Homenaje a Álvaro Mutis por el centenario de su natalicio: “Maqroll somos todos”
Así lo dijeron el expresidente Belisario Betancur y Gabriel García Márquez, uno de los mejores amigos de Álvaro Mutis, que nació un día como hoy hace 100 años.
Andrés Osorio Guillott
La relación que tuvo Álvaro Mutis con el mundo desde su infancia estuvo marcada por la pérdida. Por pérdidas no en el sentido de haber carecido de privilegios –nunca le faltaron–, sino por cambios abruptos de vida que se convirtieron en las peripecias que después adaptó para Maqroll el Gaviero y el mito que encarnó su personaje.
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La relación que tuvo Álvaro Mutis con el mundo desde su infancia estuvo marcada por la pérdida. Por pérdidas no en el sentido de haber carecido de privilegios –nunca le faltaron–, sino por cambios abruptos de vida que se convirtieron en las peripecias que después adaptó para Maqroll el Gaviero y el mito que encarnó su personaje.
Y lo que siempre perdió fue un mundo. Nació en Bogotá y al poco tiempo vivió en Bélgica por su papá, luego este fallece y regresa con su madre a Colombia. La capital no le gustó. Pero en cambio siempre se sintió atraído por Coello, por la finca de sus abuelos maternos, por el trópico y la inmensidad de sus colores y sus formas. Y luego, como si Coello fuera a su vez el símbolo de su infancia, volvió a partir y con el paso de los años se alejó más y más de esos dos paraísos perdidos que parecen ser uno solo. Una especie de nostalgia y de desesperanza que luego contagiaron a Maqroll, que fue tan errante como él, no por la experiencia de la aventura, sino por el afán de hallar en algún lugar de la tierra las dichas que nunca pudo cargar en su maleta.
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Se lee en Un bel morir: “El Gaviero yacía encogido al pie del timón, el cuerpo enjuto, reseco como un montón de raíces castigadas por el sol. Sus ojos, muy abiertos, quedaron fijos en esa nada, inmediata y anónima, en donde hallan los muertos el sosiego que les fuera negado durante su errancia cuando vivos”.
Desde la nostalgia por tiempos que no vivió es que Mutis fue construyendo una relación con la desesperanza que reflejó en Maqroll. Su pasión por la historia, su fijación por la época de La Ilustración lo hizo saber que nunca más en el mundo iba a suceder un tiempo igual. Del Siglo XIX pensaba que era el “siglo idiota”, y del Siglo XX, el que vivió, aseguró que era “una demencia aterradora, la conspiración más grave contra la presencia del hombre en la tierra que ha habido en la historia. Se está conspirando directamente contra la persona misma”.
Noorin Khan, en su conferencia “El existencialismo en la obra de Álvaro Mutis”, nos demuestra cómo la narrativa del autor colombiano contiene varios tintes existenciales: el absurdo, el desasosiego. El sinsentido de la vida y el laberinto de pensamientos de Maqroll, visto como héroe y antihéroe, son elementos de varias de las historias y de incluso los versos de Mutis, que vio en la soledad y el aislamiento de su “amigo” y personaje el escenario ideal para mostrar las tensiones con el mundo, pero sobre todo con su condición humana y su destino.
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Se lee en el Diario del Gaviero, en La nieve del almirante: “Pero meditando un poco más sobre estas recurrentes caídas, estos esquinazos que voy dándole al destino con la misma repetida torpeza, caigo en la cuenta, de repente, que a mi lado ha ido desfilando otra vida. Una vida que pasó a mi vera y no lo supe. Allí está, allí sigue, hecha de la suma de todos los momentos en que deseché ese recodo del camino, en que prescindí de esa otra posible salida y así se ha ido formando la ciega corriente de otro destino que hubiera sido el mío y que, en cierta forma, sigue siéndolo allá, en esa otra orilla en la que jamás he estado y que corre paralela a mi jornada cotidiana”.
Dice, por ejemplo, Eduardo García Aguilar, en su artículo “Álvaro Mutis y el Gaviero: una poética de la desesperanza”: “En el destierro más absoluto cierra los ojos y crea el pasado irrecuperable. Condenado día a día a morir, se refugia en el culto de ciertos héroes, reyes o santos”.
Maqroll, como muchos de los personajes de la obra de Álvaro Mutis, cae en escenarios de marginalidad. Les huyó siempre a los destinos convencionales de las ciudades y las sociedades contemporáneas. “No hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”, decía Arthur Schopenhauer, y esa era la condena que el Gaviero aceptaba, pues sus experiencias no tuvieron nunca un rumbo fijo, y permitirle al azar ese poder sobre la vida le otorgó ese destino extraviado, esa derrota que implica no haber seguido los mandamientos de un mundo que ha construido un manual del éxito y del deber ser del progreso y la realización.
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“Maqroll somos todos”, decían Gabriel García Márquez y Belisario Betancur, y todos en efecto lo hemos sido en algún momento. Habrá a quienes no les interese, por fortuna son infinitas las decisiones que nos forjan y nos diferencian, pero parece que en este tiempo es cada vez más común reconocernos o toparnos con personas desprovistas de humanidad, rodeadas por los infortunios que brotan de todos los males del mundo y parecen ser también inagotables.
El centenario de Mutis es una buena oportunidad para volver a traerlo a colación. Tampoco hay deber ser sobre la literatura y el camino que elegimos como lectores, pero su legado tiene tantas vertientes que sin duda es un autor al que habría que darle al menos la oportunidad de ser leído para encontrarnos en los laberintos de Maqroll y en las pistas que nos llevan a nuestra historia y nuestro territorio.
“No hay orfandad parecida a la orfandad que sufre un pueblo cuando ha muerto quien lo supo representar ante el mundo con sus más altas virtudes y poseyó el don de trazarle siempre el camino más indicado y más noble por donde enderezar su destino”, escribió Álvaro Mutis en la revista Novedades, en México, el 13 de junio de 1981, en un texto que llamó “El gran ausente”. Palabras que se reafirmaron el 22 de septiembre de 2013, cuando falleció en Ciudad de México, en el país que terminó siendo su segunda casa, pues la primera siempre fue Coello, de la que alguna vez dijo también: “Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar ese rincón de la tierra caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores y mis dichas. No hay una sola línea de mi obra que no esté referida, en forma secreta o explícita, al mundo sin límites que es para mí ese rincón de la región de Tolima, en Colombia”.
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