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El arte neoyorquino y la posibilidad de existir

Hace un año, la ciudad que nunca duerme se apagó. Hoy está encendiéndose de nuevo y la cultura, mediada por el tapabocas y algo de distanciamiento, parece ser una vía para saciar esas ansias de conexión que tenemos los seres humanos. Una visita al Museo Metropolitano de Arte y al Museo de Arte Moderno de Nueva York ratificó lo que tal vez necesitamos: ser más humanos.

María José Noriega Ramírez
09 de julio de 2021 - 02:00 a. m.
Siendo de Pensilvania, pero tomando a Nueva York como su musa, Alice Neel pintó lo que veía a su alrededor.
Siendo de Pensilvania, pero tomando a Nueva York como su musa, Alice Neel pintó lo que veía a su alrededor.
Foto: Lynn Gilbert
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Aterrizar en Nueva York. Dar los primeros pasos en esa ciudad que el cine y la música han inmortalizado e idealizado. Sentirse en el set de grabación de la película que por mucho tiempo tuve en mente y que ahora sí, luego de años de imaginarme en ella, me tiene como protagonista. Caminar por entre las calles y los rascacielos, sentir que soy una pequeñez en esa “jungla de concreto” y que el mundo se está abriendo ante mis ojos. Pensar en Frank Sinatra, John Lennon, Billy Joel, en el jazz, y caminar al ritmo de ellos. Creer que mis pies están recorriendo los espacios que mi mente ya conocía, y repetirme una y otra vez: “Estoy en Nueva York”, y hacerlo mientras pienso que la vida es un instante, un regalo que de un día para otro cambia, y que esta vez me llevó a la Gran Manzana, la capital del mundo, la ciudad que inspiró a Billy Joel a cantar: “Estoy en un estado mental de Nueva York”, y sentirme como tal.

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Caminar cerca de veinte kilómetros diarios, a 35 grados centígrados, para conocer una ciudad llena de contrastes a través de su arte, y hacerlo, por ejemplo, por medio de las pinturas y los retratos de Alice Neel. “El arte es más que una profesión, es una obsesión”, afirmó la artista, quien con sus trazos dejó testimonio de las tensiones y el diario vivir del siglo XX. Siendo de Pensilvania, pero tomando a Nueva York como su musa, Neel pintó lo que veía a su alrededor: el ambiente y las personas que le daban vida, las luchas sociales, las mujeres, los niños y los defensores de los derechos civiles, ofreciendo así una mirada de cerca al zeitgeist (el espíritu del tiempo). Pensando que la pintura le daba sentido a su vida, que la hacía vivir con un propósito, Neel pintó diariamente, manteniéndose en pie por 84 años.

“Para mí, las personas están primero. He tratado de afirmar la dignidad y la eterna importancia del ser humano”, aseguró la pintora, frase que llevó al Museo Metropolitano de Arte (Met) a organizar Alice Neel: People Come First, la exposición que rinde homenaje a su vida y obra, siendo la primera retrospectiva que un museo de Nueva York hace de ella en veinte años. Considerada “una de las pintoras más radicales del siglo XX, una defensora de la justicia social, cuyo compromiso de larga data con los principios humanistas inspiró su vida y su arte”, el Met ofrece un recorrido por casi cien obras de su autoría, entre pinturas, dibujos y acuarelas.

James Farmer, líder de los derechos civiles, aparece en uno de sus lienzos. Tras ser arrestado en 1964, junto con otros miembros del Congreso de Igualdad Racial, mientras orquestaba una protesta en contra de la segregación y la violencia en Queens, Neel decidió proyectar su imagen de mando en uno de sus óleos. Irene Peslikis (La chica marxista), quien fue una abanderada de la lucha por la igualdad económica y de género, y Mercedes Arroyo, activista social de la comunidad puertorriqueña de East Harlem, quien inspiró a Neel a decir: ese barrio “es como un campo de batalla del humanismo, y yo estoy del lado de la gente”, se sumaron a ese grupo de personas que, atravesadas de una u otra forma en la vida de la artista, fueron añadiendo rostros y batallas a su obra. Y es que esa es la esencia de su arte: dejarse llevar por la atracción hacia “personas que empujaron las fronteras sociales, políticas y culturales, desde poetas bohemios y organizadores laborales hasta artistas de performance queer y pioneras feministas”.

