Publicidad

En busca de la reina (Cuentos de sábado en la tarde)

El alba entraba resplandeciente a través de los barrotes de la celda, donde Joselito se levantaba con ansiedad y malestar, pues el galillo le rascaba, las piernas le bailaban solas y la cara le picaba.

Alexander Rosales
10 de febrero de 2024 - 08:31 p. m.
"Joselito se encontró a su amigo, la Marimonda, quien lo subió a su moto y se lo llevó hasta el barrio siape".
"Joselito se encontró a su amigo, la Marimonda, quien lo subió a su moto y se lo llevó hasta el barrio siape".
Foto: Pixabay
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

El centurión de la noche vigilaba azaroso la celda del preso más cambambero y pendenciero, nada más y nada menos, Joselito, un joven con una habilidad indomable de beber, bailar y disfrutar las fiestas populares, y la mala maña de conquistar a toda mujer que pasara por sus ojos, aunque la dueña de su corazón era la reina de las fiestas.

Le recomendamos leer: A 75 años de su estreno: “La muerte de un viajante”, de Arthur Miller

El alba entraba resplandeciente a través de los barrotes de la celda, donde Joselito se levantaba con ansiedad y malestar, pues el galillo le rascaba, las piernas le bailaban solas y la cara le picaba. La celda se abrió de golpe, y apareció el Monocuco, quien lo ayudó a fugarse. —Tienes que escapar amigo, tienes que escapar muy pronto de la máquina de cortar tontos. Entonces Joselito se puso su camisa guayabera y el sombrero vueltiao, y huyó en busca de su reina.

Joselito corrió por el barrio, el bosque, como si la muerte lo persiguiera; por una esquina vio a un ñato mamando ron, le preguntó…

- Oye ñato flojo, ¿hacia dónde queda la vía 40?

—Eño queña pal ñoote— dijo el ñato, de modo que Joselito se enfiló hacia el norte. Llegó al barrio, las nieves, allí vio al Joe y al cacique, quienes repartían ron pa’ todo el mundo que se le cruzara, así que, Joselito aprovechó para beber todo el ron posible a fin de mitigar la rasquera de su galillo. Muchos del barrio lo reconocieron y le ofrecieron todo tipo de licor: cerveza, aguardiente, y hasta cococho. En una esquina, había una ronda de bailarines de champeta, y cuando vieron a Joselito le despejaron la pista, pues sabían que como él no había mejor bailador. Una mulata de barriga desproporcionada, como si fuera a dar a luz a una decena de pelaos, le limpio el sudor de la cara a Joselito, entre tanto, él le comentó a la muchacha la picazón de su rostro, entonces, la mulata de barriga descomunal, sacó una bolsa de harina y le zampó un puñado de maicena por toda la cara que lo dejó como un mimo, y Joselito se alegró porque se le quitó la piquiña.

No deje de leer: La revista clandestina que usaba la sátira como resistencia antinazi

Joselito muy alegre siguió su camino, llegó hasta el barrio, san Isidro, allí lo recibieron con la pulla loca, y entre las cumbiamberas, Joselito distinguió a una vieja amiga de amores clandestinos, era la negra Soledad, la que goza la cumbia, con su pollera colorá, y se movía sensual sin dejar de mirar a Joselito, este le dijo…

—Yo te amé con gran delirio, de pasión desenfrenada, te reías del martirio destrozando mi ilusión, pero te olvidé.

Fueron siete cumbias y dos mapalé que bailó Joselito, y se despidiera, y seguir en su búsqueda. Se subió a una buseta con ruta a la gozadera, y lo acercó hasta el barrio abajo. Joselito se bajó donde las calles saltaban de tanta música y tantos curramberos alborotados; y reconocieron a Joselito. — ¿Pa qué fue eso?—. Lo alzaron en hombros, lo bañaron en cerveza y en maicena, lo empujaban, lo jalaban, muchas mujeres lo besaban y una que otra lo cacheteaba, y una que otra loca le agarraba las nalgas o el pito. Todo eso a él lo hacía feliz. Entre el desorden, Joselito se encontró a su amigo, la Marimonda, quien lo subió a su moto y se lo llevó hasta el barrio siape.

Apenas se bajaba de la moto Joselito, cuando ya lo acosaba un clan de negritos bufones y brillantes como si estuvieran bañados en brea viva, y no dejaban de parpadear y hacer muecas con la boca y la lengua, Joselito contento repetía sus graciosos gestos. De repente, se escucharon las trompetas de la famosa orquesta, (la verdad), y la gente, la gente del pueblo que bañaba las calles con su euforia, se arrebató y comenzaron a azotar baldosa. Joselito jaló a la negrita Puloy hacia su pecho; entre pases y vueltas Joselito coreaba la canción…

Le recomendamos: “El hogar no es un espacio físico, es una sensación”: Laura Casas

“teee quiero más, jamás, jamás, te he negado amor”

Las manos de Joselito se escurrían por todo el cuerpo de la negrita Puloy, que no hallaba como detenerlo.

