“Detrás del primero, todos son perdedores”
Esta expresión entrecomillada se ha convertido en una verdad que se escucha en todas las instancias del deporte mundial.
Juan Carlos Rodas Montoya
El fútbol es cultura porque responde siempre a una determinada forma de ser. Los jugadores actúan como el público exige, de forma que el fútbol se termina pareciendo al sitio donde crece.
Jorge Valdano.
Se dice mecánicamente porque actúa como dogma, como ley natural y punto. Cortázar sostiene que nunca dos más dos son cuatro, pero acumula adjetivos para demostrar que las estadísticas, los números y la ciencia exacta no son más que lenguajes simbólicos que se establecen para tener la medida de todo, pero en literatura no se puede medir igual. Alfred Jarry diría que su Escuela Patafísica contempla otras posibilidades para los números, es decir, solucionan problemas imaginarios y no los reales. Euclides, Pitágoras y miles de filósofos más convirtieron los algoritmos en problemas más complejos que los de las tragedias humanas: se divertían con los números como los niños con una golosina de sal (¿paradojas?).
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Esta frase del título se relativiza en tanto acabamos de vivir la experiencia de una final de Copa América en la que el primero aún celebra por su triunfo ante Brasil, aunque Colombia, tercero, celebra y goza su tercer puesto. ¿Ser tercero fue mejor que ser segundo? Los números no me cuadran, pero sí los sentimientos, percepciones y sensaciones, pues es un segundo “maracanazo” en el corazón de un país que únicamente admite el cajón del primer puesto. Colombia disfruta lo que no hace el segundo y aquí es cuando los números se enloquecen metafóricamente y cuestionan la manida frase.
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En ciclismo ser tercero es un gran honor, como en los Olímpicos y en otros deportes en los que se premia a los tres primeros: oro, plata y bronce. Asistimos a la final de la Eurocopa y quedan unas imágenes que son dicientes: unos ingleses que recibían su medalla de plata e, inmediatamente, la descolgaban de su cuello como si se tratara de una Mapaná a punto de atacar. Lo mismo hicieron los brasileños en Copa América y, en cambio, los colombianos la fijaron como tatuaje por un tercer lugar. ¿Alguna explicación numérica, homérica, racional, fantástica o patafísica?
A propósito de Olímpicos, ¿tiene alguien alguna razón que justifique el hecho de que ningún equipo de conjunto colombiano haya clasificado a esta versión inédita y desfasada de los Juegos? ¿Qué pasaba por la cabeza del técnico de Inglaterra cuando decidió ingresar a dos jugadores de menos de 20 años, (faltaban dos minutos) para que cobraran los tiros desde los 12 pasos en un partido final de la Eurocopa? (“wembleynazo”).
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Ofrezco excusas por tanta preguntadera, pero es que estos interrogantes me tienen muy pensativo sobre las ciencias exactas y las ciencias del espíritu, como diría Gadamer. Contar números o contar cuentos, esa es la cuestión. Recuerdo a Shakespeare y a quien dijo “Juego, luego existo”. ¡Existo, luego juego! Retruécanos del español.
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Jorge Valdano.
Se dice mecánicamente porque actúa como dogma, como ley natural y punto. Cortázar sostiene que nunca dos más dos son cuatro, pero acumula adjetivos para demostrar que las estadísticas, los números y la ciencia exacta no son más que lenguajes simbólicos que se establecen para tener la medida de todo, pero en literatura no se puede medir igual. Alfred Jarry diría que su Escuela Patafísica contempla otras posibilidades para los números, es decir, solucionan problemas imaginarios y no los reales. Euclides, Pitágoras y miles de filósofos más convirtieron los algoritmos en problemas más complejos que los de las tragedias humanas: se divertían con los números como los niños con una golosina de sal (¿paradojas?).
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