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¿Cómo fue que se convirtió en conductora de un bus de Transmilenio?
Antes de este trabajo, estuve en el Jardín Botánico. Un día envié mis documentos a Eco Conducción, pero no tuve suerte. Sin embargo, cuando la operadora de transportes La Rolita anunció nuevas vacantes, decidí darle otra oportunidad. Envié mi hoja de vida un diciembre y me llamaron. Llevo ya 16 meses trabajando como conductora, aunque la verdad es que tengo la licencia desde hace 13 años. Ya había manejado camiones y taxis antes. Vengo de una familia de conductores; todos los hombres han estado detrás del volante de buses urbanos.
Y usted es madre cabeza de familia...
Sí, tengo cuatro hijos. Mi hija mayor, Angie, que tiene 24 años y presenta una discapacidad. Paula, que tiene 18 y quiere ser chef. Gipsy tiene 17 y es la más extrovertida. Y Mario, que tiene 13 años, es el menor y el más juguetón. Después de varios años me separé del papá de mis hijos porque hubo maltrato y varios inconvenientes. Cuando él se fue tuve que enfrentarme a una nueva realidad, buscar trabajo, ver cómo ayudaba con el sustento de mi familia.
¿En esa situación qué fue lo primero que hizo?
Al principio, trabajaba en oficinas o casas. Luego, mi hermano compró un taxi y me propuso a probar suerte como conductora. En ese momento ya tenía la licencia desde hace mucho tiempo. Sin embargo, mi tiempo al volante fue corto, apenas duré unos cinco meses: mi hija de 18 años tuvo un accidente y necesitó una cirugía de cadera. Tuve que dejar el taxi para cuidarla durante su hospitalización y recuperación. Después de ese episodio, surgió la oportunidad de unirme al programa Mujeres Reverdecen del Jardín Botánico, donde trabajé durante aproximadamente un año. Y luego, finalmente, ingresé a La Rolita.
¿Cómo fue su experiencia en el Jardín Botánico? ¿Cuál era su trabajo?
Llegué al Jardín Botánico a través de una convocatoria dirigida a mujeres, la cual ofrecía trabajo en el cuidado, arborización y limpieza de zonas verdes. Nos capacitaban y el trabajo era de medio tiempo, con un incentivo mensual de 600 mil pesos. Utilizábamos picas y palas para el mantenimiento de parques como el del Tunal, donde debíamos limpiar y podar los árboles. En ese momento, trabajaba días esporádicos durante cuatro o cinco horas al día.
Mientras trabajaba, ¿cómo hacía con sus hijas?
Durante ese tiempo, mis hijas estaban en la escuela, así que mi mamá podía cuidarlas mientras yo trabajaba. O cuando me tocaba trabajar por las mañanas, mis hijas se quedaban con Angie, la mayor de ellas, que ahora tiene 24 años. Esta era la única solución posible en ese momento, ya que no teníamos otra opción para salir adelante.
Y de ahí pasó a su nuevo trabajo. ¿Cómo sintió ese nuevo reto?
Pues de ahí, salió la convocatoria de La Rolita en diciembre de 2023 y en enero comencé en mi nuevo cargo. Fue un desafío, claro, porque era enfrentarme a usuarios y a un trabajo que nunca había hecho. Además, el tamaño del carro me parecía enorme. Aprendí a manejar en camiones, pero el bus era otra cosa. Cuando vi su dimensión, pensé: “Dios mío, esto es otro nivel”. Y, además, enfrentarnos a zonas complicadas. Lo veía como algo difícil, pero gracias a Dios, he superado cada reto.
¿Cómo es un día suyo con todas sus responsabilidades?
Gracias a Dios, en La Rolita me han asignado los turnos de apertura, que comienzan en la madrugada y terminan alrededor del mediodía o la una de la tarde. Así que me levanto a las 2 de la mañana, a veces dejando algo de almuerzo adelantado. Mis hijas de 18 y 17 años me ayudan con los demás deberes. A las 3:30 de la mañana hago los primeros viajes para personas que también trabajan en la madrugada. Permanezco allí hasta la una de la tarde, máximo hasta las dos. Luego regreso a casa, cuando mis hijas ya se fueron a estudiar. Ellas cuidan a su hermana mayor mientras llego. En la tarde, termino las tareas pendientes, cuido de mi hijo menor o llevo a terapias o controles médicos a mi hija mayor si es necesario.
