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                                                                                                                                El festín de Marosa di Giorgio

                                                                                                                                Sobre el descubrimiento de una de las voces más singulares de la literatura latinoamericana.

                                                                                                                                Marosa di Giorgio escribió poesía, relatos, teatro y una novela.
                                                                                                                                Foto: Ilustración: Adriana Bermúdez
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Esta vez me sorprende fuera de base. Me dice que está leyendo a Marosa di Giorgio. ¿Marosa? No tengo la menor idea de quién es. Ella la conoció en su Uruguay natal, en un popular café de Montevideo: el Sorocabana.

                                                                                                                                —El Sorocabana estaba en la avenida 18 de Julio. Sus ventanales daban a la Plaza Cagancha, que es el kilómetro cero del Uruguay. Los jueves era el único día que bajaba la concurrencia, porque en la época de la dictadura era el día que salían los camiones a detener gente. Era un lugar antiguo. Tenía unos suelos de baldosas hidráulicas y mostradores de madera y mármol. El café que servían era horroroso: fuerte y espeso, como si fuera tinta; pero su sabor era lo de menos. Los jóvenes íbamos allí porque era donde estaban “los monstruos”.

                                                                                                                                —¿Como el Café Gijón de Madrid?

                                                                                                                                —¡Ahí está!

                                                                                                                                —Tú llegabas y te sentabas en una mesa y, ellos, “los monstruos” (Mena Segarra, Gley Eyherabide, Iván Kmaid) se sentaban en Las mesas. Marosa di Giorgio iba sola. Tenía el pelo rojo y unas gafas con forma de mariposa. Muchas veces se sentaba sola, pero creo recordar que algunos días se sumaba a la tertulia.

                                                                                                                                Cuando estás cerca de una persona que expresa verdadero entusiasmo por lo que hace, es muy posible que se te pegue algo. Cecilia ha vuelto a reencontrarse con Marosa di Giorgio por Misa de amor, los relatos eróticos que la editorial Wunderkammer publicó en España. “Ese libro es una maravilla, una maravilla”. La maravilla tiene un sugerente color pantera rosa y 361 páginas. Empiezo a leer en la 50.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Si me mirara ahora en un espejo, me vería a mí misma con el pelo revuelto y salpicado de vilanos, con cara de desorientada y la ropa sucia de tierra. Como si hubiera salido de un túnel que conecta con otro mundo.

                                                                                                                                Le puede interesar: Lo que hasta hoy han sido estadísticas, la literatura lo transforma en historias

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Vine a la luz en este florido y espejeante Salto del Uruguay, hace un siglo, o ayer mismo, o mismo ahora, porque a cada instante estoy naciendo. Era por junio y por domingo y a mitad del día”. Con la misma gracia que hablaba de su nacimiento en Los papeles salvajes (Adriana Hidalgo editora, 2008), Marosa di Giorgio contaba cómo se había entregado a su destino. Decía que, cuando era niña, Dios la visitaba disfrazado: “Hasta se disfrazaba de amapola. Se ponía una bonita máscara rosada, o de venado y usaba dominó velludo y color oro. Por entonces él me dijo que mi único destino era escribir poemas. Y yo le escuché sencillamente, sintiendo que iba a obedecerle”. Si bien aceptó el mandato, no solo escribió poesía; también escribió relatos, teatro y una novela.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Y, entre verso y verso, las tardes en el Sorocabana, donde una joven amante de los libros la miraba con la fascinación que provoca en los letraheridos la presencia de “los monstruos”. La poeta uruguaya decía que en el café de Montevideo podía elegir entre sentirse sola o acompañada, interviniendo en las tertulias o quedándose enfrascada en sus pensamientos. Era una cuestión vital: “No puedo dar un paso en la calle, salir para la más mínima diligencia sin acudir a tomar un café al Sorocabana. No puedo vivir si no voy un rato —largo— a ese sitio donde vive algo inexplicable”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Mientras leo a Marosa di Giorgio, el cerebro, fiel a su costumbre de asociar ideas, me dispara imágenes de El Bosco, o de Lewis Carroll —a quien dicen que Marosa leía con devoción—, pero este mundo, que se me insinúa extraño y perfumado, luminoso y oscuro, furioso y sensual, no cabe en una cajita de la que pueda colgar una etiqueta con una única palabra. Marosa di Giorgio decía que le debía la exuberancia y la singularidad de su escritura a la casa de Salto, la de sus abuelos; especialmente a su abuelo materno, Eugenio Médici, que “creó jardines de membrillos, frutillas, luciérnagas, hongos y fantasmas”. Su imaginario estaba poblado de criaturas y cosas que se nombran y de otras que no pueden ser nombradas. “Yo escribo sin rumbos, ni proyectos, ni fin alguno. Soy una princesa desnuda, descalza, una monja un poco gitana, esperando que le caiga, desde el cielo, algo en las manos”. Y hay algo, una cosa que los recién llegados al mundo de Marosa debemos saber. Ella misma nos advierte que, aunque nos parezca insólito, todo lo que cuenta es verdad.

