El cielo que llora sobre el Museo Santa Clara
“Llanto celeste”, la nueva exhibición del artista colombiano Pedro Ruiz, fue inaugurada en el Museo Santa Clara de Bogotá el pasado 20 de noviembre. Sus obras estarán expuestas al público hasta el 27 de febrero de 2022.
Andrea Jaramillo Caro
Del techo, forrado en hoja de oro, caen lágrimas de vidrio que obligan a los asistentes a la exhibición de Pedro Ruiz a mirar hacia arriba. Entre las figuras e imágenes religiosas de la antigua iglesia se esconden las obras de “Llanto celeste”.
Las obras de Ruiz se camuflan entre las muestras permanentes del museo. Para identificarlas, a veces es necesario mirar de cerca y con atención, o volver a observar. Ojos, alas, figuras de madera y el color dorado resaltan en el espacio, enmarcados por imágenes de santos y mártires que dialogan entre sí.
“La idea era como camuflarme y no tocar el acervo que tiene el museo”, dijo el artista para El Espectador. “Me parece importantísimo también que vean el museo tal cual es y que seamos conscientes de esa riqueza que es nuestra”. La intervención presenta obras hechas en diferentes medios a lo largo de los tres espacios del museo. El atrio hoy está cubierto de figuras de madera que componen la obra Corazón abierto, los dibujos y pinturas dialogan con los residentes del museo en la nave central y, finalmente, en donde una vez cantó el coro ahora se encuentran pinturas de pequeño formato que hacen parte del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio, junto con los resultados de los talleres Oro vital, que se realizaron en el resguardo indígena de Caño Mochuelo.
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Entre las técnicas que se aprecian están la de óleo sobre lienzo, talla de madera, vidrio soplado, fotografía y acrílico, entre otras. “El reto era, un poquito, un diálogo de los oficios, de entender qué es un esgrafiado, la talla en madera, la talla de los marcos es intencional en el sentido de querer como no apropiarme, sino experimentar lo que podía sentir la gente cuando estaba creando eso en esas épocas. Estamos en un sitio supuestamente para orar y para pedir, para entrar en lo espiritual. Yo no soy muy religioso, pero sí creo mucho en la espiritualidad y en lo espiritual en el arte, y aproveché eso para hablar de lo femenino como algo sagrado, del amor de la madre como un ejemplo de esa energía, que es un ejemplo de verdadero amor, que es una energía que necesitamos para cambiar y que muchas veces confundimos con el romance o el enamoramiento, que son cosas como más egoístas”, afirma Ruiz.
Con estas obras, el artista abarcó varios temas y problemáticas del país, como el desplazamiento, el paro nacional, las madres de Soacha, lo femenino y la crisis de Caño Mochuelo, entre otros. Entre ellos, el hilo conductor son las lágrimas de vidrio soplado que cuelgan del techo, “son lo que le dan el título a toda la exposición, porque me estoy ocupando de problemas muy drásticos de Colombia y es como ‘hasta el cielo está llorando en este momento’. La idea mía es que toda esa belleza y toda esa plegaria nos las transformen en lágrimas de alegría. Yo a veces he sentido que sí hay un camino, que es posible y no está tan lejano; entonces, trato de transmitir eso”, asegura Ruiz.
En “Llanto celeste” hay dos líneas narrativas en cada extremo del museo y uno en la mitad, que está relacionado con ambas temáticas que retratan los problemas que atraviesa el país. “Yo trato de dar luz más que la cosa oscura, que obviamente tiene que ser denunciada, pero yo creo que la existencia tiene dos extremos: el extremo oscuro y el luminoso; entonces, dado el sitio y dada mi inclinación a ver todo oscuro y cuando yo creo algo trato de mantener algo como esperanzador. Nunca logré terminar la cuestión con los desaparecidos, alcancé a hacer dos obras que algún día las mostraré, pero es que me quería como involucrar tanto que terminé muy deprimido, porque son historias muy fuertes y terribles. Es como vivir uno en el lado oscuro permanentemente. Entonces va uno como perdiendo el norte, la esperanza, y no soy amigo de eso, prefiero como decirles: mira, algún día nos vamos a mejorar y ojalá estemos preparados”.
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Oro: espíritu y naturaleza de un territorio junto a Oro vital componen las obras que muestran la problemática de Caño Mochuelo. La primera es una serie de treinta obras que muestran la riqueza cultural, patrimonial y física del país, montadas en canoas. Estas han viajado alrededor del mundo y Ruiz asegura que no se hará mercadeo con ellas. A partir de estas, surgieron los talleres de Oro vital. Estos fueron creados con “el mismo espíritu de ver lo que es valioso de nosotros y hacer pintar la canoa, ahí vamos a cargarlo valioso. Esa era la idea con los niños y los mayores. Por eso el programa de riqueza natural de USAID me invitó a hacer el taller en el resguardo indígena de Caño Mochuelo, porque, sobre todo, la intención es llamar la atención sobre la problemática del lugar”. Diez tribus, antiguamente nómadas, ahora comparten el mismo espacio que se les asignó en la reserva de Caño Mochuelo. Sin embargo, el espacio es insuficiente y, como se muestra en la exhibición, las tribus están desapareciendo lentamente. Unas, según Ruiz, acordaron no seguir creciendo el número de miembros de la tribu hasta que no les den una solución, lo cual hace que algunas estén compuestas de menos de cien personas.
