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“Ese otro que también me habita,
acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio
esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el inmotivadamente alegre,
ese otro,
también te ama”.
Hay días en los que escribe menos que en otros. Su disciplina se constituye de la voracidad por escribir, más que de orden. Aun estando la página en blanco, nunca lo está: la cadencia de la escritura no se despoja de los pensamientos de Darío Jaramillo Agudelo y viceversa.
En Historia de una pasión (1999) describió la poesía como “la capacidad de alucinar con la palabra escrita” y no la contrapuso a otros géneros en prosa: “La poesía convierte en literatura a la novela o tal texto para televisión, a la nota bibliográfica o a la crónica. La virtualidad de la palabra escrita para cortarnos la respiración, para hacernos parpadear de la sorpresa, para exorcizarnos, para sonreírnos hacia adentro, esa palabra que está en el poema, en el relato, en el anuncio publicitario o en el cine”.
En alguno de sus poemas escribió que la poesía es “esa batalla de palabras cansadas”, aquel “consuelo de bobos sin amor”.
Le invitamos a leer: Escribir con las vísceras y la forma de burlar una ‘tusa’
Y hoy, agrega que la poesía no puede estar encerrada en sí, ni mirar solo su propio ombligo. La poesía, siguiendo a la novela, debe ver hacia afuera: explorar el mundo. Y la novela, en cambio, debe aprenderle a la poesía del cuidado de cada palabra.
Jaramillo vivió en Santa Rosa de Osos, Antioquia, hasta los siete años; en 1955 su familia se mudó a Medellín. Con los años, ha llegado a la conclusión de que sus poemas son intentos por regresar a los pulsos de aquellos tiempos: aquellos luminosos tiempos de su infancia. Hablar de sus poemas, enfatiza, es hablar de sí mismo.
Fue recién llegado a Medellín cuando cuatro coincidencias lo llevaron a leer y leer más: su condición de hijo único, la afición de su padre por la lectura, la ubicación de su casa, en pleno centro de la ciudad, y la ausencia de vecinos para jugar. Entre sus primeras lecturas recuerda a Stevenson, Jonathan Swift, Rabelais, Lewis Carroll y Mark Twain. Después vendrían Proust, Rulfo, Gombrowicz, Pessoa, Scott Fitzgerald, Rimbaud, Flaubert, Stendhal y Cortázar. Y ha confesado que desde hace un tiempo no lee nada posterior al siglo XX.
Además: Julio César Goyes, en “Ignición”
Para el poeta, el abismo entre la vida y la literatura es que la primera no tiene argumentos ni órdenes y más bien está llena de imprevistos, mientras que en la segunda los acontecimientos se anudan en un mismo ritmo desde el comienzo hasta la última línea de la última página.
Sus primeros poemas aparecieron en el volumen ¡Ohhh!, publicado por Ediciones Papel Sobrante en 1970; un libro que también daba cuenta de los inicios de Elkin Restrepo, Juan Gustavo Cobo Borda, Henry Luque Muñoz y Álvaro Miranda.
Desde entonces —desde siempre— escribe a mano, con lápiz. Dura años con un poemario o una novela. Y cuando termina abandona los manuscritos por otro u otros años hasta que los vuelve a revisar y tiene a la editorial encima para publicar: “Si no, no terminaría nunca”, comenta. Al respecto, en su Carta con cartilla (Acerca del buen escribir), afirma que “escribir es corregir. Lo más impresionante —y abrumador— de la escritura es que todo texto es, siempre, susceptible de ser mejorado”.
Hoy en día publica reseñas, que denomina “recetarios”, en un blog. Está adelantado más de un par de meses para no colgarse con las entregas. Si alguien le dijera que durante toda su vida ha perdido el tiempo jugando con palabras o inventando verbos, él aceptaría que así ha sido.
