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                                                                                                                                Centenario de Franz Kafka: de la angustia, la soledad y las leyes

                                                                                                                                Este lunes 3 de junio se cumplen cien años de la muerte de uno de los autores más importantes de la literatura del siglo XX. En este especial hacemos un repaso sobre su vida y su narrativa.

                                                                                                                                Andrés Osorio Guillott

                                                                                                                                Coordinador newsletters
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                                                                                                                                Foto: William Niampira

                                                                                                                                No era solamente el miedo, la incertidumbre o la ya instaurada desilusión de la especie humana provocada por la guerra —que, por la época en la que Franz Kafka escribió sus libros, nos obliga a hablar de la Primera Guerra Mundial y del amanecer de los totalitarismos en Europa—, sino también el tedio o la angustia del ser humano por ver cómo la industrialización de décadas atrás empezaba a ganar terreno, a tal punto que las personas empezarían a verse relegadas y absorbidas por las máquinas, también por la necesidad y la trampa de pasar horas y horas en oficinas, en industrias y en espacios laborales que fueron deformando la realidad y nuestra condición.

                                                                                                                                Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

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                                                                                                                                Foto: William Niampira

                                                                                                                                No era solamente el miedo, la incertidumbre o la ya instaurada desilusión de la especie humana provocada por la guerra —que, por la época en la que Franz Kafka escribió sus libros, nos obliga a hablar de la Primera Guerra Mundial y del amanecer de los totalitarismos en Europa—, sino también el tedio o la angustia del ser humano por ver cómo la industrialización de décadas atrás empezaba a ganar terreno, a tal punto que las personas empezarían a verse relegadas y absorbidas por las máquinas, también por la necesidad y la trampa de pasar horas y horas en oficinas, en industrias y en espacios laborales que fueron deformando la realidad y nuestra condición.

                                                                                                                                Franz Kafka, como todos los grandes autores que estampan su nombre en la atemporalidad de la literatura, supo convertir sus sensaciones en las de un gran puñado de la humanidad. No con esto aseguramos que haya sido este su propósito, pero lo que plasmó en su obra literaria en su corta vida fue el espejo de un mundo, un espejo en el que él no se vio, pero en el que muchos otros, incluso hoy, nos podríamos ver.

                                                                                                                                Diego Moreno Zambrana, fundador y editor de Nórdica Libros, habló para El Espectador sobre Franz Kafka, el absurdo que atraviesa su obra y la angustia que aparece cuando sus personajes se enfrentan a la burocracia y las leyes. Así, con respecto a la sutileza del escritor de La metamorfosis, El castillo y El proceso, entre otros, Moreno contó que “Kafka vivía en una Praga moderna, trabajaba en una agencia de seguros, montaba en moto, nadaba y era vegetariano. Era casi que un contemporáneo nuestro. Hay un elemento muy importante en su obra y es que cuando él empezó a escribir El proceso, estaba muy marcado ese período de entre guerras. Si bien nunca le pasó nada, no vivió esa etapa tan convulsa, sí estaba el germen de los conflictos del final de la Primera Guerra Mundial, de la Revolución rusa y luego de todo eso que se empezó a fraguar con el nazismo, que acabaría con gran parte de su familia exterminada en campos de concentración. Nada está de manera muy evidente en su obra, pero sí es una sensación de que algo va a pasar, de inseguridad, de inestabilidad. Eso se transmite en varios de sus libros”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                En ese libro, por ejemplo, hay una carta de Kafka a Felice Bauer, quizá su amor más tormentoso, en el que le dice: “De todas formas estos últimos días los he empleado lamentablemente mal. En lo que a mi trabajo se refiere, es necesario que la cosa cambie, es mi ruina, tampoco he escrito nada hoy, una vez más, y al llegar la noche y meterme en la cama estaba tan desesperado por la fatiga y la escasez de tiempo que, medio dormido, recé pidiendo que la existencia del mundo fuera puesta en mis manos, para poder sacudirla sin volver en mí. ¡Ay, Dios! ¡Ay, amor mío!”.

