Los trazos de la memoria en Pogue, Bojayá
La película “Cantos que inundan el río” (2021) cuenta paralelamente la historia de Oneida, alabaora de Bojayá, y la realidad del municipio durante y después de la firma del Acuerdo de Paz. Entrevista con el director Germán Arango, conocido como Luckas Perro.
María Paula Lizarazo
Cuando Oneida era una niña una serpiente la mordió mientras nadaba en el río. Creció entre las mismas aguas que la ataron a su territorio, viendo aquel río noche tras noche, recorriéndolo, y cantando a su alrededor. Creció aprehendiendo la tradición de los alabaos: las muertes de la guerra las ha acompañado toda su vida con su voz y una profunda añoranza de calma.
Hace unos años, el director antioqueño Germán Arango, conocido como Luckas Perro, llegó a Pogue. Quería contar la historia de las Alabaoras de Bojayá y buscando cómo retratarlas y cómo contar el territorio, se dio cuenta de que la historia que quería contar era la de Oneida. “Es muy introvertida. Una de las compositoras más fuertes y que tenía un papel de liderazgo, pero tras bambalinas no estaba ahí siempre al frente. Era la líder en tanto era quien componía para ciertos eventos y daba una directriz conceptual, y yo me fui enamorando de ella y desde que yo la conocí tuvimos una relación muy cercana, y ahí surgió la idea de contar su historia. Y había unos hitos que cruzaban su historia con el río muy fuertemente: que la mordedura de la serpiente haya sido en el río; esta relación que ellos tienen con los muertos es a través del río: ellos dicen que ven las ánimas y los espíritus en el río, que llegan a hablarles; y el río como la comunicación de ellos con el exterior y la comunicación del mundo de los vivos con los muertos. Esta es la historia que quiero contar: ese río que cruza el cuerpo de la mujer, que es también todas ellas a la vez”.
La película documental Cantos que inundan el río retrata la intimidad de Oneida. De escenas silenciosas en las que aparece su cotidianidad, el relato visual pasa a instantes de cantos y comunión; de la casa de Oneida, y a partir de que ella empieza a contarse, la cámara acoge momentos colectivos en los que la comunidad, liderada por las Alabaoras, acompaña los caminos fúnebres de sus muertos.
El rodaje se dividió en dos momentos entre 2018 y 2019 por la reaparición de grupos armados en la zona, aunque Arango ya frecuentaba Pogue desde hacía años. “Hubo una película que fue la película hecha sin cámara, que fue todo ese tiempo que estuvimos ahí con ellos tomando cerveza, preparando platillos. Noches extensas porque son muy buenos contadores de cuentos”.
Desde que llegó a Pogue, incluso antes de saber que la historia por contar sería la de Oneida, Arango se preocupaba por contar el lugar no sólo desde su mirada, sino desde la imaginación de los habitantes: cómo piensan su propio territorio. Estuvo allí al momento de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc y fue el elegido por la comunidad para documentar la exhumación de cadáveres que tuvo lugar en 2017.
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¿Cuál es la responsabilidad que existe al contar o mostrar a otros?
Yo creo que durante mucho tiempo se le pidió al documental objetividad, ese asunto de la verdad. Y hay una verdad y esa verdad es la relación que construimos con los sujetos que filmamos, entonces yo creo que la responsabilidad es ser consecuentes y claros con esa relación que acordamos. Hay una gran amistad y claridad entre mi persona y Oneida, lo que no me impide poder generar una distancia con ella y hacer un retrato a distancia. Desde el principio fui claro y le dije “vamos a ir al fondo”. Yo quería llegar a ese lugar en donde está su fuerza.
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Y en esa preocupación por dar cuenta de la imaginación de los otros es que para Arango la creación forma parte de la realidad: “Siempre he tenido una pata en la ficción por este interés de ficcionar junto a la gente su vida y pensar que muchas cosas no sólo pasan en lo cotidiano sino en la imaginación de los sujetos. Tenía una necesidad en meterme en qué están pensando, cómo están emocionando, qué imágenes están produciendo esas emociones y esa historia vivida en sus cabezas”.
