El escritor que vocifera hacia adentro
A Óscar Godoy lo conocí hace ya varios años. Antes de la pandemia solíamos encontrarnos una vez a la semana con Isaías Peña y otros amigos para almorzar y luego para beber café en el centro de Bogotá.
Daniel Ángel
Nuestras charlas rara vez orbitaban alrededor de la escritura, es decir, sobre aquello que estábamos escribiendo, pero siempre hablábamos de lo que leíamos. Si era un libro conocido, compartíamos buenas impresiones o lo criticábamos. Óscar daba sus sentencias con parsimonia, como si en definitiva aquello que resulta tan importante en verdad no lo fuera. Luego se quedaba largo rato en silencio y comía lentamente los frijoles de El Marinillo o la paella del español que rara vez abría el restaurante, solo allí pedía de sobremesa un vaso de tempranillo, de resto, no bebía nada.
Fue por aquellos tiempos, creo unos seis o siete años, que leí esa novela suya Once días de noviembre, que relata los once días que transcurren entre la toma del Palacio de Justicia y la erupción del volcán Nevado del Ruíz en 1985, y quedé impactado por la destreza de su diégesis, por la calidad de los registros de sus personajes, por la belleza de sus atmósferas y, en especial, por la fuerza de su narración, pues Óscar es uno de esos escritores que saben que el oficio de la escritura está por encima del relato oficial y de la anécdota, es decir que entiende la literatura como un viaje al fondo de uno, nacida de un ejercicio de horadar y horadar capas de lo que somos hasta que nos duela, porque la verdad de la literatura, la que ella debe buscar no está en los acontecimientos, sino en la existencia de todos los hombres y todas las mujeres que sufrieron en dichos sucesos.
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No recuerdo si lo transcribí de una entrevista o del discurso cuando recibió el premio Nobel, pero lo tengo apuntado en una libreta, es un fragmento de William Faulkner en el que dice que el deber del escritor es hablar de ese “espíritu humano capaz de compasión, de sacrificio y resistencia”, y también dice que “es su privilegio (el de la escritura) ayudar a que el hombre resista elevándole el corazón, recordándole el coraje y el honor y la esperanza y el orgullo y la compasión y la piedad y el sacrificio que han sido gloria del pasado”. Y estas sentencias las cumple a cabalidad Óscar en su novela Once días de noviembre y en esta nueva, Te acuerdas del mar, la ganadora del premio Ñ-Ciudad de Buenos Aires, pues el narrador se ubica del lado del que sufre, le da nombre propio a los despojados, le da voz a todos los que estos gobiernos nefastos han intentado silenciar, aunque con lo que no han contado los criminales que han detentado el poder, es que hay plumas que retumban como mazos sobre las lozas sobre las que están enterrados sus muertos, plumas como las de Óscar Godoy.
Esta novela, Te acuerdas del mar, relata la historia de dos hombres que viven vidas paralelas y que por la crueldad del destino se encuentran en un cuarto de un hospital del centro de Bogotá. Uno de estos personajes es un anciano al que un cáncer terminal lo consume y que escucha con paciencia, mientras rumia su dolor físico y metafísico por la carga de su pasado, las historias sobre el mar de ese otro personaje al que casi matan en un atraco que, aunque acostumbrado a huir de sus perseguidores, ya que en su juventud y adultez perteneció a un movimiento guerrillero, no esperaba verse así, frente a frente con la muerte, bajo unas circunstancias fortuitas y hasta risibles. Así pues, el anciano moribundo y de nombre don Luis y el exguerrillero a quien él mismo se hace llamar Corso, entablan una amistad basada en dos elementos: su dolor y cercanía con la muerte; y el mar, los relatos sobre el mar. También aparecen otros personajes como Diana, hija de una guerrillera y que siendo niña debe sufrir los vericuetos de la persecución, y su madre, Marcela, la guerrera, la que dividió su vida entre amar a su hija y la lucha armada. Las historias de todos los personajes, sumando al Gordo, otro excombatiente y a Betzabé, la nieta de don Luis, se entrecruzan en aguas turbulentas, como si fueran rutas oceánicas, y al final los une el dolor y la muerte. No obstante, su encuentro tiene un fin: no saberse solos en la existencia y comprobar que siempre habrá alguien que nos tienda su abrazo en los más difíciles momentos.
