“Dark Waters” y las tensiones éticas en las cuestiones humanas
La historia de Robert Bilott, un abogado que se enfrentó a DuPont en nombre de una comunidad que estaba siendo envenenada intencionalmente, inspiró una investigación periodística de The New York Times y la realización de Black Waters, una película que narra los dilemas éticos detrás de las tensiones que hay entre la productividad de una empresa y el bienestar social.
María José Noriega Ramírez
Las visitas que Robert Bilott le hizo a su abuela cada verano en Virginia Occidental se convirtieron en la oportunidad de ver y experimentar el campo de primera mano: montar caballo y ordeñar vacas son memorias que conserva de una infancia feliz. Con el tiempo, y a medida que fue creciendo y formándose como abogado, las oficinas, los edificios, el cemento, se convirtieron en su ambiente cotidiano. Años de trabajo en defensa de grandes empresas, como las compañías de fabricación de químicos, consolidaron su trayectoria profesional. Ser socio en la firma Taft Stettinius & Hollister, tras años de trabajo, parecía ser su punto cumbre. Lo había logrado, había llegado a un punto alto, había alcanzado ese puesto que tanto él como sus colegas deseaban. Sin embargo, la vida parecía tener planeado algo diferente para él. El tiempo que de niño pasó por fuera de la ciudad, untándose de lo rural, lo alcanzó en su adultez, tocando su puerta en busca de ayuda.
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Las visitas que Robert Bilott le hizo a su abuela cada verano en Virginia Occidental se convirtieron en la oportunidad de ver y experimentar el campo de primera mano: montar caballo y ordeñar vacas son memorias que conserva de una infancia feliz. Con el tiempo, y a medida que fue creciendo y formándose como abogado, las oficinas, los edificios, el cemento, se convirtieron en su ambiente cotidiano. Años de trabajo en defensa de grandes empresas, como las compañías de fabricación de químicos, consolidaron su trayectoria profesional. Ser socio en la firma Taft Stettinius & Hollister, tras años de trabajo, parecía ser su punto cumbre. Lo había logrado, había llegado a un punto alto, había alcanzado ese puesto que tanto él como sus colegas deseaban. Sin embargo, la vida parecía tener planeado algo diferente para él. El tiempo que de niño pasó por fuera de la ciudad, untándose de lo rural, lo alcanzó en su adultez, tocando su puerta en busca de ayuda.
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“El granjero Wilbur Tennant, de Parkersburg (Virginia Occidental), dijo que sus vacas estaban muriendo a diestra y siniestra. Él creía que la compañía química DuPont, que hasta hace poco operaba un sitio en Parkersburg, era la responsable. Tennant había tratado de buscar ayuda localmente, pero DuPont casi era dueño de toda la ciudad. No sólo lo habían rechazado los abogados de Parkersburg, sino también sus políticos, periodistas, médicos y veterinarios”, se lee en The lawyer who became DuPont´s worst nightmare, el artículo de The New York Times que inspiró la película Dark Waters.
Bilott se enfrentó a una disyuntiva: tomar el caso de un civil, que usualmente no lo hacía, pues sus clientes eran grandes compañías, o ignorar la postura del granjero y evitar un conflicto con el emporio químico. Sin embargo, el dilema era más profundo: la vida y la salud de los miembros de la comunidad, a la que de niño de alguna u otra forma perteneció, estaban en riesgo. Tras pensarlo y dudarlo, y volverlo a pensar, optó por aceptar el caso. “Era lo correcto. Sentí una conexión con esa gente”, le afirmó el abogado a Nathaniel Rich, autor de la pieza periodística. “Yo aprendí a cuestionar todo, a no tomar nada al pie de la letra. No importa lo que digan otras personas, me gustó esa filosofía”, añadió.