¿Qué es lo primero que tienen que hacer antes de montarse al bus?
Antes de salir al parque donde están estacionados todos los buses, nos presentamos en operaciones y nos entregan una hoja llamada “checklist”. En esta hoja registramos la revisión del vehículo. Debemos verificar si tiene algún rayón, bolladura u otra novedad. También anotamos nuestro nombre, código y verificamos el kilometraje del vehículo y especificamos cualquier daño antes de comenzar la marcha. Hoy salí del Bosa hacia El Perdomo, me presenté a operaciones, hice mi registro, salí del patio con el vehículo y tuve que llegar hasta Santo Domingo para empezar las rutas hacia Germania.
Y empieza su recorrido. Háblenos de esa experiencia y de su primer contacto con los usuarios...
En mis primeros días estaba realmente asustada. A veces, incluso con poca confianza en mí misma. Hay muchos tipos de usuarios. Algunos saludan, otros simplemente pasan desapercibidos. Y luego están aquellos que nos dan sus buenos deseos: “Que Dios la bendiga”. “Es bonito ver a una mujer al volante”, “Usted es admirable”. Son experiencias diversas, sí, pero en su mayoría positivas. Por supuesto, también están los clientes problemáticos, como aquel que sube al carro, quiere iniciar cualquier discusión y saca el tema de “ser mujer”. Pero más allá de eso, puedo asegurar que son más las personas que nos defienden que las que nos agreden.
¿Cómo construyó su confianza en este trabajo?
Llega un momento en la vida en el que te enfrentas a tantos desafíos que esas mismas experiencias te motivan a seguir superando obstáculos. Al principio, estaba nerviosa al volante, especialmente cuando otros autos se acercaban demasiado. Pero con el tiempo, me fui sintiendo más segura. Cuando encuentro dos autos obstruyendo el camino, analizo cuidadosamente el espacio disponible teniendo en cuenta que debo mantener la seguridad de los pasajeros. Con el tiempo me di cuenta de que, si hay personas que confían en mí, ¿por qué no habría de confiar en mis propias habilidades para realizar mi tarea correctamente?
¿Ha vivido momentos difíciles como conductora?
Sí. La delincuencia sigue siendo un problema en nuestro transporte público. Recuerdo un incidente frustrante en el que unos ladrones subieron al bus y robaron a los pasajeros cuando despresurizaron la puerta. Aunque activamos el botón de pánico, nos sentimos impotentes al no poder hacer mucho más que esperar a que la situación termine. Afortunadamente, no he sido una víctima directa, pero otros usuarios sí han sido robados.
Usted tiene una hija con discapacidad. Cuéntenos sobre su historia.
Yo tuve a Angie a los 15 años. Ella sufrió una parálisis cerebral debido a una negligencia médica durante su nacimiento en el CAMI. Se le debía administrar oxígeno, pero no lo hicieron, lo que resultó en una hipoxia perinatal. En ese difícil momento, recibí el apoyo de mi familia. Tener una hija con discapacidad también implica enfrentarse a un estigma social. A veces, cuando íbamos a la iglesia en busca de consuelo, la gente nos veía con lástima y nos ofrecía limosna, lo cual era profundamente frustrante. A su vez, tuve que presentar una tutela contra Cruz Blanca para asegurarle servicios médicos y terapias. Un proceso que ha sido una montaña rusa, con cambios de EPS y pérdida de beneficios. A pesar de las dificultades financieras seguimos perseverando.
¿Ahora ve todo el camino recorrido y en qué piensa? ¿Cuáles son sus reflexiones?
Quisiera que mis hijas y mi hijo vieran que, aunque la vida en muchas ocasiones es difícil, siempre hay razones para luchar. Salir adelante depende de nosotras mismas, no nos podemos quedar pensando en las dificultades. A mis hijos les digo que son mi equipo, que si nos mantenemos unidos seremos más fuertes y así saldremos adelante.