Las obras de Ruiz, a pesar de darles una representación visual a varios de los dramas del país, siempre vienen vinculadas directamente con un mensaje de esperanza, que además se enfoca en resaltar los diferentes oficios del arte que se pueden apreciar en el Museo Santa Clara, de Bogotá. “Yo siempre he pensado que los oficios hay que protegerlos, son las manos del hombre, son sagradas. Todos los oficios que se hacen con artesanos son sagrados y gracias a Dios pude compartir con ellos. El Museo del Vidrio existe y ojalá pudiéramos tener cómo darles más visibilidad, cosa que les dé más trabajo y creatividad, que los artistas pudieran trabajar más de la mano con los oficios”.
Es precisamente con este museo que se realizaron la obra que le da nombre a la exhibición, las lágrimas de “Lágrimas celestes” que cuelgan sobre la nave que alberga los proyectos titulados Anunciación, Asunción y Nuestras señoras. Este último se compone de fotografías cotidianas a través de las cuales Ruiz trajo lo divino al plano humano en una obra cuyo nombre recuerda la iconografía católica. “No tenemos que irnos a la quinta dimensión para hablar de eso, sino que es aquí donde tenemos que entender qué es lo sagrado en de una forma moderna y actual, con todas las filosofías que han reflexionado todos estos siglos”.
Más allá de traer lo divino a nuestro plano, Ruiz quiso retratar el amor, que considera sagrado, entre una madre y su hijo, que no solo se refleja en la Virgen María. El artista se enfocó en mostrar, tomando inspiración de elementos de varias culturas, ese vínculo inquebrantable que lo puede encarnar cualquier persona.
La obra de Pedro Ruiz en el Museo Santa Clara de Bogotá apunta a la reflexión y la revelación de aquello en el entorno que compone una identidad con “Oro”. Cuyo objetivo es mostrar “una obra que incide en nuestra identidad de una forma positiva. No somos solo Pablo Escobar, no somos solo violencia o narcotráfico. Ese es el cometido de “Oro” y ojalá entendiéramos que hay que ayudar a Caño Mochuelo en que perdure porque es que de eso depende nuestro futuro, de esa sabiduría de los abuelos”.
Del techo, forrado en hoja de oro, caen lágrimas de vidrio que obligan a los asistentes a la exhibición de Pedro Ruiz a mirar hacia arriba. Entre las figuras e imágenes religiosas de la antigua iglesia se esconden las obras de “Llanto celeste”.
Las obras de Ruiz se camuflan entre las muestras permanentes del museo. Para identificarlas, a veces es necesario mirar de cerca y con atención, o volver a observar. Ojos, alas, figuras de madera y el color dorado resaltan en el espacio, enmarcados por imágenes de santos y mártires que dialogan entre sí.
“La idea era como camuflarme y no tocar el acervo que tiene el museo”, dijo el artista para El Espectador. “Me parece importantísimo también que vean el museo tal cual es y que seamos conscientes de esa riqueza que es nuestra”. La intervención presenta obras hechas en diferentes medios a lo largo de los tres espacios del museo. El atrio hoy está cubierto de figuras de madera que componen la obra Corazón abierto, los dibujos y pinturas dialogan con los residentes del museo en la nave central y, finalmente, en donde una vez cantó el coro ahora se encuentran pinturas de pequeño formato que hacen parte del proyecto Oro: espíritu y naturaleza de un territorio, junto con los resultados de los talleres Oro vital, que se realizaron en el resguardo indígena de Caño Mochuelo.
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Entre las técnicas que se aprecian están la de óleo sobre lienzo, talla de madera, vidrio soplado, fotografía y acrílico, entre otras. “El reto era, un poquito, un diálogo de los oficios, de entender qué es un esgrafiado, la talla en madera, la talla de los marcos es intencional en el sentido de querer como no apropiarme, sino experimentar lo que podía sentir la gente cuando estaba creando eso en esas épocas. Estamos en un sitio supuestamente para orar y para pedir, para entrar en lo espiritual. Yo no soy muy religioso, pero sí creo mucho en la espiritualidad y en lo espiritual en el arte, y aproveché eso para hablar de lo femenino como algo sagrado, del amor de la madre como un ejemplo de esa energía, que es un ejemplo de verdadero amor, que es una energía que necesitamos para cambiar y que muchas veces confundimos con el romance o el enamoramiento, que son cosas como más egoístas”, afirma Ruiz.