Lo que existía era un choque discursivo, una disputa de posturas que se encontraban en posiciones desiguales de difusión. Además del trabajo de recolección de pruebas que Tennant llevó a cabo por su propia cuenta, haciendo registro de los cambios físicos y de comportamiento de sus animales, que nadie le quiso recibir, Bilott, en medio de días y noches rodeado de cajas y de una luz tenue dentro de una oficina, gastó más de una década investigando cómo la empresa química contaminó el aire y las fuentes de agua de la comunidad, aun cuando sabía de los efectos adversos que los químicos tenían sobre los animales y las personas, como malformaciones, preeclampsia, cáncer, entre otros padecimientos. Frente a ello, e impulsado por el poder económico de la empresa química, se esparció un mensaje completamente contrario: “En DuPont producimos químicos en beneficio de la gente para que ellos vivan mejor, más felices y más tiempo. De ahí que ‘vivir mejor a través de la química’ no sea solo un slogan en DuPont, está tatuado en nuestro ADN”.
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Andrew M. Shanken, en el artículo académico Better Living: Toward a cultural history of business slogan, advierte que la frase utilizada por la compañía de químicos fue una estrategia para “limpiar su imagen corporativa (…). La empresa había figurado de manera prominente en el libro Merchants of death, que expuso las ganancias corporativas estadounidenses durante la Primera Guerra Mundial. ‘Mejores cosas para una mejor vida a través de la química’ fue la réplica de DuPont”. En defensa de una reputación que estaba siendo cuestionada, la empresa tomó la decisión de proyectar una imagen distinta: en lugar de ser vista como fabricante de municiones, quiso que el público la considerara como “una compañía química capaz de satisfacer las necesidades y los deseos de los consumidores a través de materiales sintéticos milagrosos. En un sentido ideológico amplio, el slogan buscaba proyectar a los grandes negocios como una fuerza moral y de progreso continuo”, afirma Livia Gershon en el artículo What we mean by “Better living”. Y así lo hicieron: con el costo de una contaminación de décadas, dejando a miles de personas enfermas y muertas a su paso, DuPont entró a millones de hogares a través, por ejemplo, del teflón, un utensilio que empezando la década del 60 se vendió bajo las premisas de “tus tareas ahora son más fáciles” o “ni los huevos son un rival”, dirigidas especialmente a las amas de casa, argumentado que con ello ayudaban a “su liberación”, ideas con las que se promovió el consumo de un símbolo americano.
Las ganancias económicas del teflón superaron los límites de cuidado de la vida del otro. Unos cuantos millones de dólares, mil millones al año para ser exactos, hicieron que la balanza entre la riqueza de una compañía y la preservación de una comunidad se inclinara a favor de lo primero. Con pleno conocimiento de los riesgos tóxicos del teflón, DuPont guardó silencio y continuó con la producción masiva de su producto. Esto más allá de ser una cuestión de números, de productividad de una empresa, fue un problema ético: a qué costo se fabrica un producto perjudicial para la humanidad, a qué costo se crea un discurso para ocultar daños y favorecer el interés privado frente al bienestar público, en qué momento la vida digna pasa a un segundo plano. “Existió una razón por la cual estuve interesado en ayudar a los Tennants. Fue una buena oportunidad para usar mi experiencia en nombre de personas que realmente la necesitaban”, afirmó Bilott a The New York Times. Y es que más allá de la indemnización por los daños, el interés principal de Wilbur Tennant al buscar ayuda por todos los sectores sociales, encontrando muy pocas puertas abiertas para ello, era simple: permitir que la comunidad conociera qué estaba pasando.
El costo de la búsqueda de la verdad, de hacer público lo que estaba sucediendo, fue alto. Bilott, entre tropiezo y tropiezo, tras las trabas políticas y económicas que encontró a su paso, entendió que ni el gobierno ni los científicos estaban de su lado, y mucho menos del de la comunidad. Entendió que en medio de esa tarea titánica estaban solos. Aun así, y tras poner su firma en una demanda contra el gigante de la industria química, que tomó años en dar frutos, su defensa dio resultados contundentes luego de la primera década del siglo XXI. Trabajando por la indemnización caso por caso, aun sabiendo que había miles de ellos sobre el escritorio, Bilott terminó por hacer que DuPont arreglara todas las demandas por $670.7 millones de dólares, mientras que inspiró a varios movimientos para prohibir el uso del PFOA (sustancia con la que DuPont llevó a cabo deliberadamente la contaminación) y para investigar más de 600 “químicos para siempre”, como se denominan aquellos que no se degradan fácilmente en el ambiente y que prácticamente no están regulados.