- ¡Quítame la mano! ¡No pongas la mano! ¡Quítame la mano! ¡No pongas la mano!

Joselito se acercó a un congo y le preguntó si faltaba mucho para llegar a la vía 40, el Congo le dijo que solo un par de calles. Joselito caminó emocionado y gozoso, porque estaba a pocos metros de encontrar a la reina. En medio de las calles, Joselito se tropezaba con cualquier compadre de vagabundinas, entre tantos disfraces que vagaban alegres por las calles, de norte a sur y de sur a norte, una deslumbrante ninfa vestida de tornasol, como una aparición, se abrió camino entre el rebaño de parranderos. Joselito se asombró al darse cuenta de que, era Esthercita, su primer amor, quien le enseñó el espíritu de la tradición, y que el amor y el folclor van agarrados de la mano. Ella le brindó una jubilosa sonrisa y desapareció entre un vibrante lienzo matizado.

Joselito arribó el borde del desfile sandunguero, no cabía de la dicha de ver como desfilaban los frutos del carnaval por las ardientes calles de la arenosa. Unos cabezones le hicieron brecha entre la multitud, y así él se pudiera zambullir en la corriente de comparsas. Entonces Joselito, bailó de comparsa en comparsa, entre los irreverentes y típicos disfraces, entre la tambora y la gaita, entre la flauta de millo y maracas, a la espera del anhelado encuentro con la reina.

No deje de leer: La luna de Galileo y el fin de la cosmología geocéntrica

Bajo los resplandecientes rayos de sol, Joselito insistía en encontrar a la reina. De repente, la muerte se asomó entre las polleras coloradas y acechó a Joselito. Como por arte de magia apareció su gran amigo, el Garabato, que salió en su defensa y en una acalorada danza venció a la muerte. Joselito entre baile chocó con un viejo amigo, era el rey momo, que le avisó lo tan cerca que estaba la reina. Joselito bailó con más alegría, hasta que sus ojos descubrieron la carroza más esbelta y más adornada, acorazada por una cascada de flores, máscaras, y muñecos, en el centro se alzaba una divinidad de mujer; que vestía un colorido traje de tela lentejuelada, bordado con chaquiras y una cola de pavo real y una corona dorada, sus caderas no dejaban de vibrar, su sonrisa era perpetua y sus labios repartían besos por doquier.

A la reina le brillaron los ojos al ver a su adorado Joselito, flotando en la marejada carnentolesca, y él no dudó en trepar por la cascada de flores, así como Romeo escalaba la muralla hasta el umbral del balcón de Julieta.

— ¡Mi reina querida, como desbordas de alegría! - susurró Joselito al oído de la reina.

— ¡Quién lo vive es quien lo goza, en Curramba la arenosa! - gritó la reina muy sonriente.

Después de un abrazo y un beso muy apasionado entre Joselito y la reina, se hicieron inseparables por el resto de los días de jolgorio. Joselito vivió al máximo un derroche de éxtasis, como si fueran los últimos días de su vida.

Le recomendamos: CTM Festival Berlín: 25 años de encuentros con el avant-garde musical y artístico

Curramba la bella se vestía de fiesta y se regocijaba en oleadas de alborozo. Pero a la madrugada del cuarto día de fiestas, la muerte se deslizó y sorprendió a Joselito desprevenido, y se lo llevó. Toda la locura ancló en un final inevitable.

La reina se enlutó, y muchas más. Las calles se silenciaron. Los músicos, bailarinas, y fiesteros se resguardaron. A Joselito no le alcanzó la vida para recibir la cruz de ceniza en su frente. Al multitudinario entierro de Joselito se presentó la reina desconsolada, y más atrás llegaron otras viudas: la negra, la mulata, la flaca, la gorda, la fea, la bonita, la joven, la vieja, la alta, la bajita, y llegó la más escandalosa de todas llorando a lágrima viva, era Maria moñitos, y mientras lloraba y lloraba, María moñitos se fijó en un cipote negro de dos metros con pecho de escaparate. Ella siguió con sus lamentos sin quitarle la mirada al negro.

- ¡Ay Joselito! ¡Ayy Joselito! ¡Ayyy Joselito! ¡Ayyyy Joselito! Mi marido, se murió, pero quedas tú para remplazarlo.

Por Alexander Rosales

Temas recomendados:

 

ALVARO(28865)25 de febrero de 2024 - 01:50 p. m.
Cuento ingenuo y casi bobito con sus lugares comunes. Mal escrito. Folclor del malo. ¿Qué pasa en El Espectador que desde hace rato se ha dedicado a publicar cuentos sin verdadera personalidad literaria? ¡Qué decepción!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar