“Santa Rita”, la patria de Gonzalo Mallarino
El nombre de ese barrio ubicado en Cali, que fue en el que se desarrolló la infancia del escritor bogotano, es el mismo de esta novela, que fue reeditada este año por Tusquets.
Andrés Osorio Guillott
Gonzalo Mallarino recordó a Rainer María Rilke cuando este afirmó que “la verdadera patria del hombre es la infancia”. La patria no solamente entendida como un símbolo, sino también como un espacio físico, con una geografía que muestra lugares que componen y edifican nada más ni nada menos que las personas que seremos para siempre, con lo bueno y lo malo que eso pueda representar.
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Gonzalo Mallarino recordó a Rainer María Rilke cuando este afirmó que “la verdadera patria del hombre es la infancia”. La patria no solamente entendida como un símbolo, sino también como un espacio físico, con una geografía que muestra lugares que componen y edifican nada más ni nada menos que las personas que seremos para siempre, con lo bueno y lo malo que eso pueda representar.
Como lugar físico, como patria, hay lugares capitales. Lugares que pueden ir desde la casa de los abuelos, la calle del barrio, la casa de los amigos, una finca o una ciudad entera. En el caso de Gonzalo Mallarino, el lugar capital de esa patria llamada infancia fue Santa Rita, un barrio de clase media ubicado en Cali.
En los últimos años Mallarino retrató también desde la ficción a Bogotá, lo hizo acudiendo a la primera persona, que es para él una “figura fuerte y verosímil para el lector”, partiendo de personajes mujeres como Raquel, Alicia, Adelaida, Lucía, Malela, Adriana, entre otras. “En esos nombres van 40 años de ejercicio de escribir, y el ejercicio de escribir para mí es la primera persona, la novela existe cuando encuentro esa voz. Esta novela, Santa Rita, sobre la infancia mía en Cali, supuso una aventura menos azarosa porque finalmente era hablar de mí mismo cuando pequeño, y ahí me tomó tiempo encontrar la voz y, en atención a los lectores, hay que construir un personaje. Este no es un relato autobiográfico. No estoy para memorias, eso lo hace gente importante, pero un “güevonzete” como yo no (risas)”.
Como bien lo menciona, aquí hay una especie de ruptura, pues, aunque permanece la primera persona, ahora es Antonio, un niño cercano a los 10 años, quien narra y describe el mundo desde los ojos de la infancia, de su infancia, que es sentimental, curiosa y quizás inusitadamente consciente de sí mismo y de su entorno. “Este es un niño sensitivo, observador y sentimental en extremo que observa su calle, que es de un barrio clase media en Cali, que es Santa Rita, en donde la vida ocurría allí, afuera, uno estaba en los brazos y ante la mirada de los vecinos. Eso era la Colombia de los 60. Ahí se estaba labrando una cosa muy fuerte como nación. Uno de los vecinos empieza a llevar en las noches costales con plata, algunos dicen que se fue a las montañas a disparar, y así nacen cosas horribles de las que todavía no nos hemos librado”, dice el autor de Santa Rita.
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A esa idea, complementa: “Nadie pensó que las guerrillas y la violencia que estas generaban se iban a reciclar casi medio siglo más por cuenta del narcotráfico. Los niños de la época por supuesto no iban a saber y a entender la dimensión que esto iba a tener. Ellos estaban felizmente al borde de ese desmadre que se venía. La violencia a la que se enfrentaron fue a la de la Cali de ese entonces, a la del monstruo de los Mangones, de los adultos que podían pegarles a ellos, entonces se mostró ese miedo de los niños que siempre estuvo teñido de misterio, de magia, de mito. En la novela no interviene nadie adulto, es un mundo enteramente infantil, de niños mirando a adultos y de niños mirando a niños. No hay una voz adulta explicando esto”.
Hay magia en el miedo, pero la hay en general en esa etapa de la vida, y si me lo permiten, quizás aún más en un país como el nuestro. Infortunadamente no podemos generalizar que la infancia en Colombia sea mágica, pues la misma realidad nos muestra que la violencia y la pobreza privan a muchos desde pequeños a vivir con alegría este momento tan determinante, pero para niños como Antonio, el narrador y personaje de Santa Rita, la infancia en las calles, con los vecinos que se vuelven familia, con las aventuras en los vecindarios y con imágenes como los ríos que atraviesan barrios o los árboles de gran tamaño, se convierten en recuerdos que no pierden ese carácter mágico o esa alegría que, como ninguna otra, logra congelarse en el tiempo y volverse lugares seguros a los que se vuelve con relativa frecuencia. “Toda la vida social, sentimental, y si se quiere ética y moral, sucedía en la cuadra, en la calle”, afirmó el escritor colombiano.
Mallarino reconoció que no fue fácil mantener para casi 200 páginas la narración de un niño, pero en este libro logró retratar un mundo y una época desde la inocencia y la ternura de uno de 10 años. Bajo esa mirada curiosa y dulce, Antonio muestra lógicas tan complejas como la de una estructura patriarcal, pero para el autor va más allá de esa perspectiva. “Era un mundo totalmente patriarcal desde el punto de vista de quien proveía los medios prácticos y económicos. Desde otra perspectiva, es también lo que es Colombia siempre, y es que hay una lógica matriarcal. La posibilidad de salir adelante como familia, como barrio, como ciudad, está en las mujeres. Las mujeres son la forma de ligarnos a la tierra y al territorio. Las decisiones más tremendas las toman las mamás, las abuelas, las hermanas. En ese sentido somos un país matriarcal. Son dos cosas las que están actuando. La única cordura, la única posibilidad de que el barco no naufrague en realidad siempre ha estado en las mujeres”.
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En varias ocasiones he citado a Fernando Vallejo, quien dijo que “la felicidad está en la nostalgia”. Con el ánimo de que sea una cita fuera de contexto, aunque sea cercana, la conversación con Gonzalo Mallarino me hizo pensar en Intensamente 2, la película que se estrenó hace poco en las salas del país, pues Alegría, una de las emociones de Riley, reconoce en un momento que quizás el paso del tiempo represente sentir menos felicidad. No es dejar de sentirla, ni de sentenciar que el pasado siempre fue mejor, pero una novela como la de Mallarino sí lleva, quizás, a recordar y a atesorar con mayor gratitud el júbilo y la ilusión de nuestra niñez. “A mis 65 años el ejercicio de reconstruir Santa Rita es importante para encontrar el sosiego, la paz, el sueño, la esperanza, la ilusión. De alguna manera eso se recicla cuando nacen los hijos, luego se disipa y vuelve a aparecer con los nietos. Es mágico ver a un niño empezar a hablar. La nostalgia es el motor que crea la novela, pero es un peligro muy grande, hay que tenerla ahí, modularla, controlarla”.
“Mi niñez fue intensamente feliz, y en mi biografía, en mis recuerdos y desvelos, eso adquiere el carácter de un símbolo, de un paraíso. Cuando termina la novela, Cali, Santa Rita, la tierra caliente y la calle por donde va el carro hacia abajo se acaba la infancia. El calor es la dicha, luego la expansión y el frío de Bogotá es la incertidumbre, pero debo decir de todas formas que a mí Bogotá me encantó por la neblina en Monserrate. Me encantó el olor del pasto, de los pinos (…), pero aún hoy la felicidad está en los momentos en que hay sol y hay calor”, concluyó.
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