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¿Qué opina de la respuesta de Colombia sobre las elecciones de Venezuela?
La situación de Venezuela ha revelado el verdadero talante más allá de los espectros políticos en Colombia. Esto tiene que ver con que en Colombia tenemos un fenómeno en el que tanto gente de derecha como de izquierda es capaz de validar el autoritarismo cuando quien lo ejerce es afín a ellos, y yo creo que eso es muy drástico. Estamos viendo, por ejemplo, cómo frente al régimen, la izquierda, que siempre había tenido el monopolio de la movilización y protesta social, y para la cual la rebelión es legítima en términos políticos, hoy llama más bien a ese poder constituyente, que sí consideran que debe movilizarse en Colombia, a actuar con prudencia en Venezuela, básicamente para no provocar a un dictador que no ha sido capaz de demostrar integridad en el proceso electoral mediante el ocultamiento de las actas.
¿Cuál es su posición ante las declaraciones del presidente Petro?
Yo le he criticado que no se mide en lo que dice, que muchas veces ha estado dispuesto a perjudicar relaciones diplomáticas y comerciales de Colombia por su incontinencia verbal y descontrol emocional, algo inaceptable para un presidente. Uno podría entender que en un principio Petro intentara agotar hasta el último recurso diplomático. Los que queremos sensatez no le reclamamos eso, pero una semana y media después de las elecciones, observadores de la talla de la MOE y el Centro Carter nos dicen que, según sus datos, la oposición ganó. Además, el régimen de Maduro está reprimiendo, violando derechos humanos y políticos. La pregunta para Petro es cómo se supone que la oposición venezolana puede negociar con un régimen que no quiere revelar las actas de los puestos de votación, con Diosdado Cabello diciendo “los vamos a joder” y prometiendo construir nuevas cárceles para la oposición. Lo que vemos es que el presidente de Colombia, que tanto enarbola la causa del poder constituyente, básicamente está desconociendo por completo este poder en Venezuela.
¿Qué es lo que más destaca de su paso por la Cámara de Representantes?
En la primera legislatura logramos aprobar el proyecto de paridad, que ahora es una realidad en Colombia y está próximo a recibir sanción presidencial. En control político, hemos denunciado la expansión de grupos armados ilegales y problemas en la Unidad de Gestión de Riesgo. Además, hemos sido activos en la reforma de la salud, proponiendo alternativas que concilien la visión del Gobierno y la oposición. También hemos investigado la precarización laboral en la liga femenina de fútbol y denunciado la negativa de la Dimayor a recibir patrocinios.
¿Cómo resume su experiencia de trabajo en el Congreso?
Uno de mis principales descubrimientos es que nos hace falta recobrar el concepto de virtud política. En la actualidad, el más fuerte es el que se impone ante el otro, desapareciendo física o moralmente al contrario. Este es un modelo de liderazgo profundamente machista, incluso en las mujeres que ejercen el liderazgo de manera patriarcal y autoritaria. Creo que nos falta la conversación sobre la virtud. Necesitamos construir un liderazgo virtuoso que no solo se preocupe por qué hay que hacer, sino de cómo hay que hacerlo. Necesitamos una conducta a prueba de corruptos, prebendas, “mermelada” y corrupción. Es muy triste lo que estamos viendo con el primer gobierno de cambio en Colombia, absolutamente ahogado y salpicado en múltiples escándalos de corrupción. ¿Por qué? Porque nos preparamos 30 años para hacer campaña, pero el proyecto alternativo en Colombia no se ha preparado para gobernar y todavía no lo ha hecho.
¿Qué tanto se han ajustado sus expectativas del trabajo de ser congresista con la realidad?
La impresión que tengo del Congreso es que ni es tan malo como sus críticos afirman ni tan bueno como algunos quieren hacer ver. El Congreso representa por excelencia lo que es Colombia: una radiografía con todos sus vicios y virtudes. Por ejemplo, hay dificultad para escucharnos entre partidos o personas que piensan muy diferente, pero también existen quienes son capaces de sentarse como adultos políticos civilizados y buscar acuerdos para sacar adelante ciertos proyectos. Los congresistas son capaces de aprobar buenas causas sin que medien favores ni prebendas.
¿Qué le ha sorprendido o llamado la atención del trabajo en el Congreso?
He aprendido que los congresistas también pueden pensar en el interés general cuando es necesario. Sin embargo, veo con pesar que el presidente Petro los trata de la peor manera, asumiendo que son simplemente politiqueros con los que hay que tranzar, que ve al Congreso como una talanquera a la que hay que comprar. Si el presidente Petro no cambia su visión del Congreso, es probable que no logre abrir las deliberaciones de interés público necesarias ni sacar adelante su ambiciosa agenda.
¿Qué reflexiona de su trayectoria y del camino que la trajo a la política?
La manera en la que yo me he podido desempeñar como congresista se la debo a la ciudadanía que me eligió. Llegué simplemente con el poder de las ideas y del activismo, movilizando a la ciudadanía de a pie con causas que nos tocan a todos. Nunca nadie me pidió un contrato para votar por mí. Mi campaña fue realmente muy austera y atribuyo gran parte de mi éxito a la revolución de las redes sociales. Haber llegado así al Congreso me permite todos los días despertar y decir: estos son los temas que hay que defender hoy, estas son las batallas que hay que librar hoy. Nunca hago el cálculo de si puedo hablar contra este o si no puedo hablar contra el otro, o si tengo que callarme porque esta gente me financió. No tengo que preocuparme de tener rabo de paja. Esa es la gran libertad y el gran privilegio que tengo. No tengo miedo, por más de que estemos en un país complejo.