                                                                                                                                Marosa di Giorgio escribió poesía, relatos, teatro y una novela.
                                                                                                                                Foto: Ilustración: Adriana Bermúdez
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Esta vez me sorprende fuera de base. Me dice que está leyendo a Marosa di Giorgio. ¿Marosa? No tengo la menor idea de quién es. Ella la conoció en su Uruguay natal, en un popular café de Montevideo: el Sorocabana.

                                                                                                                                —El Sorocabana estaba en la avenida 18 de Julio. Sus ventanales daban a la Plaza Cagancha, que es el kilómetro cero del Uruguay. Los jueves era el único día que bajaba la concurrencia, porque en la época de la dictadura era el día que salían los camiones a detener gente. Era un lugar antiguo. Tenía unos suelos de baldosas hidráulicas y mostradores de madera y mármol. El café que servían era horroroso: fuerte y espeso, como si fuera tinta; pero su sabor era lo de menos. Los jóvenes íbamos allí porque era donde estaban “los monstruos”.

                                                                                                                                —¿Como el Café Gijón de Madrid?

                                                                                                                                —¡Ahí está!

                                                                                                                                —Tú llegabas y te sentabas en una mesa y, ellos, “los monstruos” (Mena Segarra, Gley Eyherabide, Iván Kmaid) se sentaban en Las mesas. Marosa di Giorgio iba sola. Tenía el pelo rojo y unas gafas con forma de mariposa. Muchas veces se sentaba sola, pero creo recordar que algunos días se sumaba a la tertulia.

                                                                                                                                Cuando estás cerca de una persona que expresa verdadero entusiasmo por lo que hace, es muy posible que se te pegue algo. Cecilia ha vuelto a reencontrarse con Marosa di Giorgio por Misa de amor, los relatos eróticos que la editorial Wunderkammer publicó en España. “Ese libro es una maravilla, una maravilla”. La maravilla tiene un sugerente color pantera rosa y 361 páginas. Empiezo a leer en la 50.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Le puede interesar: Lo que hasta hoy han sido estadísticas, la literatura lo transforma en historias

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                “Vine a la luz en este florido y espejeante Salto del Uruguay, hace un siglo, o ayer mismo, o mismo ahora, porque a cada instante estoy naciendo. Era por junio y por domingo y a mitad del día”. Con la misma gracia que hablaba de su nacimiento en Los papeles salvajes (Adriana Hidalgo editora, 2008), Marosa di Giorgio contaba cómo se había entregado a su destino. Decía que, cuando era niña, Dios la visitaba disfrazado: “Hasta se disfrazaba de amapola. Se ponía una bonita máscara rosada, o de venado y usaba dominó velludo y color oro. Por entonces él me dijo que mi único destino era escribir poemas. Y yo le escuché sencillamente, sintiendo que iba a obedecerle”. Si bien aceptó el mandato, no solo escribió poesía; también escribió relatos, teatro y una novela.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Y, entre verso y verso, las tardes en el Sorocabana, donde una joven amante de los libros la miraba con la fascinación que provoca en los letraheridos la presencia de “los monstruos”. La poeta uruguaya decía que en el café de Montevideo podía elegir entre sentirse sola o acompañada, interviniendo en las tertulias o quedándose enfrascada en sus pensamientos. Era una cuestión vital: “No puedo dar un paso en la calle, salir para la más mínima diligencia sin acudir a tomar un café al Sorocabana. No puedo vivir si no voy un rato —largo— a ese sitio donde vive algo inexplicable”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Mientras leo a Marosa di Giorgio, el cerebro, fiel a su costumbre de asociar ideas, me dispara imágenes de El Bosco, o de Lewis Carroll —a quien dicen que Marosa leía con devoción—, pero este mundo, que se me insinúa extraño y perfumado, luminoso y oscuro, furioso y sensual, no cabe en una cajita de la que pueda colgar una etiqueta con una única palabra. Marosa di Giorgio decía que le debía la exuberancia y la singularidad de su escritura a la casa de Salto, la de sus abuelos; especialmente a su abuelo materno, Eugenio Médici, que “creó jardines de membrillos, frutillas, luciérnagas, hongos y fantasmas”. Su imaginario estaba poblado de criaturas y cosas que se nombran y de otras que no pueden ser nombradas. “Yo escribo sin rumbos, ni proyectos, ni fin alguno. Soy una princesa desnuda, descalza, una monja un poco gitana, esperando que le caiga, desde el cielo, algo en las manos”. Y hay algo, una cosa que los recién llegados al mundo de Marosa debemos saber. Ella misma nos advierte que, aunque nos parezca insólito, todo lo que cuenta es verdad.

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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