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John Better Armella es oriundo de Barranquilla. Nacido en 1978, este autor migró a Bogotá y publicó poemario China White (Salida de emergencia, 2006), del libro de crónicas y relatos Locas de felicidad (La iguana ciega, 2009) y de la novela A la caza del chico espantapájaros (Emecé, 2017). Su obra ha sido traducida a inglés y al italiano y, como periodista, ha trabajado en El Tiempo, El Espectador, El Heraldo, El Malpensante, Soho, Arcadia, Semana, Diners, Revista Corónica, Carrusel, Página 12 (Argentina), Latin American World Today (Estados Unidos) y Literature World Today (Estados Unidos), entre otros.
El festín secreto
Ya no quiero ser hombre.
No quiero esta dolorosa erección ni llevar arrastrando como un muerto
el nombre de mi padre y abuelo. Yo acabo la maldición patriarcal y me pongo encima los trapos rasgados
de mi madre.
Y recibo de ellos los mismos golpes, los mismos insultos.
Soy “un mujercito”.
Soy un marica de cara al sol.
Encontrarán mi cuerpo una de estas madrugadas.
Eunuco, invertido, mutilado.
Y con una gran sonrisa en mi rostro.
E.Boy
Entre tú y yo:
Esquinas/ Billares/Peluquerías/Leves tráficos.
Es una distancia vulgar para hombres como nosotros.
La alegría de encontrarnos en medio de estas calles es una costumbre
Una incesante casualidad.
Verte aparecer impecable.
Tomar tu mano.
Y en ese “hola”, ver tu sonrisa colgando como un dije.
Luego, nada.
Un “hasta luego” que dura un siglo.
Y te alejas.
Así de simple es la nada.
Y yo me quedo en esta esquina de miseria.
Viendo tus bellos años.
Tu reflejo en los vidrios de las casas.
Tu caminar lento.
Como si el tiempo.
Como si el mundo.
Como si yo...
Porfirio El Grande afeita su barba
La belleza solo es posible un instante.
Ha dormido en mi cama la noche anterior.
¡Miradla ahí respirando!
Contemplen sus piernas.
Su espalda solar en la que he dejado mis dientes.
Su boca tibia de niño anhelando un pezón.
No dejen de apreciar su cabeza.
En donde crecen a cada segundo los hilos negros que coserán mi
mortaja.
¡Miren lo que solo soñando dura!
Lo que he amado y he perdido en unos minutos.
La belleza es posible solo un instante.
Calypso
Un día papá fue por cigarrillos y nunca más volvió
A nadie pareció importarle
Amá lucía serena.
Hasta se compró esa vez un nuevo vestido y desde entonces usó más colorete que de costumbre.
Todas las tardes, papá se sentaba en la terraza a ver pasar “hembras”
-”Mira ese culo y esas tetas”
Desde la otra acera las hembras le lanzaban miradas de odio tropical.
Él se agarraba las bolas y echaba una maldición al aire.
-Un día irás husmeando la noche detrás de una de ellas, hijo.
-!Nunca!! Yo quiero ser una de ellas.
De eso, hace muchos años ya.
Hoy camino por la vereda con zapatos de tacón.
Mientras los muchachos me gritan : “mami , de quién es todo eso?”.
Y “todo eso” lo muevo con más ganas, con alegría maraquera.
Y muy raras veces me pongo triste
Enciendo un pucho
Y recuerdo que mi padre fue un día por cigarrillos
Y nunca más volvió.
Preámbulo de discurso de John Templanza Better para leerse en los días imposibles
Texto publicado en el libro Los Cantos oscuros de Sioux Vidal
2011, memorias del bicentenario.
En esta forma, en este pedazo de cielo. Imperfectos y llenos de gracia, nuestra voz hizo eco, agrietó el cristal y siguió vibrando.
Salimos de un pacífico encierro para entrar a un ring de amarguras.
Nos llamaron raros, transgenders, maricones, maricas, freaks de mierda, dejamos la baba celeste de nuestro andar por bares y calles pavimentadas de miedo, pero aquí estamos, sonriendo ante las cámaras.
Aquí estamos mirándonos en el reflejo de la limosina que pasa veloz, en uno de los espejuelos de la bola de la disco.
¡Y sí que somos raros!
Los más raros de todos, tenemos largos cuellos de jirafas, ceñidas plumas nacaradas, arqueados garras de buitres para devorar el cadáver de quienes nos censuran, aletas y cuernos que traspasan nuestra piel: respiramos bajo el agua, urdimos bajo la tierra.
Los más raros de la feria ambulante: miren a mi hermana y sus dos vaginas, una que pare, otra que habla.
Miren mi pene, su punta coronada de espinas, miren a mi hermano José, muerto hace más de un siglo y convertido ahora en la medusa transfigurada, sientan su aliento de cloroformo, sus eléctricos tentáculos que piden a gritos un abrazo.
De esta forma nacimos, dando alaridos en las clínicas clandestinas, todavía con un pedazo de útero en nuestras bocas, y aunque interrumpimos el llanto, no hemos dejado de derramar lágrimas cada vez que uno de los nuestros es perseguido, atado, obligado a revelar el secreto que nos une.
De esta forma, en este pedazo de cielo, desnudos y atravesando en hordas el desierto, nosotros, los llamados a renacer, recibimos gustosos la lluvia de fuego que se gesta en el horizonte.