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Calder amarrado

Un sorpresivo reencuentro en la Fundación Beyeler, en Suiza, con las esculturas del artista Alexander Calder.

Joaquin Restrepo
24 de enero de 2022 - 02:47 p. m.
"En diciembre aproveché para explorar algunas ciudades de Suiza como parte del programa de la residencia que ofrece el Museo de Bellas Artes - Kunstmuseum - de Berna, gracias a la gestión de la embajadora de Colombia, Sofia Gaviria".
"En diciembre aproveché para explorar algunas ciudades de Suiza como parte del programa de la residencia que ofrece el Museo de Bellas Artes - Kunstmuseum - de Berna, gracias a la gestión de la embajadora de Colombia, Sofia Gaviria".
Foto: Cortesía Joaquin Restrepo
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Yo soy muy curioso, recorro los museos de forma detenida, observando las obras, pero también el montaje, si pintan o no las paredes, ¿qué tipo de tornillos usan?, la pincelada del artista, si se salió de la línea o no, ¿cómo enmarcan?, o ¿cómo intervienen los espacios?, ¿qué temperatura tienen las salas?, ¿quién está patrocinando las exposiciones?, si las obras son propias o prestadas, ¿por qué eligieron a este y no a otro artista?, ¿qué pudo pensar el curador? En fin, un sin número de inquietudes que me llevan a imaginarme cómo pudo ser la logística para transportar las obras y, sobre todo, si hay un verdadero disfrute o reflexión en todo esto. ¿Vale la pena invertir tanto dinero en las piezas exhibidas?

Simultáneamente, se van mezclando todos los recuerdos de mi infancia. En este caso, mi primer encuentro con Alexander Calder. Yo tenía 11 años y era la primera vez que visitaba Chicago con sus grandes rascacielos que me recordaban a ciudad Gótica, y fue allí, en medio de todo este conjunto de edificios de cemento en donde aparece una figura enorme y estilizada de color rojo y con unas largas patas que se desplegaban por toda la plaza. Era extraño ver tanto movimiento en una figura que ni siquiera era capaz de entender qué era. Luego de esta escultura, me fui encontrando con más y, eventualmente, en el Instituto de Arte de Chicago supe que el artista se llamaba Alexander Calder. Desde ese día me dedico a rastrear sus esculturas en cada lugar que visito. Al parecer, en Suiza, los banqueros también tienen el mismo hobby que yo, solo que ellos los compran y los exhiben con orgullo. Todos los museos tienen al menos uno de sus móviles colgando cerca a alguna de las escaleras.

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Un día y siguiendo los consejos de todos en Suiza, decidí visitar la Fundación Beyeler en Basilea. Allí tenían una importante recopilación de obras de Goya y, creo que una más interesante, una exhibición de mujeres en el arte desde 1870 hasta la actualidad. Afuera de la edificación vi que había una escultura negra que parecía semejar un Calder, pero que en vez de tener patas enormes que tocaran el suelo, tenía unas cuerdas largas que se anclaban en todas las direcciones. Era uno de los famosos móviles del artista, pero en esta oportunidad su escultura estaba inmovilizada. Quedé paralizado, una sensación de claustrofobia se apoderó de mí, era como un oxímoron escultórico. No podía creer que fuera uno de los árboles de Calder. De hecho, este fue adquirido en la galería Greenberg de San Luis en los años 90, sin embargo, este parecía estar ya adiestrado por los suizos.

Mi pregunta era entonces: ¿para qué voy a comprar un Calder si para exhibirlo debo amarrarlo en ciertas épocas del año?, Calder es libre, es dominante, se apodera del espacio de una forma juguetona y sin pedir permiso. Está allí flotando sin esfuerzo, pero al mismo tiempo parecería que puede derrumbarse en cualquier momento. Tener un móvil de Calder es como tener un hijo necio, o tal vez un perro. No por eso debemos enviar al hijo al colegio con una soga para que lo amarren al pupitre y una mordaza para que lo hagan quedarse callado o tener al pobre perro con bozal porque vivimos en una zona donde la regulación lo requiere. En ese caso, podemos encontrar mejores maneras de educar al hijo, encontrar una raza que se adecue mejor al espacio en el que vivimos o incluso mudarnos a otro lugar.

Me duele porque es Calder, porque me llega muy cerca al corazón, porque me trae recuerdos hermosos de mi infancia, porque el mismo Calder fue siempre un niño libre. A veces creo que tener el capital debería ir acompañado de la preparación suficiente para poder (a veces) renunciar a tener una obra que no voy a poder exhibir de la forma adecuada o tal vez a gastar el capital extra que requiere poder exhibirla con dignidad. No sé, creo que en parte ese es el reflejo de nuestra sociedad en donde tenemos la naturaleza doblegada a nuestros caprichos en donde en vez de adecuarnos a las cosas, hacemos que las cosas se adecuen a nosotros a la fuerza y como niños malcriados nos negamos a aceptar que hay cosas que no deberían ser. Como un Calder amarrado.

Por Joaquin Restrepo

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Álamo(88990)24 de enero de 2022 - 05:40 p. m.
Sr. Restrepo, qué interesante punto de vista frente al ánimo de "propiedad" , en este caso de una obra de arte. Ni más ni menos que de la libertad de Calder. Dice mucho esto de una enfermiza forma de desear sin saber sobre el deseo. Gracias.
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