Catalina Castro, con ocho años, con la cara pintada por una indígena, junto con su padre en el primer viaje al Amazonas.
Foto: Cortesía Planeta
La mirada siempre fija en ese libro de portada en blanco y negro. Una mirada quizá debatiéndose entre la nostalgia, el orgullo y la gratitud. Una mirada que añora al padre que retrata en 700 páginas. Una de sus piernas no dejaba de moverse, como si de ese movimiento dependiera su compostura, pues entre recuerdos y recuerdos la voz se quebraba, la respiración se fragmentaba y había que hacer pausas para que las lágrimas no se salieran en medio de una entrevista, o quizá de todas las que pudo tener días atrás.