Jotamario Arbeláez: un nadaísta “de medidas palabras”
Presentamos un diálogo con el poeta vallecaucano por su libro “Mi reino por este mundo, los poemas de la vida”, editado por el FCE.
Andrés Osorio Guillott
Es Jotamario Arbeláez, el que se sube “a las básculas para ver si conserva su locura”, “el quinto malo”, el del “mal que por bien no ha venido” y el “mal que durará cien años”. Y parece que así será, porque hace unos meses varios nos levantamos con el susto de su aparente fallecimiento, pero a los pocos minutos todo fue desmentido. La hierba mala que nunca muere (por fortuna).
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Es Jotamario Arbeláez, el que se sube “a las básculas para ver si conserva su locura”, “el quinto malo”, el del “mal que por bien no ha venido” y el “mal que durará cien años”. Y parece que así será, porque hace unos meses varios nos levantamos con el susto de su aparente fallecimiento, pero a los pocos minutos todo fue desmentido. La hierba mala que nunca muere (por fortuna).
Esa quimera que llamamos libertad y que no sabemos si la tenemos o no, esa libertad parece que encuentra su verdadero asentamiento en la ironía, en el sentido del humor, y se siente aún más cómoda cuando ambas partes se mezclan en la poesía. Versos, versos, ideas, ideas. No todo se tiene que explicar. Todo se puede decir. El mundo a sus pies y a su pluma.
Primero hablemos de lo que significó para usted ver publicado el libro “Mi reino por este mundo, este compendio de 40 años”. ¿Qué siente al ver el paso del tiempo y las transformaciones que ha tenido como poeta y como persona?
Siento haber tocado con una mano el cielo de donde me mandaron a dejar este testimonio. Qué tal la llegada al Fondo de Cultura Económica (FCE), la gran editorial que nos abrió el ojo desde pequeños. Pasó el tiempo y yo montado en él como en un barquichuelo viendo por un lado cómo el mundo se iba desajustando por el odio, por la violencia y la corrupción, y por el otro cómo trataba de mantenerse ajustado con la rectitud, con la generosidad y con el amor de ángeles ataviados como terráqueos. Con la otra mano he tocado el cielo con la llegada de mi nieta Emilia Curtis Arbeláez.
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¿Cómo fue eso de volverse poeta de la sociedad de consumo?
Nadie daba un peso por mis versos hasta que gané mi primer premio de la Oveja Negra, la editorial de Gabo, precisamente por este mismo libro en 1980. Y ahí sí me llamaron de la publicidad y del periodismo. De las otras dos Pes. Para qué más.
Hablemos de los nadaístas. Este tema surge no solo porque usted hizo parte de ellos, sino por el poema de “El señor T.S. Eliot ha muerto, los poetas nadaístas invitan a un té canasta por su eterno retorno...”.
Qué pandilla más radiante fue el nadaísmo. Que todavía no se acaba. Gonzalo Arango la supo hacer. El profeta de la nueva oscuridad terminó siendo el de la nueva luz en las tinieblas. Casi que murió in articulo mortis. Sugerí a la iglesia su canonización, pero hasta los mismos nadaístas que no supieron quien había sido su gurú en el restaurante Versalles y en el bar Metropol se burlaron. A pesar de que en principio me burlé de su cristianización, terminé por seguirlo.
¿Qué significó para usted Gonzalo Arango? ¿Cómo fue su amistad y su relación con él?
Pienso que fue un nuevo Cristo, de esos que siempre se necesitan. No para todos alcanza la madera de crucificados. Muchos se sacrifican abriendo los brazos para abrazar. Gracias a él, y como él, a pesar o a causa de todas las lapidaciones, me llegué a sentir un santo.
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¿Qué significan para usted la amistad y los amigos? ¿Son los poetas los amigos?
