“Asombro”: el libro de un universo llamado Tomás González
“Asombro”, el libro más reciente del autor antioqueño, reúne las ideas, memorias y razones de su vida y obra como escritor.
Andrés Osorio Guillott
Como lector uno agradece aquellos libros donde los autores mismos publican un libro para contar sus vidas y los detalles de sus obras. No como un acto para vanagloriarse, sino como un documento que revela las preguntas que muchos nos hacemos cuando nos atrapa o nos cuestiona un personaje, una frase, una imagen. Y con Asombro, la más reciente publicación de Tomás González, puede descubrirse el universo de su legado en la literatura colombiana.
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Como lector uno agradece aquellos libros donde los autores mismos publican un libro para contar sus vidas y los detalles de sus obras. No como un acto para vanagloriarse, sino como un documento que revela las preguntas que muchos nos hacemos cuando nos atrapa o nos cuestiona un personaje, una frase, una imagen. Y con Asombro, la más reciente publicación de Tomás González, puede descubrirse el universo de su legado en la literatura colombiana.
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Una poética sobre sus novelas, cuentos y poemas. Un testimonio sobre las obsesiones que han atravesado versos, frases y personajes. En Asombro, Tomás González revela detalles que lo definen como narrador e incluso como persona. Es un relato íntimo, que uno como lector, insisto, agradece por ser la posibilidad de conocerlo por medio de su escritura, de su oficio y sentido.
“Soy narrador. Eso quiere decir que el tiempo, el paso del tiempo, es esencial para mi trabajo. Sin él no se moverme bien. El tiempo es para mí como el viento para las cometas o para los molinos de aspas. (...) El tiempo es el movimiento con el que las formas de la existencia entran al caos a la vez que salen de él. O dicho al revés: el tiempo es el movimiento con el que las formas de la existencia salen del caos a la vez que entran en él”.
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Y el tiempo, tan asociado justamente al caos y las formas de la vida, ha estado presente en toda su narrativa. Muchos de esos tiempos son atravesados por cierta fatalidad, por la reafirmación del destino inexorable de la muerte, por la angustia y la nostalgia de algunos personajes que bien pueden ser héroes griegos y asumen aquello que estaba predeterminado.
González confiesa que su relación con la lectura fue desordenada e intensa, y por esa razón no sabe a ciencia cierta qué escritores marcaron en mayor medida su escritura. Sin embargo, el autor antioqueño reconoce la influencia y admiración por Fiódor Dostoievski, Franz Kafka, Witold Gombrowicz, Juan Rulfo o Gabriel García Márquez. Y de algunos de ellos se desprende cierto carácter existencial en su narrativa, una especie de resignación sobre el mundo, pero también una fijación por esas dualidades de lo bello y lo horroroso, la vida y la muerte, o como dice él, del “caos y la forma”.
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La estética es un tema transversal, y la importancia que le da en términos de horror y belleza se demuestra cuando habla de la felicidad: “la felicidad es solo posible en los momentos en que el horror está alejado de nosotros; y eso a su vez quiere decir que no vinimos a este mundo para ser felices y ni siquiera para buscar la felicidad, pues esa no es buscable y llega cuando quiere, esto es, cuando el dolor y el horror, que siempre vuelven a desaparecer, se lo permiten”.
Una vivencia para dejar de lado las ideas por un momento. Tomás González reconoce que Fernando González fue una persona importante en su vida entre los seis y los doce años. Según él, la enseñanza que más lo marcó del filósofo antioqueño, fue que buscara “en la vida, mucho más que en los libros, los impulsos para mis escritos”.
Muchos tienen presente a Tomás González por su obra en prosa, por sus cuentos y por novelas como La luz difícil, pero si hay algo relevante y trascendente es la poesía. En Asombro, el autor confiesa que ha escrito poesía toda su vida, que lo primero que se atrevió a escribir fue poesía y que su estrategia a lo largo de los años es extender su obra poética lo que más se pudiera, dejando así los testimonios en versos como un “testamento” de su vida, como bien lo reconoce.
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La poesía no solo marcó el camino, no solo fue el diapasón, también llevó a González a practicar el zen. “La filosofía budista del zen y la del taoísmo se ajustaban a mi modo de ver el mundo -y al modo de los kogui de ver el mundo, dicho sea de paso- y llenaron el vacío espiritual que me había dejado, o que en realidad nunca había llenado, la religión católica.
El método de zen que practico consiste en sentarse a “solo ser”, de forma que uno pueda unirse al universo y perder los límites del Yo”, dice el escritor de obras como Primero estaba el mar, El fin del Océano Pacífico, La espinosa belleza del mundo, Temporal, entre otras.
Tomás González habla de la muerte de su hermano Juan en 1997 y de cómo este suceso lo intentó retratar en Primero estaba el mar. Un suceso trágico que determinó también parte de su camino en la escritura. Y de ese cuestionamiento diario sobre la dualidad de la vida y la muerte surgió también la dualidad de memoria y olvido. “Pienso que el olvido en literatura es parecido al espacio vacío em el dibujo. Es la nada, pero no la nada original, sino la que se ve adueñando de todo durante la aparición y desaparición de las cosas o de los hechos. (...) La memoria, por su parte -la otra cara de la moneda-, es el eco de los hechos; pero es también un hecho”.
Asombro se debate justamente en sus memorias y olvidos. No es enteramente una autobiografía, pero tiene acercamientos. Justamente es un libro que rompe con la trama, con un tema con el que González justamente tiene conflictos. Ideas, vida, reflexiones y recuerdos sobre las razones para escribir sus libros, para definir su oficio y algunas de sus costumbres y vivencias. Una obra que no concluye su legado, pero que encierra esa difícil pregunta del para qué escribir y la transporta en los detalles de un hecho de la niñez para llevarla a temas más trascendentales como la existencia de Dios o el sentido de la existencia.