                                                                                                                                Cada tanto nos vamos encontrando con un Kafka que cuenta su vida como escribe sus libros. “Lo peor es que el tiempo pasa, que el sufrimiento me hunde en una miseria y una incapacidad cada vez mayores, que las perspectivas de futuro se hacen cada vez más sombrías, sin tregua”. Esas cartas, tan parecidas a un diario, mostraban una lucha contra su condición, su incomodidad y desazón. El sufrimiento, tan propio de nuestra naturaleza, lo fue convirtiendo en un existencialista que bebió también de una filosofía que iría creciendo, que encontraría su comienzo en pensadores como Kierkegaard, y en autores como Albert Camus o Jean Paul Sartre, su cúspide en un momento del mundo en el que el terror y la barbarie demostraban la verdadera cara de la humanidad.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                “Somos pensamientos nihilistas, pensamientos suicidas que surgen en la mentalidad de Dios”, le dijo Kafka a su amigo y editor Max Brod.

                                                                                                                                Sobre ese carácter existencialista, Moreno Zambrano destacó, por ejemplo, el absurdo, “esa falta de sentirse cómodo en la sociedad en la que se vive es clave en Kafka. El sentimiento de aislamiento pese a estar en plenos movimientos sociales está muy marcado. Pasaba en la obra de Bohumil Hrabal, también era la época en la que surgió la obra de Albert Camus, pero se estaba fraguando esa visión existencialista del hombre europeo”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En las mismas cartas de Kafka podemos también encontrar esa sensación de absurdo, pues a su amiga Grete Bloch le dijo alguna vez: “En cada uno de los resquicios de mi ser no hay sino vacío y absurdo, incluso en el sentimiento de mi propia desdicha. Ojalá fuera cosa de ir ahora a una isla desierta, en lugar de al sanatorio”.

                                                                                                                                Lo mostrado por Haas halla su sentido en lo que decía Kierkegaard sobre la angustia: “En este estado hay paz y reposo; pero también hay otra cosa, por más que esta no sea guerra ni combate, pues sin duda que no hay algo contra lo que luchar. ¿Qué es entonces lo que hay? Precisamente eso: ¡nada! Y ¿qué efectos tiene la nada? La nada engendra la angustia”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Esa misma angustia es clave en Kafka, pues en libros como El proceso y La metamorfosis asistimos a escenarios en los que los personajes no pueden luchar contra una cosa específica, sino que la lucha es contra sí mismos, contra el miedo y la tensión que se desarrolla segundo tras segundo entre sus ideas y sus sensaciones con respecto al mundo.

                                                                                                                                Gran parte de la desdicha que sentía Kafka se debía, entre otras razones, al peso de la rutina como trabajador, algo tan pesado que, de nuevo, generaba una sensación de deformidad. “Es mucho lo que Franz sufre por tener que estar diariamente en la oficina hasta las dos”, le dijo Max Brod a Felice Bauer el 15 de noviembre de 1912.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Puede resultar inverosímil, quizás hasta cometa el riesgo de caer en una imprecisión, pero desde nuestro contexto no parecería tan difícil entender eso que Kafka plasma en sus libros, pues vivimos en un tiempo y en un sistema que convirtió el trabajo y la producción en cultos, haciéndonos creer o, mejor, convenciéndonos de que nuestra vida se realiza en la medida en que estamos siendo útiles para algo, para alguien, en la medida en que somos parte de una burocracia que sabe mantenerse vigente por todos los pasos, las trabas y las normas que aparecen y desaparecen para crear procesos que parecen eternos e incomprensibles.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Kafka muere un poco antes de ver cómo los totalitarismos se generalizan en Europa, pero no llegan en la década de 1930, sino que se empiezan a crear mucho antes. Son Estados en los que el individuo desaparece, y este escenario hace que seamos más conscientes de esa entidad llamada Estado, una maquinaria grande y de un lugar en el que la persona tiene un papel poco importante. Eso se ve un poco en El castillo, hay una sensación de que no se sabe quién manda, que se sabe que hay un ente poderoso, pero no sabe cómo funciona. Kafka no da respuestas a esto, propone dudas y sensaciones de angustia, y eso también se ve en La metamorfosis”, aseguró el editor de Nórdica.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En una conferencia de Walter Benjamin llamada “Sobre la construcción de La muralla china de Franz Kafka”, dictada el 3 de julio de 1931, el alemán dijo: “El hombre actual vive en su cuerpo como K. en la aldea al pie de la montaña del castillo: como un extraño, como un paria que nada sabe de las leyes que unen ese cuerpo con otros órdenes superiores (…) Se ve bien que los círculos superiores viven tan ignorantes de la ley como los inferiores y que, al no haber barreras divisorias, las criaturas de todos los órdenes se entremezclan, unidas furtivamente por un único sentimiento: el miedo”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                No nos detendremos en ello, pero no es menor la importancia del padre en Kafka, pues además de lo que podemos deducir de su Carta al padre, también es importante la relación que hay de esta figura con el Estado, y he aquí la razón por la cual mencionamos este elemento, y es que de aquí se desprende esa convivencia malsana con el aparato estatal: “La relación conflictiva con su padre marca la vida, pero en este caso hay mucho de lo que después hablará Kafka sobre el Estado, creando esta figura de padre-Estado que tiene que velar por ti. Ese es uno de los elementos psicológicos que permea toda su obra”, señaló Moreno Zambrana, también por la misma vía que décadas atrás nos mostró Benjamin: “Son muchos los indicios que demuestran que, para Kafka, el mundo de los funcionarios y el de los padres son en realidad idénticos. Y no es que la semejanza los honre, pues ambos están hechos de embotamiento, degeneración y suciedad”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Son El proceso y El castillo los libros que quizá mejor plasman ese conflicto de Kafka con una vida anclada a lo burocrático, pero incluso en La metamorfosis, una obra que se relaciona más con el existencialismo, se pueden encontrar esos momentos de desdicha del autor con respecto a la rutina. “Estoy atontado de tanto madrugar —se dijo—. No duermo lo suficiente. Hay viajantes que viven mucho mejor. Cuando a media mañana regreso a la fonda para anotar los pedidos, me los encuentro desayunando cómodamente sentados. Si yo, con el jefe que tengo, hiciese lo mismo, me despedirían en el acto. Lo cual, probablemente, sería lo mejor que me podría pasar. Si no fuese por mis padres, ya hace tiempo que me hubiese marchado. Hubiera ido a ver al director y le habría dicho todo lo que pienso. Se caería de la mesa, esa sobre la que se sienta para, desde aquella altura, hablar a los empleados, que, como es sordo, han de acercársele mucho. Pero todavía no he perdido la esperanza. En cuanto haya reunido la cantidad necesaria para pagarle la deuda de mis padres —unos cinco o seis años todavía—, me voy a ir”.

