“En agosto nos vemos”: el debate y la esperanza de su publicación
La novela póstuma de Gabriel García Márquez ha despertado polémica y expectativa por ser la última historia que escribió antes de padecer alzhéimer.
Andrés Osorio Guillott
Quizás una de las mejores lecciones que nos pudo dejar Platón, hace miles de años, fue la importancia del diálogo para la construcción del pensamiento y del mundo. La congregación de voces que divergen amplía el horizonte y permite que nuestro entendimiento se nutra de otras perspectivas que se alejan de la nuestra.
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Quizás una de las mejores lecciones que nos pudo dejar Platón, hace miles de años, fue la importancia del diálogo para la construcción del pensamiento y del mundo. La congregación de voces que divergen amplía el horizonte y permite que nuestro entendimiento se nutra de otras perspectivas que se alejan de la nuestra.
El diálogo que ha suscitado la publicación de En agosto nos vemos, la novela póstuma de Gabriel García Márquez, muestra varias vertientes y opiniones. Las conclusiones no me pertenecen, pues aquí pondremos sobre la mesa varias perspectivas, pero lo que sí puedo decir es que ese encuentro de voces divididas es una muestra más de la dimensión de la obra del escritor colombiano en la literatura universal.
Son varios los elementos que se destacan: agosto como un mes que aparece reiteradamente no solo en el universo literario de García Márquez, sino también en varios acontecimientos de su vida; una referencia a la música, a Johann Sebastian Bach específicamente; una especie de homenaje a William Faulkner, uno de los escritores tutelares del Nobel, y la creación de un personaje principal femenino, entre otros.
Pero uno de los debates alrededor de la publicación de la novela está en el hecho de que varios conocedores de la vida y obra de García Márquez saben que él en su momento no quería que esta historia se publicara, pues no estaba terminada. J. D Torres Duarte, columnista de este diario, escribió en el texto “En agosto nos vemos: el libro de García Márquez que no debería ser publicado”, que en Vivir para contarla (2002) García Márquez insiste en su desprecio por los trabajos a media bandera al recordar este consejo de Ramón Vinyes, el sabio catalán, que él siguió ‘para siempre al pie de la letra’: ‘No muestre nunca a nadie el borrador de algo que esté escribiendo’. Y ahora sus hijos no se lo van a mostrar a nadie, sino a todo el mundo”.
En la presentación del libro, que se realizó ayer en Madrid, Rodrigo García Barcha y su hermano Gonzalo explicaron que decidieron publicar esta novela porque consideraban que era una historia que estaba completa, que al no ser desechada por su padre indicaba que estaba proyectada a estar lista, y que si no logró hacerlo fue por el alzhéimer que padeció en sus últimos años de vida.
“Nosotros leímos partes del libro en su proceso cuando Gabo trabajaba con cierta regularidad. Cuando perdió la memoria dejó de hacerlo. Nosotros seguimos sus indicaciones. Cuando se fueron sus documentos a Texas dejamos eso guardado. Los académicos y estudiosos empezaron a tener acceso al libro y eso nos despertó curiosidad, y volvimos al libro y nos dimos cuenta de que estaba mejor de lo que recordábamos. Gabo también había perdido la capacidad para leer, de manera que perdió a su vez la capacidad para juzgarlo. Él nunca guardó libros no editados. El hecho de no destruirlo es un síntoma de que este libro se volvió indescifrable. Un Gabo con todas sus facultades lo habría terminado. No hay más libros no terminados. Este es el último sobreviviente”, aseguró Rodrigo García Barcha.
Minutos después, en diálogo para este diario, el autor de Gabo y Mercedes: una despedida, se refirió al proceso de edición y revisión con Cristóbal Peña, quien acompañó a García Márquez en la construcción de la historia de Anna Magdalena Bach, personaje principal de En agosto nos vemos. “Él era la persona indicada porque era quien hablaba con Gabo del libro. Fue de los primeros que lo leyó y estuvo de acuerdo con nosotros en que el libro era muy publicable. A partir de ahí se construyó una versión muy basada en la quinta, la última, pero incorporando cosas de las otras versiones, sin nunca agregar palabras que no estuvieran escritas por Gabo”.
Hay quienes ya conocen la obra o parte de ella. Muchos quizá recuerdan que García Márquez publicó algunos apartados en la revista Cambio a finales de la década de 1990, y hay otros que, como investigadores o alumnos, pudieron ver esas versiones que reposan en el Harry Ransom Center, de la Universidad de Texas, donde se encuentra un archivo completo y extenso de la obra del autor de Cien años de soledad.
Una de ellas es Nathalia Gómez Raigosa, candidata a doctora en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, quien publicó en este diario un texto sobre la mujer del siglo XXI en esta novela de García Márquez, quien nos compartió su opinión sobre la publicación de En agosto nos vemos: “Todos los grandes escritores tienen obra póstuma, pero parece que con la obra de Gabriel García Márquez somos muy puristas, como si tuviéramos miedo a constatar que era humano. Creo que es importante que se comience a humanizar la literatura, entender las obras de acuerdo al proceso evolutivo del autor. Por ejemplo, los primeros textos periodísticos de García Márquez están plagados de descuidos y desatinos, pero en ellos podemos descubrir cuáles fueron los tópicos que lo obsesionaron y cómo fue construyendo su estilo. Eso mismo pasa con sus últimos libros, se entiende que el autor no está en su clímax, pero tal vez sí en un momento de madurez que le permite detenerse en otras cuestiones con más sabiduría. En agosto nos vemos es parte de lo último que escribió García Márquez y pienso que no lo publicó porque era un perfeccionista que corregía una y otra vez sus libros. No hay sino que ver las ediciones propias que reposan en el Ransom para ver los tachones que él hacía a sus libros hasta después de impresos. Parece como si nunca estuviera satisfecho con el resultado, porque creía en esa condición de la obra en perpetua corrección”.
