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Contar el país a través de pabellones de la FilBo

Durante años la oficina Yemail Arquitectura ha estado encargada de crear pabellones que tienen una temática común: Colombia como memoria y espacio posible. En esta versión de la feria, a través del pabellón de la Alcaldía de Bogotá, “Leer para la vida”, proponen una capital que tenga en cuenta la relación entre lectura, colectividad y naturaleza.

30 de abril de 2022 - 08:15 p. m.
El resultado de “Leer para la vida” –cuya escenografía fue realizada con el soporte de Hyg Studios– es un pabellón onírico en su estética, pero realista en las prácticas comunitarias de intercambio cultural.
El resultado de “Leer para la vida” –cuya escenografía fue realizada con el soporte de Hyg Studios– es un pabellón onírico en su estética, pero realista en las prácticas comunitarias de intercambio cultural.
Foto: Alejandro Arango
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Como la literatura, la arquitectura crea mundos posibles. Esto puede ser comprobado año tras año en la Feria del Libro de Bogotá, en donde una buena parte del diseño y construcción de los pabellones que hospedan los millones de libros en exhibición levantan sus propios relatos, perpetuando una memoria o proponiendo nuevas formas de estar en sociedad. En el caso de la oficina Yemail Arquitectura, especializada en espacios culturales y dirigida por el reconocido arquitecto, museógrafo y profesor Antonio Yemail, los pabellones que han construido desde el 2015 tienen en común la enunciación de una reflexión en torno a Colombia, como memoria y espacio posible. Yemail Arquitectura estuvo –entre otros– a cargo de la arquitectura del pabellón “Macondo” en 2015, que conmemoraba el mítico universo del escritor Gabriel García Márquez; y del diseño y construcción del pabellón del Centro de Memoria Histórica “Voces para transformar a Colombia” en 2018. En esta muy esperada edición de la FILBo –que acontece después de dos difíciles años de pandemia– construyeron “Leer para la vida”, comisionado por Idartes y la Secretaría de Educación y Cultura de la Alcaldía de Bogotá a partir del plan de lectura, escritura y oralidad del Distrito, y que, con más de 30 mil visitantes, ha impactado por su capacidad de generar un relato alterno de la capital colombiana, que tiene en cuenta la composición rural de la ciudad –por ejemplo, en el túnel de entrada una exposición sonora emula el ambiente del Páramo de Sumapaz– mientras propone un futuro en donde exista una conexión más orgánica entre la lectura, la colectividad y la naturaleza.

Para el arquitecto Antonio Yemail los pabellones son vehículos que pueden ofrecer instalaciones artísticas complejas y provocadoras, que inciten a los visitantes a crear nuevas narrativas sobre su entorno social. Como explicó en entrevista para El Espectador, la complejidad de la construcción del pabellón “Leer para la vida” –que buscaba, con contenido presentado por Bibliored y demás entidades de la Alcaldía, proponer la cultura como forma de reparación y reconstrucción social– requirió la experticia de distintas disciplinas, entre las que sobresalen la arquitectura, la escenografía, la museografía, la luminotecnia y el diseño industrial, una reunión que no es extraña a su oficina, conformada por un equipo que tiene desde arquitectos hasta escritores, y que ha estado a cargo de la construcción de las galerías “Plural” y “Binario” y otros proyectos de tinte más corporativo, como las oficinas del “Instituto Goethe” y de la “Vía 40 Express”.

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El resultado de “Leer para la vida” –cuya escenografía fue realizada con el soporte de Hyg Studios– es un pabellón onírico en su estética, pero realista en las prácticas comunitarias de intercambio cultural que plantea a través de espacios que recuerdan la atmósfera de las historias contadas alrededor del fuego. Una tela blanca, ondulada y vaporosa, intervenida por dibujos de la artista Power Paola (que, vistos rápidamente, parecen estrellas), atraviesa el cielorraso del pabellón de 800 metros, con lámparas que cuelgan del techo parar generar halos de luz de distintas intensidades, que sirven como alegoría de los estados de ánimo asociados a la variabilidad de las nubes de la capital. Estas luces iluminan acogedores espacios de lectura y encuentro, entre los que están “Leer en el agua”, en donde una secuencia de mesas que en su superficie tienen textos que informan sobre la importancia de la alfabetización simulan el cauce de un río; y “Leer en el aire”, en el que dentro de un grupo de trípodes hechos a partir de madera cruda y conos de papel se escuchan historias sobre Bogotá –un formato que evoca la conexión de nuestra sociedad con inmemoriales culturas orales e indígenas. Adicional a estos espacios, sobresale una especie de fábrica de encuadernación que funciona, también, como una plaza de trueque de libros; y el hecho de que los más de 50 objetos que componen “Leer para la vida” tengan un hálito animista, que hace, por ejemplo, que troncos de madera sobre los que se organizan historias puedan ser pensados como un bosque.

En su capacidad de imaginar por medio de la creación espacial un futuro alterno para la ciudad de Bogotá, “Leer para la vida” completa –con los ya mencionados “Macondo” y “Voces para transformar Colombia”– una trilogía de pabellones de la FILBo que ha entendido la sociedad colombiana desde distintos ejes: su cultura popular y literaria; la memoria del conflicto armado que ha recorrido su historia; y una propuesta de un futuro basado en lo que ya existe: un tejido social desigual que puede componerse a través del trabajo colectivo, y una naturaleza y poder de creación exuberantes.

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Lo primero fue expuesto en “Macondo” –cuya dirección artística estuvo a cargo de Laura Villegas, Santiago Caicedo y Andrés Urbano– a través de la construcción de un universo que rememoraba tanto el cosmos literario de nuestro nobel como el de pueblos que muchas veces yacen desconectados de los centros urbanos: pueblos parsimoniosos y alegres, violentos y circulares en sus acciones. Lo segundo, se vislumbró en “Voces para transformar a Colombia”, un pabellón que funcionó como primera exhibición del Museo de Memoria Histórica y que, con la curaduría de los museógrafos de dicha institución, exhibió en 1.200 metros punzantes historias del conflicto armado a través de una retícula que permitía al visitante confeccionar su propio recorrido. Sobre esto, dice Antonio Yemail: “En la entrada del pabellón pusimos dos puertas para que el visitante pudiera adaptar su visita según quisiera. Nuestra intención era dar a entender que no existe una sola verdad del conflicto ni una única forma de recordar nuestra dolorosa historia reciente”. Lo último –la propuesta de una especie de futuridad que combina la textura del sueño con la permanencia de la vigilia– se presenta en “Leer para la vida” a través de la creación de espacios de lectura y encuentro, que sacan a relucir tanto la potencia del colectivo como de aquellas zonas (usualmente rurales) que han sido o explotadas o invisibilizadas dentro del relato oficial de Colombia.

A todas luces, esta última puesta en escena es relevante en un año en donde urge un camino de regreso hacia los discursos de paz, y en donde se necesitan, también, proyectos que lleven esta visión por fuera de ferias institucionales y dentro de la arquitectura de la vida diaria. Si es cierto que la lectura genera resistencia y arma individuos con criterio, como indicó Piedad Bonnett en la inauguración de “Leer para la vida”, quizá una propuesta espacial y social que acompase, como en el mencionado pabellón, la lectura, el colectivo y la naturaleza, sea lo que se necesite para rearmar un orden social descompuesto.

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