                                                                                                                                Decía Benjamin: “Uno de los focos de la obra de Kafka es la experiencia del hombre moderno en la gran ciudad, en la que se abarcan diferentes elementos. Hablo, en primer lugar, del ciudadano del Estado moderno, que se sabe entregado a un inabarcable aparato burocrático cuyas funciones son dirigidas por instancias no demasiado claras ni tan siquiera para los propios órganos ejecutores, de modo que no digamos ya para los que viven sujetas a ellas”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Y Kafka, en otra de las cartas a Felice, afirmaba: “A mis espaldas han quedado semanas de desgana en el trabajo, de dolores de cabeza, de pensamientos que dan vueltas y vueltas eternamente en un estrecho círculo”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La obra de Franz Kafka dialoga con el existencialismo de finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, pero a diferencia de sus interlocutores, que nos muestran la crisis del ser humano derivada de las guerras y los totalitarismos, el escritor checo nos despierta un asombro mayor al demostrarnos que esas sensaciones de absurdo, angustia o miedo se pueden asomar no en contextos específicos como los ya mencionados, sino en algo peor: el diario vivir. En una cotidianidad que parece nuestra, pero que en realidad está supeditada, determinada y dictada por algo más grande: un Estado o un sistema diseñado para que precisamente surjan sociedades fragmentadas y sujetos cada vez más aislados y solitarios, perdidos en una larga cadena de eslabones que parecen no tener sentido.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Kafka es tal vez el autor más importante del siglo XX, porque no vio la literatura de un modo convencional, en realidad no podía impedirse escribir, y en todo veía algo distinto, más incomprensible, más anómalo. La fuerza estaba en su mirada, uno siente que era alguien muy original, pero de un modo humilde, nada vanidoso, más bien alarmado, más bien deslumbrado. Y creo haber descubierto que en todo lo que dice, aún en lo más terrible y en lo más alarmante, hay, de un modo inexplicable, como unas gotas de paraíso. Él no busca el terror, como Poe o Lovecraft, él no busca nada, él solo expresa su extrañeza; el mundo le parece raro, los sueños le parecen realidad, la realidad le parece un sueño, cualquier cosa del mundo le parece increíble. Porque, bien visto, todo es increíble. Es más, es imposible”, dijo William Ospina para este diario.

                                                                                                                                Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

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