Del asombro y su búsqueda
Del libro “Hoy es siempre todavía” de Alejandro Gaviria y encontrarse con la idea de asombro del poeta Roque Dalton.
Andrés Osorio Guillott
Qué es el asombro sino la exaltación por el descubrimiento de aquello que tiene que ver con nuestros deseos o intereses. Nos asombramos entonces para descubrir, para alimentar la curiosidad y nutrir la voluntad de buscar y encontrar elementos que sigan dictando el camino de todo lo que nos apasiona.
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Qué es el asombro sino la exaltación por el descubrimiento de aquello que tiene que ver con nuestros deseos o intereses. Nos asombramos entonces para descubrir, para alimentar la curiosidad y nutrir la voluntad de buscar y encontrar elementos que sigan dictando el camino de todo lo que nos apasiona.
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No me atrevo a pensar que el asombro está mediado por el deseo. Quizá el asombro está caracterizado por el factor sorpresa. Aunque es una frase muy famosa que da cuenta del romance que atraviesa la historia de Rayuela, recordar esas palabras “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos” de Julio Cortázar me hacen creer que podría funcionar para descubrir la relación con el asombro. Vamos persiguiendo el asombro, persiguiendo lo que nos hace sentir vivos, pero no por eso vamos buscando en todo un diferencial, pues justamente ese proceso le restaría el efecto vigorizante al instante.
Y el asombro llega justamente cuando se habla de él. Y esta vez llegó por medio de la lectura de Hoy es siempre todavía, el libro en el que Alejandro Gaviria cuenta su experiencia con el cáncer cuando fue también ministro de salud ,durante el gobierno de Juan Manuel Santos.
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Los títulos de los libros de Alejandro Gaviria causan asombro por la belleza que contienen. Hoy es siempre todavía; Siquiera tenemos las palabras o En defensa del humanismo ya son nombres que causan el efecto sorpresa y de expectativa, o por lo menos esa es la experiencia personal. Por algunas reservas me demoré en leerlo, pero llegué a él hace poco y en pocas páginas descubrí el asombro del asombro.
Hay un capítulo titulado “cultivar el asombro”. Sobre el final del mismo, Gaviria dice: “La poesía es la única religión que le va quedando a los hombres. Con uno de ellos quiero terminar este capítulo, un poema encontrado por azar, en un libro olvidado. Dalton, quien murió asesinado por sus compañeros de lucha, víctima del dogmatismo y la locura cuasi religiosa de los años setenta, nos llama a cultivar el asombro, a abrir los ojos y a apreciar la verdad de las cosas”.
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Y el poema del autor salvadoreño, llamado Los consejos, dice: “- Solamente el asombro me mantiene la vida- / me decía aquel viejo con los ojos a cuestas. / -Al asombro me aferro como el peor ahogado, / el cobarde que araña las mejillas del agua. / Que el asombro te guíe como tu padre cuando / caminabas de niño por los parques floreados. / Que el asombro te guarde de ser muerto en la sombra. / Que el asombro te libre del orín de los días. / Solo el asombro enseña los coros del silencio. / Solo el asombro entrega la verdad de las cosas. / Solo el asombro limpia la mirada del muerto”.
El asombro que hace parte de la poesía, de este poema en particular, pero también de la historia de Roque Dalton, de un poeta que también fue guerrillero y que murió en medio de las luchas y convicciones que construyó con quienes lo terminaron matando en el Ejército Revolucionario del Pueblo.
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Cortázar, a quien mencioné unas líneas arriba, justamente fue cercano al poeta salvadoreño y en una clase sobre él dijo: “Roque es para mí el ejemplo muy poco frecuente de un hombre en quien la capacidad literaria, la capacidad poética se dan desde muy joven mezcladas o conjuntamente con un profundo sentimiento de connaturalidad con su propio pueblo, con su historia y su destino”.
“Solo el asombro entrega la verdad de las cosas”. Una frase que da sentido a la búsqueda de nuestras inquietudes. El asombro que nos acerca a nuestras verdades, el asombro que se transforma según nuestro tiempo y nuestro interés. El asombro supeditado a la voluntad, y el asombro que está en riesgo de verse extraviado por él mismo, por su carácter efímero. El asombro que combate el aburrimiento señalado por Arthur Shopenhauer en El mundo como voluntad y representación. “Supongamos un hombre repleto de una voluntad sobremanera violenta y que con una avidez inflamada quiere acapararlo todo para refrescar la sed del egoísmo; como es inevitable, tendrá que darse cuenta de que toda satisfacción es solo aparente, de que lo conseguido nunca rinde lo que lo deseado prometía, a saber: un apaciguamiento final del furioso afán de la voluntad, sino que con la satisfacción el deseo no hace más que cambiar de forma y ahora le atormenta con otra distinta; hasta que al final, cuando se han agotado todas, el afán de la voluntad permanece aún sin motivo conocido, manifestándose con un infernal tormento como sentimiento del espantoso tedio y vacío: todo eso, experimentado en pequeña medida dentro de los grados usuales del querer, provoca un ánimo sombrío también en un grado usual. Pero en quien es un fenómeno de la voluntad que llega hasta una destacada maldad, de todo eso resulta necesariamente un desmesurado tormento interior, una eterna inquietud y un irremediable dolor”.
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