Pero la preocupación por cómo contar a Oneida no era sólo de Arango. Uno de los hitos centrales de esta película es la reiteración de la protagonista al mencionar no que le hubiera gustado que su historia fuera diferente, sino que le gustaría contar su historia de una manera diferente. “La película fue un proceso de a su modo contarse. Su estilo es cantar. Imprimir en el papel y poner eso en la melodía y eso es lo que ella hace en la película. Ella es católica y decía ‘Dios, perdóname la insolencia, pero siento que me has tratado muy mal, me has dado muy duro’; su condición de la pierna la ató al lugar, cuando la lógica del chocoano y sobre todo el bojayaseño es el tránsito, ellos dicen que hay que embarcarse para vivir sabroso”.
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Para Cantos que inundan el río no hubo entrevistas con cámara. Arango se dedicó a observar el día a día de Oneida y a participar en tanto ella le permitiera. El esposo de Oneida, Saulo Enrique Mosquera, falleció sin haber visto la película. Entre lo último que le dijo a Arango fue: “Vos tenés que seguir filmando porque nosotros nos morimos pero la película sigue, la película queda”.
La memoria no se propone aquí como una objetividad: “No es solo la memoria a secas -dice Arango-. Es la mirada de lo que he comentado con ellos. Es ese el vínculo que tiene la memoria con la imaginación”.
En la película Oneida vuelve sobre su propia historia y decide que esta es significada por cómo la cuenta: la cuenta cantando. Los cantos son un respiro para sí misma y para sus dolores; son la fuerza o el pulso primario con que transita todas sus historias. “Hay una cosa muy particular, poco a poco las ciencias sociales y humanas han venido dándole más cabida a preguntarse por las emociones y el lugar de las emociones en la cultura. Pero ya el cine y ciertos cineastas más de cine etnográfico experimental venían haciéndolo, entonces estamos ante un tipo de documentales que ya no le interesa explicar esa cosa real, sino entender la historia de vida, las emociones, la historia misma”, complementa Arango.
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Y el río -que atravesó la vida de Oneida- no es visto como el flujo de cadáveres que el conflicto interno ha generado; es el respiro de Pogue, un eco de que la vida puede contarse y volverse a contar entre sonidos, alabaos y trayectos: por el río, Oneida vuelve a andar por su memoria, mira silenciosamente su pasado y lo empieza a contar todo acerca de su vida, como un ritual que ella misma creó y en el que el río deja de ser un recuerdo de dolor y adquiere un sentido otro, de contemplación y agencia sobre sus propias vivencias, que renombra, recrea y canta.
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¿Qué mirada tiene de Bojayá después de la firma del Acuerdo de Paz?
Al momento en que hicimos el segundo rodaje (2019), se hizo más público el asesinato de líderes y hubo un momento en que se juntaron muchos crímenes y recuerdo una tarde en que Oneida me decía: “tengo miedo porque con el proceso de paz nosotros decidimos mirar de frente, hablar de frente, decir las cosas como son y esta cosa se está enredando y a mí me da miedo cantar, me da miedo exponerme”. Hay un temor por parte de ellos muy fuerte. Y yo creo que ha sido muy fuerte para Bojayá porque lograron la exhumación de sus cuerpos, eso fue como un hito en su historia -aún no se han terminado de exhumar todos-. Pero para ellos lo más fuerte fue como que han puesto su perdón, su historia en el proceso, y de la misma manera no se les ha respondido, entonces luego de que todo el mundo puso sus ojos en Bojayá con lo de la exhumación, luego ellos hicieron algunas demandas al gobierno de turno -a este gobierno- y lo que hubo fue casi que un amedrantamiento por parte del ejército y posteriormente se monta una base militar ahí en el pueblo. Entonces para ellos esa condición de fragilidad no ha cambiado y es muy fuerte porque lo sentí yo en el río en el momento del preacuerdo, fue como un momento de que “uf, la paz es posible”.
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Cantos que inundan el río resultó siendo una suerte de proceso interior para Oneida y también para Arango. “Hay dos tipos de transformaciones. Una a nivel profesional y creativo: creer en mi método de trabajo, en esta idea de llegar tarde, de grabar estos trazos de la memoria. Y en el ámbito personal: Pogue se volvió para mí un lugar necesario, un lugar de aprendizaje de la austeridad de la vida; todo el mundo habla en la pobreza, pero a mí me cuesta mucho ver pobreza ahí”.
