El aborto y el dilema del violinista de Judith Jarvis Thomson
A propósito de la discusión por la despenalización del aborto que ya completa más de 500 días en la Corte Constitucional, rescatamos la postura de la filósofa estadounidense Judith Jarvis Thomson sobre las implicaciones morales de este debate.
Daniela Cristancho Serrano
Te levantas una mañana y estás conectado a un violinista. El célebre músico, que yace inconsciente a tu lado, tiene una condición terminal en su riñón y la Sociedad de Amantes de la Música descubrió que tu tipo de sangre es compatible con la suya. Entonces, han decidido secuestrarte y su sistema circulatorio ha sido conectado al tuyo para que tus riñones limpien su sangre de toxinas y venenos.
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Te levantas una mañana y estás conectado a un violinista. El célebre músico, que yace inconsciente a tu lado, tiene una condición terminal en su riñón y la Sociedad de Amantes de la Música descubrió que tu tipo de sangre es compatible con la suya. Entonces, han decidido secuestrarte y su sistema circulatorio ha sido conectado al tuyo para que tus riñones limpien su sangre de toxinas y venenos.
Cuando el director del hospital entiende la situación, se disculpa y te explica que, aunque siente mucho lo que hizo contigo la Sociedad de Amantes de la Música, si te desconecta del violinista, este morirá. Ahora, el aclamado músico solo necesita estar conectado a ti por nueve meses. Después de este tiempo, podrán desconectarse y ambos podrán continuar viviendo. ¿Qué harías tú?
Este experimento mental es uno de los escenarios que exploró la filósofa Judith Jarvis Thomson en su ensayo Una defensa del aborto, que publicó en 1971, dos años antes del fallo de Roe versus Wade, uno de los más determinantes en materia de aborto en Estados Unidos. El ensayo se ha convertido en un referente en el debate moral sobre la interrupción voluntaria del embarazo, pues cambió el enfoque de la pregunta fundamental.
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La argumentación en contra del aborto, dice la filósofa estadounidense, se ha centrado en defender el hecho de que los fetos son personas, pero poco en discutir cómo este hecho hace del aborto un acto moralmente inadmisible. El argumento suele ser algo similar a lo siguiente: Todo el mundo tiene derecho a la vida, luego, si los fetos son personas, estos tienen derecho a la vida. Se reconoce que las mujeres tienen derecho sobre lo que sucede con sus cuerpos, pero el derecho del feto a la vida se superpone al de la libertad corporal de la madre.
Sin embargo, para Thomson el debate sobre si el feto es una persona o no es insuficiente. Ella parte entonces de aceptar, en aras de la discusión, el argumento de que los fetos son personas y se dedica a analizar qué implicaciones tiene el derecho a la vida. El alcance del derecho a la vida no es obvio.
Volvamos al ejemplo del violinista. ¿Y si el tiempo que tienes que estar conectado al músico es media hora? ¿Y si son nueve años?. “¿Y si el director del hospital nos dice: ‘tienes que quedarte en la cama para siempre. Recuerda esto. Todas las personas tienen derecho a la vida y los violinistas son personas. Aunque admitimos que tú tienes derecho a decidir sobre tu cuerpo, el derecho a la vida es más fuerte que ese derecho. Así que no puedes desconectarte de él’?”, pregunta Thomson.
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El paralelo más evidente es, por supuesto, los casos de embarazo producto de una violación. Al igual que en el caso del violinista, donde la persona es secuestrada, las mujeres víctimas de abuso sexual no han tenido potestad ni poder de decisión. Aún así, hay quienes consideran que el aborto en este caso es inadmisible, porque prima el derecho del feto a la vida que las condiciones en las que su existencia fue concebida.
Ahora, también hay casos donde la vida de la mujer embarazada también corre peligro. En el dilema de Thomson, es como si el esfuerzo de mantener con vida al violinista fuera demasiado para los riñones de la persona secuestrada, lo cual la mataría, eventualmente. Más aún, la filósofa introduce otro paralelo.
Imagina que estás atrapado en una casa pequeña con un niño que crece de manera acelerada. Pronto estarás contra la pared y serás aplastado hasta morir, pero el niño sobrevivirá. Thomson reconoce que, en este caso, una tercera parte no podría decidir cuál vida escoger, pero no es posible concluir que tú debas hacer lo mismo. Aunque ambas personas son inocentes, hay una amenazada y otra que personifica la amenaza y por eso, según ella, en casos donde la vida de la mujer embarazada corre peligro, esta puede defender su vida, incluso si termina con la del feto.
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Continuando con su argumento, Thomson explica que el derecho a la vida no les concede a las personas el derecho a todo aquello que les permitiría permanecer con vida -de nuevo, el alcance del derecho a la vida no es obvio-. “Si yo tengo una enfermedad terminal y lo único que me salvaría la vida fuera que Henry Fonda me tocara la ceja, igualmente, eso no me da el derecho a ser tocada por Henry Fonda. Sería terriblemente amable de su parte si volara desde la costa oeste para hacerlo. Pero no tengo ningún derecho a que él hiciera esto por mí”, afirma Thomson, imaginando otro caso imposible.
Sucede lo mismo con el violinista enfermo. El hecho de que él necesite de los riñones de otra persona para vivir, no implica que tenga derecho a hacer uso de ellos. Nadie puede hacer uso de tus riñones sin que tú le concedas ese permiso. El derecho a la vida no implica el derecho a valerse del cuerpo de otro.
Aunque el dilema del violinista enfermo, el niño de crecimiento acelerado y el tacto de Henry Fonda suponen escenarios imposibles, este tipo de experimentos mentales ayudan a dilucidar los principios generales que rigen una decisión como el aborto y los alcances morales de la misma. El ensayo de Thomson no tiene respuestas absolutas, pues, para la filósofa, la interrupción del embarazo no es justificable en todos los casos, al igual que no siempre constituye un acto injusto. Las respuestas que surgen de este debate no son blancas o negras, son tonos grises con una alta rigurosidad conceptual.