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Juan Gabriel Vásquez: “La poesía enseña control”

Mañana, en el Gimnasio Moderno, es el lanzamiento de “Cuaderno de septiembre”, primer libro de poesía que publica Juan Gabriel Vásquez.

Andrés Osorio Guillott
15 de diciembre de 2022 - 02:00 a. m.
Juan Gabriel Vásquez ha escrito novelas, cuentos, ensayos y ahora también poesía. / EFE
Juan Gabriel Vásquez ha escrito novelas, cuentos, ensayos y ahora también poesía. / EFE
Foto: EFE - Ernesto Arias

La narrativa de Juan Gabriel Vásquez ha tenido la memoria, la violencia y la vida privada como conceptos enlazados y transversales. El escritor de novelas como El ruido de las cosas al caer, La forma de las ruinas, Los informantes y Volver la vista atrás, entre otras, ahora incursiona en la poesía para seguir indagando desde la estética y el rigor de los versos sobre los temas que lo han cuestionado e impulsado buena parte de su obra literaria.

Una vez me comentó que antes de sentarse a escribir leía algún libro que sirviera de diapasón. ¿Cuáles fueron esos diapasones para escribir poesía?

Escribí este libro entre 2019 y 2022, y en esos tres años me acompañaron muchos poetas. Iban entrando y saliendo en función de lo que yo creía que necesitaba. Algunos eran los de siempre: desde los sonetos de Shakespeare, que son químicamente puros, hasta los falsos sonetos de Neruda. De los Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot, a Elizabeth Bishop. De Emily Dickinson hasta Gabriel Ferrater. Leí mucho algún poema de Tomás Segovia, algunos de Álvaro Mutis, alguno de Wislawa Szymborska… En general, leí a los que pudieran mostrarme maneras de hablar de la relación de pareja, que es lo que quería explorar, pero también a los que me ayudaran a afinar el instrumento, por decirlo así. Hay poetas que manejan el alejandrino como Messi cobra un tiro libre, y es un espectáculo verlos.

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Luis García Montero habla en el prólogo de la alegría de que un novelista escriba poesía. Siempre he hablado de esa sensación de estar en una balsa y sentir las olas cuando hay una influencia de la poesía en la prosa. Quiero preguntarle por esa influencia y ese elemento extra que le puede otorgar a la narrativa escribir poesía.

Bueno, muchos de los escritores de ficción que más me importan tienen una relación estrecha con la poesía. En América Latina, la tenía García Márquez, que nunca publicó un libro de poemas, y la tenía Borges, que fue poeta mucho antes que cuentista. Escribir poesía cambia la prosa: afina el oído, el sentido del ritmo y el dominio de la frase. Esto es lo más importante, tal vez: la poesía enseña control. Control de los sonidos, de la estructura de un párrafo, de las imágenes, de la manera como las palabras se relacionan entre ellas en una página de ficción. Para entender esto bien no hay más que ver la primera página de Lolita, la novela de Nabokov, o la última página de “Los muertos”, el cuento de Joyce. Uno las quiere cantar.

También ha comentado que siempre le ha interesado cómo la violencia irrumpe en las vidas privadas de las personas. Siento que esa noción está también en su poesía. Varios poemas hablan de la guerra y la historia, y estos se relacionan con la intimidad de un amor. “Buscaré refugio en tu memoria”, dice el poema “Cuando eso pase”. Hablemos de la relación que hay entre esos elementos de la violencia y la intimidad, pero ahora asociados a la poesía.

Bueno, este libro es una investigación del mundo de la pareja, como decía antes. Es un universo fascinante, ¿no? El amor, los amigos, los hijos, pero también el mundo de afuera, el momento histórico, la sociedad que moldea y afecta nuestra vida íntima. Nunca me ha parecido que se pueda separar lo íntimo de lo social, lo privado de lo público. Creo que en todas mis novelas está esa pregunta: ¿cómo se hace presente lo de afuera en lo de adentro? ¿Cómo defender nuestra vida privada, incluida la gente que queremos, de las agresiones constantes del mundo? Y claro, las mismas obsesiones están en los poemas. Cuaderno de septiembre está muy consciente de eso: de lo vulnerables que somos a las violencias grandes, como el terrorismo, o a las pequeñas pero dañinas, como las agresiones personales, la traición, el odio de los otros.

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En varios poemas habla de la memoria. ¿Por qué es tan importante ese concepto para usted?

