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                                                                                                                                El extravío del agnosticismo (Cuentos de sábado en la tarde)

                                                                                                                                Algunos son ateos de tierra que se atreven a negar rotundamente la existencia del todopoderoso con los dos pies, sanamente, en el suelo, pero con la primera turbulencia a diez mil pies de altura, el inequívoco e inexplicable «dios mío» aparece de repente como un grito reprimido por los siglos de los siglos en búsqueda de la salvación divina. Otros se enorgullecen del agnosticismo como triunfo certero de la razón, de la coherencia.

                                                                                                                                Catalina Vargas-Acevedo

                                                                                                                                "Pero al otorgarle todas esas preocupaciones y tramitología abstracta al universo, lograba encontrar una calma que no había conocido antes mi mente ansiosa y controladora".
                                                                                                                                Foto: Mauricio Alvarado Lozada
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Le recomendamos: El lujo efímero de Jay Gatsby

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Todavía terca y sorda a que ese alguien, o algo, me decía a gritos que no debía ir a trabajar, me dispuse a devolverme a buscar la billetera. En medio, todavía, de una suerte desdichada, no tardé mucho en darme cuenta de que había pasado ya un peaje en el sentido no cobro, pero para devolverme debía pagar una tarifa que ya bien sabía no podría saldar. Para mi suerte, si es que para ese punto se puede hablar de suerte, recordé un camino entre la montaña, para saltar el peaje y llegué de vuelta a la casa con un afán tan obstinado que desperté a mi marido.

                                                                                                                                Exaltado se dispuso a ayudarme a buscar la billetera, pero después de minutos de gritar y maldecir, la billetera no apareció. Ya algo exasperado, me prestó algunos pesos para sobrevivir ese día, y me dispuse, sin billetera, a emprender, de nuevo y por supuesto tarde, el camino a mi esperado turno.

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                                                                                                                                "Pero al otorgarle todas esas preocupaciones y tramitología abstracta al universo, lograba encontrar una calma que no había conocido antes mi mente ansiosa y controladora".
                                                                                                                                Foto: Mauricio Alvarado Lozada
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                                                                                                                                Le recomendamos: El lujo efímero de Jay Gatsby

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