“En el amor y en la alegría, encuentro sentido a la vida”: Cecilia León de Archila

Soy una persona a quien le fascinan las relaciones públicas y las diferentes expresiones del arte. Me fascina bailar toda clase de música, alguna vez también toqué tiple. Mii familia, es para mí, muy importante.

Soy una persona a quien le fascinan las relaciones públicas y las diferentes expresiones del arte. Me fascina bailar toda clase de música, alguna vez también toqué tiple. Mii familia, es para mí, muy importante.

Orígenes

Rama materna

En mi casa materna vivimos con Sarita Venegas, tía bisabuela, quien nos contó un sin fin de historias de la familia.

Lea más historias en: Memorias conversadas.

El teniente Reyes, abuelo de mi tatarabuelo, participó en la batalla del Pantano de Vargas en la que se enfrentaban un español y un criollo, y quien ganara era el que daba la victoria. Al ganar, Bolívar lo nombró Reyes-Patria.

Antonio María Venegas Reyes-Patria, mi tatarabuelo también fue general, liberal, ministro de Guerra de Núñez. Cuando este se volvió al conservatismo, Antonio renunció. Se casó con Adelina Andrade Uricoechea con quien tuvo trece hijos de los cuales mi bisabuela era de las mayores.

Los Andrade se quitaron la primera parte de su apellido, pues su abuelo era Sánchez de Andrade. Se trataba de un general español quien cuando llegó al país se unió a los patriotas. Los españoles, en represalia, lo decapitaron y su cabeza la pasearon por la Plaza de Bolívar como advertencia.

Antonio María, por temas de salud se trasladó, ya casado, a Fusagasugá donde de inmediato murió. Adelina tuvo que vivir de lo que le iba dejando la venta de sus joyas y su patrimonio. Poco tiempo después murió, quedando su hijo mayor a cargo de toda la familia.

María Rafaela Venegas Andrade, mi bisabuela, a los quince años se casó con Antonio María Valencia Santacoloma, payanés, también general, héroe de la Batalla de Westport.

Como la ceremonia tuvo lugar en el Palacio de San Carlos, su papá prestó los muebles para decorarlo. Luego pensó que, como nadie los vio entrar, pues tampoco los iban a dejar salir, así permanecieron en el sitio, aún hoy. Enviudó a los 21 años quedando con dos hijas, entonces se trasladó con sus hermanos a Fusagasugá.

Cecilia Valencia Venegas, mi abuela, nació en Popayán, pero la trajeron a Bogotá siendo muy chiquita. Estando aquí conoció a Jorge Galindo Caycedo, mi abuelo, quien era escritor y poeta, procedente de una familia muy rica del Tolima grande. Estudió Medicina y Derecho, pero sin graduarse. Como era liberal, librepensador, quemaron su biblioteca y sus escritos.

Mi mamá, escribía poesías y declamaba lindísimo. Fue muy liberal en sus cosas. También equitativa, a todos los hijos les dio voz y un lugar. Mi abuelo murió cuando mi mamá tenía diez años, entonces la internaron en La Merced, colegio de Bogotá. Esta experiencia fue muy dura para ella. Ya graduada conoció a papá siendo él ya médico, y se casaron muy rápidamente.

Rama paterna

Los León llegaron de España a Cartagena, otros a Mompox, otros más a Bogotá, Fómeque, Choachí, donde tenían tierras.

Agustín León Pardo, mi abuelo, fue un hacendado que amó sus caballos. Tuvo muchos parientes médicos como los Amaya León, sus sobrinos. Se casó con María Rey Rojas, mi abuela, una señora de hogar.

José Antonio, hermano mayor de mi papá, como abogado hizo el primer código de menores. Fue registrador, representante a la Cámara y Senador. Perteneció a la Academia de Historia y de la Academia de la Lengua.

Mi papá fue médico general de la Universidad Nacional, finquero, hombre de familia.