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Este punto sobre la corrección no es menor, incluso puede ser uno de los atractivos del libro, pues si además de la novela se logra tener acceso a las versiones que hay de la misma, como lo sugiere Rodrigo García Barcha, podría uno acercarse a ese proceso de carpintería del Nobel con sus historias y que era tan difícil de conocer, pues toda versión previa a la definitiva era destruida por el propio García Márquez (bendecido y afortunado fue Álvaro Mutis, quien fue uno de sus confidentes al revisar los borradores de sus libros).
De esto da cuenta Rodrigo García Barcha, quien nos contó que “él [su padre] hablaba un poco de lo que estaba trabajando, pero nunca en detalle, nunca daba a leer el proceso, nunca estaba uno tan enterado. Esta historia se alargó mucho entre la pérdida de memoria y el ir y volver de las versiones. Fueron casi 10 años de trabajo, por épocas trabajaba y por otras no, yo creo que al final a él se le olvidó que esta historia existía”.
Para Carlos van der Linde, doctor en Literatura Hispano-Latinoamericana Contemporánea de la Universidad de Colorado y profesor en la Universidad de La Salle, poder comprender un poco más de cerca el paso a paso y el resultado de En agosto nos vemos es clave, pues, por ejemplo “los Doce cuentos peregrinos es una obra que tardó muchísimos años en construirse. García Márquez es un autor prolífico, pero si uno mira los años entre las novelas son hartos; pero volviendo a la obra que le cuento, fueron muchas versiones que él estuvo engavetando, que sentía que no estaba listo. Él no quería que se publicara, así como tampoco quería que se llevara a Cien años de soledad al cine, pero además de esto —que será un reto monumental—, hay una ventaja y algo que puede ser importante en este libro, más allá de si sale bueno o malo, que eso ya es difícil de juzgar, y es que nos va a permitir descubrir algo que García Márquez, como mago, no quería que sucediera y es que se vieran sus trucos. Es decir, todo lo que fueron sus borradores y arquitectura previa de sus escritos no los conocemos los lectores ni los estudiosos porque él sistemáticamente se dedicó a destruir las versiones previas. Allí es donde me parece que está el gran incentivo de esta obra”.
Nicolás Pernett, autor del libro Presidentes sin pedestal, que recibió en 2018 una beca de investigación del Harry Ransom Center, de la Universidad de Texas, también conoció el archivo mencionado. De su lectura, aseguró que “más que una novela, son cinco cuentos reunidos que tratan sobre el mismo tema. Es una mujer protagonista —eso es diferente con respecto a otros libros— que viaja cada año a una isla del Caribe a visitar la tumba de su madre. Ahí ya mostraba de qué trataba la historia, un poco de esa libertad personal y sexual de esta mujer, del adulterio y la infidelidad, pero sobre todo del matrimonio. Son muchos temas que tratan sobre aspectos de la vida que el autor ya había trabajado más o menos en otros libros, pero que en este es interesante porque es una mujer la que lo vive. Esa liberalidad sexual y moral de Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera en este caso es una mujer la que la ejerce, lo cual es bastante contemporáneo. No es el García Márquez que escribía de estos pueblos que parecen anclados en la antigüedad. Yo creo que el proyecto estuvo inspirado por los guiones para miniseries que él ayudó escribir en los años 90, pero que a la hora de terminarlo se lo tragaron otros proyectos como sus memorias o Memorias de mis putas tristes”.
Será anacrónico afirmar que una mujer como personaje principal tenga una relación con el crecimiento del feminismo de los últimos años, quizás esta razón esté asociada precisamente con las obsesiones del autor con el amor y las pasiones de la condición humana, pero no deja de ser interesante este punto, dado que reafirma ese rol del escritor como un testigo y relator de su tiempo. “Es interesante que esta historia la traiga a un ámbito más contemporáneo. No está precisado el año, pero sí hay algunas cosas como la llave digital de un hotel, aunque se hable de ella como un nuevo invento, pero sí ocurre en una época en la que hay ese tipo de avances. Sin duda, amplía su mundo y es un libro que hace una buena terceta con El amor y otros demonios y Memorias de mis putas tristes, que son dos novelas alrededor de hombres obsesionados con mujeres y aquí es una historia diferente desde el punto de vista femenino”.
Gómez se refirió a esa figura femenina y comentó: “Yo creo que libros como En agosto nos vemos los escribió ya sin tanta ambición y más desde la sencilla pasión por la escritura. La novela plantea un asunto que Gustave Flaubert había llevado a su punto máximo: la infidelidad femenina, solo que García Márquez nos entrega una adúltera mucho más real y actualizada, la cual no se había casado por interés como lo hizo Emma Bovary, sino por amor, pero aún así, en medio de su condición humana de sujeto contemporáneo, sentía la necesidad de traicionar a su marido cada agosto mientras visitaba la tumba de su madre”.
Aquí quedan varias opiniones, pero sobre todo un diálogo abierto sobre la novela póstuma de García Márquez, un escritor que no necesitaba este paso en esa aparente configuración de un autor de gran tradición. Su publicación seguirá sujeta a polémicas, pero quienes ampliamos el camino de la lectura gracias a él tendremos ahora otro motivo para recordarlo y seguir encontrando en sus historias la intriga por la condición humana y la esperanza de seguir conociendo nuestra naturaleza por medio de una narrativa que trasciende ese mítico mundo de Macondo.
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