“El Principito”: una oda al niño que olvidamos
La obra de Antoine de Saint-Exupéry, “El Principito”, cumple 80 años este 6 de abril. Un libro imprescindible en la literatura universal.
Andrés Osorio Guillott
De tanto en tanto la literatura tiene semejanzas -afortunada o infortunadamente- con las vidas de quienes la han escrito. “Fue aquí donde apareció el principito en la Tierra y después desapareció”. Ese fragmento, escrito por Antoine de Saint-Exupéry, podría describir también lo que ocurrió el 31 de julio de 1944, cuando el escritor y piloto despegó de una base en Córcega, una isla al sur de Francia, y no volvió, pero también podría ser la descripción de la infancia.
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De tanto en tanto la literatura tiene semejanzas -afortunada o infortunadamente- con las vidas de quienes la han escrito. “Fue aquí donde apareció el principito en la Tierra y después desapareció”. Ese fragmento, escrito por Antoine de Saint-Exupéry, podría describir también lo que ocurrió el 31 de julio de 1944, cuando el escritor y piloto despegó de una base en Córcega, una isla al sur de Francia, y no volvió, pero también podría ser la descripción de la infancia.
Poco más de un año atrás, exactamente el 6 de abril de 1943, la editorial neoyorquina Reynal & Hitchcock publicó El Principito, la obra literaria francesa más traducida hasta ahora. Saint-Exupéry murió sin ser testigo del alcance de ese libro que “escribió en una casa alquilada cerca de Northport, Long Island, durante el verano y el otoño de 1942. En el manuscrito, la alternancia entre el lápiz y la pluma y el uso de dos tipos de papel (uno muy delgado «Fidelity Onion Skin» y otro más pesado «Macadam Bond») confirman que la obra fue elaborada a lo largo del tiempo”, como dijo en la introducción de una edición conmemorativa Charles E. Pierce Jr., director de The Pierpont Morgan Library, librería que resguarda varios de los manuscritos del escritor y piloto francés.
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Mi hipótesis es que El Principito es lo que es por lo que el mismo Saint-Exupéry dice en la dedicatoria del libro. “Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una excusa seria: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor puede comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona mayor vive en Francia, donde tiene hambre y frío. Necesita ser consolada. Y si todas estas excusas no son suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona mayor fue una vez. Todas las personas mayores fueron al principio niños. (Aunque pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria: A Léon Werth cuando era niño”.
A los niños que todos fuimos alguna vez. Hace poco, Sandra Avendaño, a quien acudo para sesiones de psicología, me pidió que cerrara los ojos y le hablara al niño interior, al que sintió la orfandad cuando también un 6 de abril perdió a su mamá. Ese niño perdido en el paso del tiempo había causado estragos. Y ser consciente de ese olvido me hizo pensar en la forma en que la infancia determina las personas que seremos hasta la muerte. Y ahí vuelve en forma de eco esa afirmación del autor francés “Todas las personas mayores fueron al principio niños. (Aunque pocas de ellas lo recuerdan)”. Es ahí cuando el libro cobra relevancia, pues las intervenciones del Principito se leen con una voz tierna, aguda. Ese efecto es ineludible. Esa sensación de niñez no se va a lo largo de la lectura y ese logro del autor le da también un valor agregado al relato.
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Incluso me atrevo a pensar, como lo dije al inicio del texto, que la afirmación de “Fue aquí donde apareció el principito en la Tierra y después desapareció” es también la explicación de la infancia. Ese paraíso perdido al que todos asistimos. Porque todos fuimos niños, pero lo olvidamos e inexorablemente se nos escapa en el tiempo y en los afanes de la adultez. Sabemos donde estuvimos, cómo fuimos, pero igual todo aquello que vivimos en la infancia desaparece porque nunca vuelve a ser igual, y tampoco tendría por qué serlo, pues los artilugios de la condición humana tienen que ver con esto, con la magia de los instantes que son y nunca más vuelven a ser los mismos para que conserven su importancia y su trascendencia.
El Principito, que viene del asteroide B 612 -que según Pierce en un principio se llamó “A 612; en otro, ACB 316″-, viaja por el universo buscando un nuevo amigo tras abandonar a su rosa. El Principito, con su inocencia y curiosidad, se encuentra con el piloto que intenta reparar su avión en el desierto del Sahara, y desde los ojos del mismo piloto vamos descubriendo la historia de esa criatura de cabello dorado que también se encuentra con otros personajes, entre ellos un bebedor, un hombre de negocios y un zorro. “Está visto que las personas mayores son muy, pero que muy raras”, dijo tras hablar con el bebedor; “Las personas mayores son en verdad extraordinarias”, dijo tras hablar con el hombre de negocios. “Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible para los ojos”, le dijo el zorro en una de las frases -por no decir que la más- memorables del libro de Saint-Exupéry, que escribió una fábula de más de 100 páginas.
En tiempos de guerra y en una época en la que se creyó que todo lo trascendental y fundamental se aprendía desde la dureza y la crueldad, Saint-Exupéry logró dejar varias moralejas desde la dulzura, lo que hace que este libro incluso sea contracultural y no solo atemporal, pues luego de creer que todo lo aprenderíamos desde la dificultad, empezamos a subestimar lo que podíamos aprender desde la ternura, algo que ya había dicho Albert Camus que se deseaba y que pocas veces se obtenía. Por suerte, leer El Principito siempre nos dará la certeza de obtenerla, de encontrar en la imaginación y en la inocencia, características propias de la infancia, esa ternura que se ha extinguido entre los discursos de la superación, el éxito y el placer.
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