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Kiko, cuénteme, ¿usted quién es?
Soy Luis Francisco Pérez Kairuz, cambié mi nombre a Kiko Kairuz cuando decidí ser artista. Me defino como un viajero, como un transeúnte que va por la vida aprendiendo todo cuanto puede.
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Hábleme de sus orígenes.
En mi familia somos desplazados por la naturaleza, por la historia. El origen paterno es Sefaradí. Luis Pérez, Tito, mi papá, fue una mezcla entre el profesor Yarumo e Indiana Jones. De gran carisma, brillaba siempre a donde llegaba. Vibraba con la antropología, le encantaba el tema de los alimentos y me transmitió la pasión por la fotografía. Conoció a mi mamá después de separarse de su primer matrimonio. Regresaron a Colombia a mediados de los setenta en medio de esa explosión social que se vivía. Mi papá pasó de ser un alto ejecutivo a convertirse en viajero. Se dedicó a recorrer el país, llegó a todos sus rincones. Lo hizo a lomo de mula, en moto o como las circunstancias le permitieran.
Mi apellido Kairuz proviene de las montañas del Líbano en las que se da cedro, árbol que está en su bandera, típico de la zona Bisharri. Fajime, mi mamá, es un ser de luz, noble, de esas personas que no conocen la maldad, inmensamente dulce, más dulce que una guayaba. Es introvertida, silenciosa, nunca fue el foco de atención. Tiene un talento musical enorme. Interpreta la guitarra clásica que me enseñó en el Conservatorio del Tolima. Con sus amigas tienen el coro más lindo de Ibagué, una rondalla de cincuenta mujeres que le cantan al obispo, a los que se casan y a los socios del club.
Mi papá se había casado en España con una panameña y con ella tuvo dos hijas. Mis hermanas Fabiola, una gran publicista que vive en Panamá, y Belén, una mujer muy especial, maravillosa.
Para mi página, Memorias conversadas, usted me contó detalles muy relevantes de su ascendencia que invito a leer. Ahora hagamos un recorrido por su paso por la academia que lo llevó a una vida profesional muy nutrida de experiencias.
Inicié en el colegio Vida, Amor, Luz – VAL, que estaba orientado a las artes y donde predominaban las niñas. El bachillerato lo cursé en el San Luis Gonzaga, colegio de los hermanos maristas, supremamente religioso, con un ambiente muy competitivo, mixto, donde predominan los hombres.
Cualquier día, cuando yo cursaba noveno, mi papá me llevó para Barranquilla. Al llegar me dijo que se había metido con una gente con la que no debió haber hecho negocios nunca, que estaba bajo amenaza, que me tenía que proteger. A él ya lo habían secuestrado un par de veces, quizás tres, y era tan hábil que siempre negociaba de manera directa su libertad.
Quedé solo. A mis catorce años tuve que aprender a defenderme. Yo era un cachaco rodeado de barranquilleros, de gente y cultura completamente desconocida para mí. Al comienzo nadie me hablaba hasta cuando supieron que yo vivía solo. A partir de ahí mi apartamento se convirtió en la casa del ritmo. De inmediato mi abuelo manifestó que yo debería volver. Lo hice cuando terminé décimo y echando dedo en la carretera.
El proceso para graduarme fue realmente una pesadilla, lo logré en medio de muchos inconvenientes, situaciones de estrés y problemas.
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¿Cómo fueron sus inicios en el mundo laboral que inició de manera temprana?
Cursaba grado once cuando Colombiana de Televisión llegó a grabar la serie Amor en forma. Por cierto muy mala, pero divertida. En ella trabajaban Zharick León, Luis Fernando Salas, Lorna Cepeda. El productor ejecutivo era Malcolm Aponte, quien produjo Padres e Hijos.
Buscaban un asistente de producción muy vinculado a la región, me recomendaron, me contrataron y me pareció lo máximo. Como productor de campo era quien buscaba las locaciones, los carros.
Colombiana adquirió Fantástico, programa de concurso. Era en directo, de lunes a jueves, por el Canal UNO. Cualquiera podía participar, pues nadie se le quería medir, y a mí me parecía lo máximo. Mi trabajo iba desde pedir las microondas, porque no había Internet, pasaba por tramitar permisos en la Alcaldía, hasta recoger a los artistas. Aquí sufrí un revés que me obligó regresar a mi ciudad.
Al llegar a Ibagué ingresé al Conservatorio para estudiar dirección y licenciatura en música clásica como una forma de rescatarme. Pasados seis meses me llamaron para hacer comerciales de televisión de manera independiente. En ese momento, al verme mi abuelo otra vez enfiestado y demás, me dijo: “Usted no es músico de profesión. Dígame en esa experiencia de trabajo qué fue lo que más le gustó”. / “Abuelo, la fotografía y la dirección de fotografía”. / “Ahí está. Vaya a comprarse una cámara y busque un curso”.
Decidí estudiar en Bogotá. Tomé un curso en la Alianza Colombo Francesa, la única alternativa viable para mí, pero resultó terrible.
