María Cecilia Botero: “He interpretado todos los personajes que he querido”
La colombiana habló sobre su trayectoria y su vida, a propósito de su participación en la segunda temporada de la serie “La primera vez”, que se estrenó el 10 de julio.
Andrea Jaramillo Caro
¿Cuál es su personaje en la segunda temporada de “La primera vez”?
Es un personaje que me encanta. Te transportas a finales de los años 70 para ver a Lucy, que es una mujer que queda viuda, es mayor y empieza a hacer una vida distinta. A partir de ella, se te comienza a abrir la mente hacia otras cosas. José, su hijo, tiene un problema tenaz y lo consulta con su mamá. Él es rezandero y conservador, y llega a su mamá pensado que es igual a él, pero se encuentra con una mujer con una mente mucho más abierta, con una mirada del mundo distinta, y lo empieza a cuestionar sobre una manera diferente de ver las cosas en la vida.
A partir de los cambios de percepción de su personaje, ¿cómo cree que ha experimentado este tipo de transformaciones?
En mi caso, quizá por la misma profesión que tengo y porque he estado rodeada de un ambiente muy particular, no creo que haya tenido demasiados cambios en cuanto a cómo se ve la vida y a ciertas posiciones ante ella. Creo que el shock sería fuerte si hubiera estado metida en una oficina todo el tiempo, en otro ambiente, pero haber estado en este medio artístico a mí me abrió la mente desde hace mucho. Ha habido cambios en cuanto al importaculismo. Ya le bajo el nivel de importancia a muchas cosas en la vida a las que, cuando uno está joven y quiere alcanzar una cantidad de cosas, le pone mucho énfasis y se frustra muy fácil. Con los años he aprendido que si uno no llega a la meta, no pasa nada; si no se logra eso que tanto se quiere, no pasa nada. Creo que es verdad eso de que lo importante de la carrera no es ganar, sino correrla. Cuando uno está joven no entiende eso.
¿Cómo fue su primera vez actuando?
Dificilísima. Mi primera vez como actriz fue en el teatro, con mi papá. Tenía 14 años y me fui a acompañarlo a inaugurar el Teatro Fundadores de Manizales, con una obra que él llevaba haciendo un tiempo y que más o menos conocía, pero en ese momento de mi vida no se me pasaba por la mente ser actriz. Sin embargo, una de las actrices no llegó porque hubo un derrumbe en la carretera. Dos horas antes, mi papá me entregó un mamotreto y me dijo: “Mija, sálveme. Apréndase esto, ayúdeme”. Menos mal conocía la obra porque la había visto muchas veces y me tocó esto de entrada. Era una cosa muy importante, y tuve que salir al ruedo, y esa fue mi primera vez. Cuando entré, me resbalé y me caí. Fue terrible, y a veces pienso que si por eso hubiera sido, no habría seguido, porque lo padecí mucho. Alcancé a mirar a mi papá y seguí como por inercia. Terminó la obra y mi papá me dijo: “Mija, lo mejor que le puede pasar a un actor es caerse encima de un escenario”. De ahí viene el famoso dicho de “break a leg” (rómpete una pierna). Dicen que a los actores que se caen en los escenarios les va bien, y creo que tenía razón porque mal no me ha ido.
Después de todos estos años de carrera, ¿qué le diría a esa niña de 14 años que se cayó en el escenario?
Que la felicito porque no desistió, porque no se frustró, porque no se echó a llorar, porque fue capaz de levantarse y seguir. Creo que mi vida ha sido así: me caigo, pero me levanto lo más rápido que pueda, porque esa es una de las lecciones que uno aprende. Si uno se cae y no se levanta, le pasan por encima. Inconscientemente, mi primera caída me trajo hasta acá.
Mencione una primera vez que le gustaría experimentar ahora...
Lo que pasa es que ya estoy muy viejita para muchas cosas que me quedé con ganas de hacer, como montarme en globo, por ejemplo. Soñaba con ir a Capadocia, montarme en esos globos y hacer ese tipo de cosas que ya no podré hacer. Pero me pongo a pensar, y he hecho prácticamente todo lo que he querido.
Y una primera vez que haya dejado huella en usted...
De las más importantes para cualquiera, es la primera vez de aquello que sabemos, del primer encuentro sexual. Es de esas que no se olvidan y que, por suerte, no fue tan traumática, pero sí asustadora, miedosa, angustiosa y con todas las cosas que conllevan esas primeras veces en que uno no sabe a qué se va a enfrentar realmente.
Si pudiera interpretar ahora a su personaje soñado, ¿cómo se lo imaginaría?
