Cómo acercarse al dolor y otras lecciones de Sudáfrica
Sudáfrica y la comisión presidida por el arzobispo Desmond Tutu tras el apartheid trajo a la mesa algunos puntos importantes sobre cómo acercarse al dolor tras el conflicto. Quizás Colombia podría nutrirse de algunos de ellos.
Daniela Cristancho Serrano
La última vez que entré a la Comisión de la Verdad, en el centro de Bogotá, había una frase de Alfredo Molano, de su libro Desterrados: crónicas del desarraigo: “Para nosotros podría ser mejor que no supieran nuestra historia, pero si no contamos ni hablamos, todos nuestros muertos van a quedar muertos para siempre. Nosotros podemos enterrarlos, no olvidarlos”, decía. Esta comisión no es la primera en su especie. Como ella, ha habido varias en las historias de la posguerra en el mundo y, quizás, si se miran de cerca, algunas de las lecciones aprendidas en otros países podrían aplicarse al caso colombiano.
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La última vez que entré a la Comisión de la Verdad, en el centro de Bogotá, había una frase de Alfredo Molano, de su libro Desterrados: crónicas del desarraigo: “Para nosotros podría ser mejor que no supieran nuestra historia, pero si no contamos ni hablamos, todos nuestros muertos van a quedar muertos para siempre. Nosotros podemos enterrarlos, no olvidarlos”, decía. Esta comisión no es la primera en su especie. Como ella, ha habido varias en las historias de la posguerra en el mundo y, quizás, si se miran de cerca, algunas de las lecciones aprendidas en otros países podrían aplicarse al caso colombiano.
De acuerdo con Alexandra Barahona de Brito, las comisiones de la verdad han sido valoradas como “partes de ‘proyectos fundacionales’ que marcan una ruptura simbólica y moral con un oscuro pasado [...] son oportunidades para la creación de símbolos que pueden unir a una comunidad, proporcionar un marco para explorar el significado de la violencia y ayudar a construir un proyecto para el futuro”. En ese sentido, las comisiones de la verdad servirían como herramienta para la reconciliación en un escenario de posconflicto.
Al estar dentro de aquel recinto, leyendo las palabras de Molano y escuchando los testimonios de algunos excombatientes, reflexiono sobre el potencial simbólico que tiene la Comisión de la Verdad para reconocer el pasado violento, darle cierre y construir un futuro en el que no se repita la barbarie. Pienso en aquello que me dijeron en la universidad: la importancia de acercarse de manera adecuada al dolor de las víctimas, tal que este pueda ser verdaderamente reparado. ¿Cómo se logra esto?
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Después del apartheid en Sudáfrica, el proceso de paz incluyó una Comisión de la Verdad y, Reconciliación presidida por Desmond Tutu. En ella, las víctimas podían oponerse o no a la aplicación de amnistía de sus victimarios. En el icónico caso de Amy Biehl, una joven estadounidense asesinada en los últimos días del apartheid, los padres no se opusieron a la amnistía de los asesinos de su hija. Pero también existen ejemplos contrarios. En el caso ‘Cradock Four’, donde cuatro líderes negros fueron asesinados por los escuadrones de policía blancos, las viudas de estos personajes sí se oponen a la aplicación de amnistía de los verdugos. Quizás esta sea una de las lecciones sudafricanas: la importancia de la participación por parte de las víctimas, en la medida en que les permite opinar sobre el futuro de quienes les hicieron daño, y expresar lo que ellas consideran más justo.
El caso de ‘Cradock Four’ pone sobre la mesa otro punto que, aunque parezca casi evidente, es fundamental: la aproximación al dolor desde el respeto. En el caso de una víctima esto se traduce en preguntarles qué información desean saber sobre la violencia infligida contra sus familiares. En el mencionado caso, la comisión les pregunta a las viudas si, en caso de que apareciese el asesino de sus esposos, desearían conocer su identidad. Esto les otorga el poder de decisión a las víctimas sobre su propio proceso, solo ellas saben qué información necesitan sobre aquel capítulo doloroso para poder darle cierre.
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Sudáfrica tuvo, además, un momento para que las víctimas tenían la posibilidad de entrar en diálogo con sus victimarios. Así, en el marco de la Comisión, se generaron espacios para que estas expresaran su dolor de manera libre en frente de quien se los infligió. Este tipo de espacios se resconocen en la comisión de Sudáfrica, tanto en el caso de Amy Biehl, como en la película The Forgive’. En el primero, los padres de Biehl hablaron sobre su hija en frente de sus asesinos y aprovecharon este espacio para describirla de manera detallada y profunda. Mongezi Manquina, uno de los victimarios de este caso, afirma que “le dolía el corazón escuchar como la describían”. Así, la víctima tiene un momento para expresar libremente su dolor y el victimario entra en sintonía con el mismo. Como afirma el padre de Biehl en el documental Long Night’s Journey into Day: “el racismo ha sido una experiencia dolorosa para blancos y negros y la reconciliación puede ser igual de dolorosa. Sin embargo, el vehículo más importante hacia la reconciliación es el diálogo abierto y honesto”.
Este mismo tipo de diálogo se da en la película The Forgiven. La señora Morombe se levanta a hablarle a uno de los asesinos de su hija, después de que se ha escuchado la verdad sobre su muerte. En una emotiva escena, la señora le dice al victimario que no permitirá que la muerte de su hija se ensucie con venganza. Es por esto ella que decide perdonarlo y ofrecerle la mano en frente de la comisión, la cual él sostiene entre sollozos.
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Más allá de todo esto, de los ejemplos internacionales, como el de Sudáfrica, es importante recalcar que, enfrentarse con el pasado, y el dolor que éste implica, es un proceso constante y que necesita un apoyo institucional que va más allá de los pocos años que suelen durar las comisiones de la verdad. En ese sentido, la mejor manera de acercarse responsablemente al dolor de las víctimas es la continuidad. Es brindar, hasta que sea necesario, espacios en los que se puedan enfrentar al pasado violento e intentar ir rompiendo con este simbólicamente.