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Pienso en la memoria como un pedazo de amalgama tibia. A veces frágil. A veces un olor que llega de repente y se va. A veces una casa, solo una casa. Otras veces una música que suena destemplada. Pienso en la memoria como un silencio fragante, como una interminable caricia a un animal dormido. Leo por estos días el libro “Verdades compartidas”, nueve lecturas de escritores latinoamericanos que escribieron después de leer algunos textos testimoniales del libro “Cuando los pájaros no cantaban” de la Comisión de la Verdad en Colombia. Al final queda el silencio. La coartada. ¿A dónde va la memoria? El tiempo se detiene. Quedan ecos perforando el aire. Quedan las voces de los desaparecidos: su memoria. Las lumbres de Natalia García es un eco que se extiende, un ruido que permanece robusto como un árbol. Es la chispa que queda encendida después de leer los testimonios de las víctimas porque la verdad conmueve. García Freire articula voces: la voz de la escritora que arranca el vuelo, la voz del niño que lleva a los hombres por el monte a descubrir las Lumbres. Son hombres sin rostro, pero con un olor a leche agria. Son hombres sin nombre y se pasean como fantasmas. El niño guía a los hombres. Descubre Las lumbres: “Y nos fuimos caminando. Yo fui el que les mostró el camino. Me dicen todos que nos tengo perdón de Dios”. Poco a poco se llevaron Las lumbres. El niño se pega un tiro porque carga el peso de revelar la luz. Todo sucede en un paisaje onírico, en un territorio de muerte. Se traza una geografía semejante a las tierras calurosas de Cómala, donde todo se desvanece. Una tierra donde los muertos aún sueñan a ser vivos. Sin embargo, no transcurre ni el tiempo, no pasa nada porque la vida no está disponible. Vive el recuerdo. “Han pasado siglos desde entonces y yo aún no me caso”, dice la novia de blanco. No hay tiempo ni lugar, solo las luces de Las lumbres que brillan intermitentes bajo el agua, vueltas luces porque la luz habla, la luz recuerda.
Hay voces que narran los hechos porque es lo que nos devuelve la verdad. Natalia García expone voces y los pensamientos que se articulan a las voces y a los lugares. Leo a la par un testimonio. Se titula “En un noticiero yo la vi”. Hace parte del trabajo de la Comisión de la Verdad y aparece en el libro “Cuando los pájaros no cantaban”. Hay un momento específico: la toma del Palacio de justicia en el año 1985. A las 11:30 de la mañana el grupo M19 se tomó el Palacio de Justicia. Era miércoles. Tenían como propósito presentar una demanda armada ante los magistrados y poner en juicio el gobierno de Belisario Betancur por no cumplir su parte negociadora en el acuerdo de cese al fuego y diálogo nacional el 24 de agosto de 1984. No hubo negociación adentro. Hubo exceso de violencia por parte del Estado. Hubo muertos. Hubo desaparecidos.
Ambas historias se construyen del relato, es decir, están las voces y el recuerdo como acto narrativo. Pero a la vez el recuerdo está unido al olvido. Tzvetan Todorov, el filósofo e historiador búlgaro, señala que “hay que recordar algo evidente: que la memoria no se opone en absoluto al olvido. Los dos términos para contrastar son la supresión (el olvido) y la conservación; la memoria es en todo momento y necesariamente, una interacción de ambos […]; la memoria como tal, es forzosamente una selección: algunos rasgos del suceso serán conservados; otros, inmediata y progresivamente marginados y luego olvidados”. Sucesivamente, el recuerdo y el olvido construyen el relato con pedazos. “En un noticiero yo la vi” se presentan las voces: Adriana y María Fernanda. Hermanas de Mónica, la desaparecida. Y a la vez están los momentos que ensamblan el testimonio: un antes, durante y después. Enmarcan los hechos así: el ingreso, la toma y la búsqueda. Todo se configura por una imagen proyectada por un noticiero: Mónica saliendo del Palacio de Justicia. Dice María Fernanda: “Mi mamá decía «yo la vi salir con una falda a cuadros. Yo vi que ella salió viva, en un noticiero», y ese noticiero nunca lo volvieron a pasar. Había la necesidad de aferrarse a la idea de que Mónica había salido viva.” Es la última pista de Mónica. Meses después viene la remoción de tierra para encontrar sus restos mezclados con otros. Su padre murió en la espera. Adriana y María Fernanda llevan la vida de los desaparecidos y su silencio. Su madre la desgarradura.