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Te acuerdas del mar también es un libro sobre los libros, ya que ese doble relato, el que narra día y noche Corso desde su cama de hospital, está atravesado por las ficciones de Conrad y Salgari, de Melville y Hemingway, como metáfora de ese mar infinito y en calma al que podrán arribar todos los hombres y mujeres, y que funciona como un Libro tibetano de los muertos, pues son estos relatos los que acompañan a don Luis en su peregrinación final. Pero el mar también funciona como antítesis, pues quienes escuchan los relatos de Corso tienen el espíritu enturbiado y el anhelante mar es solo una imagen que se diluye entre el dolor y el tiempo.
Hace poco nos reencontramos con Óscar para dirigir una charla sobre la literatura de la violencia en Colombia. Aparecieron varios nombres de escritores fabulosos que se han encargado de taladrar esa capa de la historia oficial para encontrar al fondo las pequeñas historias de los silenciados, de los olvidados. También llegamos a la conclusión, trayendo a cuento el episodio que confirma de lo que están hechos todos los que pertenecen a este gobierno, que no se puede ser neutro en tiempos tan convulsionados y que, al contrario, y como lo dijo Faulkner, los escritores tenemos más que una obligación, el deber moral de intentar entender nuestro tiempo echándole una ojeada al pasado, y de quitarle el taco de la boca a todos los que no han dejado hablar. En otras palabras, los escritores vociferamos hacia adentro, no hay necesidad de estar publicando cosas en las redes sociales o dando entrevistas para confirmar lo sobre entendido: que los gobiernos en contubernio con los medios de comunicación masiva han distorsionado tanto la historia real que ha sido la literatura quien ha asentado los relatos de los victimarios y de las víctimas.
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Ese es el tipo de escritor que es Óscar, uno que vocifera hacia adentro, el que escribe con una fuerza glandular inmanente e imperecedera, uno que se preguntó por el presente sabiendo que hay un lazo irrompible que lo une al pasado, porque entendió que los asesinatos, los crímenes, las persecuciones a los líderes sociales, a los excombatientes que firmaron la paz, los señalamientos a los y las jóvenes de la primera línea son solo actos reflejo de ese temerario e infausto genocidio de la UP del siglo pasado. Porque Óscar no olvidó que ese genocidio político es el peor, en cifras y crueldad, en toda la historia contemporánea de la humanidad, donde la gente fue perseguida y cazada, por no pertenecer a esas castas amilanadas con el poder y el dinero. Por eso, Te acuerdas del mar, es un réquiem en salutación a esos dolores que nunca se acaban, a las heridas que perviven durante toda la vida manando sangre y miedo, crueldad y desolación, pero es también un canto que nos llama desde el fondo de lo que somos como país, para decirle a todo aquel, a toda aquella que piensa distinto, que está al margen, que no están solos.
Nuestras charlas rara vez orbitaban alrededor de la escritura, es decir, sobre aquello que estábamos escribiendo, pero siempre hablábamos de lo que leíamos. Si era un libro conocido, compartíamos buenas impresiones o lo criticábamos. Óscar daba sus sentencias con parsimonia, como si en definitiva aquello que resulta tan importante en verdad no lo fuera. Luego se quedaba largo rato en silencio y comía lentamente los frijoles de El Marinillo o la paella del español que rara vez abría el restaurante, solo allí pedía de sobremesa un vaso de tempranillo, de resto, no bebía nada.
Fue por aquellos tiempos, creo unos seis o siete años, que leí esa novela suya Once días de noviembre, que relata los once días que transcurren entre la toma del Palacio de Justicia y la erupción del volcán Nevado del Ruíz en 1985, y quedé impactado por la destreza de su diégesis, por la calidad de los registros de sus personajes, por la belleza de sus atmósferas y, en especial, por la fuerza de su narración, pues Óscar es uno de esos escritores que saben que el oficio de la escritura está por encima del relato oficial y de la anécdota, es decir que entiende la literatura como un viaje al fondo de uno, nacida de un ejercicio de horadar y horadar capas de lo que somos hasta que nos duela, porque la verdad de la literatura, la que ella debe buscar no está en los acontecimientos, sino en la existencia de todos los hombres y todas las mujeres que sufrieron en dichos sucesos.