Cuando Oneida era una niña una serpiente la mordió mientras nadaba en el río. Creció entre las mismas aguas que la ataron a su territorio, viendo aquel río noche tras noche, recorriéndolo, y cantando a su alrededor. Creció aprehendiendo la tradición de los alabaos: las muertes de la guerra las ha acompañado toda su vida con su voz y una profunda añoranza de calma.
Hace unos años, el director antioqueño Germán Arango, conocido como Luckas Perro, llegó a Pogue. Quería contar la historia de las Alabaoras de Bojayá y buscando cómo retratarlas y cómo contar el territorio, se dio cuenta de que la historia que quería contar era la de Oneida. “Es muy introvertida. Una de las compositoras más fuertes y que tenía un papel de liderazgo, pero tras bambalinas no estaba ahí siempre al frente. Era la líder en tanto era quien componía para ciertos eventos y daba una directriz conceptual, y yo me fui enamorando de ella y desde que yo la conocí tuvimos una relación muy cercana, y ahí surgió la idea de contar su historia. Y había unos hitos que cruzaban su historia con el río muy fuertemente: que la mordedura de la serpiente haya sido en el río; esta relación que ellos tienen con los muertos es a través del río: ellos dicen que ven las ánimas y los espíritus en el río, que llegan a hablarles; y el río como la comunicación de ellos con el exterior y la comunicación del mundo de los vivos con los muertos. Esta es la historia que quiero contar: ese río que cruza el cuerpo de la mujer, que es también todas ellas a la vez”.
La película documental Cantos que inundan el río retrata la intimidad de Oneida. De escenas silenciosas en las que aparece su cotidianidad, el relato visual pasa a instantes de cantos y comunión; de la casa de Oneida, y a partir de que ella empieza a contarse, la cámara acoge momentos colectivos en los que la comunidad, liderada por las Alabaoras, acompaña los caminos fúnebres de sus muertos.
El rodaje se dividió en dos momentos entre 2018 y 2019 por la reaparición de grupos armados en la zona, aunque Arango ya frecuentaba Pogue desde hacía años. “Hubo una película que fue la película hecha sin cámara, que fue todo ese tiempo que estuvimos ahí con ellos tomando cerveza, preparando platillos. Noches extensas porque son muy buenos contadores de cuentos”.
Desde que llegó a Pogue, incluso antes de saber que la historia por contar sería la de Oneida, Arango se preocupaba por contar el lugar no sólo desde su mirada, sino desde la imaginación de los habitantes: cómo piensan su propio territorio. Estuvo allí al momento de la firma del Acuerdo de Paz con las Farc y fue el elegido por la comunidad para documentar la exhumación de cadáveres que tuvo lugar en 2017.
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¿Cuál es la responsabilidad que existe al contar o mostrar a otros?
Yo creo que durante mucho tiempo se le pidió al documental objetividad, ese asunto de la verdad. Y hay una verdad y esa verdad es la relación que construimos con los sujetos que filmamos, entonces yo creo que la responsabilidad es ser consecuentes y claros con esa relación que acordamos. Hay una gran amistad y claridad entre mi persona y Oneida, lo que no me impide poder generar una distancia con ella y hacer un retrato a distancia. Desde el principio fui claro y le dije “vamos a ir al fondo”. Yo quería llegar a ese lugar en donde está su fuerza.
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Y en esa preocupación por dar cuenta de la imaginación de los otros es que para Arango la creación forma parte de la realidad: “Siempre he tenido una pata en la ficción por este interés de ficcionar junto a la gente su vida y pensar que muchas cosas no sólo pasan en lo cotidiano sino en la imaginación de los sujetos. Tenía una necesidad en meterme en qué están pensando, cómo están emocionando, qué imágenes están produciendo esas emociones y esa historia vivida en sus cabezas”.
