El arte retrata el Magdalena, río de la muerte y la vida
La historia del río Magdalena es la historia de Colombia y, como tal, este cuerpo de agua ha servido como inspiración para los artistas a través del tiempo. El río se ha hecho presente en diferentes obras, desde la música y el cine hasta la literatura y el teatro.
Daniela Cristancho
Durante siglos, las aguas del Magdalena han contado la historia de este país. Este río se ha constituido como fuente de alimento, hogar para la fauna, y sus aguas han sido medio de transporte para los colombianos, pero también ha hecho las veces de cementerio para cuerpos sin nombre ni apellido. En el cauce del río nace y muere la vida, y las artes, en sus diferentes formatos, han dado cuenta de ello en el marco de diferentes contextos históricos.
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Durante siglos, las aguas del Magdalena han contado la historia de este país. Este río se ha constituido como fuente de alimento, hogar para la fauna, y sus aguas han sido medio de transporte para los colombianos, pero también ha hecho las veces de cementerio para cuerpos sin nombre ni apellido. En el cauce del río nace y muere la vida, y las artes, en sus diferentes formatos, han dado cuenta de ello en el marco de diferentes contextos históricos.
Con los conflictos armados propios del siglo XIX en Colombia, el arte retomó la idea de la muerte y su relación con el Magdalena. En 1964, el director Julio Luzardo llamó a su película Río de las tumbas, como se le había llamado siglos atrás. Antes de la colonización, el afluente era un lugar de entierro sagrado, de acuerdo con el historiador Nicolás Pernett, en una conferencia del Banco de la República. En sus inmediaciones descansaban los caciques y demás figuras poderosas, razón por la cual le llamaban Guacahayo, el río de las tumbas.
El río Magdalena nace en un espacio habitado por la cultura artística de San Agustín y sus características estatuas, razón por la cual hace 2,500 años las rocas del río fueron un lienzo. Hoy esculturas coloridas y con connotaciones mágicas decoran el nacimiento del río que atraviesa el país. Como parte de su legado artístico, las culturas prehispánicas también realizaron piezas en oro con representaciones de animales y mezclas de animales -peces alados o aves jaguar- realizadas por las culturas indígenas en la cuenca del río, honrando su diversidad. Muchas de ellas se pueden observar en el Museo del Oro.
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“El arte se hace en el río Magdalena y el río Magdalena se hace en el arte”, afirmó el historiador Nicolás Pernett. Con la colonización, el río empezó a ser inspiración para el arte, en lugar de ser la obra en sí misma. Bautizado río Magdalena en honor a Santa María Magdalena en 1501, el cuerpo de agua comenzó a figurar en los mapas de los españoles. Aunque estos tenían fines prácticos para quienes estaban en busca de El Dorado, constituyen las primeras aproximaciones pictóricas del río.
En el siglo XVI el Magdalena comenzó a ser parte de lienzos y óleos y sus árboles fueron parte de las láminas de la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada y, ya en el siglo XIX, las acuarelas empezaron a mostrar no solo el río en si mismo, si no las costumbres alrededor de este: los bailes funerarios, la matanza de caimanes, los bogas, champanes y piraguas.
Eventualmente, en los grabados de prensa se evidenciaron los buques de vapor, el comercio y el trabajo de los pescadores, y las aguas del Magdalena empezaron a ser sinónimo de progreso y desarrollo. En un país que no privilegió el desarrollo ferroviario, la idea del río como transporte se mantuvo hasta entrado el siglo XIX. En 1957 Rafael Caneva publica su novela Y otras canoas bajan el río, en el que se remite a la movilidad y conexión que permite el río.
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Igualmente, el río fue fuente de inspiración y, como tal, celebrado con artistas plásticos como el ocañero Noé Leon, quien recreó la fuerza de la vida que sostenía el caudal: fauna y flora en un abanico de colores. En la literatura, con autores como Julio Flórez (En el río Magdalena) o Eduardo Carranza (Oda al Magdalena grande), y la música honró el afluente con canciones interpretadas por Totó la Momposina (Soledad), Los Lideres y Joe Arroyo (Río Magdalena), José Barros (La Piragua), entre otros.
Sin embargo, con el recrudecimiento de la violencia en el país, el río que alguna vez fue lugar de entierro sagrado, terminó por convertirse en una fosa comunal, donde los actores del conflicto arrojaban a sus víctimas. De acuerdo con el Centro Nacional de Memoria Histórica, en su corriente se han encontrado más de 320 cadáveres desde 1982. Durante años, los municipios que atraviesa el río vieron flotar cuerpos desconocidos. Los habitantes de uno de ellos, Puerto Berrío, Antioquia, optaron por rescatar los cuerpos del caudal y enterrarlos en el cementerio. Esta realidad fue retratada por el artista contemporáneo Juan Manuel Echavarría en su obra Requiem NN, por el teatro La Candelaria con Si el río hablara y por Nicolás Rincón Gille en la película Tantas almas.
A pesar de las diferencias históricas y conceptuales sobre el río Magdalena a través de los siglos, hay cierta uniformidad en las aproximaciones a la muerte y a la vida. Como tumba, el afluente narra las historias de las guerras en Colombia y, a su vez, el caudal sostiene a los animales, plantas y comunidades que habitan en sus inmediaciones. Y, como tal, ha sido celebrado por las artes. Como afirma Wade Davis a propósito de su libro Magdalena: River of Dreams: “Colombia es un regalo del río Magdalena”.