Con estas obras, el artista abarcó varios temas y problemáticas del país, como el desplazamiento, el paro nacional, las madres de Soacha, lo femenino y la crisis de Caño Mochuelo, entre otros. Entre ellos, el hilo conductor son las lágrimas de vidrio soplado que cuelgan del techo, “son lo que le dan el título a toda la exposición, porque me estoy ocupando de problemas muy drásticos de Colombia y es como ‘hasta el cielo está llorando en este momento’. La idea mía es que toda esa belleza y toda esa plegaria nos las transformen en lágrimas de alegría. Yo a veces he sentido que sí hay un camino, que es posible y no está tan lejano; entonces, trato de transmitir eso”, asegura Ruiz.
En “Llanto celeste” hay dos líneas narrativas en cada extremo del museo y uno en la mitad, que está relacionado con ambas temáticas que retratan los problemas que atraviesa el país. “Yo trato de dar luz más que la cosa oscura, que obviamente tiene que ser denunciada, pero yo creo que la existencia tiene dos extremos: el extremo oscuro y el luminoso; entonces, dado el sitio y dada mi inclinación a ver todo oscuro y cuando yo creo algo trato de mantener algo como esperanzador. Nunca logré terminar la cuestión con los desaparecidos, alcancé a hacer dos obras que algún día las mostraré, pero es que me quería como involucrar tanto que terminé muy deprimido, porque son historias muy fuertes y terribles. Es como vivir uno en el lado oscuro permanentemente. Entonces va uno como perdiendo el norte, la esperanza, y no soy amigo de eso, prefiero como decirles: mira, algún día nos vamos a mejorar y ojalá estemos preparados”.
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Oro: espíritu y naturaleza de un territorio junto a Oro vital componen las obras que muestran la problemática de Caño Mochuelo. La primera es una serie de treinta obras que muestran la riqueza cultural, patrimonial y física del país, montadas en canoas. Estas han viajado alrededor del mundo y Ruiz asegura que no se hará mercadeo con ellas. A partir de estas, surgieron los talleres de Oro vital. Estos fueron creados con “el mismo espíritu de ver lo que es valioso de nosotros y hacer pintar la canoa, ahí vamos a cargarlo valioso. Esa era la idea con los niños y los mayores. Por eso el programa de riqueza natural de USAID me invitó a hacer el taller en el resguardo indígena de Caño Mochuelo, porque, sobre todo, la intención es llamar la atención sobre la problemática del lugar”. Diez tribus, antiguamente nómadas, ahora comparten el mismo espacio que se les asignó en la reserva de Caño Mochuelo. Sin embargo, el espacio es insuficiente y, como se muestra en la exhibición, las tribus están desapareciendo lentamente. Unas, según Ruiz, acordaron no seguir creciendo el número de miembros de la tribu hasta que no les den una solución, lo cual hace que algunas estén compuestas de menos de cien personas.
Las obras de Ruiz, a pesar de darles una representación visual a varios de los dramas del país, siempre vienen vinculadas directamente con un mensaje de esperanza, que además se enfoca en resaltar los diferentes oficios del arte que se pueden apreciar en el Museo Santa Clara, de Bogotá. “Yo siempre he pensado que los oficios hay que protegerlos, son las manos del hombre, son sagradas. Todos los oficios que se hacen con artesanos son sagrados y gracias a Dios pude compartir con ellos. El Museo del Vidrio existe y ojalá pudiéramos tener cómo darles más visibilidad, cosa que les dé más trabajo y creatividad, que los artistas pudieran trabajar más de la mano con los oficios”.
Es precisamente con este museo que se realizaron la obra que le da nombre a la exhibición, las lágrimas de “Lágrimas celestes” que cuelgan sobre la nave que alberga los proyectos titulados Anunciación, Asunción y Nuestras señoras. Este último se compone de fotografías cotidianas a través de las cuales Ruiz trajo lo divino al plano humano en una obra cuyo nombre recuerda la iconografía católica. “No tenemos que irnos a la quinta dimensión para hablar de eso, sino que es aquí donde tenemos que entender qué es lo sagrado en de una forma moderna y actual, con todas las filosofías que han reflexionado todos estos siglos”.
Más allá de traer lo divino a nuestro plano, Ruiz quiso retratar el amor, que considera sagrado, entre una madre y su hijo, que no solo se refleja en la Virgen María. El artista se enfocó en mostrar, tomando inspiración de elementos de varias culturas, ese vínculo inquebrantable que lo puede encarnar cualquier persona.
La obra de Pedro Ruiz en el Museo Santa Clara de Bogotá apunta a la reflexión y la revelación de aquello en el entorno que compone una identidad con “Oro”. Cuyo objetivo es mostrar “una obra que incide en nuestra identidad de una forma positiva. No somos solo Pablo Escobar, no somos solo violencia o narcotráfico. Ese es el cometido de “Oro” y ojalá entendiéramos que hay que ayudar a Caño Mochuelo en que perdure porque es que de eso depende nuestro futuro, de esa sabiduría de los abuelos”.