Germán Castro Caycedo, visto desde los ojos de su hija Catalina

La mirada siempre fija en ese libro de portada en blanco y negro. Una mirada quizá debatiéndose entre la nostalgia, el orgullo y la gratitud. Una mirada que añora al padre que retrata en 700 páginas. Una de sus piernas no dejaba de moverse, como si de ese movimiento dependiera su compostura, pues entre recuerdos y recuerdos la voz se quebraba, la respiración se fragmentaba y había que hacer pausas para que las lágrimas no se salieran en medio de una entrevista, o quizá de todas las que pudo tener días atrás.

La mirada siempre fija en ese libro de portada en blanco y negro. Una mirada quizá debatiéndose entre la nostalgia, el orgullo y la gratitud. Una mirada que añora al padre que retrata en 700 páginas. Una de sus piernas no dejaba de moverse, como si de ese movimiento dependiera su compostura, pues entre recuerdos y recuerdos la voz se quebraba, la respiración se fragmentaba y había que hacer pausas para que las lágrimas no se salieran en medio de una entrevista, o quizá de todas las que pudo tener días atrás.

Catalina Castro siempre fue consciente de lo grande que era el símbolo de su papá para el periodismo colombiano, pero ahora, tras varios años de haberse enfrentado al ejercicio de escribir, reconoce que su admiración creció por la dificultad de cada palabra, de evitar adjetivos para describir lo que vivió con él, por lo aterrador que puede ser poner un punto final.

“Es una experiencia desgarradora en todo el sentido de la palabra. Desgarrador no solo es negativo, también puede ser positivo. Desgarrador porque se enfrenta uno a muchos obstáculos en cada línea. Primero, quizás, la página en blanco. Por eso ese poema de Eliseo Diego con el que abro el relato. El reto de tomar el arma de un padre quien tenía una pluma extraordinaria. El reto de enfrentarme a un duelo y a la soledad, pero desgarrador también porque mi papá está en cada página, está en mí, en cada momento y en cada palabra que tecleé sobre el computador. También desgarrador porque descubrí no a mi papá, pero sí a Germán Castro Caycedo y cada crónica, cada historia, me hizo admirarlo cada vez más y darme cuenta de que el trabajo de este hombre fue realmente heroico en este país”.

“Cierro el círculo, papá. Te dejo en tu viaje y emprendo el mío, con la inmensa gratitud de haberte tenido a mi lado. Pongo el punto final. Te acaricio con mis palabras”, se lee en el epílogo del libro. Palabras con las que en vida también lo acarició, pues otra de las cosas de las que podemos ser testigos en la lectura de este homenaje, porque lo es, es el intercambio epistolar que tuvieron por años, que los acercó y les permitió aferrarse a un amor que se percibe en cada descripción y memoria que Catalina Castro plasmó en esta obra.

“Nunca escribí pensando en que era sobre uno o sobre otro, porque para mí es el mismo ser humano. Germán Castro Caycedo siempre fue mi papá y no fue un libro en el que hablara sobre el padre y luego el periodista. Cada página está atravesada por los dos, que son el mismo. Fue un ser muy completo, muy coherente en su manera de ser y ver la vida. La manera en que me formaron, porque incluyo a mi mamá, siempre tuvo una coherencia en el deber que tenemos frente al país, en el deber que tenemos frente al otro ser humano, frente a la injusticia, frente a la paz”.

En una parte del libro usted habla de la sencillez como uno de los principios que defendía su papá. ¿Qué otros valores le heredó y lo caracterizaban?

El amor por el país en todas sus facetas, la sensibilidad social, el libre pensamiento. No soy periodista, pero quisiera defender la libertad de prensa, que quiere decir muchas cosas, no solo la libertad de expresión, sino la libertad de poder pensar, la libertad de acción, siempre y cuando esté dentro de un marco legal, y por eso creo que el mejor legado que puedo hacer con este libro es que parte de las regalías sean destinadas a la Fundación para la Libertad de Prensa.

Este es un libro valioso para recobrar los valores del periodismo. ¿Qué reflexión cree usted que deja la lectura de estas memorias para este oficio?

