios sigue siendo escandaloso. El poder que ejerció el cristianismo en las culturas de Occidente había cumplido el objetivo de la religión de darle a la humanidad la creencia de ser amparados por un ser superior, de creer que en vida había que librarse del pecado por medio de una moral que estaba plasmada en mandamientos, y que pensarse por fuera de esta norma sería violar la condición misma, por eso también Nietzsche sugirió en su reflexión sobre la muerte de Dios que había que pensar la existencia del ser humano Más allá del bien y del mal.
Apoyado en la Modernidad, pero también en contra de ella, Nietzsche habló de la muerte de Dios no como un hecho que le daba la victoria a la razón, sino como un hecho que permitiría impulsar la voluntad individual como el mayor de los bienes de la humanidad. “El verdadero lugar de emergencia de nuestros valores es en realidad un no lugar, un teatro sin espacio, que Nietzsche acudiendo a una metáfora de la tradición metafísica designó con el término de voluntad de poder, donde se representa indefinidamente la misma obra: el combate incesante de fuerzas pulsionales que luchan entre sí por asegurarse la dominación; aquellas victoriosas imponen las normas que mejor sirven para sus intereses, cuya duración será quebrantada a su vez por nuevas fuerzas que entran en escena para relanzar sin cesar el juego de la dominación”.
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“La verdadera liberación solo tendrá lugar según Nietzsche cuando el hombre recupere la conciencia de su voluntad creadora, cuando se sepa a sí mismo como el único artífice de sus valoraciones”, escribió Castillo. Y en esta idea radica el concepto o la noción del Superhombre, en la reinvención o resignificación del ser humano que deja de concebirse como esclavo o subordinado de la voluntad de Dios para entenderse como dueño de su voluntad y como ser creador de su moralidad.
“¡Yo les muestro al superhombre! El superhombre es el sentido de la tierra. Que su voluntad diga: ‘Sea el superhombre el sentido de la tierra’. ¡Yo los exhorto, hermanos míos, a que permanezcan fieles a la tierra y a que no le den crédito a los que hablen de esperanzas ultraterrenas! Estos, lo sepan o no, son envenenadores”, se lee en el libro Así hablaba Zaratustra.