Constantino Kavafis y el sustento de la poesía
Constantino Kavafis renunció a su trabajo para escribir. Hizo de la poesía su sustento. El adagio del arte por el arte.
Andrés Osorio Guillott
“Y si no consigues hacer tu vida como quieres / intenta por lo menos esto / en cuanto puedas: no vayas a ensuciarla / al frecuente contacto de la gente, / con charlas y negocios por doquiera. No vayas a ensuciarla con llevarla, / con volverla a menudo y exponerla / a la vulgar locura cotidiana / de tanta relación y compañía / para que se convierta en una extraña intrusa”, dice el poema En cuanto puedas.
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“Y si no consigues hacer tu vida como quieres / intenta por lo menos esto / en cuanto puedas: no vayas a ensuciarla / al frecuente contacto de la gente, / con charlas y negocios por doquiera. No vayas a ensuciarla con llevarla, / con volverla a menudo y exponerla / a la vulgar locura cotidiana / de tanta relación y compañía / para que se convierta en una extraña intrusa”, dice el poema En cuanto puedas.
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Cansado de trabajar en la Bolsa y en el Ministerio de Riegos de la Administración Inglesa, Kavafis, con sus ahorros, renunció y se dedicó a escribir poesía. Y en medio de esa aparente rutina sofocante de escribir y pensar, surgieron los versos que lo harían pasar a la posteridad. Y escribió por convicción, el adagio del arte por el arte, no por sus retribuciones o intereses ajenos al ejercicio mismo. Tan fue así que la mayoría de su obra es póstuma.
A Kavafis le interesaba la conciencia, y el peso de la misma aumentaba en la pregunta por la historia, que esconde el cuestionamiento por el tiempo, el pasado y el devenir o destino de una vida, a su vez de la humanidad.
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“Mucha pena sintieron por la separación. / Ellos no lo querían: fueron las circunstancias. / La necesidad de vivir hizo a uno de ellos / marcharse lejos -Nueva York o Canadá. / Su amor ciertamente no era igual como antes; / había disminuido gradualmente la atracción, / había disminuido mucho la atracción. / Con todo separarse, ellos no lo querían. / Fueron las circunstancias.- O acaso como un artista / el Destino apareció separándolos ahora / antes que se extinguiera su sentimiento, antes que los / cambiara el /Tiempo: / será el uno para el otro cual si siguiera siempre / siendo el hermoso muchacho de veinticuatro años”, se lee en Antes de que los cambiara el tiempo.
Amante de la belleza. Hedonista, pero también estoico. Su voluntad y la razón en una batalla con las pasiones que lo llevarían a sufrir de cáncer y a padecer los cobros que hace el cuerpo cuando los placeres exceden sus justas proporciones. Kavafis manifestó en su poesía su homosexualidad, las frustraciones propias de un tiempo donde era mucho menos “legítimo” que ahora.
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“Así tan intensamente contemplé la belleza, / que plena está mi vista de ella. / Líneas del cuerpo. Labios rojos. Miembros voluptuosos. / Cabellos como tomados de estatuas griegas: / siempre hermosos, aun cuando están despeinados, / y caen, un poco, sobre las frentes blancas. / Rostros del amor, tal como los anhelaba / mi poesía… / en las noches de mi juventud, / en mis noches, furtivamente, hallados…”, escribió en Así tan intensamente contemplé.
Vivió en Constantinopla porque su familia tuvo que emigrar. Y todo aquello que sucede en la infancia va conformando otras patrias que nos acompañan toda la vida. La experiencia de la migración influyó en el inconsciente del poeta, que tuvo siempre una fijación por el viaje y la diáspora.
A título personal, llegué a Kavafis por Ítaca, uno de sus poemas más recordados. Un poema que celebra el viaje como metáfora del paso del tiempo y los objetivos de la vida, que la importancia no radica en el momento en que se cumplen los sueños, sino en las enseñanzas que deja todo el camino recorrido para llegar a ellos.
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Pero de Ítaca no solo queda ese mensaje que se hizo célebre, sino que refleja también la influencia y atracción de Kavafis por el mito, por la cultura griega, por la Odisea de Homero.
“Cuando te encuentres de camino a Ítaca, / desea que sea largo el camino, / lleno de aventuras, lleno de conocimientos. / A los lestrigones y a los cíclopes, / al enojado Poseidón no temas, / tales en tu camino nunca encontrarás, / si mantienes tu pensamiento elevado, y selecta / emoción tu espíritu y tu cuerpo tienta. / A los lestrigones y a los cíclopes, / al fiero Poseidón no encontrarás, / si no los llevas dentro de tu alma, / si tu alma no los coloca ante ti.
Desea que sea largo el camino. / Que sean muchas las mañanas estivales / en que con qué alegría, con qué gozo / arribes a puertos nunca antes vistos, / detente en los emporios fenicios, / y adquiere mercancías preciosas, / nácares y corales, ámbar y ébano, / y perfumes sensuales de todo tipo, / cuántos más perfumes sensuales puedas, / ve a ciudades de Egipto, a muchas, / aprende y aprende de los instruidos.
Ten siempre en tu mente a Ítaca. / La llegada allí es tu destino. / Pero no apresures tu viaje en absoluto. / Mejor que dure muchos años, / y ya anciano recales en la isla, / rico con cuanto ganaste en el camino, / sin esperar que te dé riquezas Ítaca.
Ítaca te dio el bello viaje. / Sin ella no habrías emprendido el camino. / Pero no tiene más que darte.
Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó. / Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia, / comprenderás ya qué significan las Ítacas”.
“¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros? Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”, se lee en el poema Esperando a los bárbaros, que también es recordado por la idea que Kavafis expresó sobre cómo la política necesitaba de las crisis -casi que al igual que los dioses-, para sostenerse y justificar su presencia en la condición humana.
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