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El retrato de Carlos Enríquez, quien participó de la vanguardia artística e intelectual de Cuba, y el del poeta Kenneth Fearing hacen parte de la muestra, que también reúne pinturas con fuertes críticas sociales, como Nazis Murder Jews e Investigation of Poverty at the Russell Sage Foundation, obras que aluden a las aspiraciones de igualdad racial de las organizaciones comunistas y sus denuncias frente al antisemitismo del régimen nazi, así como a la desesperación social que se vivió durante la Gran Depresión. Los desnudos, creyendo que no hay una pintura femenina definitiva o fija, y mostrando el cuerpo de la mujer desde diferentes formas y ángulos, también son transversales a su obra. La exposición Alice Neel: People Come First está abierta hasta el 1 de agosto, recordando la premisa de Lowery Stokes Sims, historiadora de arte y curadora de arte moderno y contemporáneo: “Todavía existe la necesidad de que la gente entienda que un museo, y un gran museo convencional, es un lugar donde pueden encontrar un hogar y una voz”.

Caminar al ritmo inmediato y frenético de una ciudad en la que diferentes latitudes del mundo se encuentran, en la que, a pesar de ser verano y de que los días son más largos, estos no parecen ser suficientes para conocerla. Ver en Central Park grupos de amigos y familiares que se reúnen a almorzar, montar bicicleta o trotar, mientras los turistas aprovechan cada esquina para capturar con sus cámaras lo que ven a su paso. Observar cómo una mujer se para con un carboncillo y un papel delante de unos músicos, que armonizan el paso de miles de personas, la mayoría de ellas con tapabocas, para retratar a cada uno de ellos tocando sus instrumentos. Pisar el mosaico de Imagine, en homenaje a John Lennon, y ver las flores marchistas que hace algún tiempo alguien puso sobre él, mientras escucho a las personas alrededor cantar Let it Be.

Pasando de un templo del arte que cumplió 151 años, que ofrece un recorrido por el mundo a través de la cultura de África, Oceanía, Egipto, las Américas, Europa, el universo grecorromano e islámico, entre otros lugares más, y lo hace de tal magnitud que un día no es suficiente para recorrer todos sus pasillos, llego al Museo de Arte Moderno (MoMa). Allí me encuentro, frente a frente, con Van Gogh, Picasso, José Clemente Orozco, Frida Kahlo, Salvador Dalí, René Magritte, Andy Warhol, entre decenas de artistas más. Recorriendo el gusto del primero por el retrato moderno y los colores, viendo en su Noche estrellada un ejercicio de observación que supera lo que sus ojos vieron a través de su ventana en el sur de Francia, la piel se me eriza. Sí, he visto varias veces la foto de la obra, pero nunca los trazos originales del neerlandés y aquellos superan la imagen mental que tenía de su óleo. Lo mismo me pasó con el Autorretrato de pelo corto, de Frida Kahlo. El aislamiento personal, el dolor y la fuerza se sienten al ver su obra. No en vano, la artista mexicana dijo: “Pinto autorretratos porque a menudo estoy sola, porque soy la persona que mejor conozco”.

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Caminando por entre los pasillos del MoMa, un cuadro capta mi atención de inmediato: unas personas se atacan, se hieren y se abalanzan entre sí, mientras dos niños se abrazan en medio de un ambiente de caos y temor. “Quiero que estés molesto”, es el mensaje que Faith Ringgold deja con Die, un cuadro que permanece vigente, aun cuando vio la luz en 1967. La avalancha de violencia contra la comunidad afroamericana que por esos días se vivía, pero de la que poco se hablaba, la llevó a capturar mediante el arte lo que estaba sucediendo a su alrededor. Incomodidad e inconformismo, eso quiso transmitir frente a la espiral de violencia que se ha heredado y transmitido con rapidez. “No deberíamos ver a la gente alborotarse y matarse entre sí sin estar molestos. Eso estaba sucediendo entonces y está sucediendo ahora, y cada vez que veo uno de esos grandes disturbios en la calle pienso en Die”.

Recuperar la confianza en el entorno y volver a habitar los espacios públicos, entendiendo que el arte puede ser un medio para restablecer esas relaciones de confianza que se han roto; pero, sobre todo, una referencia para entender qué nos ha traído hasta este punto, así como nuestra fragilidad ante un mundo que poco o nada controlamos, aunque creamos lo contrario, es lo que me deja mi primera travesía por Nueva York. Hace un año la ciudad que nunca duerme se apagó. Hoy está encendiéndose de nuevo y la cultura, mediada por el tapabocas y algo de distanciamiento, parece ser una vía para saciar esas ansias de conexión que tenemos los seres humanos.

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