Esa es una pregunta que me han hecho muchísimo en la vida, y nunca sé qué decir. Los personajes son una cosa muy rara, a veces te llega uno y dices: “Wow, este es el que quiero hacer”, y cuando lo desarrollas no resulta tan chévere. Otras veces hay unos que terminan convirtiéndose en algo increíble. Me gustaría ser Cruella de Vil, por ejemplo. Pero no tengo tampoco una cosa muy específica, creo que en 53 años que llevo he hecho de todo. Alguna vez dije que quería ser Manuelita Sáenz, y lo hice, pero personajes como María Antonieta o Cleopatra no me inspiraron. Creo que me gustan más los que tengan unas complejidades emocionales frente a la vida.
¿Qué la inspira todos los días?
Las ganas de vivir y mi hijo. Por él he vencido cosas, he pasado por encima de muchas otras, he superado la muerte. En lo cotidiano, desde hace mucho tiempo empecé a vivir el día a día. Trato de no hacer planes a largo plazo desde hace bastante. Desde la muerte de David empecé a cambiar eso de ponerme metas y armar grandes planes, y hacer grandes cosas y motivarme por ese lado. Ya no. Siento que la vida es tan incierta y que nada es seguro... Intento no perder la alegría nunca, por encima de lo que sea, y eso llevo haciendo mucho tiempo. Hoy me levanto y lo que el día me traiga lo recibo: acepto algunas cosas y otras las rechazo, pero sin grandes expectativas. Creo que es mejor así.
¿Podría contar alguna anécdota de una producción que la haya marcado?
Cuando hice “Caballo viejo”, el personaje de Yadira, la Ardiente, fue uno que me marcó muchísimo, porque fue el primer personaje que hice de mujer. Hasta antes de eso siempre hacía personajes de niña joven, aunque no estaba tan joven, pero lo aparentaba. Antes de Yadira, trabajé en “La pesuña del Diablo”, yo tenía 26 años y el personaje 16. En esa producción quedé embarazada. Dejé de trabajar durante el embarazo y durante un año más después de que nació Mateo. Lo que ya hice fue una obra en teatro que se llamaba “Los japoneses no esperan” y Yadira, la Ardiente, con “Caballo viejo”. La recuerdo mucho porque fue la primera vez que realmente interpretaba a una mujer y me tocó mover las caderas, ser coqueta, todas esas cosas que yo no sabía y fue toda una experiencia nueva para mí y marcó una segunda etapa en mi vida, fue no solo profesionalmente sino emocionalmente. Mi madurez empezó ahí, como que empecé a ser más mujer. La llevo en el corazón por eso, porque aprendí a dejar de ser tan niña y a ser más mujer.
¿En cuál de los personajes que ha interpretado cree que se refleja?
Todo depende. Todo son momentos. Cuando era más niña, había unos, cuando empecé a madurar fueron otros. Pero, finalmente, uno es la suma de todos, porque cuando nosotros los actores armamos un personaje, todo lo que le ponemos al personaje es nuestro, así sea malo, bonito, feo, lo que sea, finalmente es de uno. Si tengo que ser muy mala, tengo que usar mi propia maldad; si tengo que ser coqueta, tengo que buscar por dónde sacar mi propia coquetería. Diría que yo estoy hecha de una cantidad de pedacitos de todos esos personajes que he hecho en mi vida, porque, a la larga, todo es mío.
¿Cómo cree que las producciones en las que ha participado han sido vehículos para interpretar o atravesar momentos de tu vida?
La verdad es que yo no he parado durante tantos años y he tenido que atravesar momentos muy difíciles de pérdidas, de enfermedades, de dolores, de pérdidas materiales y emocionales, y siempre he tenido que seguir trabajando. El trabajo siempre ha sido algo a lo que me he podido aferrar, para que me ayude a no quedarme en el dolor o en la tristeza o en la frustración, sino a tener que seguir adelante.
Cuando murió David, estaba haciendo una comedia musical que era “La invencible Molly Brown”, y ella es una sobreviviente del Titanic. Yo venía de pasar un año muy duro con la enfermedad y la muerte de David y tenía que seguir adelante. De alguna manera, me identificaba con la protagonista de esa comedia, porque no me podía dejar hundir, tenía que seguir adelante pese al dolor y la ausencia, a pesar de lo que se me venía por delante, que era un hijo chiquito, mucho trabajo, enfrentar una empresa creada con David y yo no sabía cómo iba a ser y me agarré mucho del personaje de Molly Brown para darme muchas fuerzas. Pensaba que, si ella fue capaz de sobrevivir al Titanic, cómo no voy a ser yo capaz de sobrevivir a esto que me pasa.
¿A usted qué le gusta ver en escena y en pantalla?
Me gusta ver como de todo, pero no soy muy de películas de terror. Me gusta ver mucha acción, me gusta el romance también, pero por sobre todo me gusta la comedia. Me encanta sentarme y ver algo que me divierta, que me haga reír y pasarla bien, no tiene que ser la payasada ni mucho menos, pero si yo estoy viendo algo que mantiene una sonrisa en mi boca, yo soy feliz. El drama también es muy chévere.
