Universalidad y vigencia de “La vorágine”
A propósito del centenario de “La vorágine”, obra de José Eustasio Rivera, hablamos sobre algunas razones de su vigencia.
Andrés Osorio Guillott
Nuestra educación ha cometido por años el error de obligarnos a leer ciertos libros a una edad en la que puede resultar difícil entenderlos no solo en su trama, sino también en cuanto a su importancia. La vorágine ha sido una de esas novelas sacrificadas por nuestro sistema educativo, pues será muy difícil que a los 12, 13 o 14 años comprendamos la historia que José Eustasio Rivera escribió en 1924 sobre Arturo Cova y la expedición en la que termina envuelto, que sirve como denuncia de la violencia y la explotación cauchera en las regiones del Orinoco y la Amazonia.
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Nuestra educación ha cometido por años el error de obligarnos a leer ciertos libros a una edad en la que puede resultar difícil entenderlos no solo en su trama, sino también en cuanto a su importancia. La vorágine ha sido una de esas novelas sacrificadas por nuestro sistema educativo, pues será muy difícil que a los 12, 13 o 14 años comprendamos la historia que José Eustasio Rivera escribió en 1924 sobre Arturo Cova y la expedición en la que termina envuelto, que sirve como denuncia de la violencia y la explotación cauchera en las regiones del Orinoco y la Amazonia.
Estos libros que leemos y se hacen tan complejos terminan alejándonos en general de la lectura, pues provocan cierto temor o tedio. Y este fenómeno nos termina alejando de la importancia que puede tener conocer también nuestro país o el mundo por medio de quienes lo han narrado.
La curiosidad de leer La vorágine se dio una tarde luego de hablar con José Luis Díaz-Granados, poeta de la generación sin nombre, quien de memoria recitó el principio de la novela de Rivera: “Antes que me hubiera apasionado mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia. Nada supe de los deliquios embriagadores, ni de la confidencia sentimental, ni de la zozobra de las miradas cobardes. Más que el enamorado, fui siempre el dominador cuyos labios no conocieron la súplica...”. Una vez terminó de rememorarlo, sus ojos se encharcaron mientras afirmaba la importancia que este libro tuvo no únicamente para su vida, sino para nuestra literatura.
Meses después se empezó a hablar con más frecuencia de La vorágine, pues empezamos a saber que este 2024 se cumpliría el centenario de la novela. Y más que un análisis literario, lo que este texto pretende poner sobre la mesa es la serie de razones por las que esta historia recuperó su vigencia o la mantuvo un siglo después.
Una novela de aventuras, quijotesca para algunos; una novela sobre la selva, sobre la violencia, sobre la explotación del caucho; una novela sobre el amor. Todas las definiciones son válidas porque todos estos temas se abordan en el libro de Rivera, quizás eso le dé ese carácter universal y le otorgue la importancia que estamos recordando a propósito de su centenario.
En diálogo para El Espectador, Juan David Correa, ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, quien por años trabajó en el mundo editorial y literario, nos habló sobre la relevancia de La vorágine y aseguró: “Creo que es un libro que ha sido mal leído desde mi generación: fue un texto que al escolarizarlo lo convirtieron en un libro bastante aburrido. Un libro que, si no se abre mediante una pedagogía más inteligente a los jóvenes, pues no se comprende porque es complejo. No es fácil. Tiene y encierra muchos significados y muchos significantes. No es la historia solo de un hombre y una mujer que están huyendo de un hecho, digamos, o de una persecución familiar, sino es la historia de una especie de relación que tienen los seres humanos que habitan las zonas andinas con ese otro país desconocido que suponían era bárbaro e incivilizado. Y lo que persiguen estas dos personas que se van encontrando a ese país poco a poco, primero en Cáqueza, después en Orocué, después en el Alto de Guijanero y después en la problemática del caucho, digamos que fue lo que inspiró a Rivera para escribir el libro, pues es realmente un desconocimiento absoluto de eso y no esa absurda oposición que quisieron implantar para justificar un holocausto como el que se comenzó en la selva, cuando matan 60.000 indígenas boras, uitotos, huinanas y justifican de alguna manera ese hecho, convirtiendo a esos seres en sujetos incivilizados. Eran fuerza de trabajo. De alguna manera, para muchos esos indígenas merecían morir porque esa era la lógica y lo justificaron después diciendo que La vorágine era una ficción y que no tenía nada que ver con la realidad”.