Fue siempre defensor, e incluso mi mamá también, en creer y estar convencidos que el periodismo, sobre todo en un país en guerra, puede ser un arma de paz y no de violencia. Ambos lucharon mucho porque eso estuviera presente en la formación de nuevas generaciones de periodistas. Le preocupaba muchísimo la inmediatez porque para ir a fondo en cada tema hay que tener tiempo para ir al lugar y para poderlo transmitir. Sí creo que lo más importante para mi papá era poder continuar formando a las nuevas generaciones y yo espero que los lectores periodistas comprendan a través de la lectura estas 700 páginas el método de Germán Castro Caycedo.

Uno de los temas que más obsesionaron a Germán Castro Caycedo fue el conflicto armado. ¿Cómo entiende usted esto y qué aprendió de su padre con respecto a la guerra en Colombia?

Esta parte del libro fue muy difícil para mí porque, primero, tuve que entender el contexto histórico para poder entender no lo que escribió mi papá, sino la importancia de lo que escribió en el momento en el que lo hizo. Ahí tuve que leer mucho, pero también rodearme de antropólogos, historiadores, grandes amigos que me ayudaron con mucha generosidad, como Camilo González, Darío Villamizar, Jaime Arocha, entre tantas y tantas personas. Al “entender” el conflicto en Colombia, porque creo que no lo entiendo, pero al tratar de ubicar los momentos de crónicas que decidí voluntariamente incluir, me quedó clarísimo que un periodista no puede llegar a producir los textos que hizo mi papá sin un profundo conocimiento del país desde todas sus caras. Era entender la guerra, las motivaciones (buenas o malas) de cada actor de un conflicto armado, entender que ese periodista a la larga es un colombiano que añora una sola cosa y es la paz. Eso lo entendí escribiendo este libro.

En el libro se mencionan, entre otras, entrevistas con Jaime Arenas, Jaime Bateman y Carlos Castaño. ¿Cómo vivió y recuerda esa valentía de su papá para hablar con varios líderes de los grupos del conflicto armado?

Yo conviví con dos miedos desde siempre. El miedo de una hija de perder a su padre, sin importar quién es el padre, pienso que ese sentimiento me acompañó siempre porque fue una relación demasiado estrecha con él, pero también una vida en la que el padre es Germán Castro Caycedo, y él iba y se adentraba sin importar en qué situación fuera a estar. A nosotros nos daba mucho temor, pero él nos daba mucha seguridad también porque siempre estuvimos al tanto de todo lo que hacía, siempre nos hacía saber dónde estaba, y si no sabíamos ese dato sabíamos con quién estaba, pero su manera de protegerse siempre nos ayudó a tener tranquilidad. Fue un papá que siempre se puso en el ojo del huracán.

¿Qué entrevistas o crónicas hechas por Germán Castro Caycedo recuerda con cariño?

Recuerdo mucho los contadores de cuentos en Valledupar, en los patios de las casas, en las mecedoras de mimbre. Recuerdo los atardeceres en nuestra casa de campo con el trabajador de la finca, que eran entrevistas también porque era descubrir a todos los personajes que nos rodean. Recuerdo y me cae muy en gracia los relatos de los partidos de fútbol con los técnicos, con un sentido del humor increíble, o la crónica que le hizo al torero Víctor Rodríguez, y más allá está la entrevista a Jaime Bateman, que es increíble por ese sentido del humor también en medio de la situación del secuestro, pues recuerdo que decía que, para tomarle las fotos, Bateman cantaba los pollitos dicen mientras están dos tipos encañonados. La de Jaime Arenas es muy buena porque después tuvo una relación muy estrecha con él. La de García Márquez sin duda también”.

Hablemos de algunas amistades de su papá, de Julio Sánchez Cristo, de Germán Pinzón…

Cojamos el caso de Jaime Arenas. Él primero fue fuente y después amigo. También logró tener muy claro las dos dimensiones porque en el momento en que empezó a ser amigo dejó de ser fuente. Tejió amistades muy entrañables desde convencimientos y principios profundos, pero también desde vivencias. Con Julio Sánchez Cristo tuvo una amistad de anécdotas, de aventuras y es una amistad que perduró con mi mamá y hoy a través mío. Germán Pinzón fue su maestro primero leyéndolo, pero después se conocieron y fueron realmente entrañables en su manera de ver al país. Fernando Gómez Agudelo, una persona que para mi papá fue una de las más sino la más importante en su vida no solo profesional, sino personal. Él fue su mentor, su jefe, su amigo, su hermano, su padre. Fue absolutamente todo para mi papá. Fue un hombre de pocas, pero de muy fieles amistades.