Casa materna

Soy la quinta de mi familia con tres hermanos menores. Todos son médicos, lo que me lleva a ser la revolucionaria. Cinco nos casamos con médicos: Archila, Borrero, Bernal, Durán, Tramontini, Rodríguez Vargas.

Mis papás tuvieron dos fincas, Amberes y Milán, una en La Vega, de trapiche y con caballos, y la otra en La Unión. Las turnábamos dependiendo del clima que hiciera. Cabalgábamos, incluso solos, pasaban las horas y nadie se preocupaba por nosotros por tratarse de entornos seguros que nos eran muy familiares.

De niños hacíamos representaciones y mi mamá nos enseñaba canciones y poemas. Mi papá siempre que llegaba, se dedicaba a nosotros con entusiasmo, jugábamos ajedrez y a las bolas con él. Vivió en función de la familia.

Sentados a la mesa hablaban con nosotros de medicina. Una anécdota fue cuando llamaron a papá del Andino a decirle que el niño, Alberto, el menor, era muy grosero. Pero él no se explicaba porqué en la casa no se habla de esa manera. Llegó al colegio y preguntó qué pasaba.

El profesor, alemán, le contó que decía: tardao mental izofrénico. Esto generó risas, porque era lo que Alberto escuchaba en las conversaciones sobre temas de salud: retardado mental y esquizofrénico.

Academia

Colegio Andino

Estudié en el Andino con mis hermanos. Como vivíamos en la calle 58 con carrera 18 y el bus del Andino pasaba a un par de cuadras, entonces corríamos, pero no juntos. El conductor no podía esperarnos a todos, entonces mi mamá se la pasaba llevándonos en taxi. El colegio quedaba donde hoy es el Centro Comercial Andino, era chiquito, mixto, maravilloso. Luego se trasladó a la 170 y ahora cuenta con casi dos mil alumnos.

Fui buena estudiante, pero no como mis hermanas quienes eran las primeras del curso e izaban bandera. A mí me gustaba la música, el arte, la filosofía. No fui tan buena en matemáticas. En cuarto de bachillerato fui representante del curso, pero no me gustó el que todas las materias las empezaran a dar en alemán, hasta el inglés, pero también historia, anatomía, geografía. Entonces pedí que me buscaran colegio.

Nuevo Gimnasio

Como mi hermana Consuelo estudiaba en el Nuevo Gimnasio, mi mamá habló con Doña Celia, la directora, para que me abriera cupo. Al comienzo me dio muy duro el cambio, pero me quedé hasta graduarme. Mis compañeras me hicieron una fiesta lindísima de bienvenida en la que me regalaron un esfero marcado, lo que recuerdo con gratitud.

Vocación

Si hoy pudiera escoger, sería cantante o bailarina: en el Andino esperaban siempre que llegara a las fiestas con mi tiple. Pero hice dos años de dibujo publicitario en Las Mercedes, solo que no llenó mis expectativas. Quise estudiar algo distinto, me gustaban la filosofía, la sociología, el derecho.

Universidad del Rosario

Estudié Derecho en el Rosario cuando mi hermana Consuelo era novia de Jaime Francisco Afanador, quien me animó a estudiarlo y en su universidad.

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A Vidal Perdomo, profesor de Derecho Administrativo, le decíamos “Vidal perdimos”, no permitía que llegáramos tarde, sino en hora en punto. Muchas veces tuve que irme colgando del bus para llegar a tiempo, sin éxito.

Estudiando aquí hice muy buenos amigos que conservo, uno de ellos es Enrique Arboleda. Pero estando en tercer año interrumpí la carrera para viajar con mi esposo a Alemania. La retomé una vez volvimos.

Cuando esperaba a María Virginia, mi mamá me recordó la promesa de terminar mi carrera. Lo intenté, pero me fue imposible, así que me volví a retirar después de un mes. En ese mes estudié con Adelaida Ángel, Andrés Pastrana y varios otros. Ocho meses después consideré que era el momento de retomar, pero llamaba a la casa cada hora a averiguar por ella. Cuando tuve a mis dos hijas empezando colegio retomé donde había dejado hasta graduarme. Para ese entonces, Marcela Monroy, pariente de mi esposo, era la decana de la Facultad lo que facilitó mi proceso.