Un país rico en diversidad que, si me lo preguntan, pareciera condenado por Dios, pues resultó siendo una nación que, por su riqueza natural, se vio abocada a múltiples violencias que se asocian a la tenencia y el control de las tierras. “Ya ni se acordaban de hacer silencio para no provocar a la selva. Una violencia absurda les pervertía los corazones y les requintaba un furor de náufrago, que no reconoce deudos ni amigos cuando, a puñal, mezquina su bote”, se lee en La vorágine.
Pero esta novela es más que eso, como ya lo decíamos. Erna von der Walde y Margarita Serje, que editaron la edición cosmográfica que publicó el año pasado la Universidad de los Andes e hicieron la introducción de la edición conmemorativa de Penguin Random House, hablaron también para este diario sobre la vigencia de la obra de Rivera.
Para Erna von der Walde, “los libros tienen distintos momentos. La vorágine en un momento perdió vigencia, por así decirlo, los escritores del así llamado boom en los años 60 y 70 fueron durísimos con La vorágine, la consideraban una cosa completamente superada y superable. Carlos Fuentes dice que a la novela de esa época le tendría que suceder lo mismo que a los personajes de La vorágine: que se la tragara la selva. Es un desprecio profundo, como lo hubo por María. Entonces, este es un nuevo momento en donde La vorágine parece decirnos mucho más a los públicos de hoy de lo que le decía a los públicos de hace 50 años. Considero que tiene que ver mucho con el hecho de que, digamos, los escritores de los años 60 y 70 tenían una visión del futuro de América Latina que estaba muy vinculada en parte con las expectativas de la Revolución cubana, también con las expectativas del proyecto desarrollista, que se convirtió a su vez en el proyecto neoliberal y que ha afectado muchísimo tanto el medio ambiente como a las poblaciones. Tenemos una mayor conciencia de la historia de los pueblos indígenas del Amazonas. En fin, hay una serie de transformaciones económicas, políticas y culturales que nos han llevado a ver La vorágine como una novela que nos habla enormemente sobre circunstancias en las que el país todavía se encuentra. O se encuentra de nuevo, pero de forma distinta”.
Teniendo como base el aspecto de denuncia, ambas autoras afirman que la novela de Rivera “ilustra tres procesos claves del desarrollo del capitalismo: la articulación de los Llanos del Orinoco a los circuitos y mercados, inicialmente coloniales y luego nacionales, la expansión del comercio metropolitano y la acumulación de capital en la economía mundo”. Al respecto, Margarita Serje explica que “la novela muestra tres grandes procesos históricos que definen la región Orinoco-Amazónica, uno es la transformación de una región indígena en una región ganadera, no es la transformación de los paisajes históricos indígenas, los bosques, los distintos tipos de sabana, todo eso se va a ver transformado en ganadería, y ese es como un primer hito histórico, el desplazamiento violento de las poblaciones indígenas y de sus paisajes para introducir pastos y ganado y la punta de lanza fueron las misiones jesuitas. En la novela no se hace referencia a esto, pero sí se describe ampliamente ese proceso de despojo para el establecimiento de la ganadería; el segundo proceso histórico importante es el inicio de lo que se llamó el modelo extractivo exportador que comenzó en la región con una serie de especies promisorias, y una de esas eran las garzas blancas, que se explotaban para obtener las plumas que tenían un mercado muy importante en la industria de la moda y eso también influyó en la transformación ecológica en la región, porque se arrasó prácticamente no solo con las garzas sino con los ecosistemas donde se reproducen y a donde llegaron una cantidad de especies de aves y de patos a anidar; entonces, esa fue otra transformación importante que muestra Rivera en la novela; y el tercer gran proceso histórico es el económico y social que marcó la región Orinoco-Amazónica, que fue obviamente la extracción del caucho, que estableció un sistema extractivo brutal. Este es el tema de buena parte de la novela y del que Rivera nos da una visión muy amplia y muestra lo que estaba pasando a través de los personajes, muestra lo que estaba sucediendo en el Putumayo a través del relato de Clemente Silva y a través de relato de Ramiro Estévanez cuenta lo que estaba pasando en el Orinoco”.
El debate enriquece el valor de la novela, pues, por ejemplo, el escritor Juan Cárdenas asegura en el texto “La letra enferma”, publicado en El Colombiano, que la operación política más profunda de “La vorágine no consiste en un mero ejercicio de denuncia, en un grito de indignación contra la barbarie de las caucherías, la explotación inmisericorde de trabajadores, el genocidio indígena y toda la red de complicidades burocráticas que deciden hacer la vista gorda para que la máquina de horror siga su curso. La verdadera intervención política reside en el hecho de que todos los procedimientos del texto, basados en el contagio, el injerto, la floración rebelde y la superposición de voces, acaban mostrando que, para que el círculo de la explotación funcione, debajo debe haber un aparato estético y lingüístico”.
La violencia y la naturaleza no son temas aislados en la novela, dicen Von der Walde y Serje, y la primera afirma que en ese sentido es una novela pionera, aunque con respecto a la naturaleza y su preponderancia en la historia —tema que podrán leer en la siguiente página—, asegura que “es casi imposible hablar de las Américas sin empezar a hablar de la naturaleza. Y obviamente en el período republicano está mucho la cuestión de cómo se iba a domesticar esa naturaleza para la creación de naciones que se podían gobernar, porque eran terrenos extensísimos, eran territorios. La naturaleza ha sido algo que, digamos, recorre toda la forma de ver las Américas. Lo que va a ser impresionante en Rivera es la creación de este país, de ese personaje que viene de la ciudad. Hay toda una retórica sobre la naturaleza que viene desde la mirada de ese personaje que es Cova y de la mirada de los caucheros. Porque lo que él registra son muchos testimonios de caucheros y cómo ellos viven una naturaleza que termina siendo su enemiga”.
Incluso, a propósito del personaje central de la novela, Erna von der Walde dice que hay un aspecto importante “y es que él sale de Bogotá como una especie de, qué sé yo, de gigoló que ha seducido a Alicia. Y lo que va a suceder es una transformación de alguien que se va enterando de lo que está pasando en el mundo de las caucherías y considera que hay que luchar contra eso. Es decir, él va convirtiendo lo que es una historia de amor un poco, no sé, truculenta, en una misión humanitaria. Y eso es muy importante porque no podemos olvidar que no es solo un tipo que se va a aventurar, sino que en medio de todo lo que le pasa y que es lleno de azares, él no tiene un plan concreto. Pero en el recorrido va cobrando la noción de una denuncia y de una misión humanitaria de retención de los caucheros que no logra, pero está enunciada. Así Cova fracase, nosotros quedamos con el compromiso”.
Quizás una de las conclusiones tenga que ver con esto último que dice von der Walde, y en palabras de Correa una de las cosas que nos lleva a reflexionar la lectura de La vorágine es que “la literatura no es su actualidad ni su idea de novedad; o sea, vivimos de relatos que hacen parte de nuestra cultura. Si la Odisea no es fundante en eso, el Ulises, La metamorfosis, o lo que uno quiera, pues realmente no tendríamos un acervo simbólico dentro de nosotros que nos ayude a entender quiénes somos y cuál ha sido nuestro lugar en el mundo. No podemos seguir pensando que los libros tienen que ver con ciudades letradas y no con los problemas de la gente. Los libros tienen que ver con los problemas de la gente. Y eso lo dijo Estanislao Zuleta en este país hace 50 o 60 años. Uno lee con felicidad cuando los libros hablan de problemas, cosas que las personas están pidiendo, o les abren la posibilidad a otras urgencias que se necesitan resolver. Es en ese sentido en el que yo quiero mandar un mensaje y es que La vorágine nos puede permitir un nuevo diálogo sobre eso que estamos enfrentando y que hemos llamado algunos la emergencia climática”.