¿Cuál es su personaje en la segunda temporada de “La primera vez”?
Es un personaje que me encanta. Te transportas a finales de los años 70 para ver a Lucy, que es una mujer que queda viuda, es mayor y empieza a hacer una vida distinta. A partir de ella, se te comienza a abrir la mente hacia otras cosas. José, su hijo, tiene un problema tenaz y lo consulta con su mamá. Él es rezandero y conservador, y llega a su mamá pensado que es igual a él, pero se encuentra con una mujer con una mente mucho más abierta, con una mirada del mundo distinta, y lo empieza a cuestionar sobre una manera diferente de ver las cosas en la vida.
A partir de los cambios de percepción de su personaje, ¿cómo cree que ha experimentado este tipo de transformaciones?
En mi caso, quizá por la misma profesión que tengo y porque he estado rodeada de un ambiente muy particular, no creo que haya tenido demasiados cambios en cuanto a cómo se ve la vida y a ciertas posiciones ante ella. Creo que el shock sería fuerte si hubiera estado metida en una oficina todo el tiempo, en otro ambiente, pero haber estado en este medio artístico a mí me abrió la mente desde hace mucho. Ha habido cambios en cuanto al importaculismo. Ya le bajo el nivel de importancia a muchas cosas en la vida a las que, cuando uno está joven y quiere alcanzar una cantidad de cosas, le pone mucho énfasis y se frustra muy fácil. Con los años he aprendido que si uno no llega a la meta, no pasa nada; si no se logra eso que tanto se quiere, no pasa nada. Creo que es verdad eso de que lo importante de la carrera no es ganar, sino correrla. Cuando uno está joven no entiende eso.
¿Cómo fue su primera vez actuando?
Dificilísima. Mi primera vez como actriz fue en el teatro, con mi papá. Tenía 14 años y me fui a acompañarlo a inaugurar el Teatro Fundadores de Manizales, con una obra que él llevaba haciendo un tiempo y que más o menos conocía, pero en ese momento de mi vida no se me pasaba por la mente ser actriz. Sin embargo, una de las actrices no llegó porque hubo un derrumbe en la carretera. Dos horas antes, mi papá me entregó un mamotreto y me dijo: “Mija, sálveme. Apréndase esto, ayúdeme”. Menos mal conocía la obra porque la había visto muchas veces y me tocó esto de entrada. Era una cosa muy importante, y tuve que salir al ruedo, y esa fue mi primera vez. Cuando entré, me resbalé y me caí. Fue terrible, y a veces pienso que si por eso hubiera sido, no habría seguido, porque lo padecí mucho. Alcancé a mirar a mi papá y seguí como por inercia. Terminó la obra y mi papá me dijo: “Mija, lo mejor que le puede pasar a un actor es caerse encima de un escenario”. De ahí viene el famoso dicho de “break a leg” (rómpete una pierna). Dicen que a los actores que se caen en los escenarios les va bien, y creo que tenía razón porque mal no me ha ido.
Después de todos estos años de carrera, ¿qué le diría a esa niña de 14 años que se cayó en el escenario?
Que la felicito porque no desistió, porque no se frustró, porque no se echó a llorar, porque fue capaz de levantarse y seguir. Creo que mi vida ha sido así: me caigo, pero me levanto lo más rápido que pueda, porque esa es una de las lecciones que uno aprende. Si uno se cae y no se levanta, le pasan por encima. Inconscientemente, mi primera caída me trajo hasta acá.
Mencione una primera vez que le gustaría experimentar ahora...
Lo que pasa es que ya estoy muy viejita para muchas cosas que me quedé con ganas de hacer, como montarme en globo, por ejemplo. Soñaba con ir a Capadocia, montarme en esos globos y hacer ese tipo de cosas que ya no podré hacer. Pero me pongo a pensar, y he hecho prácticamente todo lo que he querido.
Y una primera vez que haya dejado huella en usted...
De las más importantes para cualquiera, es la primera vez de aquello que sabemos, del primer encuentro sexual. Es de esas que no se olvidan y que, por suerte, no fue tan traumática, pero sí asustadora, miedosa, angustiosa y con todas las cosas que conllevan esas primeras veces en que uno no sabe a qué se va a enfrentar realmente.
Si pudiera interpretar ahora a su personaje soñado, ¿cómo se lo imaginaría?