Pero la preocupación por cómo contar a Oneida no era sólo de Arango. Uno de los hitos centrales de esta película es la reiteración de la protagonista al mencionar no que le hubiera gustado que su historia fuera diferente, sino que le gustaría contar su historia de una manera diferente. “La película fue un proceso de a su modo contarse. Su estilo es cantar. Imprimir en el papel y poner eso en la melodía y eso es lo que ella hace en la película. Ella es católica y decía ‘Dios, perdóname la insolencia, pero siento que me has tratado muy mal, me has dado muy duro’; su condición de la pierna la ató al lugar, cuando la lógica del chocoano y sobre todo el bojayaseño es el tránsito, ellos dicen que hay que embarcarse para vivir sabroso”.
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Para Cantos que inundan el río no hubo entrevistas con cámara. Arango se dedicó a observar el día a día de Oneida y a participar en tanto ella le permitiera. El esposo de Oneida, Saulo Enrique Mosquera, falleció sin haber visto la película. Entre lo último que le dijo a Arango fue: “Vos tenés que seguir filmando porque nosotros nos morimos pero la película sigue, la película queda”.
La memoria no se propone aquí como una objetividad: “No es solo la memoria a secas -dice Arango-. Es la mirada de lo que he comentado con ellos. Es ese el vínculo que tiene la memoria con la imaginación”.
En la película Oneida vuelve sobre su propia historia y decide que esta es significada por cómo la cuenta: la cuenta cantando. Los cantos son un respiro para sí misma y para sus dolores; son la fuerza o el pulso primario con que transita todas sus historias. “Hay una cosa muy particular, poco a poco las ciencias sociales y humanas han venido dándole más cabida a preguntarse por las emociones y el lugar de las emociones en la cultura. Pero ya el cine y ciertos cineastas más de cine etnográfico experimental venían haciéndolo, entonces estamos ante un tipo de documentales que ya no le interesa explicar esa cosa real, sino entender la historia de vida, las emociones, la historia misma”, complementa Arango.
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Y el río -que atravesó la vida de Oneida- no es visto como el flujo de cadáveres que el conflicto interno ha generado; es el respiro de Pogue, un eco de que la vida puede contarse y volverse a contar entre sonidos, alabaos y trayectos: por el río, Oneida vuelve a andar por su memoria, mira silenciosamente su pasado y lo empieza a contar todo acerca de su vida, como un ritual que ella misma creó y en el que el río deja de ser un recuerdo de dolor y adquiere un sentido otro, de contemplación y agencia sobre sus propias vivencias, que renombra, recrea y canta.
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¿Qué mirada tiene de Bojayá después de la firma del Acuerdo de Paz?
Al momento en que hicimos el segundo rodaje (2019), se hizo más público el asesinato de líderes y hubo un momento en que se juntaron muchos crímenes y recuerdo una tarde en que Oneida me decía: “tengo miedo porque con el proceso de paz nosotros decidimos mirar de frente, hablar de frente, decir las cosas como son y esta cosa se está enredando y a mí me da miedo cantar, me da miedo exponerme”. Hay un temor por parte de ellos muy fuerte. Y yo creo que ha sido muy fuerte para Bojayá porque lograron la exhumación de sus cuerpos, eso fue como un hito en su historia -aún no se han terminado de exhumar todos-. Pero para ellos lo más fuerte fue como que han puesto su perdón, su historia en el proceso, y de la misma manera no se les ha respondido, entonces luego de que todo el mundo puso sus ojos en Bojayá con lo de la exhumación, luego ellos hicieron algunas demandas al gobierno de turno -a este gobierno- y lo que hubo fue casi que un amedrantamiento por parte del ejército y posteriormente se monta una base militar ahí en el pueblo. Entonces para ellos esa condición de fragilidad no ha cambiado y es muy fuerte porque lo sentí yo en el río en el momento del preacuerdo, fue como un momento de que “uf, la paz es posible”.
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Cantos que inundan el río resultó siendo una suerte de proceso interior para Oneida y también para Arango. “Hay dos tipos de transformaciones. Una a nivel profesional y creativo: creer en mi método de trabajo, en esta idea de llegar tarde, de grabar estos trazos de la memoria. Y en el ámbito personal: Pogue se volvió para mí un lugar necesario, un lugar de aprendizaje de la austeridad de la vida; todo el mundo habla en la pobreza, pero a mí me cuesta mucho ver pobreza ahí”.