El miedo como enemigo de la democracia
El llamado al cambio en Colombia ha despertado a un enemigo que afecta directamente a la democracia que tanto defendemos: el miedo.
Andrés Osorio Guillott
Quienes defienden la democracia en Colombia lo hacen de micrófonos para afuera, pero de micrófonos para adentro planean estrategias para afectarla. Los planes pueden ser muchos, pero sin duda, el mayor de los males es aquel que despierta el miedo en la sociedad a la hora de votar, un acto que si bien no es el único e en el que se construye este modelo de gobierno, sí es uno de los más importantes, no por otra cosa hablamos de democracia representativa y de la relevancia que tiene elegir a quienes consideramos que pueden representar, valga la redundancia, nuestros intereses como ciudadanos.
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Quienes defienden la democracia en Colombia lo hacen de micrófonos para afuera, pero de micrófonos para adentro planean estrategias para afectarla. Los planes pueden ser muchos, pero sin duda, el mayor de los males es aquel que despierta el miedo en la sociedad a la hora de votar, un acto que si bien no es el único e en el que se construye este modelo de gobierno, sí es uno de los más importantes, no por otra cosa hablamos de democracia representativa y de la relevancia que tiene elegir a quienes consideramos que pueden representar, valga la redundancia, nuestros intereses como ciudadanos.
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Y el miedo, o la incertidumbre, es lo que permanece en el ambiente electoral en Colombia. Rodolfo Hernández o Gustavo Petro, uno de los dos será el próximo presidente, y para muchas personas ambos candidatos representan un distanciamiento del uribismo, movimiento que gobernó por los últimos 20 años y que evidencian un llamado al cambio de gobierno y de la política en el país.
Ya lo decía Bertolt Brecht: “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”. Y esa sensación es la que justamente se percibe en Colombia. Si bien el uribismo se enmarcó en un gobierno de derecha, su llegada al escenario político se apartó de la lógica bipartidista, lográndose así un primer desprendimiento de “lo viejo”. Y ahora, con dos candidatos que no provienen de la política uribista, ni de los partidos liberal o conservador -los tradicionales-, eso que surge como “nuevo” aumenta la sensación de temor o de miedo por lo desconocido, por aquello que justamente no ha terminado de asentarse en el escenario político.
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Se escucha en las calles que hay una especie de callejón sin salida. Hay distancias entre Hernández y Petro, pero la conclusión general después de que ambos quedaran como candidatos para la segunda vuelta presidencial es que el país anhelaba una idea de cambio. Sin embargo, los conceptos de polarización y odio siguen mencionándose.
Decía Thomas Hobbes en El Leviatán que hay tres causas que promueven la discordia en el ser humano: la competencia, la desconfianza y la gloria: “La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; la tercera, para ganar reputación. La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres; la segunda, para defenderlos; la tercera, recurre a la fuerza por motivos insignificantes, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta, como cualquier otro signo de subestimación, ya sea directamente en sus personas o de modo indirecto en su descendencia, en sus amigos, en su nación, en su profesión o en su apellido”.
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Los beneficios, traducidos en posibles intereses particulares, que podría pensarse con la tercera razón sobre la reputación, y la seguridad, son elementos que justamente se piensan a la hora de votar por Petro o Hernández, pues existe un pánico económico y también una sensación de inseguridad alrededor de ambos candidatos, más de un lado que de otro, pero en general se percibe una desazón y una angustia que, de nuevo, tiene que ver con esa idea de lo desconocido que recae sobre los dos aspirantes a la presidencia.
Polarización. El escenario ideal para hablar de la dualidad de amigo-enemigo que mencionó el filósofo alemán Carl Schmitt el siglo pasado, pero también para hablar de la noción de enemigo que señaló Hobbes: “De la igualdad procede la desconfianza. De esta igualdad en cuanto a la capacidad se deriva la igualdad de esperanza respecto a la consecución de nuestros fines. Esta es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin (que es, principalmente, su propia conservación, y a veces su delectación tan sólo) tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. De aquí que un agresor no teme otra cosa que el poder singular de otro hombre”.
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“Todas las sociedades están llenas de emociones y las democracias liberales no son una excepción”, decía Martha Nussbaum en Political emotions. Y si algo ha caracterizado a las sociedades contemporáneas ha sido esa exaltación de las emociones y el uso de algunos dirigentes para gobernar a partir de ellas, especialmente del odio, que deriva también en el miedo y de esa desconfianza ya señalada siglos atrás por Hobbes.
Una costumbre que parece perpetuar uno de los principios de Joseph Goebbels, jefe de propaganda nazi, y que decía: “Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas”.
Es un momento bisagra, en el que parece que un nuevo orden político se avecina. Un orden que tendrá sus errores y aciertos, pero que se verá empañado por esa desconfianza que termina en una especie de zozobra por la democracia, haciendo del temor un enemigo de esta. Muchos siguen arraigados a lo tradicional, razón por la cual lo viejo no ha muerto, y lo nuevo, que en gran parte se ha impulsado justamente por las nuevas generaciones representadas, por ejemplo, en movimientos estudiantiles, sigue siendo una especie de amenaza para lo que parecía estar establecido como normal. Apelar al miedo para salvaguardar una tradición es una estrategia muy anclada a la política y al poder, que, una vez más, tendrían relación con las razones de los beneficios, la reputación y la seguridad mencionadas por Hobbes.
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