El tema aquí fue que me tocó tomar una clase en diferente salón, entonces corría de uno al otro. Una vez me encontré con que el profesor Gamboa lo había cerrado con llave, entonces toqué a la puerta hasta que me abrió, saludé, me disculpé y me senté a recibir mi clase.

En Civil tenía que llevar el código, el mío era casi antiguo, chusquísimo (sic). El doctor García Sarmiento me pidió que leyera tal artículo, apenas lo abrí, se tomó la cabeza y casi gritando me dijo: “Doctora, ¡cómo se le ocurre trabajar con ese código!”. Por supuesto, estaba desactualizado.

Me gustó mucho el Derecho Constitucional, pero no me especialicé dado que yo acompañaba a Pablo en todos sus viajes como presidente de la Sociedad Colombiana de Gastro, de la Sociedad Interamericana de Gastro, como vicepresidente de la Asociación Mundial de Gastro. Eran muchos los congresos que atendía por el mundo y él era mi prioridad.

Fondo Mutuo de Inversión – CORFIDES

Carmenza Mejía, amiga abogada rosarista, estaba vinculada al fondo mutuo de inversión Corfides. Le manifesté que me gustaría trabajar con ella, fue cuando me nombró directora.

Durante los cinco años en que trabajé aquí fui muy feliz, viví a plenitud las relaciones públicas combinadas con el arte. Hice exposiciones de artes plásticas en un piso que me pareció que estaba desperdiciado y en el que presenté un artista distinto cada mes. Para lograrlo hablé con Alejandro Robledo quien me apoyó con el proyecto.

Cuando se acercó el congreso de medicina interna, me propusieron organizar la exposición en Corferias. Participaron pintores, escultores, médicos artistas, generando un impacto importante. Alguna vez me visitó el padre Llano para invitarme a hacer algo parecido en el Congreso Iberoamericano de Bioética, también en Corferias.

Colegio de Abogados Rosaristas

Estando en quinto año de Derecho, el consejo del Colegio de Abogados Rosaristas me invitó a vincularme. Ingresé cuando su presidente era Álvaro Mendoza y hacían parte Juan Rafael Bravo, Leopoldo Uprimny, Ricardo Samper, Adela Delis. Lo presidí por un año en 1998.

Desde esa posición, programé para los lunes a las seis de la tarde tertulias sobre novedades jurídicas, pero también se abordaron temas de historia, de política, de arte. Siempre llenamos el auditorio. Carlos Holguín habló de toros y de religión. Como en ese momento se aprobó la Ley 100, mi esposo me refirió colegas médicos expertos en este tema que presentaron junto a abogados.

También hice un concierto lindísimo con clavicémbalo y guitarra en La Bordadita en honor a Antonio Rocha con Carlos y Liliana Hernández. Luego otro de violines a las cinco de la tarde. Como el ruido era imposible, entonces pedí que detuvieran el tráfico por una hora, lo hizo una estudiante a quien después le agradecí en un homenaje reciente que ofreció Boada cuando se identificó recordándome esta hazaña.

También instituí los diplomas en pergamino para los expresidentes, lo que sigue como tradición, y en los congresos la cátedra Antonio Rocha. En esta se invita a una persona muy calificada para hablar sobre el tema que domina: abrí con Juan Rafael Bravo quien habló sobre derechos y deberes ciudadanos.

Estuve vinculada al Colegio durante muchos años apoyando a otras presidencias desde la misma actividad cultural.

Familia

Pablo Archila

Tanto mi papá como mi suegro, Octavio Archila, fueron médicos, compañeros de colegio y de universidad, lo que hizo que las familias fueran unidas.