Trabajé de noche como mesero en bares, hacía producciones esporádicas, mientras en el día tomaba las clases. Una vez terminaban, iba a la Luis Ángel Arango a devorarme la literatura que encontrara sobre fotografía. Aprendí más como autodidacta que en la misma Alianza. Salí peleado porque se pagaba mucho para lo que enseñaban y no dejaban utilizar los laboratorios.
Me encontré a Gabriel Hernández, fotógrafo maravilloso, uno de los profesores de la Alianza. Resulta que él preparaba sus propios químicos para revelado. Me empezó a abrir espacio en su baño, que era diminuto y en el que él fumaba.
Decidí estudiar diseño gráfico en las noches en UNITEC. Recibíamos una misma materia durante cuarenta días, lo que funciona muy bien porque permitía concentrarse por completo.
Hábleme de su producción como fotógrafo.
Darío de la Pava, hermano de Lucía, alguien a quien quiero profundamente, me consiguió trabajo con una pareja de productores muy importantes: María, francesa, y el Mono Cano, colombiano. Estaban ellos asociados con Felipe Espinoza, también muy reconocido. Aquí hacíamos catálogos para personalidades como Olga Piedrahíta, Amelia Toro. Trabajaban con los fotógrafos más importantes como Salvatore Salomone, Claudia Uribe, Cisa Lamberti, Sergio Bartelsman, para mí el mejor de todos del país. Aprendí muchísimo de ellos. Produjimos desfiles de Colombiamoda. El primero fue el de Olga Piedrahíta, que se hizo con las modelos caminando sobre el agua en piscinas, absolutamente precioso.
Catalina Betancur, productora de las revistas de El Tiempo como Aló y Carrusel, me ofreció ser productor y director de arte. Esta fue una experiencia que duró cinco años. Aquí también hacíamos la revista de Fedco, Seventeen y varias otras.
Quise hacer mis propias fotos y dejar de lidiar con las celebridades y todo el equipo que las rodea. Me sentí agotado, entonces decidí terminar mi tesis de diseño que salió muy bien. Regresé a la productora y sacamos un libro. Experto ya en producción, fotografía y diseño, viajé a los Estados Unidos donde les gané a los equipos con que competí. Ganamos con una propuesta de diseño interior y de portada para un cofee table book, (libro de decoración como los que produce Benjamín Villegas).
Cartagena influyó mucho en el camino que se abrió para usted.
Es cierto. Decidí viajar a Cartagena a visitar a mi papá. Estando aquí empecé a fotografiar a todos los amigos en la época más hermosa de la ciudad. Me asocié con un español y una colombiana quienes querían hacer una revista. Les sugerí producir una guía turística. Así lo hicimos para sacar seis ediciones, dos en Cartagena y cuatro en Bogotá.
Invito a los lectores a revisar su perfil biográfico completo en mi página, donde habla de sus fotografías como obras de arte que fueron expuestas en el Hotel Karibana, Crepes & Waffles. También sobre su propio taller que fue muy exitoso.
Sí. En algún momento recibí un pedido de trescientas obras para el Karibana cuando estaba llegando el Conrad a Cartagena. Nos compraron a Pedro Ruiz, mi ídolo, a Ana Mercedes Hoyos y a mí para adornar el hotel. Fue todo un honor haber podido participar con ellos. Este contrato me llevó a abrir mi propio taller en las condiciones que siempre he querido y considerado necesarias para lograr un trabajo de altísima calidad. Lo ubiqué en Medellín.
Y para aprovechar el desperdicio, abrí mi marquetería. La gente me empezó a enviar sus fotos por WhatsApp que yo imprimía en los mejores materiales y la devolvía empacadas en cajas de pizza con un enmarcado absolutamente hermoso. Fue un gran negocio. Pero cometí el gravísimo error de llamarlo Instaframe, lo que no gustó a la gente de Instagram, que me demandó, perdí el pleito y tuve que cerrar.
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Pero también abrí mi galería en Cartagena, donde vendía mis fotografías impresas en papel de algodón y empacada en tubos de caña flecha, las acompañaba de carpetas de caña flecha. Se vendieron muy bien.
Las ventas a turistas por datáfono hizo que se generara una alerta de seguridad que llevó a que congelaran mis activos. Quedé sin recursos en medio de una exhibición, tan solo contaba con las monedas que tenía en el bolsillo.
Fue cuando decidió instalarse en México, donde se encuentra ahora disfrutando de su pequeña hija, de una nueva vida. Aprovechó la pandemia para sumergirse en el mundo digital y actualizarse.
Exacto. Dadas estas dos situaciones adversas, decidí viajar a México buscando estar cerca de mi hija e intenté cualquier número de emprendimientos. Fue cuando supe que necesitaba conocer la parte digital.
Mía, mi hija mayor, tiene siete años y vive en México. Lanay, la menor, de dos años, es producto de una pan-de-miel.
En pandemia conocí a una mujer maravillosa, quien es mi pareja, y quedamos embarazados. Vero es paisa, excelente mamá, una mujer de valores, amiguera. Es directora de marca de varias firmas, ente ellas Kenneth Cole, con quien se sienta en Nueva York a programar las colecciones que se presentan en México y que se producen en lugares específicos del mundo.
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