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Esta novela, Te acuerdas del mar, relata la historia de dos hombres que viven vidas paralelas y que por la crueldad del destino se encuentran en un cuarto de un hospital del centro de Bogotá. Uno de estos personajes es un anciano al que un cáncer terminal lo consume y que escucha con paciencia, mientras rumia su dolor físico y metafísico por la carga de su pasado, las historias sobre el mar de ese otro personaje al que casi matan en un atraco que, aunque acostumbrado a huir de sus perseguidores, ya que en su juventud y adultez perteneció a un movimiento guerrillero, no esperaba verse así, frente a frente con la muerte, bajo unas circunstancias fortuitas y hasta risibles. Así pues, el anciano moribundo y de nombre don Luis y el exguerrillero a quien él mismo se hace llamar Corso, entablan una amistad basada en dos elementos: su dolor y cercanía con la muerte; y el mar, los relatos sobre el mar. También aparecen otros personajes como Diana, hija de una guerrillera y que siendo niña debe sufrir los vericuetos de la persecución, y su madre, Marcela, la guerrera, la que dividió su vida entre amar a su hija y la lucha armada. Las historias de todos los personajes, sumando al Gordo, otro excombatiente y a Betzabé, la nieta de don Luis, se entrecruzan en aguas turbulentas, como si fueran rutas oceánicas, y al final los une el dolor y la muerte. No obstante, su encuentro tiene un fin: no saberse solos en la existencia y comprobar que siempre habrá alguien que nos tienda su abrazo en los más difíciles momentos.
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Te acuerdas del mar también es un libro sobre los libros, ya que ese doble relato, el que narra día y noche Corso desde su cama de hospital, está atravesado por las ficciones de Conrad y Salgari, de Melville y Hemingway, como metáfora de ese mar infinito y en calma al que podrán arribar todos los hombres y mujeres, y que funciona como un Libro tibetano de los muertos, pues son estos relatos los que acompañan a don Luis en su peregrinación final. Pero el mar también funciona como antítesis, pues quienes escuchan los relatos de Corso tienen el espíritu enturbiado y el anhelante mar es solo una imagen que se diluye entre el dolor y el tiempo.
Hace poco nos reencontramos con Óscar para dirigir una charla sobre la literatura de la violencia en Colombia. Aparecieron varios nombres de escritores fabulosos que se han encargado de taladrar esa capa de la historia oficial para encontrar al fondo las pequeñas historias de los silenciados, de los olvidados. También llegamos a la conclusión, trayendo a cuento el episodio que confirma de lo que están hechos todos los que pertenecen a este gobierno, que no se puede ser neutro en tiempos tan convulsionados y que, al contrario, y como lo dijo Faulkner, los escritores tenemos más que una obligación, el deber moral de intentar entender nuestro tiempo echándole una ojeada al pasado, y de quitarle el taco de la boca a todos los que no han dejado hablar. En otras palabras, los escritores vociferamos hacia adentro, no hay necesidad de estar publicando cosas en las redes sociales o dando entrevistas para confirmar lo sobre entendido: que los gobiernos en contubernio con los medios de comunicación masiva han distorsionado tanto la historia real que ha sido la literatura quien ha asentado los relatos de los victimarios y de las víctimas.
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Ese es el tipo de escritor que es Óscar, uno que vocifera hacia adentro, el que escribe con una fuerza glandular inmanente e imperecedera, uno que se preguntó por el presente sabiendo que hay un lazo irrompible que lo une al pasado, porque entendió que los asesinatos, los crímenes, las persecuciones a los líderes sociales, a los excombatientes que firmaron la paz, los señalamientos a los y las jóvenes de la primera línea son solo actos reflejo de ese temerario e infausto genocidio de la UP del siglo pasado. Porque Óscar no olvidó que ese genocidio político es el peor, en cifras y crueldad, en toda la historia contemporánea de la humanidad, donde la gente fue perseguida y cazada, por no pertenecer a esas castas amilanadas con el poder y el dinero. Por eso, Te acuerdas del mar, es un réquiem en salutación a esos dolores que nunca se acaban, a las heridas que perviven durante toda la vida manando sangre y miedo, crueldad y desolación, pero es también un canto que nos llama desde el fondo de lo que somos como país, para decirle a todo aquel, a toda aquella que piensa distinto, que está al margen, que no están solos.