Porque es lo que nos construye, ¿no? La memoria construye nuestra identidad, pero también nuestra visión del mundo, que está moldeada por nuestra experiencia: lo que nos ha pasado, lo que hemos visto que les pasa a los otros. Mejor dicho: todo lo que somos cuando pronunciamos la palabra “yo” es la consecuencia de lo que nos ha ocurrido, eso que llamamos experiencia. Pero lo extraño de la experiencia es que es, por definición, pasada; y el pasado solo existe cuando lo recordamos. Es decir, sin memoria no hay nada. Y eso se aplica al individuo, claro, pero también a las relaciones: al yo, pero también al nosotros. Lo bello y lo peligroso de las relaciones largas, ya sean de amor o de amistad o de lo que sea, es que la memoria empieza a volverse parte muy importante.

“El poema puede ser tan solo el método más arduo / para imponer un orden cruel a lo vivido”. Y el poema también como lo más democrático. ¿Puede hablarnos de estas dos ideas?

Digamos que hay mil razones para acudir a la poesía en nuestro intento por interpretar el mundo, pero una de las más evidentes es esta: la poesía les pone nombre a cosas —emociones, revelaciones pequeñas o grandes— que de otra manera se quedarían sin nombrar. Y, por lo tanto, nos quedaríamos sin entenderlas. Leemos “Los dados eternos”, de César Vallejo, o “El arte de la pérdida”, de Elizabeth Bishop, y de maneras muy distintas le ponemos nombre a algo que es parte de nuestra condición humana, pero que no era visible hasta verlo en el poema. Eso es darle un orden a la experiencia. Es, en todo caso, una de las razones por las que he leído poesía a lo largo de toda mi vida. Escribir este libro ha sido también eso: tratar de nombrar emociones o vivencias para convertirlas en algo que los lectores reconozcan como suyo, algo que nombre una parte de sus vidas, que ordene un poco ese desorden que es nuestra experiencia.

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“En el muelle del metro una canción me pregunta / si he dejado que me cambien héroes por fantasmas”, dicen los últimos versos de “Después del diagnóstico”. ¿Cree que este es justamente un tiempo donde reinan los fantasmas ante la ausencia de héroes o de referentes, si podemos llamarlos así?

Ese poema habla de un momento difícil para mí, pero he intentado convertirlo en metáfora de otra cosa. Pero sí, me parece a veces que nuestro tiempo es un tiempo de charlatanes y fantoches, y con demasiada frecuencia los que llamamos líderes de la sociedad (los que tienen influencia en ella, por decirlo así) son vendedores de humo, mediocres o incompetentes, orgullosamente frívolos y completamente venales. Pero claro, ¿de quién habla peor esta situación? ¿Del supuesto líder o del que lo sigue? ¿Del supuesto héroe o del que lo admira? Tal vez lo que nos pasa es que hemos perdido la capacidad de separar el ruido de la sustancia, la capacidad de mirar el mundo con la mirada clara, sin sectarismos ni tribalismos ni tantos ismos que oscurecen la mirada. Si hay algo escaso en estos días es la independencia de criterio, el coraje para llevarles la contraria a las modas sociales o políticas. Y así nos pasa lo que nos pasa. Pero no nos salgamos del tema, que esto no es una columna política sino una conversación sobre poesía: algo mucho más amable. Aunque la poesía también nos ayude a mirar el mundo con más claridad.

El poema “Las cosas” me llama la atención por lo que plantea, por lo que dicen de nosotros los objetos, por lo que saben de nosotros. ¿Cuáles serían esas cosas que podrían ser representativas de su vida, que usted cree que saben mucho de usted?

Déjeme que diga una cosa antes: los escritores que más me gustan son los que saben mirar el mundo de las cosas. En Proust hay la famosa magdalena, pero también una cucharilla que suena contra un plato de porcelana, y un adoquín con el cual tropieza un zapato en una calle. El bolso pequeño que llevaba Ana Karenina cuando se suicidó. Con la poesía pasa lo mismo: me gustan menos los poetas abstractos y más los que rescatan el mundo material. Ahí está ese verso famoso de William Carlos Williams, de un poema de 1927: “No hay ideas sino en las cosas”, o “Solo en las cosas las ideas”, según la traducción que uno prefiera. Y luego resulta que las cosas contienen pedazos de nuestra experiencia y de nuestra memoria, y eso cambia nuestra relación con ellas. Cada uno de los lectores de esta entrevista puede levantar la mirada y ver un objeto de su propiedad que contiene un recuerdo, a veces dichoso, a veces triste. De eso habla ese poema.

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