En el libro también se puede ver el intercambio de cartas que tuvieron por años. Hablemos de la importancia de estas en su relación…

Fue la primera relación que tejimos. Esta relación epistolar para nosotros fue muy importante porque a través de ellas y a lo largo del camino logramos expresar sentimientos muy profundos que hoy digo ‘gracias, papá, por haber empezado esta tradición’. Fue una faceta importante porque por ahí logró transmitirme el país, pero también esos sentimientos profundos o su amor por mí, y hoy recobran una dimensión mucho más fuerte.

Además de las crónicas, los libros, Germán Castro Caycedo es recordado por el legado que dejó en la televisión con su programa “Enviado especial”…

Esta es una parte muy importante en su vida, no solo en el periodismo colombiano. Cuando mi papá tuvo la oportunidad gracias a Fernando Gómez Agudelo y a RTI de hacer Enviado especial logró realizar el sueño de llevar la crónica a la televisión y de poder ejercer una crónica de la misma manera, pero ahora como una imagen, no solo de país, sino también como una cara y una voz que la gente empezó a reconocer. Y una de las grandes proezas con Enviado especial en 1976 fue lograr sacar las cámaras de estudio, y cuando hablo de esto es que en esa época las únicas transmisiones que se hacían en exteriores eran algunas secuencias de los noticieros o de los reinados de belleza. Sacar las cámaras en ese primer año fue llevarlas a plena selva, a los llanos orientales, al tapón del Darién con todas las dificultades técnicas que esto implicaba. Era cargar equipos pesadísimos, enfrentar medios en los que los lentes se empañaban, en donde además del peso de los equipos había que cargar bolsas de arroz para que las cintas no se dañaran. Lograr filmar comunidades indígenas que pensaban que las cámaras les iban a robar el alma; atravesar selvas, llanuras, montañas, páramos en todos los medios de transporte. Fueron 12 años en los que ejerció un periodismo independiente, mostrando todas las caras posibles.

¿Cómo vivió su papá la firma del Acuerdo de Paz?

Militó por el sí. No se quedó quieto nunca. Se sintió feliz porque era la realización de una lucha que él venía haciendo porque cuando quería entrevistar a un guerrillero, un paramilitar, un narcotraficante o a un comandante del ejército él no quería enaltecer la lucha de uno o de otro, sino que trataba de buscar un camino hacia la paz, era ese el único objetivo. Esa firma de la paz fue realmente una gran felicidad y estuvo muy de acuerdo en la manera en que se hizo. Cuando ganó el no le dolió muchísimo. Él repartía papelitos en las calles, le parecía inverosímil que en un país que llevaba décadas atravesado por la violencia les estuvieran dando la oportunidad a la gente de elegir si quería la paz o no, pero además que cómo así que si la querían o no, la respuesta era evidente...

¿Qué afectaba a Germán Castro Caycedo?

La desinformación, la superficialidad, la violencia; lo ponían muy triste la miseria y la injusticia; lo ponía triste vivir lejos de su hija.

El medio ambiente fue otro de los temas que lo obsesionó. ¿Qué piensa de esa fijación por una materia que hace varias décadas no era de interés general para la sociedad?

Creo que fue una de las luchas atravesadas en su alma, porque fue uno de los caballitos de batalla desde sus inicios. Mi papá alertó desde los años 70 sobre la contaminación de los cursos de agua, la proliferación de cultivos no solo de marihuana y coca, sino de caucho, palma, pasto para el ganado y otros cultivos que destruían las selvas. Vio desde muy pronto lo que iba a ser el narcotráfico y una de las cosas que vislumbró era cómo ese tipo de cultivos arrasarían bosques y bosques, y luego qué medios se iban a poner en práctica no para combatir estos cultivos, sino el narcotráfico en general. Habló de los herbicidas y la minería ilegal. Todo esto fue mucho antes de que estos temas estuvieran en el centro del debate público. Con eso sí se fue atravesado en el alma, porque vio que fue una lucha perdida.

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