Pablo Archila, mi esposo, iba un año antes que yo en el colegio. Allí tuvo orquesta, Los Andinos, que tocaban en las fiestas como teloneros de Pacho Galán, Lucho Bermúdez, ya varios otros muy reconocidos.

Fue médico gastroenterólogo de la Nacional y como estudiante visitaba con alguna frecuencia a mis hermanos, iba a la biblioteca por libros.

Cualquier día me invitó a bailar y con eso me enamoró, porque fue un bailarín sensacional y un acordeonista increíble. Cuando yo estaba en tercero de Derecho, Pablo ya estaba haciendo su rural en el Guamo. A su regreso me dijo: “No te he podido olvidar. ¡Tenemos que ser novios!”. Como él había aplicado a una beca en Alemania, entonces me habló de su viaje y me preguntó si me iría con él. Mi respuesta fue: “¡Nos casamos y nos vamos ya!”. Por eso siempre dijo que quien le propuso matrimonio fui yo.

Nos casamos en mayo de 1974, en agosto viajamos y llegamos a un pueblito encantador. Lo primero que hicimos fue perfeccionar el idioma, aprenderlo realmente. Después de dos meses de luna de miel, llegamos a Gottingen donde Pablo se especializó en gastro mientras que yo estudié historia del arte. Compramos un Volkswagen viejo en el que paseamos por toda Europa. Salimos en primavera, pero nos nevó, caían copos de nieve en el parabrisas que formaban florecitas, como de ensueño. Mientras yo me extasiaba, Pablo se preguntaba cómo lograr visibilidad para manejar.

A nuestro regreso, después de casi dos años, nacieron María Virginia y Lina María. Estando aquí, Pablo siguió con sus estudios en la Nacional y en la Javeriana. Fue muy amigo de José Félix Patiño Restrepo. Al final de sus días participó en un estudio internacional de mucho impacto, por fortuna alcanzó a terminarlo.

Pablo murió durante la pandemia por un cáncer de páncreas, su especialidad. Más de quinientas personas se conectaron al zoom con el que lo despedimos. Y es que Pablo fue el personaje de mi vida, alguien muy inteligente y especial. Como médico tuvo reconocimiento internacional.

María Virgina

María Virginia, mi hija mayor, es linda, inteligente, centrada. Estudió en el Andino y Derecho en la Javeriana. Comenzó a trabajar con Felipe Vallejo en Derecho Marítimo en su oficina de Bogotá. Se casó con Juan Pablo Borges, ingeniero, también del Andino, y juntos se fueron a los Estados Unidos a especializarse en sus áreas. Él en administración, ella en Derecho Marítimo en la Universidad de Tulane en New Orleans. Una vez en el país, María Virginia se especializó en Derecho de Transporte y Comercial del Externado. Tienen tres hijos bellísimos, ya grandes, Tomás, Alicia y Laura.

Lina María

Lina María, mi hija menor, es una maravilla, la china (sic) rebelde. Siempre le gustó jugar futbol y llegaba del Andino vuelta nada. En primero bachillerato quiso un cambio de colegio, fue cuando llegó al Femenino donde reclamaba por detalles y exigía los que consideraba eran sus derechos, porque es muy líder. Pasó entonces al Liceo Montana, que es personalizado, donde se adaptó perfectamente. Luego estudió Comunicación Social en la Javeriana.

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Una vez graduada decidió vivir en Mitú, motivada por uno de los profesores de la universidad. Allí trabajó siete años con un microbiólogo quien tiene museo, también con indígenas. Esta experiencia la llevó a iniciar Cocinando territorio, un programa especial en las zonas apartadas del país donde el producto local es la base de la alimentación. Luego se instaló en Florencia continuando con el programa. Acaba de publicar un libro sobre uno de los fundadores de Mitú. Actualmente trabaja con una entidad alemana.

Está separada y tiene un hijo, Jean Piaget, de siete años.

Cierre

Vivo muy agradecida con la vida, por Pablo, por mis niñas y por mis nietos.

Es en el amor y en la alegría en donde encuentro sentido a la existencia.

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