Para escribir necesita soledad, silencio y estar en su casa. Durante el confinamiento sus rutinas no cambiaron mucho. Siguió leyendo y escribiendo en un encierro obligatorio, acompañado de algunos discos de música clásica que pone y deja que se repitan. La soledad la ve como algo inevitable, así como la muerte: uno de los temas de La voz interior (2006) o de Memorias de un hombre feliz (2000); en esta, la que la muerte aparece en forma de asesinato y suicidio y también la vincula al paso del tiempo, como si vivir fuera, llanamente, esperar el fin de la vida.
Para muchos, el gran tema de Jaramillo es el amor. En novelas como Cartas cruzadas (1995) aparece la búsqueda del amor y la posible inutilidad de esa búsqueda: “De Luis Esteban. Bogotá, martes, octubre. Mi amigo: estoy enamorado, hermano. Perdida locamente enamorado. La conocí antier, desde antier estamos encerrados aquí y, mientras en Bogotá llueve y lleve, nosotros no hemos sentido ni el día ni la noche. Es divina. Ahora está en la ducha porque tiene que volar a una clase…”.
Del amor ha llegado a escribir: “Sé que el amor / no existe / y sé también / que te amo”.
Después de tanto escribir, ¿hoy qué dice del amor?
Que es una enfermedad: el amor, la pasión de pareja. Y es lo que nos mantiene vivos en este mundo.
¿Y de la poesía? ¿Qué es la poesía?
No tengo ni puta idea.
Algunos poemas de Darío Jaramillo Agudelo
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Algún día te escribiré un poema que no mencione el aire ni la noche;
Un poema que omita los nombres de las flores, que no tenga jazmines ni magnolias.
Algún día te escribiré un poema sin pájaros ni fuentes, un poema que eluda el mar
y que no mire a las estrellas.
Algún día te escribiré un poema que se limite a pasar los dedos por tu piel
y que convierta en palabras tu mirada.
Sin comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré un poema que huela a ti,
un poema con el ritmo de tus pulsaciones, con la intensidad estrujada de tu abrazo.
Algún día te escribiré un poema, el canto de mi dicha.
6
Tu voz por el teléfono tan cerca y nosotros tan distantes,
Tu voz, amor, al otro lado de la línea y yo aquí solo, sin ti, al otro lado de la luna,
Tu voz por el teléfono tan cerca, apaciguándome, y tan lejos tú de mí, tan lejos,
Tu voz, que repasa las tareas conjuntas,
o que menciona un número mágico,
que por encima de la alharaca del mundo me habla para decir en lenguaje cifrado que me amas.
Tu voz aquí, a lo lejos, que le da sentido a todo,
Tu voz, que es la música de mi alma,
Tu voz, sonido del agua, conjuro, encantamiento.
8
Tu lengua, tu sabia lengua que inventa mi piel,
tu lengua de fuego que me incendia,
tu lengua que crea el instante de demencia, el delirio del cuerpo enamorado,
tu lengua, látigo sagrado, brasa dulce,
invocación de los incendios que me saca de mí, que me transforma,
tu lengua de carne sin pudores,
tu lengua de entrega que me demanda todo, tu muy mía lengua,
tu bella lengua que electriza mis labios, que vuelve tuyo mi cuerpo por ti purificado,
tu lengua que me explora y me descubre,
tu hermosa lengua que también sabe decir que me ama.
13
Primero está la soledad.
En las entrañas y en el centro del alma:
esta es la esencia, el dato básico, la única certeza;
que solamente tu respiración te acompaña,
que siempre bailarás con tu sombra,
que esa tiniebla eres tú.
Tu corazón, ese fruto perplejo, no tiene que agriarse con tu sino solitario;
déjalo esperar sin esperanza
que el amor es un regalo que algún día llega por sí solo.
Pero primero está la soledad,
y tú estás solo,
tú estás solo con tu pecado original —contigo mismo—.
Acaso una noche, a las nueve,
aparece el amor y todo estalla y algo se ilumina dentro de ti,
y te vuelves otro, menos amargo, más dichoso;
pero no olvides, especialmente entonces,
cuando llegue el amor y te calcine,
que primero y siempre está tu soledad
y luego nada
y después, si ha de llegar, está el amor.