De amantes y tiempos perfectos
El arte nos habla sobre el tiempo, su relatividad y el amor aparentemente inconcluso. Dalí pintó relojes que se derriten. Los amantes de Magritte no pueden besarse realmente. Y, para Félix González-Torres, dos relojes marcan la sincronía con un amor que falleció.
Daniela Cristancho
Aún hoy me genera ansiedad abrir los ojos y ver que las manecillas del reloj marcan las tres de la mañana. Cuando éramos niños, mi hermano y yo vimos una película de terror en la que se hacía evidente que esa era la hora maldita de la madrugada, aquella escogida por los fantasmas para regresar y martirizarnos.
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Aún hoy me genera ansiedad abrir los ojos y ver que las manecillas del reloj marcan las tres de la mañana. Cuando éramos niños, mi hermano y yo vimos una película de terror en la que se hacía evidente que esa era la hora maldita de la madrugada, aquella escogida por los fantasmas para regresar y martirizarnos.
“No le tengas miedo a los relojes”, afirmó Félix González-Torres, artista visual cubanoestadounidense que se caracterizó por hacer instalaciones con materiales cotidianos. Esta frase acompaña su obra Untitled (Perfect Lovers), que se compone de dos relojes blancos, cuyas manecillas se desplazan por los números de manera sincronizada. Debido al agotamiento de las baterías, eventualmente estas dejarán de marcar el mismo tiempo. Esta obra se ha interpretado como una referencia a la lucha de González-Torres y su pareja, Ross Laycock, contra el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) y la eventual muerte del segundo.
“[Los relojes] son nuestro tiempo, tiempo que ha sido tan generoso con nosotros”, continúa el artista. “Imprimimos el tiempo con el dulce sabor de la victoria. Conquistamos el destino al encontrarnos en un tiempo determinado, en un espacio determinado. Somos un producto del tiempo, por eso damos crédito a donde se debe: el tiempo. Estamos sincronizados, ahora para siempre. Te amo”.
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Dos relojes simbolizan el latido de dos corazones. Dos vidas que marchaban en armonía, pero que dejaron de hacerlo y cuya distancia solo aumentará con el paso del tiempo. Esta no fue la única pieza artística que González-Torres le dedicó a su pareja. Entre otras, se encuentra Untitled (Portrait of Ross in L. A.), una instalación compuesta por una pila de dulces de colores, que pesaba 175 libras, el peso de Ross Laycock. En la descripción, el artista invita a los espectadores a tomar un dulce del montón.
Para algunos Untitled (Portrait of Ross in L. A.), simboliza el deterioro del cuerpo de Laycock y su progresiva desaparición, mientras lucha contra su enfermedad terminal. Para otros, como el Art Story Foundation, el hecho de que el espectador tome un dulce lo convierte “en cómplice del proceso de desaparición, relativo a los años que duró la crisis de salud pública del VIH / SIDA”. El propio González-Torres murió en 1996, cinco años después de su pareja, a causa de esta enfermedad.
“El tiempo es algo que me asusta... o solía hacerlo. Esta pieza que hice con los dos relojes fue lo más aterrador que he hecho. Quería enfrentarme a ello. Quería esos dos relojes justo en frente de mí, corriendo”, reflexionó González-Torres, en 1991, haciendo referencia a Untitled (Perfect Lovers).
Hoy, muchos años después, a pesar de las palabras de aquel artista nacido en Cuba, mis ojos se posan sobre el reloj a las tres de la mañana y aún siento miedo. Es, en definitiva, un miedo mucho menos significativo que el de quien pierde a un gran amor. El mío se produce a raíz de los relojes ajenos, que, puntuales, le van marcando a mis pares lo que me enseñaron eran hitos en la vida: el compromiso, la independencia, el matrimonio. Hay tantos, tantísimos relojes ajenos. No me alcanzan los ojos para mirarlos a todos y, aún así, es difícil evitarlo. Estos parecen estar en el tiempo correcto, indicar el momento de la vida que le corresponde a sus usuarios. En cambio el mío se siente, a veces, como un reloj análogo que le pertenece a alguien que olvidó ajustarlo a la hora local. Las manecillas de mi reloj parecieran indicar un tiempo distinto al de los demás.
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En 1931, Salvador Dalí pintó La persistencia de la memoria, obra también conocida como Los Relojes Blandos o Relojes Derretidos. En la imagen surrealista, los relojes han perdido su rigidez. La distorsión del tiempo y el espacio en el cuadro pudo haber tenido una gran influencia de la teoría de la relatividad de Albert Einstein, aunque el pintor español afirmó que la inspiración del cuadro la encontró en el queso camembert:
“Podéis estar seguros de que mis famosos relojes blancos no son otra cosa que el queso camembert del espacio y el tiempo, que es tierno, extravagante, solitario y paranoico-crítico “, afirmó Dalí, de acuerdo con el libro de Gilles Néret La conquista de lo irracional.
El tiempo es relativo. El tiempo es personal, diría también el artista. Y la memoria es blanda. Cerca de la obra de Dalí, en el Museo de Arte Moderno en Nueva York, se encuentra otra pieza surrealista que habla sobre los enamorados que sufren algún tipo de distancia, al igual que la obra de Félix González-Torres: Los amantes de René Magritte. Hecha en 1928, la pintura muestra un beso en primer plano, donde los labios no se tocan realmente porque los rostros de sus dueños están cubiertos por telas. Su intento de amor se encuentra es saboteado por la distancia que impone el paño.
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Imagino los relojes de Dalí y los de González-Torres. Pienso en el elemento trágico de la pila de dulces que simboliza el cuerpo de Ross Laycock y la condenada tela que pintó Magritte sobre aquellos amantes. Miro mi propio reloj y me diluyo en esos números brillantes, preguntándome si mi reloj me indicará las mismas situaciones que a mis homólogos. Cierro los ojos y trato de enamorarme de los relojes ajenos y la estabilidad que prometen. En medio de la noche, creo entender que no puedo amarlos, sencillamente porque no son míos. Que otros tiempos se asemejen no quiere decir que los míos deban hacerlo. Quiero creer en las sincronías perfectas, así no lo parezcan a primera vista, pero quizás tal cosa solo sucede cuando el reloj marca las tres de la mañana.