Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Entender lo sagrado también como aquello que debe ser resguardado por su valor simbólico. Resignificar lo cotidiano y comprender que en lo que nos rodea también se impregnan memorias y testimonios de lo que fuimos. La exposición “Objetos sagrados, palabras preciosas” de la Comisión de la Verdad y el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, que irá hasta el próximo viernes, es una muestra que recoge elementos que justamente le dan otro sentido a su función y representan los dolores, los perdones y los recuerdos del conflicto armado en Colombia.
Si le interesa seguir leyendo sobre cultura, puede ingresar aquí
“El proceso de la exposición empezó como un inventario de memoria, de una serie de objetos que habían empezado a llegar a los comisionados, a las casas de verdad. Muchos de estos objetos son una especia de ofrenda que se entregan porque la gente está esperando su verdad. Nos comunicamos con todas las casas que hay en los territorios. Y esto es interesante: muchas de las personas que vienen de estas casas de la verdad son víctimas o miembros que lideran desde hace años procesos sociales. No es cualquier funcionario, son personas que trabajan por la paz de Colombia desde hace tiempo. Eso nos generaba respeto y cuidado de cómo debíamos abordar las memorias de estos objetos. Ahí decidimos que ellos escribieran cartas al público en las que contaran por qué esto es importante, por qué se entregaba eso a la Comisión”, dijo Jenny Díaz Muñoz, curadora de la exposición “Objetos sagrados, palabras preciosas”.
Puede leer: Jorge Lara: la vida de encarnar las luchas paternas y hacerse como espíritu libre
La exposición cuenta con objetos que representan las memorias de víctimas del conflicto armado en Colombia en Cauca, Casanare, Caquetá, Córdoba, Guaviare, Huila, Meta, Nariño, Santander, Valle del Cauca, entre otros departamentos. “Poder tener estas piezas, estos objetos que en su misma materialidad son como unas cápsulas en las que se propicia un acercamiento muy emotivo con la gente. No son estas complejidades de informes que a veces van para un público más académico, sino que realmente se cuentan desde lo cotidiano. Nos invitan a encontrarnos en nuestra humanidad”, comentó Nicolás Sánchez, curador de la sala de exposiciones del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación.
Le puede interesar: Jaime Granados, entre los dramas y las resurrecciones del derecho penal | Pódcast
“El Catumare me parece un objeto muy potente. El pueblo Sikuani le entrega esto a las FARC para decirles que ellos sí reclutaron indígenas y que les entregan este Catumare vacío porque estamos esperando a nuestra gente. Y es que el Catumare es un canasto en el que se guardaban los restos de los líderes. Con esta acción ya logramos un espacio de diálogo y entregar esto vacío es muy significativo. Aquí se empieza a reconfigurar la memoria. Es un patrimonio que duele porque son memorias de dolor y de resistencia.
En Buenaventura construyeron con material reciclable un fogón y alrededor de él se daban testimonios. Ese es un gran ejemplo de verdad, de cómo perforar las grietas de las instituciones y usar eso para que ocurran procesos desde otro lugar. También me parecen muy potentes la vela y el poema, del Cauca. A los funcionarios se les pidió su objeto y ellos ofrecieron un poema que escribió una mujer en el viaje a Descanse, un municipio como muchos otros a los que nunca ha llegado el Estado, y que la Comisión fuera resultó ser todo un acontecimiento. Y también está la vela que el padre Francisco de Roux prendió en el encuentro. Ambos elementos hablan mucho de la complejidad del conflicto y de acciones tan sencillas que se vuelven significativas. Y también quiero mencionar objetos de cerámica que fueron entregados al comisionado Saúl, y es que eso fue hecho con material arcilloso y que estaban cerca de los hornos crematorios del Catatumbo”, afirmó Díaz.
Le recomendamos: Lo que Colombia ha aprendido sobre ‘narcoeconomía’ (I)
En los objetos también hay memorias. Lo que nos rodea también habla de nosotros. No hay vida en las cosas, pero sí en las memorias que se impregnan en ellas, en la ropa que llevábamos cuando dijimos adiós; en los restos que quedaron tras el paso de una guerra; en aquello que nos congregó para exponer la verdad. Lo sagrado aquí entonces es ese símbolo, lo que resguarda las palabras, los dolores, las epifanías, las verdades.
“El nombre empieza por un texto que escribe el comisionado Carlos Beristain, que es precisamente sobre los objetos del exilio. Y lo resumo con el gesto de poner un fogón en un pedestal. Es hacer que las memorias tengan un halo y deban ser protegidas, que son sagradas y hay que cuidarlas. Ese juego del objeto y la palabra surge del ejercicio ‘Arqueologías del exilio’. Recuerdo un blazer de una mujer trans, y el día que se va lo lleva puesto y todavía lo guarda. Ahí se vuelve sagrado el objeto, no hay que verlo desde una mirada religiosa, sino que hay otras formas de entender ese significado.
“En 2019 empezamos a hacer un trabajo con el costurero del Centro de Memoria. Al tiempo obtuvimos una beca para el Festisol (Festival de la Solidaridad) en Francia. Ahí se realizan proyectos y acciones de varias partes del mundo en París. Cuando viajamos estábamos en un momento muy difícil que fueron las protestas del 21 de noviembre. La falta de compromiso con los acuerdos de paz estaban generando problemáticas en los territorios y eso provocó varias protestas. En ese momento, pensamos con la Asociación Azul de agua y la Asociación francesa ‘In Terr-Acción’ un ejercicio en una gran tela que permita que la gente nos lleve mensajes a Colombia, y nos juntamos todos en El Trocadero, un lugar emblemático en París donde se realizan protestas sociales. Ahí todos nos identificamos así las vías de conflicto no fueran las mismas. La tela se llevó a varios debates y encuentros con otros países. La gente que participó se apropió de la tela para decir que estaban ahí, que también eran paz (palabra que se tejió en francés). La tela también hace parte del nacimiento de un costurero en París con exiliados colombianos que en su pasado tuvieron que ver con el M-19″, contó Constanza Siachoque, directora de Azul de Agua y responsable de la tela junto con Alejandra Flórez (Amarilla), integrante de la Asociación Teje y quien trabajó también con el Nodo de París.
Le sugerimos: Patricia Ariza: “La irrupción de las mujeres en el teatro ha sido determinante”
Hay un fragmento de un poema de Myriam Criado junto a una semillas que dice: “Ir a la semilla significa encontrar que la naturalización de las violencias nos ha comido el cuerpo y el alma. También, que la humanización pasa por reconocer la esencia de mi propia semilla en los otros, las otras...”. Y también, junto a unas vasijas, se lee “Durante varios encuentros desarrollados en el año 2019 se les entregó a las víctimas y victimarios vasijas de barro y se les pidió que las rompieran, así como la violencia había roto sus vidas; luego se dieron a la tarea de tratar de pegar las partes destruidas, de reconstruir las vasijas resquebrajadas mientras narraban sus historias de vida, recordaban sus seres queridos, las afectaciones sufridas y las maneras en que habían reconstruido sus vidas”.
Objetos, fragmentos, testimonios de la guerra. Todo cuenta. Nada sobra. Las memorias también son los objetos y los lugares, no solo las imágenes que se aferran en el corazón y la mente. Reconstruir las verdades de la guerra por medio de los elementos que estuvieron ahí como metáforas de la complejidad y los símbolos que se esconden en el dolor, el perdón y el recuerdo. Reconstruir las verdades desde todos los puntos posibles para comprender que todo suma y todo influye a la hora de cumplirle a las víctimas y a la sociedad que aún deambula en impunidades y vacíos sobre sus muertos.