Amigos fue lo principal que faltó en el Paraíso. Y lo que le sobró al nadaísmo. Qué recua de amigos geniales para toda la vida. Gonzalo, Amílcar, Alberto, Eduardo, Darío, Cachifo, Barquillo, Malmgren, Dukardo, Equis, Elmo, Romero, Alfredo, Álvaro, Augusto, Jan Arb, Alcántara, Barrios, Patricia, Dina, Rosa Girasol, Pedro Blas, el Gigoló, María de las Estrellas y tantos otros que no caben en este párrafo. Muchos amigos se aman más que los mismos amores.
¿Son necesarios o no nuestros enemigos?
Sirven para pararse en ellos y sacar más la cabeza.
¿Cuál es el pro de la poesía y cuál es su contra?
La poesía no tiene ni pro ni contra. Dios creó el mundo con un poema de siete versos. Y seguramente se apagará en el Apocalipsis con otro de igual tamaño. La poesía ha sido lo único por lo que se ha merecido vivir en el interregno.
¿Es un privilegio el sufrimiento?
Creí haber tocado el sinfín del infierno por mi primer desengaño amoroso cuando ni siquiera creía en el amor. Lo que sufrí fue un totazo en esa autoestima que llaman ego, que es lo que hay que cuidar. Ese dolor engañoso me fue compensado luego en placeres desorbitados con un sinfín de colegas de mi primera tirana, ay, a la que sigo adorando.
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¿Qué opina usted del amor?
Creo que ya los agoté todos. Aparte de la familia, que es el amor que no muere.
¿Amó siempre con la condición de que ese amor pudiera desparecer?
Ningún amor verdadero desaparece. A muchos los desaparecen. O se desvanecen.
¿Qué opina usted de Dios?
Él lo sabe mejor que yo.
¿Cree usted que la ternura es necesaria para la vida o para estos tiempos?
Creo más en la ternura que en el mismo amor. La ternura es el amor sublimado. He oído hablar de penas de amor, pero nunca de penas de ternura. Me gusta más cuando veo un cuadro o una foto escuchar “qué ternura” que “qué belleza”. ¿Será que me estoy embobando?
¿Sigue creyendo que la buena vida es madre de la mala literatura?
Es mejor tema para contar la desgracia que las vacaciones. Las tragedias se tragaron la literatura, como por lo general las vidas. Hasta El principito es una tragedia, como las trayectorias de Dostoyevski, Kafka y Ana Frank. Una grandiosa novela francesa de recreación, de Françoise Sagan, se llama Bon jour tristesse.
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Hablemos de la figura de su padre, en varios poemas hace alusión a él y a la relación que tuvo con esa figura...
Fue el héroe de mis días pedaleando su máquina de coser hasta quedarse dormido mientras yo hacía lo mismo con mi máquina de escribir para despertarlo. Como Julio Flórez ya había acabado con las madres en sus poemas, yo me emboqué por don Jesús Arbeláez, sastre de Rionegro. Y creo que no fallé en mis tonadas.
¿Qué representa para usted la infancia, cómo la define?
Maravillosa esa época en la que uno anda como un animalito y por lo general es querido por todos. Regocijante rememorarla en sus alegrías y en sus penas. Gana quien no dejar morir el niño.
¿Qué tan importantes son para usted la duda y la incertidumbre?
Como no teníamos convicciones, a todo le oponíamos la duda como principio creador. Pensamos que había que cambiarlo todo, pero sobre todo la manera de cambiar. Y eso es lo que debieran hacer todos los que dicen estar por el cambio.
¿Qué valor le da a la memoria y al recuerdo?
Memorizo dónde está el subrayado de cada libro leído de 60 años para acá. Lo que no recuerdo es si ya me lavé los dientes. Recordar no es vivir sino volver a vivir lo que pasó y aun lo que no pasó.
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¿Y su relación con el olvido?
Olvido, olvido, es muy bueno olvidar cuando es uno el que olvida. Sin embargo nunca pude olvidar un amor, por más que me que haya hecho cambiar de cabeza.
¿Sigue viviendo como si fuera a morir dentro de tres días?
Eso lo escribí hace 25 años y heme aquí, rascándome las uñas y pensando lo mismo. Pero esta vez parece que es más en serio.
¿Sí son los ideales enfermedades de la idea?
Y algunos son incurables.
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