Esa es una pregunta que me han hecho muchísimo en la vida, y nunca sé qué decir. Los personajes son una cosa muy rara, a veces te llega uno y dices: “Wow, este es el que quiero hacer”, y cuando lo desarrollas no resulta tan chévere. Otras veces hay unos que terminan convirtiéndose en algo increíble. Me gustaría ser Cruella de Vil, por ejemplo. Pero no tengo tampoco una cosa muy específica, creo que en 53 años que llevo he hecho de todo. Alguna vez dije que quería ser Manuelita Sáenz, y lo hice, pero personajes como María Antonieta o Cleopatra no me inspiraron. Creo que me gustan más los que tengan unas complejidades emocionales frente a la vida.
¿Qué la inspira todos los días?
Las ganas de vivir y mi hijo. Por él he vencido cosas, he pasado por encima de muchas otras, he superado la muerte. En lo cotidiano, desde hace mucho tiempo empecé a vivir el día a día. Trato de no hacer planes a largo plazo desde hace bastante. Desde la muerte de David empecé a cambiar eso de ponerme metas y armar grandes planes, y hacer grandes cosas y motivarme por ese lado. Ya no. Siento que la vida es tan incierta y que nada es seguro... Intento no perder la alegría nunca, por encima de lo que sea, y eso llevo haciendo mucho tiempo. Hoy me levanto y lo que el día me traiga lo recibo: acepto algunas cosas y otras las rechazo, pero sin grandes expectativas. Creo que es mejor así.
¿Podría contar alguna anécdota de una producción que la haya marcado?
Cuando hice “Caballo viejo”, el personaje de Yadira, la Ardiente, fue uno que me marcó muchísimo, porque fue el primer personaje que hice de mujer. Hasta antes de eso siempre hacía personajes de niña joven, aunque no estaba tan joven, pero lo aparentaba. Antes de Yadira, trabajé en “La pesuña del Diablo”, yo tenía 26 años y el personaje 16. En esa producción quedé embarazada. Dejé de trabajar durante el embarazo y durante un año más después de que nació Mateo. Lo que ya hice fue una obra en teatro que se llamaba “Los japoneses no esperan” y Yadira, la Ardiente, con “Caballo viejo”. La recuerdo mucho porque fue la primera vez que realmente interpretaba a una mujer y me tocó mover las caderas, ser coqueta, todas esas cosas que yo no sabía y fue toda una experiencia nueva para mí y marcó una segunda etapa en mi vida, fue no solo profesionalmente sino emocionalmente. Mi madurez empezó ahí, como que empecé a ser más mujer. La llevo en el corazón por eso, porque aprendí a dejar de ser tan niña y a ser más mujer.
¿En cuál de los personajes que ha interpretado cree que se refleja?
Todo depende. Todo son momentos. Cuando era más niña, había unos, cuando empecé a madurar fueron otros. Pero, finalmente, uno es la suma de todos, porque cuando nosotros los actores armamos un personaje, todo lo que le ponemos al personaje es nuestro, así sea malo, bonito, feo, lo que sea, finalmente es de uno. Si tengo que ser muy mala, tengo que usar mi propia maldad; si tengo que ser coqueta, tengo que buscar por dónde sacar mi propia coquetería. Diría que yo estoy hecha de una cantidad de pedacitos de todos esos personajes que he hecho en mi vida, porque, a la larga, todo es mío.
¿Cómo cree que las producciones en las que ha participado han sido vehículos para interpretar o atravesar momentos de tu vida?
La verdad es que yo no he parado durante tantos años y he tenido que atravesar momentos muy difíciles de pérdidas, de enfermedades, de dolores, de pérdidas materiales y emocionales, y siempre he tenido que seguir trabajando. El trabajo siempre ha sido algo a lo que me he podido aferrar, para que me ayude a no quedarme en el dolor o en la tristeza o en la frustración, sino a tener que seguir adelante.
Cuando murió David, estaba haciendo una comedia musical que era “La invencible Molly Brown”, y ella es una sobreviviente del Titanic. Yo venía de pasar un año muy duro con la enfermedad y la muerte de David y tenía que seguir adelante. De alguna manera, me identificaba con la protagonista de esa comedia, porque no me podía dejar hundir, tenía que seguir adelante pese al dolor y la ausencia, a pesar de lo que se me venía por delante, que era un hijo chiquito, mucho trabajo, enfrentar una empresa creada con David y yo no sabía cómo iba a ser y me agarré mucho del personaje de Molly Brown para darme muchas fuerzas. Pensaba que, si ella fue capaz de sobrevivir al Titanic, cómo no voy a ser yo capaz de sobrevivir a esto que me pasa.
¿A usted qué le gusta ver en escena y en pantalla?
Me gusta ver como de todo, pero no soy muy de películas de terror. Me gusta ver mucha acción, me gusta el romance también, pero por sobre todo me gusta la comedia. Me encanta sentarme y ver algo que me divierta, que me haga reír y pasarla bien, no tiene que ser la payasada ni mucho menos, pero si yo estoy viendo algo que mantiene una sonrisa en mi boca, yo soy feliz. El drama también es muy chévere.